Por Emanuela Bove |
CRÍTICA URBANA N.10
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En el siglo XIX, en un contexto de cambios tecnológicos, políticos y sociales, el turismo era una práctica limitada a pequeños grupos. Su impulso está estrechamente relacionado con la modernización de los medios de transporte, el crecimiento demográfico, el progreso económico debido al desarrollo industrial y del comercio, y, además, fue favorecido por la libertad de movimiento de bienes y personas y la estabilidad política general.
En 1841 Thomas Cook fue el promotor del primer viaje turístico y, unos años más tarde, de la primera agencia de viajes, la Thomas Cook & Son, que abriría el paso al turismo organizado hasta llegar a convertirse en uno de los mayores touroperadores del mundo[1].
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El proceso evolutivo
Agencias, tours y edición de guías turísticas fomentaron una gradual difusión del viaje, que de actividad exclusivamente reservada a la aristocracia se va extendiendo progresivamente a la burguesía y, sucesivamente, hacia franjas de población más amplias. Un paulatino dinamismo social acompañado, empero, por un cierto desprecio elitista que simbólicamente se identifica en la distinción entre viajero y turista[2].
Sin embargo, fue en la segunda mitad del siglo XX cuando el turismo se desarrolló en forma masiva, transformándose de un privilegio de pocos en una práctica social difusa. Después de la Segunda Guerra Mundial, la generalización del automóvil en los países económicamente más avanzados, el desarrollo de la aviación y de las infraestructuras aeroportuarias (vuelos transcontinentales y transoceánicos) hicieron posible expandir la oferta turística hacia nuevos destinos. Mientras que, gradualmente, se irá ampliando también la oferta de alojamientos en sus diferentes tipologías (hoteles, bed & breakfast, viviendas de uso turístico, pensiones, hostales, etc.). En 1974 se creó la Organización Mundial del Turismo (OMT), un organismo internacional para la promoción del desarrollo turístico y la coordinación de políticas específicas, cuya asamblea general, en 1980, instituía el 27 de septiembre como del día mundial del turismo[3].
A mediados de los años ochenta, la caída del precio del petróleo incrementó significativamente la movilidad internacional, en tanto que la neoliberalización se convertía en el objetivo político y económico de los estados occidentales que marcará la lógica a seguir en el futuro. A través de desregulaciones, privatizaciones, descentralizaciones y programas de ajustes estructurales se va desmantelando el Estado del bienestar para abrir el paso a medidas y acciones volcadas a hacer del neoliberalismo una práctica global. El desarrollo del turismo de masas deviene una pieza clave de este proceso.
En comparación con otras actividades productivas, el sector turístico requiere menores inversiones, lo cual significa un riesgo controlado, en caso de perdida, y un mayor margen de ganancia, en caso de éxito. En 1991 se fundó el Consejo Mundial de Turismo y Viajes (WTTC), un organismo internacional que agrupa a los principales líderes del viaje y turismo[4] con el fin de promover e incentivar estas actividades, interactuando con gobiernos y otros agentes de la esfera pública y privada. Desde el sector financiero se fomenta la expansión del turismo mediante la inversión de capital en los lugares donde hay más ventajas e incentivos, no sólo en términos fiscales sino también como coste de mano de obra, infraestructuras, abastecimiento y gestión de recursos. Los excedentes de dinero encuentran así nuevas actividades y territorios para valorizarse y reproducirse. Nacen instituciones financieras y productos relacionados con el negocio del turismo que no sólo permiten controlar los flujos de capital, a fin de evitar su dispersión, sino también esquivar, por lo menos temporalmente, fases de devaluaciones y/o crisis. La funcionalización y homogenización del espacio, tanto construido como natural, son una de las consecuencias de esta lógica con todas sus repercusiones sociales y ambientales.
En este marco las instituciones públicas, a nivel escalar, configuran sus políticas e intervenciones para facilitar la concreción de las estrategias promovidas por los organismos internacionales. Como consecuencia de ello, las prioridades de las poblaciones locales quedan desatendidas, mientras que la competencia entre territorios, para ocupar un lugar destacado en el mapa geopolítico del turismo, abarca una dimensión global.
Tras la crisis del 2008, el turismo deviene en el discurso oficial la industria del milenio, la única que puede garantir la subsistencia económica en un escenario de recesión a escala mundial. Contracción salarial, precarización y externalización en ámbito laboral se convierten, junto la falta de políticas e inversiones en otros sectores, en los ingredientes indispensable para fomentar un salto de escala de la industria turística y, en los enclaves ya masificados, para avanzar hacia el monocultivo turístico. La economía digital deviene una pieza clave de este engranaje. Resultado del avance tecnológico de las últimas décadas, este dispositivo de acumulación del capitalismo contemporáneo es la expresión de una tendencia económica que se sustenta en la explotación, exclusión y competencia. Tras un uso instrumental y retórico del concepto de economía colaborativa, las plataformas digitales han ampliado la esfera de lo que puede generar ganancia
La mercantilización del hogar, del tiempo libre, de la experiencia y del espacio, en su vertiente física y simbólica, se incorporan entre los recursos que pueden ser sometidos a una práctica extractiva. Gracias a un significativo incremento del turismo urbano, las ciudades son el lugar donde estos procesos se condensan de forma más contundente. A diferentes latitudes la planificación estratégica hace del turismo uno de los ejes centrales de la identidad urbana, hasta llegar a reconfigurar las ciudades y los territorios según los criterios y las necesidades de la industria turística. La regeneración urbana se convierte en un dispositivo para atraer nuevos residentes – temporales o permanentes- con ingresos más elevados, mientras que la población original de menor poder adquisitivo acaba siendo expulsada de sus entornos de vida. Un proceso de creciente desplazamiento que en muchas ciudades, sobre todo del Sur Europa, se está alargando como una mancha de aceite desde el centro hacia barrios cada vez más periféricos. El nexo entre el sector financiero-inmobiliario y el turístico deviene más estrecho, y con ello la relación entre los procesos de gentrificación y la turistificación que muchas ciudades y territorios está experimentando. Invisibilizando las grandes contradicciones y los enormes impactos socioambientales que el turismo lleva implícito, se va conformando así la industria más extractiva de siglo.
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El orden del discurso
Planear, fomentar, incentivar, crecer, monitorear son algunas de las acciones necesarias para el desarrollo de la industria turística. Pero, para su promoción, difusión e incidencia es también imprescindible crear marcos conceptuales y generar discursos. Diferentes órganos e instituciones, – públicas, privadas o mixtas – desempeñan un rol decisivo en todos estos ámbitos. Se trata de actores de diversa índole y escala que actúan, desde lo global hasta lo local, a través de alianzas estratégicas con el fin de lograr sus objetivos con mayor incidencia. Su finalidad es crear un entramado turístico cada vez más articulado y capilar para generar, en el contexto internacional, siempre nuevas ofertas de productos que aseguren una demanda turística creciente. Leyes, reglamentos, programas y planes son, junto al marketing turístico y a una cierta política cultural y mediática, algunas de sus herramientas.
En las imágenes propagandísticas el turismo es un motor de desarrollo, prosperidad y empleo; una fuerza impulsora de otros sectores económicos gracias a su efecto multiplicador, capaz de atraer capital e inversores y que, directa o indirectamente, genera bienes y servicios y, con estos, beneficios; un conjunto de actividades de negocios basado en un modelo de crecimiento continuo, cuya calidad y salud se evalúa a través de indicadores que miden el aumento del volumen, el beneficio económico y la acumulación de capital. La narrativa turística se estructura como un dispositivo extraordinario para plasmar en el imaginario colectivo la idea de esta industria “sin chimeneas” como uno de los principales vectores de una economía “verde” a la que cada territorio debe aspirar. A esta lógica discursiva han contribuido, además, otros instrumentos y actores. Medios de comunicación, prensa especializada, guías de viajes y turismo, campañas publicitarias, políticas de grandes eventos, por un lado. Y, por el otro, una producción académica predominante que demasiadas veces ha actuado como amplificador del discurso hegemónico contribuyendo a construir un consenso acrítico que legitimase el turismo, ocultando sus impactos y contradicciones.
Frente a ello, las movilizaciones e iniciativas de carácter colectivo y la reflexión crítica – dentro y fuera del mundo académico- han quedado inicialmente al margen. A lo largo de muchos años ha faltado desde las ciencias sociales, sobre todo desde la ecología política, un análisis comprometido con el interés social que abordase la cuestión turística en su complejidad y amplitud. A partir de los años setenta, especialmente en el mundo anglosajón, se han llevado a cabo algunos estudios críticos sobre el turismo que han sentado la base teórica de la investigación más reciente. Sin embargo, es principalmente en los movimientos sociales y vecinales de los contextos más turistificados, donde han ido surgiendo voces disonantes con la retórica y opacidad del discurso oficial. La lucha contra la masificación turística se ha incorporado así en la geografía de los conflictos urbanos. Rompiendo un consenso impuesto, se han ido denunciando los impactos inherentes al turismo: la depredación y mercantilización de territorios y ciudades, la vulneración del derecho a la vivienda, la creciente segregación sociocultural y espacial, la explotación y precariedad laboral, la huella medioambiental. Se han evidenciado las desigualdades sociales, el incremento del coste de la vida, la ausencia de un retorno social de la actividad turística. Se ha puesto de manifiesto cómo el turismo es una industria extractiva gobernada por intereses globales en alianza con lobbies locales, basada en una relación asimétrica entre actores[5], cuya incidencia se extiende más allá del ámbito económico. A partir de esta asimetría de poderes, las necesidades de las comunidades locales, las identidades culturales, la vida reproductiva, los recursos naturales y los bienes comunes quedan subordinados a la lógica del capital. Un colonialismo económico basado en el binomio acumulación-despojo que incide fuertemente en los territorios, reconfigurándolos para que atiendan a las necesidades de la industria turística.
En los últimos años el ascenso de una visión crítica sobre el turismo se ha extendido a nuevos territorios y declinado en diferentes formas y lenguajes. Paralelamente a estudios, artículos, publicaciones, grupos de investigación, dentro y fuera de la academia, se han ido sumando otros instrumentos divulgativos que han hecho posible llegar a un público más amplio. Documentales, trabajos fotográficos y piezas teatrales han agrandado la caja de herramientas críticas, dando voz y cara a las franjas más vulneradas e invisibilizadas de los procesos de turistificación. Gracias a ello, se ha ido articulando otro relato, divergente respecto al promovido por la industria turística.
Adjetivaciones y neologismos han sido la respuesta de los lobbies frente al creciente disenso social y a las fisuras del discurso hegemónico. Turismo de calidad, sostenible, responsable son algunos de los adjetivos que, lejos de implicar un cambio de paradigma, sólo pretenden minimizar, cuando no invisibilizar, los aspectos más controvertidos que caracterizan el actual modelo turístico. Mientras que “turismofobia” refleja la necesidad de descalificar, o incluso criminalizar, las luchas sociales contra la saturación turística y en pro del derecho a la ciudad. Y cuando, finalmente, dada la imposibilidad de eludir la masificación turística y sus múltiples consecuencias, palabras como overturismo se han incorporado a las agendas políticas internacionales, descentralizar los flujos es la única respuesta que se va reiterando. Una estrategia que, lejos de solucionar problemas, de hecho persigue incorporar siempre nuevos territorios para abrir nuevas fronteras a la reproducción del capital; es decir, fomentar una perpetua expansión del turismo que hace cada vez más difícil la reproducción de la vida comunitaria.
Palabras como regular y limitar quedan todavía reducidas a pocos ejemplos. A menudo se trata de políticas de emergencia, tardías y parciales, introducidas en contextos ya saturados, que no implican los diferentes niveles de escala territorial, institucional y jurídica. Actuaciones que acaban funcionado como parches, sin una visión sistémica que permita abordar los problemas con mayor contundencia. En cambio, son necesarias intervenciones estructurales que con valentía apuesten por el decrecimiento turístico que, frente a la actual emergencia climática, cada vez más viene siendo reivindicado por los movimientos sociales
Impulsar un cambio de ruta es, hoy en día, una tarea ineludible y una responsabilidad colectiva. Para lograrlo es importante seguir generando espacios de acción y debate, que enfoquen la cuestión turística desde una perspectiva crítica, no solamente para cuestionar el discurso hegemónico, sino también para estimular el imaginario y trazar otros horizontes. Crear y potenciar redes entre lugares que experimentan diversas etapas del proceso turístico, es imprescindible para fomentar y sistematizar el intercambio de conocimientos y prácticas. Comprender peculiaridades de cada contexto y dinámicas globales permitirá extrapolar especificidades y factores comunes. Investigar errores y derrotas, tal vez, ayudará a no recorrer el mismo camino. Documentar y dar a conocer contribuirá a capitalizar experiencias para que, sobre todo en los contextos todavía no saturados, se actúe antes de la emergencia. Ensayar propuestas antiguas y nuevas, promovidas desde la acción e investigación crítica, servirá para ampliar el abanico de reflexión y definir formas de gobernanza democrática que pongan límites al poder de la industria turística e internalicen sus costes ambientales y sociales. En primera y última instancia, hacer todo lo necesario para desmercantilizar las diferentes formas de vida y garantizar los derechos fundamentales, la sustentabilidad y la justicia socioambiental.
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[1] En septiembre de 2019 el touroperador británico Thomas Cook ha quebrado.
[2] Al término viajero se atribuía un significado positivo, mientras la palabra turista se usaba de forma despectiva.
[3] Antecedentes de la OMT remontan al 1934, cuando se creó la Unión Internacional de Organizaciones Oficiales de Propaganda Turística (IUOTPO). Tras la Segunda Guerra Mundial, se decidió reemplazar esta organización y, en 1947, nació la Unión Internacional de Organizaciones Oficiales de Viajes (IUOTO). Al año siguiente, IUOTO obtuvo el estatus consultivo de la ONU y entre 1948 y 1957 se crearon las comisiones regionales. En 1970, una Asamblea General extraordinaria de la IUOTO adoptó los estatutos de la Organización Mundial del Turismo. En 2003 se aprobó la transformación de la organización en una agencia especializada de las Naciones Unidas.
[4] Según el propio WTTC, se trata del único organismo que representa el sector privado en todas partes de la industria turística y de viajes en todo el mundo. Sus miembros son los máximos responsables de las principales empresas turísticas: aerolíneas, cruceros, alquiler de vehículos, operadores turísticos, agencias de viaje, hoteles, sistemas de distribución global y empresas tecnológicas.
[5] El turismo fomenta un modelo de consumo que puede ejercer menos del 20% de la población mundial que, mayoritariamente, pertenece a los países occidentales.
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Nota sobre la autora
Arquitecta. Trabaja en arquitectura, urbanismo participativo y participación ciudadana. Es investigadora y docente de participación ciudadana, derecho a la vivienda y a la ciudad. Ha colaborado con movimientos sociales y vecinales en diferentes barrios de Barcelona (Barceloneta, Casc Antic, La Mina y Bon Pastor). Ha sido integrante del GRECS y del OACU (UB). Es miembro de la Taula Veïnal d’urbanisme de Barcelona (FAVB) y de la Plataforma Barcelona no está en venda. Es miembro del consejo redacción de Crítica Urbana
Para citar este artículo: Emanuela Bove. Turismo. Notas para un marco general. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.3 núm.10 Qué turismo. A Coruña: Crítica Urbana, Enero 2020. |