Por Joaquim M. Puigvert i Solà |
CRÍTICA URBANA N.26 |
La arquitectura en el mundo rural hasta bien entrado el siglo XX, tal como planteó Bernard Rudofsky, era una Architecture Without Architects (1964). Para el caso catalán nos planteamos tres interrogantes para el periodo 1900-1950: ¿dónde residían los arquitectos?, ¿por qué vías habían penetrado en el mundo rural los servicios profesionales de los arquitectos? y ¿hasta qué punto los arquitectos se vieron influenciados por el higienismo médico?
La profesión de arquitecto en el conjunto de las profesiones liberales en España era la más altamente urbanizada si prestamos atención al lugar de residencia de estos profesionales. En España en 1914, por ejemplo, ejercían 675 arquitectos que se distribuían en el territorio de manera muy desigual y de manera coherente con el mapa jerarquizado de la red urbana del país.
Una profesión urbana
En efecto, en Madrid y Barcelona residían prácticamente la mitad de los arquitectos (el 49, 03%) y el 65,92 % de los arquitectos residían en nueve ciudades: además de Madrid y Barcelona, en Bilbao, Valencia, Sevilla, San Sebastián, Coruña, Santander y Zaragoza. Existían algunas provincias con un solo arquitecto. De todo ello se infiere que la mayoría de comarcas rurales no disponían de ningún profesional de la arquitectura residente en ellas, de manera que se puede hablar de una España vaciada de arquitectos.
Así las cosas, esta situación preocupaba a algunos arquitectos ansiosos de «conquistar» el mundo rural para la profesión. Si los servicios de otros profesionales como maestros, curas, médicos, farmacéuticos y veterinarios habían llegado al mundo rural desde tiempo atrás, se preguntaban ¿por qué no los servicios de los arquitectos? Esta problemática fue objeto de un interesante debate en diversos congresos de arquitectura. Ahora queremos destacar la ponencia del arquitecto Cèsar Martinell, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña, presentada en 1933 en el Primer Congrés Municipalista Català, organizado por la Federació de Municipis Catalans. El título ya era del todo significativo: “Actuació de l’arquitecte als pobles i petites viles”. Hay que recordar que la ponencia se presentó en plena crisis de la construcción derivada del crack de 1929, de la que se resintieron muchos despachos de arquitectos que vieron disminuir en gran número los encargos.

Perspectiva de la ciudad jardín de Santa Maria de Montcada, promovida en los años 1930-1950 por los Almacenes Alemanes de Barcelona.
Los arquitectos municipales y las obras públicas
A través de los encargos de las obras públicas (casas consistoriales, escuelas, mataderos, cementerios, iglesias…) llegaron los arquitectos al mundo rural desde las ciudades donde residían. Desde mediados del siglo XIX, era requisito legal que las obras públicas fueran proyectadas por arquitectos titulados. Cualquier arquitecto podía proyectar estas obras. Pero en muchas ocasiones estas recaían en aquellos que ostentaban el cargo de arquitecto provincial, municipal o diocesano[1]. Los escasos presupuestos municipales explican que no fuera hasta las cuatro primeras décadas del siglo XX cuando se produjera un proceso de modernización de las infraestructuras públicas en toda España, especialmente en las ciudades pero también en el mundo rural, aunque este último aspecto ha sido mucho menos estudiado. A este proceso contribuyeron no pocos médicos que lucharon para que los ayuntamientos asumieran los idearios higienistas en el momento de proyectar escuelas y mataderos, entre otros equipamientos. En 1929 se creó la Asociación de Arquitectos Municipales de España que fue una clara plataforma para reivindicar el papel de los arquitectos para modernizar el urbanismo y la arquitectura pública también en el mundo rural[2]. Se había avanzado en esta dirección pero aún se podía hacer mucho más. Así las cosas, el arquitecto Salvador Sellés, en 1931, en el artículo «La estructuración del Servicio de Arquitectos Municipales de España» publicado en la Revista del Cuerpo de Arquitectos Municipales de España instaba a que todos los municipios (solos o mancomunados) tuvieran a su cargo un arquitecto municipal para desarrollar obras de urbanización y equipamientos públicos. Se preguntaba:
“¿Es que resulta tan despreciable nuestra misión en los municipios? ¿Es que las poblaciones de España están ya saturadas de escuelas, mataderos, juzgados, cementerios, casas consistoriales, mercados, abastecimiento de aguas, vías y jardines y edificios públicos y particulares bellos e higiénicos… Si no solo de pan vive el hombre, no le basta a un municipio moderno con poseer secretario, interventor, médico y veterinario. (…) Urge que se exija a los ayuntamientos que solos o mancomunados posean arquitecto y que destinen ineludiblemente cada año una parte alícuota de sus presupuestos a obras de urbanización, higiene y saneamiento o a la erección de edificios públicos.”[3]
Para César Martinell era del todo necesario y urgente superar la figura del arquitecto municipal que residía en la ciudad y sólo de vez en cuando se desplazaba al mundo rural para ofrecer sus servicios. Consideraba que el arquitecto había de residir en la misma localidad o comarca donde prestaba sus servicios. Decía:
“L’arquitecte ha de residir entre els seus clients, i compenetrar-se amb les seves necessitats… ha d’exercir sobre els ajuntaments, sobre tots els operaris de la construcción i sobre els propietaris que edifiquen una mena d’acció tutelar que els meni a tots per camins de màxim perfeccionament”[4]
Las ciudades jardín para veraneantes
El veraneo de la burguesía y de las clases medias urbanas desde la segunda mitad del siglo XIX supuso un gran impacto arquitectónico y urbanístico en las villas marítimas y de montaña, de manera especial aquellas que disponían de balnearios: fue, sin duda, la segunda vía por la cual los arquitectos llegaron al mundo rural. Los veraneantes se llevaron de las ciudades sus propios arquitectos para construir sus chalets (torres, en Cataluña) y de esta manera introducirían determinadas corrientes arquitectónicas en el mundo rural. El neoclásico, los historicismos neomedievales y neoárabes, el modernismo, el noucentisme y el racionalismo se introdujeron así en las principales villas de veraneo. Pero el impacto no fue solamente arquitectónico sino también urbanístico, ya que supuso la creación de ensanches realizados desde el modelo de las ciudades-jardín. Cèsar Martinell, una vez más, registró el fenómeno: «En alguns pobles, que les circumstàncies climatològiques fan estació d’estiu l’afluència de forasters que edifiquen determinen la presència de facultatius, amb urbanitzacions raonades»[5].

Para promover la ciudad jardín de Santa Maria de Montcada se utilizaba la salud y el bosque como reclamo publicitario. Se pueden observar un chalet de arquitectura racionalista y otros noucentistes, claramente inspirados en la masia catalana.
De las ciudades jardín relacionadas con el veraneo de las élites hay que destacar las de la costa (S’Agaro en la Costa Brava y Terramar en Sitges). En la montaña sobresalen las del Passeig Maristany en Camprodon, Malagrida en Olot o la de Bellaterra en la montaña del Collserola, cerca de Barcelona y bien conectada con tren. En todas ellas se abandonó el modelo ortogonal para adoptar fórmulas más adaptadas a las formas orgánicas de la naturaleza, siguiendo las recomendaciones de Camillo Sitte en Construcción de las ciudades según principios artísticos (1889). Estas ciudades jardín se alejaron del modelo teórico de la ciudad ecológica y orgánica de Hovard difundida en Cataluña por Cebrià de Montoliu. En definitiva, a pesar de las similitudes formales, se trataba de un urbanismo que respondía, en palabras de Eduard Masjuan, «a los intereses capitalistas, que ven en los terrenos adyacentes a la ciudad el gran negocio»[6].
Con la Segunda República, en 1931, a España llegó el derecho a la semana de vacaciones para obreros y empleados. A partir de este momento hay indicios de un veraneo con menos sesgos clasistas y elitistas. Algunas iniciativas urbanísticas de ciudades jardín querían adaptarse a la nueva sociedad de masas emergente. Este fue el caso en los años treinta del siglo pasado de la urbanización Terra Nostra promocionada por los Almacenes Alemanes en Santa Maria de Montcada, muy cerca de la gran capital.
A modo de conclusión: Los arquitectos y la arquitectura rural
La actuación de los arquitectos titulados en el mundo rural supuso, sin duda, la modernización de la arquitectura y el urbanismo siguiendo los principios higiénicos defendidos por muchos profesionales de la salud desde el siglo XIX. Hasta entonces la arquitectura en el mundo rural, era una arquitectura anónima adaptada al paisaje local y a sus características edafológicas y climatológicas. La generación de arquitectos noucentistes, de la que el mencionado Cèsar Martinell era un buen representante, lejos de cualquier actitud de altivez y superioridad intelectual, adoptaron un verdadero interés por estudiar la arquitectura tradicional y su adaptación al paisaje, inspirándose en ella y reinterpretándola desde la modernidad. Fueron a escala catalana los introductores del regionalismo arquitectónico recientemente estudiado por Eric Storm[7] de manera comparativa y transnacional.
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Notas
[1] PUIGVERT, Joaquim M. Estiueig de proximitat. Barcelona, 1850-1950, Barcelona: Diputació de Barcelona,2022.
– PUIGVERT, Joaquim M. «Los arquitectos de Dios. Los arquitectos diocesanos y la recomposición religiosa en la España contemporánea (1876-1931)», Hispania Sacra, n. 150 (en vías de publicación).
[2] GIL, Rosa M. «El somni del Cuerpo de Arquitectos Municipales de España, una experiència associativa professional de clara voluntat tecnocràtica, 1928-1950», Recerques, núm. 80 (2022).
[3] SELLÉS, Salvador: «La estructuración del Servicio de Arquitectos Municipales de España», Revista del Cuerpo de Arquitectos Municipales de España, núm. 25 (1931), p. 66-67.
[4] MARTINELL, Cèsar: Actuació de l’arquitecte als pobles i petites viles, Barcelona, Primer Congrés Municipalista Català/Federació de Municipis Catalans, 1933, p.11.
[5] MARTINELL, Cèsar: Actuació de l’arquitecte als pobles i petites viles, Barcelona, Primer Congrés Municipalista Català/Federació de Municipis Catalans, 1933, p. 6.
[6] MASJUAN, Eduard: La ecología humana en el anarquismo ibérico. Urbanismo ’orgánico’ o ecológico, neomalthusianismo y naturismo social, Barcelona, Icaria, 2000, p. 115.
[7] STORM, Erich: La construcción de las identidades regionales en España, Francia y Alemania, 1890-1939, Madrid: Ediciones Complutense, 2019.
Nota sobre el autor
Joaquim M. Puigvert i Solà. Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universitat de Girona. Director de la Cátedra Martí Casals de Medicina i Salut en l’ Àmbit Rural de la misma universidad. Recientemente relacionado con la temática del artículo ha publicado el libro (coeditado con Narcís Figueras) Balnerarios, veraneo, literatura. Agua y salud en la España contemporánea (Madrid, Marcial Pons, 2018) y el catálogo de la exposición que ha comisariado Estiueig de proximitat. Barcelona, 1850-1950 (Barcelona, Diputació de Barcelona, 2022).
Para citar este artículo:
Joaquim M. Puigvert. Arquitectura, salud pública y urbanismo en el mundo rural. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.5 núm. 26 Hábitat y salud. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2022.