Por Vicente Casals |
CRÍTICA URBANA N.22 |
El origen del espacio público es, probablemente, contemporáneo con el nacimiento de la democracia ateniense y con el de un espacio peculiar, el ágora, antecedente de lo que más tarde será la plaza pública. Un espacio de ciudadanos, donde se trata de los asuntos comunes. Un espacio político.
En sus comienzos, el ágora seguramente no fue otra cosa que un espacio vacío en el que se reunían los ciudadanos para debatir. Quizás en torno a un árbol que les protegiera del sol griego y facilitara el ejercicio de la democracia directa de los atenienses. Hay otros casos que permite creerlo así, como el viejo roble bajo el que se reunían las Juntas vizcaínas, que aún subsiste en la actualidad en el centro urbano de la ciudad de Guernica, y que ha venido siendo un símbolo de las libertades del pueblo vasco.
El surgimiento de ciudades en torno a un espacio vacío que irá desempeñando funciones políticas, económicas –el mercado–, o relacionadas con la fiesta o el culto religioso, es frecuente en las ciudades clásicas mediterráneas. Esta relación tendrá continuidad en la Edad Media, aunque no es generalizable. Por poner un ejemplo cercano al autor, la ciudad de Sabadell, una de las cunas de la revolución industrial en España, surgida en el siglo XII en torno a un mercado, de alcance seguramente regional y en torno al cual se fueron levantando poco a poco construcciones. Rodeada después por defensas amuralladas, la forma de la ciudad recordaba a un donut, con un gran hueco central, el mercado, que subsistiría durante ochocientos años, hasta 1930. Centro de la vida ciudadana, enfrentada frecuentemente a las élites aristocráticas, la vida política de la ciudad aún conservará, hasta el siglo XVIII, algunas manifestaciones de democracia directa, como por ejemplo escoger al gobierno municipal mediante sorteo, lo que se conocía con el nombre de insaculación, practicado en algunos municipios catalanes. La práctica fue abolida a principios del siglo XVIII.
En los siglos XV y XVI se producirá un renacimiento de la idea de espacio público que caracterizará el periodo que en Europa se conocerá precisamente con este nombre. Inspirado en la tradición clásica, el mundo urbano verá proliferar las plazas mayores y otros espacios, como las avenidas de paseo, los jardines y los parques. Estos últimos habían pasado de ser lo que se ha llamado el hortus conclusus medieval, con finalidad todavía productivas, al locus amoenus renacentista centrado en el ocio y los placeres mundanos. Este último tendrá algunas expresiones de gran trascendencia, la más notable de las cuales sin duda son los jardines de Versalles, en las cercanías de Paris, o, en España, los jardines de la Granja de San Ildefonso, próximos a Segovia. Pero ya no son espacios de los ciudadanos, sino por el contrario, forman parte del espacio del poder y su relación con la tradición clásica y con el espacio público es meramente formal.
El espacio público volverá de la mano de los pensadores higienistas y de los reformadores sociales que se ocupan de la ciudad. Por ejemplo, del ingeniero Ildefonso Cerdá, en Barcelona, y del paisajista Frederick Law Olsmted, en Nueva York. Cerdá, en su proyecto de ensanche para la Barcelona medieval, diseñó una ciudad con numerosos espacios públicos a diferentes escalas y de distribución homogénea. En el proyecto, destacaba una gran plaza central en el punto de confluencia de las tres grandes avenidas que articulaban la propuesta urbana y servían de vías de relación que canalizaban los flujos con el exterior. La plaza era concebida como el centro de la nueva ciudad. Pero lamentablemente la especulación urbanística acabó con el espacio público y lo que debía ser el centro urbano ha sido durante 150 años poco más que un espacio marginal. Actualmente está en proceso de transformación, cuyos resultados están por ver. En una perspectiva temporal, el proyecto ha sido, en lo que al espacio público se refiere, mayormente un fracaso.
Con Olmsted y su proyecto para el Central Park neoyorquino se puede decir que nace una nueva categoría de equipamiento social, una respuesta, si se quiere parcial, a los males, físicos y sicológicos, de la ciudad industrial. El parque, nombre que Olmsted dice debe reservarse para un espacio libre, sencillo y cubierto de vegetación, que permita a los ciudadanos aislarse de la ciudad densificada, debe prolongarse, además, mediante avenidas ajardinadas que lo relacionen fácilmente con la ciudad construida y lo hagan fácilmente accesible. El parque, así entendido, señala, seguramente se convertirá en un nuevo centro de la ciudad. El parque es un trozo de naturaleza inserto en la gran ciudad.
Estas ideas arraigarán en las tradiciones de reforma urbana que se formularán en torno a 1900 y décadas siguientes. Por ejemplo, en la Alemania de 1915 ve la luz, por lo que conozco, la primera tesis doctoral específicamente dedicada a los espacios libres. Debida al arquitecto y urbanista Martin Wagner, llevaba por título El verde sanitario de las ciudades, una contribución a la teoría de los espacios libres. El pensamiento de Wagner se aleja del higienismo propio del siglo XIX y pone el énfasis en la importancia en la salud de las personas, es decir, de los ciudadanos, con claras connotaciones de reformismo social. De hecho, la propuesta de Wagner era ya una propuesta política que acabó incorporándose al programa de la socialdemocracia alemana, en la que Wagner militaba. En otros países, irán arraigando también estas ideas durante el primer tercio del siglo XX. Por ejemplo, en Francis y España, pero también en Cuba, Argentina y México, entre los países latinoamericanos.
En este periodo es de uso frecuente la expresión espacios libres para referirse al espacio urbano no construido. Sobre todo a partir de 1900 comenzará a hablarse también de espacios verdes, entre autores franceses sobre todo, que introducirán el concepto en España, por ejemplo León Jaussely en sus trabajos sobre Barcelona de principios del siglo XX. La diferencia entre espacios libres y espacios verdes radica en que los primeros incluyen parques, jardines, plazas, calles, mientras que los espacios verdes se refieren exclusivamente a aquellos espacios con presencia vegetal.
Urbanísticamente, espacio verde se utilizará ampliamente como una categoría de los espacios libres. Es un concepto descriptivo, de escasa fuerza analítica que dará paso al de zona verde que a partir de los años de 1950 se utilizará ampliamente, no tanto en los textos jurídicos como en la planificación urbanística de corte funcionalista, dominante a partir de estos años. Algunos autores, como el urbanista francés Claude Thiberge, verán en el concepto de espacio verde el camino hacia la desaparición del espacio público por una serie de razones, entre ellas el carácter disolvente de la insistencia de los urbanistas funcionalistas en “lo abierto”, desde los polígonos hasta los espacios sobre los que se ubicaban que conducía literalmente a la destrucción del espacio público. Cuando éste estaba bien definido establecía una adecuada relación con la escala de las edificaciones, pero cuando es sustituido por el espacio abierto esta relación desaparece.
Pero a partir de las últimas décadas del siglo XX parece resurgir un renovado interés por el espacio público, sobre toto a partir de la crisis del Movimiento Moderno, lo que no dejaba de ser un reflejo de las profundas transformaciones que se estaban produciendo en las ciudades, convertidas en la forma de asentamiento mayoritario, no solo de los países desarrollados sino en el conjunto del planeta. Al igual que en otros fenómenos de esta época, se produce una proliferación de nuevas categorías también en el terreno de los espacios libres. Por ejemplo, la de parque cultural, pretendido heredero del parque público de esta antigualla llamada postmodernidad, y que algún reconocido urbanista, como Bernard Tschumi, entiende casi como la concepción inversa de Olsmted, en la que lo vegetal es sustituido por lo mineral, la naturaleza por los artefactos culturales.
Pero si se había producido una vuelta al interés por el espacio público, éste no vino acompañado por el desarrollo de su función política. Hasta que a principios de la segunda década del siglo XXI el malestar social devolvió el protagonismo político a las plazas de medio mundo ocupadas por la ciudadanía indignada al grito de “democracia real ¡ya!”
Socialmente los cambios en los tiempos recientes han sido notables, también desde el punto de vista de su utilización. Durante las últimas décadas, el uso del espacio público ha cambiado en medida importante. Uno de estos espacios más significativos, los parques, han pasado de tener una frecuentación más bien moderada, a tener una presencia muy numerosa de ciudadanos. Esto, que ha sido un fenómeno observable más o menos desde el año 2000, se incrementó de forma notable desde 2008 y aún más a raíz del comienzo de la actual pandemia de coronavirus.
Es fácil darse cuenta, pues, de que este incremento de la ocupación del espacio público se relaciona con la situación de crisis por la que transitamos desde hace una docena de años. Es un hecho general que no se limita a los parques sino a todo el espacio público, en el sentido más general del concepto. También en las calles, en las playas, en los espacios periurbanos y en los espacios más o menos naturales que presenten un cierto grado de accesibilidad.
¿Por qué la gente sale a la calle? Hay motivos higiénicos, ciertamente, pero que ni de lejos lo explican todo. La gente ya ocupaba el espacio público antes de la pandemia y no era por motivos sanitarios. De hecho, parece haber otros, algunos de tipo cultural, otros de tipo económico.
La sociedad actual, ha cambiado notablemente en lo que llevamos del siglo XXI. Desde la globalización y las décadas de neoliberalismo económico, hasta el encadenamiento de crisis, las oleadas migratorias y el desempleo estructural sobre todo de la juventud, todo ello ha configurado un panorama social en el que una parte importante de la gente joven –de aquí y de fuera– juega el papel de nuevos proletarii, como llamaban los romanos a la capa más baja de su sociedad. Son los nuevos desheredados de la tierra, los pobres del mundo, con un futuro inexistente o al menos con perspectivas muy oscuras.
Una parte importante de esta gente es la que desde hace unos años ocupa el espacio público, notablemente los parques. Algunas tradiciones culturales tienen que ver con ello, pero sobre todo es una respuesta a las presiones consumistas a las que este segmento de la población se ve sometida, por todas las vías y medios, sobre todo en relación con el ocio, casi siempre satisfechas en un grado muy limitado, en especial cuando se añaden las restricciones asociadas al control de la pandemia. Entonces, la alternativa es la búsqueda del ocio de low cost, la distracción barata, que esta población ha encontrado en los parques, bajo formas diversas. En no pocos sentidos es el espacio actual de la fiesta, como el ágora lo era de la fiesta de los atenienses.
Nota sobre el autor
Doctor en Geografía. Ha sido investigador de la Fundació Bosch i Gimpera y profesor de la Universidad de Barcelona. Actualmente es investigador independiente. Interesado por la historia de la ciencia y la técnica, las dinámicas territoriales y el urbanismo, ha colaborado con diversos movimientos sociales urbanos, como el vecinal y el antinuclear. Es miembro del equipo de redacción de Crítica Urbana.
Para citar este artículo:
Vicente Casals. El espacio público, espacio social. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.5 núm. 22 Espacio público, espacio en conflicto. A Coruña: Crítica Urbana, enero 2022.