Por Juan Martínez de Velasco
CRÍTICA URBANA N.5
El distrito de Ciutat Vella, en donde se sitúa el centro histórico de Barcelona, lo componen tres barrios, el Gòtic, La Barceloneta y El Raval. Sin menoscabo de los primeros, el Raval es el más correoso y con una personalidad más particular. En él se situaba el histórico barrio chino, con sus resonancias a sexta flota USA, Jean Genet o las fotografías mironas de Joan Colom. Tradicionalmente junto al “chino” convivía un barrio casi portuario, habitado por trabajadores de pocos recursos, pequeños industriales y comercios, mucha CNT/ FAI, y un oscilante vecindario “marginal”. Sus peculiaridades a lo largo de los años le han ido convirtiendo en un referente indispensable en el imaginario de Barcelona.
Muy bien situado entre La Rambla, el puerto, el Eixample, las Rondas y el Paralelo, ha estado siempre en el punto de mira de cualquier operación de “desarrollo urbano” aunque meterle mano a un barrio tan complejo nunca resultó un asunto fácil. Desde el XIX puede documentarse los reiterados asaltos y escaramuzas a las que “el chino”, no sin daños ni bajas, ha resistido.
En los años 80 los nuevos ayuntamientos iniciaron operaciones urbanísticas de calado en toda España, un proceso que se aceleró con los fondos de cohesión de la CEE. Tras el éxito de los Juegos Olímpicos, el Partido Socialista (PSC) en el Ayuntamiento quiso aprovechar esta coyuntura para atreverse con El Raval y lo hicieron a lo grande, como no había otra forma de hacerlo: tenían los medios, el entusiasmo, influencia en los movimientos vecinales y un equipo técnico estelar que creía saber lo que se debía de hacer.
A lo largo de la década, bulldozer mediante, fue surgiendo el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) y los espacios adyacentes, la Rambla del Raval, la Filmoteca, la remodelación de la plaza de la Garduña, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), el Museo de Santa Mónica, la Universidad…, se abrieron pequeñas plazas para esponjar el tejido urbano y, en cada intervención que lo permitía se hicieron promociones de vivienda para la clase media con el objetivo de ayudar en la financiación. Todo este desembarco sin duda mejoró y saneó el espacio urbano del barrio, aunque haciéndole un roto de considerables proporciones al, ¡oh, casualidad!, licencioso barrio chino, ya en aquellos años muy venido a menos.
Con solo echar una ojeada a un plano con las intervenciones de aquellos años se puede ver la impresionante inversión que debió suponer esta operación que, finalmente, se quedó a medias: la crisis económica, que frenó las inversiones tanto públicas como privadas y los volúmenes imprevistos de llegada de inmigración y turismo distorsionaron la dinámica de “saneamiento” urbano que preveía el Plan.
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El desembarco de los otros
Tras los enfervorizantes Juegos Olímpicos una creciente ola turística, que acabaría siendo un tsunami, empezó a llegar a Barcelona para dicha y regocijo de casi todo el mundo. El Raval tiene solo 1,1 Km2 y una población de 47 000 habitantes. Es posiblemente el barrio más densamente poblado de España. En los primeros años de este siglo y en paralelo a la llegada del turismo, se acelera la de los inmigrantes procedentes de los cuatro puntos del globo. En 1998 estos eran el 10% de la población y hoy son el 46% y en él se hablan más de ciento veinte idiomas.
Como era de esperar, los provenientes de países más pobres se instalaron en las zonas más deterioradas, creando, en el caso de las etnias más numerosas, comunidades uniformes pero no cerradas. Aquellos provenientes de países como Argentina, Italia o Francia, con mayor capacidad de integración, se instalaron de forma dispersa.
A pesar de su pequeña superficie, El Raval es un barrio heterogéneo con marcadas diferencias en la calidad de la construcción, el diseño urbano y la composición social. Entrar a matizar por zonas nos llevaría mucho más lejos de lo que esta crónica pretende, pero espero que el texto dé las pistas necesarias para entenderlo.
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El turismo y la vivienda
El impacto de la llegada del turismo masivo en la vivienda, el espacio público y la economía del barrio es un tema inacabable que trataremos de resumir: en los años 80 se van construyendo algunos hoteles de nueva planta y reconvirtiendo pensiones y hostales para cubrir la creciente demanda turística. En los 90, la demanda de licencias de hoteles ya es una avalancha y tal llega a ser la presión que, en el 2014, el Ayuntamiento de Convergència i Unió (CiU), tan “3% Bussines Friendly”, se vio obligado a paralizar las licencias de hoteles y apartamentos turísticos en toda Ciutat Vella (hay quien dice que en la práctica solo supuso un aumento del coste de las mismas). Muchos propietarios privados hicieron el mismo recorrido: no renovaron los contratos a sus inquilinos y pusieron sus pisos en el mercado de los apartamentos turísticos. Este cambio de uso sobrevenido provocaría una ola de expulsiones de vecinos, los cuales, ante la reducción de la oferta de alquiler residencial que disparó la subida de los alquileres, impidieron a la mayoría de ellos encontrar otra vivienda en el mismo entorno. En su momento se habló de diez mil pisos turísticos ilegales en el mercado. Sin duda hay otros factores que incidieron en el incremento de los alquileres, pero este es uno de los importantes.
El comercio tuvo un proceso similar: se orientó hacia el turismo y fue abandonando al decreciente vecindario tradicional. El nuevo comercio fue desplazando / arrasando el comercio tradicional y de cercanía que no podía competir con la economía del turismo ni con su rentabilidad ni con los alquiles que ellos pagaban. Hasta el momento, los que han ido subsistiendo lo han hecho amparados por antiguos traspasos, locales de renta antigua que se extinguieron en 2014 o propietarios de sus locales que no quieren o pueden abandonar su negocio. A este comercio tradicional también le han surgido otras competencias como los pequeños bazares de “los chinos” o las tiendas de alimentación gestionadas por inmigrantes que trabajan con unos márgenes mínimos. Da lástima observar que hasta el mercado de La Boquería, un clásico que servía a toda la ciudad, con un producto barato y de calidad, se ha convertido en un incómodo producto turístico cada vez menos atractivo. Sin duda el comercio de proximidad está en peligro de extinción en muchas partes y por muchos motivos, pero en este caso los peligros se agudizan.
Inevitablemente, también el espacio público ha sido colonizado por el turismo: hay meses en que en determinadas zonas céntricas no se puede caminar por la densidad de turistas, las terrazas de los bares se han comido plazas y aceras, la suciedad, la polución y, sobre todo el ruido, está afectando la salud y el sueño de los vecinos desde hace lustros ante la incapacidad del Ayuntamiento y la Policía Municipal de controlar las vociferantes farras nocturnas. Como los tiempos cambian que es una barbaridad, en los últimos años los nuevos sistemas de movilidad para grupos de turistas como los seegways, patinetes de toda laya o bicicletas de alquiler ocupan aceras y plazas amenazando la integridad de cualquier viandante que, en todo su derecho, ande en la inopia. Para rematar, la contaminación de un turista (cruceros, aviones etc.) es casi diez veces superior a la de un residente. Un dato que nos permite hacernos una idea de la magnitud del impacto turístico son los más de 12 millones de turistas que pernoctaron en Barcelona en 2017, pero que ascienden a 32, según datos del Ayuntamiento, si contabilizamos los que vienen de visita desde fuera. La inmensa mayoría de los cuales pasaron por El Raval.
Todos estos cambios han modificado el perfil del usuario de Ciutat Vella. El primero por su peso económico y visibilidad es de turista, seguido de cerca por el transeúnte: personas residentes que, simplificando, podemos dividir en tres grupos: los emigrantes (que también pueden pertenecer a los otros grupos), clases medias profesionales o estudiantes y, en menor medida, ejecutivos de grandes empresas. Ninguno de estos perfiles tiene el mismo patrón de consumo y uso de la ciudad que los vecinos tradicionales y un gran porcentaje de ellos permanecerán solo unos pocos años viviendo en el barrio.
Es revelador que en un reciente estudio sobre los ingresos de los habitantes de los barrios de Barcelona antes y “después” de la crisis, los barrios llamados ricos habían mejorado levemente sus ingresos, en los barrios medios y pobres habían caído significativamente, pero en El Raval habían mejorado un 17%. Sin duda alguna, una población con un perfil socio económico diferente se está instalando en el barrio.
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Y además llegó la crisis
El desarrollo de este proceso se aceleró por la creación de la burbuja del ladrillo y su correspondiente pinchazo de 2008 el cual, además de generar todo tipo de turbulencias en el mercado inmobiliario dejó, como en toda España, a infinidad de vecinos sin posibilidades de pagar el alquiler o sus hipotecas. El resultado se puede contabilizar en los doscientos mil desahucios que se ejecutaron en España en estos años y que para Ciutat Vella, con sus bajos recursos y la presión del mercado inmobiliario, resultó una masacre. Todavía el año pasado, diez años después del pinchazo de la crisis, con el Ayuntamiento y todas las organizaciones vecinales movilizadas para pararlos, se ejecutaron 400 desahucios.
Casi se puede certificar que en estos años el Gòtic ha sucumbido a la presión turística e inmobiliaria, siendo la zona de mayor interés histórico (y turístico), se han ido vaciando y rehabilitando un edificio tras otro. Zonas adyacentes como El Borne y Santa María del Mar que tenían un gran encanto como enclave histórico se han convertido en un centro comercial clonado. Se calcula que en este barrio ya hay una plaza turística por cada residencial. Como bien decía el presidente de una asociación de vecinos del Gòtic “los vecinos de siempre hemos quedado reducidos al papel de figurantes”.
La crisis del 2008 convirtió al turismo en el gran flotador económico de la ciudad al que se terminó otorgando patente de corso, normalizándose las conductas patológicas que ya hemos mencionado y que ahora se defienden como derechos adquiridos. La explosión de los apartamentos turísticos ilegales ocurrió también en estos años. Pero lo peor fue el surgimiento de un proceso de especulación inmobiliaria generalizado que provenía de diferentes orígenes, pero se cruzaban en Ciutat Vella. No nos habíamos recuperado de la última burbuja del ladrillo y ya, en 2015, se estaba creando la siguiente.
Cuando la rentabilidad de la de bolsa cayó durante la crisis, el inmobiliario se convirtió en un sector refugio en el que solo con comprar, sin necesidad de invertir en mejoras, se revaluaba la inversión. Una nueva fiebre de compra de edificios se volcó sobre Ciutat Vella y estos grandes propietarios y SOCIMIS, los famosos fondos buitres, eran lo suficientemente fuertes como para incidir en la evolución de los precios. El Raval ha tenido y tiene a menudo, el triste privilegio de haber batido el récord de la Ciudad, ya de por si alto, en la subida de los precios del suelo y el alquiler. Fondos israelitas, franceses, estadounidenses o españoles convergieron en Ciutat Vella con estrategias más o menos agresivas. El procedimiento más frecuente era comprar edificios, vaciarlos de vecinos en el menor tiempo posible y revenderlos para que otra empresa rehabilite o construya y a su vez lo alquile o revenda. Lo habitual es que las que hacen el trabajo de detección de edificios y vaciado sean las empresas locales y los que compran a través de agentes, fondos extranjeros que no deben saber ni donde está El Raval. Como en todo, hay infinidad de estrategias y modalidades largamente elaboradas para rentabilizar lo mejor posible las inversiones. Diez fondos poseen 270 edificios y 3 000 pisos en Barcelona.
La otra tipología, fruto directo de la crisis, es la del edificio al que por el impago de los alquileres o las hipotecas los pisos han revertido en los Bancos, FROB, etc. Los Bancos ni siquiera se registran como nuevos propietarios, ergo no pagan los gastos de comunidad ni asumen responsabilidades en su mantenimiento. Los vecinos que quedan tienen que hacerse cargo de todo. Al poco tiempo se presentan los ocupas o los “narcopisos” que con un olfato sobrenatural conocen donde están estos pisos sin dueño. Son individuos que se enganchan a los servicios comunes pero no los pagan, no suelen ser ni amables ni cuidadosos y habitualmente convierten la vida de los vecinos en una pesadilla. Estos hacen decenas de denuncias inútiles porque tiene que ser el propietario el que las haga y éste está missing o se hace el remolón. Al cabo de un tiempo el vecino que puede se marcha, a menudo vendiéndole su piso al mismo Banco por una filfa, ¿Quién otro va a comprar en semejante edificio? Y el que no, aguanta como puede. Estos suelen ser personas mayores o con pocos recursos, atrapados y sin salida. El estado del edificio va cayendo en picado ante la impotencia de los vecinos. Parece una novela negra, pero muchos enferman y se mueren. Cuando el edificio está prácticamente vacío el Banco, por ejemplo el BBVA, reaparece y denuncia: a las dos semanas los ocupas y los narcos se han ido al siguiente sitio y el Banco consigue un edificio vacío listo para rehabilitar, y termina por hacer un buen negocio.
Naturalmente todo es más complejo. Al menos hay cuatro tipos de “ocupas” en éste ámbito: el “okupa” antisistema que se hace con un edificio vacío de propiedad pública o de un gran propietario y lo convierte en viviendas y/o en un centro comunitario; está también la familia que ha sido desahuciada o no tiene casa y , los vecinos de un edificio que está vaciando un Banco o una SOCIMI, los introducen en uno de sus pisos vacío para compartir gastos y mantenerlo vivo. Con un perfil casi opuesto están los que, cuando vuelves de comprar el pan, te encuentras a unos individuos en tu casa que te piden 3 000 euros por irse o sencillamente se quedan cuatro meses hasta que el juez los desaloja (paradojas de una ley que nadie entiende), y los ya mencionados que se meten en las casas e inducidos o no, tienen un comportamiento abusivo e incívico y colaboran en la expulsión de los vecinos. Los dos primeros tienen una motivación ideológica o de resistencia y poco tienen que ver con los dos últimos.
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Legitimidad y legalidad
En este punto del relato supongo que ya se puede entender cómo, según van introduciéndose en el barrio los intereses terapéuticos y renovadores del libre mercado monopolista, el disparatado incremento de alquileres del honesto propietario de pisos, el saneado bolsillo del turista que quiere vivir cuatro días en los lugares donde retozaban cocidos en absenta Genet o Pieyre de Mandiargues y, no nos olvidemos, la iniciativa privada del sector hotelero y hostelero solo atento a los saneados puestos de trabajo que crea… Se debería ver en 3D cómo van saltando por los aires, despedidos, los pedazos de vida, esquirlas de personas, historias de andar por casa, viejos negocios familiares, dramas, vejeces angustiadas y los cascotes de mi casa “de toda la vida”… Si no es así es que me estoy explicando mal.
Toda esta simplificada descripción de lo que ha y está pasando en El Raval y en tantos otros sitios, no es ilegal “estricto sensu”: la paralización por parte de CiU del Plan de Usos que había preparado el PSC, las leyes del Partido Popular (PP) con respecto a la exención de impuestos de las SOCIMIS, la liberalización del incremento de los alquileres en las prórrogas de contrato o el inconcebible recorte de los contratos de alquiler de cinco a tres años, como si un cambio de casa fuera como cambiar de lavadora, han permitido que, en gran medida, este ataque en toda regla al derecho a la vivienda y a la vida normal de un barrio se haya conducido dentro de una relativa legalidad.
Ilegalidades se han hecho infinidad también: acoso inmobiliario, prorrogas de alquiler y todo tipo de contratos temporales de dudosa legalidad, timos y presiones a emigrantes y ancianos indefensos, pero, en la mayoría de los casos se han hecho para rematar faenas y eliminar resistencias puntuales a una marea especulativa que el poder político, modificada la legislación unos años antes, había amparado.
Todo este asedio puede haber sido en cierta medida legal, pero sin duda no ha sido legítimo.
Cuando nos acercábamos al momento álgido de esta historia, alrededor de 2015, Ciutat Vella empezó a reaccionar y un gran número de organizaciones de resistencia vecinal se crearon o reactivaron: Gòtic y Raval Rebel, Resistim, Sindicat de Llogaters, Salven les Drassanes, Acció Raval y Acció Reina Amalia o la PAH. Barcelona en Comú acababa de ganar las elecciones municipales y la nueva Regidora de El Raval provenía de estos movimientos de activistas. Una etapa diferente parecía que estaba llegando.
Para citar este artículo: Juan Martínez De Velasco. Una crónica del Raval rebel (I). Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.2 núm.5 Lo legal y lo legítimo. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2019. |