El patrimonio como categoría enraizada
en el modelo urbano
Por Alfonso Álvarez Mora
CRÍTICA URBANA N.7
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Vamos a referirnos al concepto de patrimonio en su calidad de “patrimonio construido”, es decir, aquel que se implica, y es resultado, de los procesos de “producción del espacio”. Consideramos a dicho patrimonio como una categoría socio-espacial en la que confluyen toda una serie de componentes que permiten naturalizarla como producto vinculado a un quehacer histórico, a un contexto social concreto.
Objeto y Contexto
Podemos argumentar que se han manifestado tantas maneras de entender el patrimonio urbano como requerimientos se le han exigido para incorporarlo a la producción de rentas derivadas del uso del suelo. Los bienes patrimoniales han sucumbido, se han exaltado, han sido objeto de marginación, se han convertido en objetos exclusivos, o han permanecido en la más absoluta ignorancia, dependiendo de los requerimientos derivados de la “renta del suelo”. Las tan socorridas “razones culturales”, que aparecen como valedoras de su recuperación y puesta en valor, son, decididamente, rehenes de dicha “renta”.
Nos vamos a referir, obvio es decirlo, a esas diferentes maneras de entender el “patrimonio” tal y como las hemos observado en la experiencia europea, lo que no invalida su comprensión en el marco de la cultura latinoamericana. Tanto en un ámbito como en otro, nos encontramos con comportamientos muy parecidos por lo que se refiere a las expresiones que han ido adoptando las diferentes nociones de “patrimonio”. No olvidemos que esa diversidad la ha marcado el desarrollo del capital, siendo éste, hoy por hoy, quien nos aproxima, y nos debería hacer solidarios, tanto a europeos como a latinoamericanos, para enfrentarnos a sus procedimientos explotadores.
Primera idea
La ambigüedad que rodea a la idea de patrimonio y las variables conceptuales que diversifican su entendimiento
Partimos de la hipótesis de que no existe un único concepto de patrimonio, dependiendo dicha diversidad del contexto ideológico en el que se formule, así como del uso, recuperación, conservación o “puesta en valor”, que se van requiriendo del mismo. No es, por tanto, un concepto que pueda ser asumido de manera universal, como si por él no pasase el tiempo.
Las posibles variables referenciales para comprender su significado, deberían ser, cuando menos, el “contexto ideológico” desde el que se está expresando y formulando la idea de patrimonio; en segundo lugar, el proceso de “posesión-desposesión” de que está siendo objeto, es decir, la manera de proceder al consumo de los bienes patrimoniales; y, en tercer lugar, el “modelo urbano” al que remitirse para comprender el proceso de producción-construcción del territorio de la ciudad, ya que los bienes patrimoniales se manifiestan, se producen, como objetos vinculados al citado proceso.
Al hablar de “modelo urbano” nos referimos a la diversidad de “comportamientos espaciales” que se han ido sucediendo y yuxtaponiendo, históricamente, en un mismo espacio. Con el paso de un “comportamiento” a otro, o de un “modelo” a otro, no desaparece el anterior, produciéndose una convivencia espacial como si de un proceso estratigráfico se tratase. No podemos hablar, tampoco, de un único “modelo” de ciudad, resultando mucho más correcto plantearla como “ciudad del capital” en evolución, es decir, la ciudad que está estrechamente vinculada con los sucesivos intereses que desarrolla dicho “capital” en su intento por hacer del espacio, de todo tipo de categorías socio-espaciales, un producto intercambiable en un mercado. Ello desemboca, inevitablemente, en una diversidad de “modelos urbanos”, tantos como se derivan del proceso de reproducción histórico protagonizado por el capital, “modelos” que constituyen la expresión del proceso histórico de “desagregación” socio-espacial que se ha ido verificando a través de la descomposición, pérdida de “complejidad”, protagonizada por el “espacio tradicional”, desde su condición original de “espacio compacto” al “disperso” de nuestros días. El “patrimonio construido”, como puede deducirse, se ha sentido arrastrado por la “desagregación” citada, adquiriendo tantas significaciones como compromisos espaciales se han ido adquiriendo para cumplir los objetivos de aquella. Al final, toda esta sucesión conforma una categoría espacial única que está controlada, dominada, por la última expresión del “modelo urbano” más avanzado, el que se corresponde con la fase más desarrollada del capital.
Es así como podemos argumentar la riqueza y complejidad de la ciudad. Complejidad caracterizada por la realidad de esa “mezcla” de diversos “comportamientos espaciales”, unos “desfasados” y “anticuados”, pero con capacidad para producir e impulsar específicas formas de vida. Otros, por el contrario, más “actualizados”, proporcionando más “modernidad”, pero subsistiendo, inevitablemente, con aquellas otros que expresan su contrapunto. Esta mezcla es lo que proporciona diversidad y complejidad a la ciudad, dotándola de un carácter difícil de entender y de analizar
Podemos plantear, en este sentido, las siguientes maneras de entender la idea de patrimonio, en correspondencia con aquellos otros tantos “modelos urbanos” que han ido definiendo el proceso de producción del territorio de la ciudad.
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Segunda idea
La concepción de patrimonio como “conjunto monumental” en el marco del “modelo urbano de la renta” que entiende el espacio en su dimensión “cualitativa”
En un segundo momento, y una vez que se ha consumado una acumulación de capital, el proceso de construcción de la ciudad se contempla en clave cualitativa. Para ello, se identifican específicos “espacios sociales”, realzándose y destacándose en el marco de un ámbito urbano concebido como categoría segregada. Se consuma, de esta forma, un segundo proceso de desposesión de clase. En el primero de ellos se advertía un sesgo económico muy evidente, ya que se trataba de una desposesión cuantitativa, apropiándose, fundamentalmente, de “suelo”. En un segundo momento, decimos, se procede a una “posesión cualitativa”, reconsiderando lo existente construido para reconvertirlo en un bien revalorado. Se va perfilando, de esta manera, la llamada “cuestión de los centros históricos”, y con ella el salto a escena de un nuevo modo de posesión-desposesión espacial: El que va a suponer desposeer a los usuarios de los bienes patrimoniales de más antigua tradición para demolerlos y reconstruir, a posteriori, nuevos valores inmobiliarios.
Nueva concepción del patrimonio que aporta, sobre todo, un cambio de escala en su percepción. Se comienza a considerar el “conjunto” en detrimento del “monumento”, prestándose atención especial a aquellos ámbitos urbanos tradicionales que comienzan a ser requeridos como nuevos “espacios sociales”. Actuar sólo pieza a pieza, catalogando los bienes patrimoniales a conservar, tal y como se operaba en el “modelo” anterior, estaba en consonancia con el proceso de acumulación de capital que se estaba emprendiendo. Por entonces, la dinámica del sector inmobiliario no contribuía, por sí sola, a la materialización de un “espacio segregado”. Su instrumentación era, sobre todo, económica, no tanto de carácter social. Para construir el espacio como “ámbito segregado”, por el contrario, resulta imprescindible proceder a una desposesión de clase que se programa y se extiende a toda la ciudad.
Este nuevo “modelo urbano”, donde prima la “cualidad” frente a la “cantidad”, sin embargo, ha sido interpretado de modos muy diversos. En contextos “reformistas”, por ejemplo, se ha procedido a plantear un nuevo proyecto de ciudad que hace de la “austeridad” su razón de ser. “Austeridad” como alternativa al “despilfarro” propio, este último, del “modelo urbano extensivo-cuantitativo”. Estamos hablando de una alternativa que supuso entender el patrimonio heredado como “patrimonio edificado”, eludiendo su identificación con lo monumental en exclusiva. Sus raíces populares, en este sentido, son evidentes.
En otros contextos, valga la experiencia francesa, interpretaron la “contención cualitativa” como una oportunidad para elevar la categoría económica y social de los tejidos urbanos tradicionales. Resulta esclarecedor, en este sentido, el contenido de la llamada Ley Malraux, por lo que se refiere a las pautas a seguir en los procesos de intervención en lugares urbanos históricos. Según dicha ley, intervenir en la ciudad histórica significa delimitar sectores parciales en la misma, los llamados “sectores a salvaguardar”, como paso previo para emprender proyectos recuperación urbana.
Han sido, sin embargo, las “políticas reformistas“, las que han abierto perspectivas decididamente enraizadas con intereses populares. Dichas políticas, decíamos, descansan en presupuestos de “austeridad”, habiéndose entendido la “contención cualitativa” como el resultado de un proceso crítico al que sometieron los modelos “extensivo-cuantitativos”.
Para ello, había que cambiar de actitud con respecto a la idea que, hasta entonces, se tenía del “patrimonio edificado” como “patrimonio histórico-artístico” en exclusiva. Acometer el problema de la vivienda, implicando, en ello, a las zonas tradicionales de la ciudad, por ejemplo, era uno de los caminos a seguir. Lo patrimonial, por tanto, no tenía por qué ser identificado, en exclusiva, con lo histórico-artístico, con lo “monumental”. Reducir la riqueza patrimonial a tan sólo unas mínimas muestras de la historia, aquellas desde las que se expresaban los presupuestos ideológicos emanados desde las diversas manifestaciones del poder, no garantizaba una herencia cultural completa. En el marco del “modelo urbano de la renta”, en su variante “extensiva-cuantitativa”, sin embargo, no se podía contemplar otra posibilidad.
Con el salto a escena de este nuevo “modelo” urbano, apostando, decimos, por la “contención cualitativa”, el ámbito de lo “patrimonial” se agranda. Se considera que la ciudad debe ser intervenida cualificando sus ámbitos construidos, eludiendo, en lo posible, su extensión. Se impone la idea que hay que actuar sobre lo existente-heredado, con el objetivo de mejorarlo, de reutilizarlo, haciendo de la “rehabilitación urbana” el mecanismo prioritario de intervención en la ciudad. El patrimonio, en estas condiciones, se extiende, en principio, a todo lo construido, lo monumental y lo que, hasta ahora, no era considerado como tal.
Esta nueva actitud frente a la idea de patrimonio no era posible sin su vinculación con presupuestos urbanísticos que cuestionasen la forma de proceder al desarrollo de la ciudad hasta ahora consentido. Se consideró, en ese sentido, que sólo podría de llevarse a cabo una defensa y conservación del patrimonio si se emprendía una política de “recuperación territorial”, cambiando los mecanismos que, hasta entonces, habían impulsado su desarrollo, ocupación y crecimiento, en clave especulativa. Construcción especulativa del territorio que era una consecuencia, entre otras cosas, de la consolidación de una política del “despilfarro”. Apostar por una política del no-despilfarro, por una política de “austeridad”, podría tener consecuencias mucho más positivas en la defensa del patrimonio que el tratamiento individualizado de este último. Una política que afianzase dicho despilfarro, en efecto, arrastraría a un uso, también especulativo, a los bienes patrimoniales objeto de conservación.
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Tercera idea
La versión del patrimonio en el marco de una “recomposición socio-espacial” como mecanismo director del desarrollo urbano.
Ya se trate de modelos que apuesten por una “extensión-transformación cuantitativa”, o de una “contención cualitativa”, como formas que adopta el “modelo urbano de la renta”, su denominador común sigue siendo la contradicción centro-periferia. La primera es “acumulativa”, transformando lo existente en paralelo a una extensión indiscriminada. La segunda es “selectiva”, apostando por la “recomposición” de lo construido. En ambas manifestaciones, sin embargo, aún persiste esa caracterización del ámbito urbano como el encuentro contradictorio entre “espacios centrales” y “espacios periféricos”.
Los mecanismos que impulsan el desarrollo urbano, el “modelo de la renta”, se han apoyado, durante un dilatado periodo de tiempo, en la idea de un continuo e ininterrumpido crecimiento demográfico. En este aumento de los contingentes de población contaban más los “movimientos inmigratorios” que los “crecimientos vegetativos” internos. Estos fenómenos, que antaño favorecían el crecimiento urbano, han cambiado, constatándose que las ciudades no crecen como antes, y que su población, incluso, comienza a disminuir. En este nuevo contexto, sin embargo, la producción de “rentas inmobiliarias”, la producción material de la ciudad, no ha dejado de aumentar. El “modelo urbano de la renta”, en cuanto concepto, no ha cambiado. Se sigue entendiendo el desarrollo urbano como fuente inagotable de beneficios económicos.
Hasta ahora, las prácticas urbanísticas más habituales se han decantado por hacer tabla rasa del territorio en sus diferentes escalas. A éste se le consideraba soporte de todo tipo de operaciones inmobiliarias. También se apostaba, en paralelo, por la reconsideración-reconstrucción-reconquista de lo existente construido. Se trata, en este último caso, de aquellos ámbitos que estaban más identificados con la calidad patrimonial heredada que había resultado indemne hasta entonces. Sólo resta, para que el “modelo urbano segregado” se consolide como tal, proceder a un entendimiento del desarrollo de la ciudad como un proceso de “recomposición socio-espacial”. A la ciudad sólo le queda este recurso, es decir, alimentarse de sí misma, procediendo a procesos de desposesión-posesión repartidos a lo largo y ancho de su territorio. Recomposición socio-espacial, por tanto, como mecanismo director del desarrollo urbano. Se ha sustituido el proceso clásico de extensión-transformación, ya sea en su vertiente cuantitativa como cualitativa, por aquel otro que hace de los movimientos demográficos internos la razón de ser de su proceso constructivo-inmobiliario.
¿Qué se entiende por patrimonio en estas nuevas circunstancias que vive la ciudad? Lo que resulta prioritario, ahora, es recomponer socialmente la ciudad, trasladando la población de unas zonas a otras, desarrollando procesos continuos de posesión-desposesión, dejando vacíos unos ámbitos, recolonizando otros. Se consolida, de esta forma, la práctica de la segregación socio-espacial. Por un lado, se procede a expulsiones, desposesiones, en el ámbito urbano a ”regenerar”. Por otro, la toma de posesión de lo vaciado, limpiado, higienizado o “regenerado”.
Los nuevos “objetos patrimoniales” comienzan a identificarse con categorías espaciales cada vez más abstracta, que permitan una mayor libertad en este proceso de “recomposición socio-espacial”. Nada mejor, en este sentido, que asumir la idea de patrimonio en su vertiente paisajística, incluso medioambiental. Es así cómo se está acuñando el concepto de patrimonio equiparándolo al de “paisaje urbano histórico”.
La valoración actual que se está haciendo de los bienes patrimoniales no resulta contradictoria con las nuevas estrategias urbano-territoriales que “ordenan” el conjunto de los países europeos. Se trata de políticas urbanísticas generalizadas, sobre todo, al ámbito de la ciudad, con las que se está procediendo a la “regeneración” de áreas urbanas concretas para acometer y acabar, se dice, con la “vulnerabilidad” que las caracteriza. El término “vulnerabilidad” designa la condición de estas áreas como lugares donde habitan grupos sociales conflictivos que están impidiendo, con su presencia, su reconversión en lugares más apropiados. Se prepara el camino para que otros grupos sociales, naturalmente de mayor renta, acaben consumiéndolos y relocalizándose en ellos. Para justificar acciones semejantes, el discurso ideológico que se esboza no recurre, como antaño, a razones amparadas en temas relativos a la conservación de bienes o conjuntos patrimoniales. Dichas razones, por el contrario, apoyan la “regeneración” por cuanto no están, los lugares afectados, adecuadamente utilizados; que conforman “paisajes” contradictorios con su razón de ser histórica; que no contribuyen a un “desarrollo sostenible”, en suma. Pero, por encima de todo, que pudiendo ser objeto de una mayor cualificación y, por tanto, rentabilidad económica, no hay motivo para no emprender acciones semejantes.
Se trata, en suma, de reconstruir situaciones que garanticen la recuperación de valores que se estiman perdidos y que contribuyan a una necesaria recomposición socio-espacial de los tejidos urbanos, relocalizando grupos sociales y asegurando el modelo de “ciudad segregada”. El campo de actuación, por tanto, no son los monumentos ni los Conjuntos Históricos, en exclusiva, sino determinados ámbitos cuya dinámica se entiende contradictoria.
Las estrategias urbanísticas que encauzan los procesos de “recomposición socio-espacial” constituyen, hoy día, el vademécum por excelencia al que remitirse para entender la lógica del desarrollo urbano. Se trata de un procedimiento, también, una manera de proceder a la Ordenación Urbanística, que implica la realización de ambientes urbanos con los que identificar contenidos de clase muy concretos. Ello supone reconstruir, siguiendo la más estricta homogeneidad formal, un “paisaje de clase” que identifica el lugar al mismo tiempo que lo diferencia del resto. Y esto vale tanto para los ámbitos donde se concentran los grupos sociales de más bajo nivel, las llamadas “zonas vulnerables”, como para aquellos otros donde rezuman las esencias más selectas de la sociedad. Ya no resulta necesario remitirse, únicamente, a los Conjuntos Históricos para identificar específicas zonas urbanas a las que asignar un valor de clase.
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A manera de conclusión
La conclusión no puede ser más evidente. A pesar de las sucesivas interpretaciones de que ha sido objeto la idea de patrimonio, podemos argumentar que se trata de un recorrido conceptual engañoso. No se ha construido, de forma concisa y clara, un cuerpo conceptual que incitase a la reflexión. Todo ha girado en torno a un único concepto: Aquel que recoge la idea decimonónica de “monumento”.
El patrimonio, a pesar de estas perversidades, y del mismo modo que le sucede el “espacio”, es una “necesidad humana” que se engendra y produce, alcanzando la categoría de bien con el que identificar específicas prácticas de clase. La cuestión a considerar, en nuestro caso, es que dichas prácticas sólo se han expresado desde una única componente, aquella que identifica a los más poderosos. Por esta razón, la expresión más repetida del patrimonio ha estado vinculada con la idea de “monumento”.
Y cuando el patrimonio no se identifica, claramente, con lo
“monumental”, como es el caso de los “conjuntos populares” que conforman el espacio de la Ciudad Histórica, estos se elevan a la categoría de “monumentos”. De esta forma se justifica su conservación, única manera de proceder a su “puesta en valor”. El siguiente paso es materializar dicha recuperación a través de un acto de posesión de clase. Es así cómo, en determinadas ocasiones, los grupos sociales que han valorado lo “popular”, el “patrimonio construido existente”, en detrimento de lo “monumental”, toman posesión del “espacio” requisado para hacer de él su referente social. No olvidemos, en este sentido, que la noción de “patrimonio” ha ido adquiriendo diversas expresiones a medida que era objeto de identificación por parte de la diversidad de clases sociales que lo reivindican como “pertenencia” propia, desde la más genuina aristocracia, reconvertida, con el paso del tiempo, en burguesía, hasta las clases más populares, quienes han elevado, por razones democráticas, la “casa” a “monumento” indiscutible. Su revolución, expresada en los “movimientos de clase” que se apropian de la calle, es otra manera de entender el “patrimonio” como “derecho a la ciudad”.
Nota del autor
Alfonso Álvarez Mora es arquitecto,1972, por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Doctor Arquitecto, por la Universidad Politécnica de Madrid,1976. Catedrático de Universidad, desde 1984, y Director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valladolid, desde 1993 a 1996. Fundador y Director del Instituto Universitario de Urbanística y de la Revista “Ciudades”. Ha sido nombrado, de por vida, Profesor Emérito Honorífico de la Universidad de Valladolid.
Para citar este artículo: Alfonso Álvarez Mora. Patrimonio y renta del suelo. El patrimonio como categoría enraizada en el modelo urbano. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.2 núm.7 Patrimonio. A Coruña: Crítica Urbana, julio 2019. |