Por Margalida Ramis|
CRÍTICA URBANA N.10
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Como apunta Joan Buades en una de sus intervenciones en el documental «Tot inclòs: danys i conseqüències del turisme a les nostres Illes», el capitalismo, y concretamente el capitalismo en las Islas Baleares – que tiene en la industria turística su máxima expresión – opera como una industria extractiva: «llega, explota playas, explota lugares muy valiosos paisajísticamente y cuando los desnaturaliza, se traslada a otro lugar que le dé más rendimiento o a un lugar todavía no tan tocado.
Pero la explotación de recursos de la industria turística va más allá del paisaje: explota territorio, recursos naturales y explota las vidas de las persones que vivimos en los espacios turistificados, sometiéndolo todo a la lógica de la acumulación de capital, sorteando – cuando no obviando – los límites inherentes a la capacidad biofísica de los territorios y del planeta.
En este sentido, los territorios insulares, frágiles y limitados por propia definición como es el caso de las Islas Baleares, nos dan la oportunidad de captar los desequilibrios que genera la actividad intensiva turística sobre un territorio y unos recursos finitos, que se han puesto a disposición y al servicio de la industria turística. Estos desequilibrios implican dos dimensiones: los desequilibrios ecosistémicos derivados de la sobreexplotación de los recursos (escasez de agua, contaminación, consumo de territorio, etc) y desequilibrios o distrofias inducidas por los procesos que acompañan o son inherentes al despliegue de la economía turística.
Recursos
En el ámbito de los recursos naturales, las economías turísticas generan mayoritariamente impactos debidos a la sobreexplotación y la masificación. Los destinos turísticos, como en el caso de Mallorca concretamente, pueden llegar a duplicar la población residente durante los meses de mayor afluencia turística. Esto conlleva la necesidad de invertir dinero público en la disposición de infraestructuras que permitan abastecer las necesidades de agua, energía y gestión de aguas residuales y eliminación de residuos, por poner algunos ejemplos, en temporada alta.
En este sentido, la comunidad se hace cargo de unos sobrecostes de inversión para infraestructuras sobredimensionadas en relación con la población y necesidades de los residentes, atendiendo a los requerimientos generados por la población flotante, con unas demandas mayoritariamente mucho más intensivas en recursos que las de los residentes.
Por poner algunos ejemplos, en el caso de Mallorca, en los estudios previos a la elaboración del PIAT (Plan de Intervención en ámbitos turísticos), con datos de 2018 se estimaba que el consumo de agua medio de un turista (466 litros) triplica los litros de agua consumidos por un residente (133 litros), y en el caso de la energía, el consumo podía llegar a ser incluso 6 veces mayor el de un turista en relación con el consumo energético de un residente, que sería de 3,95 kw/hora por habitante y día.
Las consecuencias de la sobreexplotación se traducen, en el caso de las aguas y en pozos próximos al mar, en situaciones de señalización de acuíferos y, en el caso de la energía, en un incremento notable de las emisiones de CO2 vinculadas a las centrales de producción energética, que, en el caso de Mallorca y hasta la fecha, dependen fundamentalmente de una central térmica que opera con carbón, el peor de los combustibles desde el punto de vista de emisiones contaminantes.
Otro de los aspectos que genera una gran inversión y en muchos casos episodios graves de contaminación, es el referente a las infraestructuras de saneamiento de agua (depuradoras). En Mallorca, muchos crecimientos urbanístico-turísticos se han hecho sin atender a la capacidad máxima de las infraestructuras de depuración, generando, en algunos casos, vertidos de aguas fecales en torrentes o emisarios al mar cuando dichas infraestructuras no dan abasto.
Partiendo del concepto de servicios ecosistémicos y atendiendo no solo a los relativos al abastecimiento (agua, energía, materiales…), la industria turística intensiva tiene efectos significativos (muchos de ellos asociados a la masificación turística, overtourism) sobre la degradación de espacios naturales mercantilizados turísticamente, abusos en la costa y el litoral, contaminación derivada por la masificación de coches de alquiler (junto con un parque de vehículos siempre en auge), o la contaminación vinculada a los medios de transporte con los que mayoritariamente se desplazan los turistas que van y vienen de sus destinos de vacaciones: aviones, barcos, cruceros. En este sentido conviene estar atentos al movimiento global por el decrecimiento de la aviación (turística, añadiría yo como necesidad de enfocar) Stay Grounded[1] o todo el movimiento contra la invasión y contaminación derivada de la intensificación de cruceros en ciudades como Barcelona, Palma y Venecia, solo por poner de ejemplo las ciudades identificadas por la entidad Transport&Environment[2] como las ciudades más contaminadas por el turismo de cruceros en su estudio «Emisiones atmosféricas de los cruceros en Europa[3]».
Procesos
El Grupo de Ornitología y Defensa de la Naturaleza (GOB) es un colectivo ecologista nacido en Mallorca en 1973, en paralelo con el comienzo de la turistificación de la isla. Desde el ecologismo se ha sido testigo de la decisión inicial por parte del franquismo de ocupar las zonas más vírgenes de la costa con el objetivo de sacrificarlas al incipiente turismo de sol y playa, para ir poco a poco constatando cómo el turismo ha ido colonizando cada vez más espacios en los sucesivos booms turísticos que Onofre. Rullan propuso para explicar las etapas que han caracterizado el proceso de implantación del turismo hasta la turistificación total[4].
El GOB nació para denunciar y proteger las áreas, sobre todo del litoral, que, en los inicios de la implantación del monocultivo turístico, iban siendo sacrificadas. Con el paso de los años, ha devenido en un movimiento mucho más amplio de lucha y defensa del territorio. En este proceso, el GOB capitalizó las luchas toponímicas en los años 70, 80 y 90 (Salvemos Mondragó, Salvemos sa Dragonera, Salvemos…) pero ha ido sumando reivindicaciones derivadas de los procesos que acompañaban el desarrollo turístico ya no solo como impactos puntuales en territorios concretos, sino en la implementación de infraestructuras básicas para poder garantizar un crecimiento sostenido (que no sostenible) de la industria turística. Así, una de estas grandes luchas, activa todavía hoy, es la lucha contra el desarrollo urbanístico excesivo dentro de la lógica de la especulación que acompaña un proceso de implantación, consolidación y actualmente intensificación de la economía turística.
Por otra parte, muchas de las campañas impulsadas por el GOB han sido contra grandes infraestructuras que tenían como objetivo eliminar cualquier limitación al proceso de expansión y consolidación del monocultivo intensivo turístico: carreteras, autopistas, nuevas centrales, cable eléctrico de conexión con la península, gaseoducto, incineradoras, desaladoras, aeropuerto, canteras, puertos, etc. O contra proyectos derivados de nuevas propuestas de producto turístico que han pretendido implantarse en el territorio: campos de golf, turismo rural de lujo, parques temáticos, parques acuáticos, acuarios, centros comerciales, etc. En todos estos casos los impactos sobre el territorio son evidentes: cimentación y asfaltado (sellado) de suelo y pérdida de suelo fértil (a un ritmo de una hectárea al día desde 1956), terciarización del suelo rústico, procesos de rururbanización, especulación del suelo rústico por las expectativas de su futura edificación o extracción de materiales (proliferación de canteras).
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Conclusión
Por todo ello, la industria turística vive por encima de las posibilidades del territorio que ocupa y a costa de sus recursos. Lo hace desatendiendo las alarmas de los indicadores de sostenibilidad ecológica que advierten, por una parte, de la sobreexplotación de recursos (recursos hídricos, fuentes energéticas, etc); y, por otra, de las consecuencias derivadas de superación de la capacidad de carga (contaminación, residuos, etc..) induciendo un grave desequilibrio metabólico.
Pero hay otros procesos vinculados, como el crecimiento urbano-turístico y de infraestructuras, con consecuencias directas sobre los cambios de usos de suelo y la pérdida de suelo fértil, o la consolidación de una economía totalmente dependiente – que importa materiales y turistas en una lógica basada en el transporte barato – que también inducen graves desequilibrios socioecológicos.
Todo ello nos aboca a que los territorios turistizados se caracterizan por una huella ecológica totalmente insostenible. En el caso de las islas Baleares, según el estudio de Ivan Murray[5], se necesitarían 15 archipiélagos para satisfacer todas las necesidades del monocultivo turístico intensivo.
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[1] https://stay-grounded.org/
[2] https://www.transportenvironment.org/
[3] https://www.transportenvironment.org/sites/te/files/publications/One%20Corporation%20to%20Pollute%20Them%20All_Spanish.pdf
[4] V. Blázquez Salom, Macià, Murray Mas, Ivan Una geohistoria de la turistización de las islas Baleares. El Periplo Sustentable [en linea]. 2010, (18), p. 81, https://www.redalyc.org/pdf/1934/193414423003.pdf
[5] Murray Mas, Ivan Geografies del capitalisme Balear: poder, metabolisme socioeconòmic i petjada ecològica d’una superpotència turística, TD, 2012, disponible en http://hdl.handle.net/10803/104203
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Nota sobre la autora
Margalida Maria Ramis Sastre es licenciada en Física y activista ecologista. Ha trabajado en el campo de la gestión energética y energías renovables, de la consultoría en materia de gestión de residuos. Ha sido presidenta-fundadora de la ONG Ingeniería Sin Fronteras de las Islas Baleares. Actualmente es portavoz y responsable del Área de Territorio y Recursos del Grupo de Ornitología y Defensa de la Naturaleza (GOB). En la vertiente de la divulgación del ecologismo social y político, colabora habitualmente con diversos medios de comunicación.
Para citar este artículo: Margalida Ramis. El impacto ambiental de la industria turística. El caso de Mallorca como ejemplo. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.3 núm.10 Qué turismo. A Coruña: Crítica Urbana, Enero 2020. |