Por Plácido Lizancos |
CRÍTICA URBANA N. 31 |
Un 20 de septiembre de 1973 se daba noticia de la creación de una escuela de arquitectura en A Coruña. Era la séptima de España y se situaba en Galicia, un área territorial que en aquel momento estaba a la cola de España –lo que es lo mismo que decir a la cola de Europa– en nivel de desarrollo.
En torno a la década de los setenta del siglo pasado se crearon cuatro escuelas. Dos de ellas -Las Palmas y Donostia- en puntos ubicados en la periferia del estado español. Esta decisión parece querer acompañar el esperado desarrollo y modernización. Las otras dos escuelas que aparecen en aquel momento –Valladolid y Sant Cugat del Vallés- tienen la vocación de descongestionar las escuelas históricas de Madrid y Barcelona, respectivamente.
Llegado el momento de hacer el balance de lo que aportamos al bienestar de esta tierra, debemos referir en primer lugar que hoy Galicia disfruta de un inmejorable acceso a la arquitectura. De nuestras aulas salieron unos cinco mil profesionales. Y esta cifra magnifica la pobreza de la situación existente en 1973. En aquella fecha en Galicia estaban radicados 120 profesionales, casi todos en las ciudades y, dicho sea de paso, casi todos varones. Hoy esa situación es otra, pues una bien formada legión de arquitectas y arquitectos ejercen la arquitectura en Galicia, ya sea en la Administración, en la enseñanza, en las empresas, en centros de investigación y en despachos diseminados por todo el territorio.
Desde esas posiciones, los profesionales de la arquitectura trabajan a favor del desarrollo del país y de la mejora de la vida de las personas dándole forma a espacios funcionales, saludables y hermosos, verificando nuestra vocación que es acompañar y transformar la sociedad y el hábitat. Y esto se muestra, para quien lo quiera ver, en resultados reconocidos por importantes premios y distinciones.
Volviendo la vista atrás, se puede leer la contribución de la gente de la escuela, de una manera u otra, en relevantes hechos sucedidos en este medio siglo, como la construcción de los espacios físicos y aparatos organizativos de la Galicia autonómica y la consolidación y desarrollo del Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia.
Todo esto en medio de enormes turbulencias, derivadas del desmantelamiento de un viejo país agrario y su acomodo en un mundo globalizado y digital, o de transformaciones sociales tan relevantes como la masiva urbanización de la población, su envejecimiento o el vaciamiento de una parte del territorio, sin olvidar la revulsión que produjo la crisis de 2008 y posteriormente la pandemia de COVID-19. Los efectos espaciales de estos sucesos no nos dejaron indiferentes.
Los retos del futuro de la Escuela de Arquitectura de Galicia
No son pocos los retos que hoy debe encarar este colectivo. El primero es por supuesto acometer su renovación, luchando contra el envejecimiento de sus cuadros y resolver los efectos que esto ha provocado.
Al tiempo la escuela debe integrar los desafíos ecológicos, tecnológicos y sociales actuales. Bien es cierto que se trata de metas globales, pero también lo es que en Galicia tienen especificidades que los hacen altamente demandantes para nuestras capacidades de resolución. Me refiero al envejecimiento de la población, que aquí ha alcanzado una dimensión que constituye un récord mundial. Sus efectos espaciales se pueden ver ya en amplísimas áreas del territorio, ayer poblado y cultivado y hoy abandonado.
Esto se combina con la paulatina orientación de nuestro territorio hacia un espacio destinado a la extracción por parte de actores económicos globales.
Aquí han puesto su mirada quienes quieren explotar la energía que genera nuestro viento o la biomasa de estos montes, dedicada casi monográficamente a la pulpa de celulosa. También a la explotación de la vida acuícola de nuestra franja marítimo-terrestre a través de macroproyectos piscícolas o, tierra adentro, en la obtención de recursos mineros vaciando las montañas de la pizarra y el granito que está bajo nuestros pies, dejando tras de esta acción el paisaje herido y adornado de gigantescas escombreras.
Al conjunto de bienes genuinamente nuestros que son objeto de la codicia ajena debemos sumar nuestro patrimonio histórico. Ya sean las ciudades históricas, el paisaje o el camino de Santiago, convertidos todos en ellos en recursos turísticos susceptibles de explotación económica, desplazando para este fin los intereses legítimos de quienes vivimos en esta casa.
En su conjunto, estas prácticas extractivas sobre un territorio frágil y envejecido precisan una gestión espacial apropiada en la que la sociedad –a la que le pertenecen estos recursos- tenga una capacidad de decisión preferente. La Escuela de Arquitectura de Galicia, debe alinearse con los intereses de esa sociedad, pues forma parte de ella. La resolución de los retos globales como la atención a la crisis climática o el diseño de las relaciones humanas con las herramientas digitales no nos puede tampoco resultar indiferente.
Es imprescindible capacitarse y actuar para evitar ir por detrás de los hechos. Debemos reconocer cuál es el papel desde la arquitectura en lo uno y lo otro. La afectación climática no es solo un asunto tecnológico, como se está queriendo hacer ver desde las plataformas de opinión neoliberales. Es más que probable que la respuesta tecnológica solo conduzca a la perpetuación de las causas del conflicto climático. Debe hacerse todo lo posible por identificar sus causas y aportar soluciones, que muy probablemente impliquen la construcción de nuevos modelos, lo que hará necesario la revisión del sistema capitalista en su conjunto.
En otro orden de cosas la actitud ante la llegada de instrumentales digitales tan avanzados como la Inteligencia Artificial no puede ser la de simples usuarios. Eso nos sucedió en anteriores episodios de la digitalización del mundo. Y sus efectos no fueron buenos pues nos vimos lidiando ante la realidad con herramientas que no nos eran propias, con interfaces no amigables, sometidos a lógicas ajenas a nuestras formas de pensar y actuar.
Arquitectas y arquitectos, desde las escuelas de arquitectura debemos trabajar desde el minuto cero –y ya estamos llegando tarde- para participar en el diseño de esas herramientas, de forma que tengan rostro humano y estén claramente orientadas hacia la construcción de un mundo habitable, inclusivo, social y amigable con la vida.
Nota sobre el autor
Plácido Lizancos (Caracas, 1962) é arquitecto e docente na Escola de Arquitectura da Coruña, da que foi director de 2019 a 2023. Ten desenvolto proxectos de cooperación universitaria ao desenvolvemento en Mozambique.
Para citar este artículo:
Plácido Lizancos. Cincuenta años de escuela de arquitectura en Galicia. Retos de futuro. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 7, núm. 31, Galicia. Conflictos socioambientales. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2024.