Por Iván Martínez Zazueta |
CRÍTICA URBANA N. 34 |
El 9 de noviembre se conmemora el Día de Acción por un Mundo sin Muros, retomando la fecha que dio inicio en 1989 a la caída del Muro de Berlín. Este día se ha tomado como un llamado global a movilizarse en contra de los muros del mundo y contra las políticas de exclusión, opresión y explotación que representan.
Desde la caída del muro de Berlín, en lugar de disminuir, los muros del mundo se han multiplicado y extendido. De acuerdo con el informe “Mundo amurallado, hacia el Apartheid Global[1], de seis muros que existían en 1989, en la actualidad existen más de 60 a lo largo de fronteras o territorios ocupados en todo el mundo. Desde ese año ha habido un constante incremento en la construcción de muros fronterizos, dando como resultado que hoy en día 6 de cada 10 personas viven en un país que ha construido muros en sus fronteras.
Este hecho contradice la promesa de que la globalización eliminaría las fronteras y aumentaría la libertad en el mundo. Ocurrió todo lo contrario. Cada vez existe más desigualdad y opresión y los muros se han convertido en barreras para contener la miseria y violencia que se incrementa en los territorios subyugados. Pero no sólo sirven como mecanismo de contención, sino también de expansión u ofensiva, al permitir las políticas de ocupación, anexión y saqueo de los territorios oprimidos. De esta manera, los muros se han constituido en instrumentos de producción de espacios desiguales y como mecanismos de acumulación por despojo a escala global.
Según el informe citado, los principales motivos que los Estados usan para justificar la edificación de muros son la contención de la migración (32%), el terrorismo (18%), el contrabando de bienes y personas (16%) y el narcotráfico (10%). También incluyen la disputa de territorios (11%) y la obstrucción de fuerzas militares extranjeras (5%).
En este artículo abordamos una comparativa de dos casos emblemáticos de muros en la actualidad: los de las fronteras México-Estados Unidos y Palestina-Israel. El primero divide físicamente no sólo a ambos países, sino a dos regiones: la de los países desarrollados del norte del continente y la de los países dependientes ubicados al sur de dicha división. El segundo muro fue construido por el país más amurallado del mundo en la actualidad y encierra a uno de los territorios donde actualmente se está cometiendo un brutal genocidio: el de la Franja de Gaza.
Una primera similitud es que ambas fronteras provienen de despojos históricos, de anexiones efectuadas mediante el poder de las armas y en territorios antes colonizados u ocupados por potencias europeas.
La ocupación israelí sobre el territorio palestino -la nakba– comenzó al finalizar la Guerra árabe-israelí en 1948, con el establecimiento de la Línea Verde, y continuó con la Guerra de los Seis Días en 1967, tras la cual Israel ocupó la Franja de Gaza, Cisjordania, la península de Sinaí y los Altos de Golán.
En el caso mexicano se remonta a un siglo antes, con la invasión estadounidense en México en 1847 y la posterior firma del Tratado Guadalupe-Hidalgo en 1848, con el cual se despojó a México de más de la mitad de su territorio. Posteriormente vino, como consecuencia indirecta de la guerra, la compra de La Mesilla, lo que terminó por definir la actual línea divisoria.
Dichas anexiones fueron promovidas bajo dos ideologías supremacistas: el Destino Manifiesto y el Sionismo. Ambas se basan en la idea de un pueblo “elegido” por Dios que debe asentarse y expandirse sobre territorios “prometidos”.
Ahora bien, no es justo describir a estos conflictos como guerras en el sentido clásico del término, pues no fueron enfrentamientos entre iguales. En el mejor de los casos se les puede clasificar como guerras asimétricas, pero más convenientemente, como guerras de despojo impulsadas por potencias emergentes. Desde entonces esas fronteras han permitido sostener e intensificar la desigualdad económica y política de los territorios que dividen.
Precisamente otra similitud entre ambos casos son los muros que se han construido sobre esas líneas divisorias.
El muro israelí en la Franja de Gaza comenzó a construirse en 1994 tras la Primera Intifada, a la par de los Acuerdos de Oslo, restringiendo la entrada y salida de palestinos de dicho territorio. Fue reforzado en 2005 cuando Israel completó el “Plan de Desconexión” de Gaza. En 2002, después de la Segunda Intifada, Israel inició la construcción del “Muro de Separación” en Cisjordania. Está conformado por vallas y alambradas en el 90% de su trazo y hormigón prefabricado en el 10% restante. El proyecto final tendrá una longitud de 720 kilómetros, con alturas entre 7 y 9 metros.
El actual muro entre México y Estados Unidos comenzó a construirse en 1994, en el contexto de la entrada en vigor del TLCAN y fue un mecanismo de precaución para contener los flujos migratorios y desplazamientos de la población empobrecida que provocaría dicho tratado. Fue ampliado en 2006 por el gobierno de George Bush, a la par de que en México se inauguraba la “guerra contra las drogas”, lo que desató una violencia sin precedentes y un incremento abrupto de desplazamientos forzados.
Si bien tanto gobiernos republicanos como demócratas han aportado un segmento de muro, fue Donald Trump quien convirtió esta práctica cotidiana en un grotesco espectáculo. Durante su mandato se construyeron alrededor de 480 kilómetros de muro, aunque en su mayoría fueron reparaciones o sustituciones de tramos existentes.
Quizá lo más relevante de estos cambios fue el incremento de la altura del muro en diversos segmentos, pasando de 5 a 9 metros. El único muro con altura similar en el mundo es, precisamente, el muro israelí en territorios palestinos. De hecho, cuando Trump estaba en campaña en 2016 citó a este muro como modelo para su muro fronterizo con México (y luego contrató a empresas israelíes para construir prototipos del mismo).
En la actualidad, ambos muros producen peculiares paisajes de guerra, en los que se integran vallas, alambradas, zanjas, patrullas fronterizas, sensores, drones y cámaras de vigilancia. En algunos casos tienen dobles y hasta triples barreras, además de que cada vez se incrementa más la presencia de fuerzas militares como una barrera adicional. Son, además, paisajes bastante homogéneos para ambos casos, pues si se observa una imagen del muro en la Franja de Gaza, casi no se nota la diferencia con el muro que divide a Tijuana con San Diego.
Quizá el muro de Israel sea el más agravante, pues sirve en gran medida para encerrar las zonas palestinas tal como si fueran enormes cárceles al aire libre. Sin embargo, el muro estadounidense no lo es menos, pues crea otro tipo de cárcel: la del neoliberalismo de países dependientes, impulsado centralmente por su política exterior, que expulsa a millones en éxodos hacia el norte. Se podría decir que el primero es un muro para el sometimiento y aniquilamiento rápido y expedito, mientras que el segundo es para una dominación más lenta y de larga duración. Son muros para quienes Franz Fanon llamó “los condenados de la tierra”.
Ahora bien, estos muros conforman una segunda naturaleza en dichas zonas fronterizas, la cual fragmenta o perturba en mayor o menor grado no sólo el ambiente ecológico compartido, sino el espacio cotidiano de las personas que viven en sus márgenes. Una de las dinámicas más emblemáticas al respecto son los flujos de trabajadores transmigrantes que atraviesan de manera diaria esas fronteras, teniendo que pasar por checkpoints, donde reciben tratos denigrantes. Otra es la de miles de personas que mueren al tratar de cruzarlos, ya sea ahogadas en el río, deshidratadas en el desierto o asesinadas por cuerpos policiaco-militares o grupos paramilitares.
Otro aspecto similar en ambos casos son los capitales que están detrás de la edificación de estas barreras. Un ejemplo es Elbit Systems, empresa israelí que ha recibido contratos de Estados Unidos para reforzar el muro con México; o la mexicana Cemex, que desde 2005 está involucrada en la construcción del muro en Cisjordania. Estas empresas son emblemáticas del Complejo Industrial Fronterizo, que articula un nexo entre políticas de securitización y el capital industrial y financiero.
Una semejanza adicional es que ambos muros se comenzaron a construir en 1994. Aunque regionalmente se encontraban en momentos políticos distintos, a nivel global se vivía el fin de la Guerra Fría y el surgimiento de un “mundo unipolar” con Estados Unidos como hegemón global. La caída del Muro de Berlín, asociada al derrumbe de los países del bloque socialista, dio pie al discurso del “fin de la historia”, que auguraba el inicio de la era de la globalización neoliberal. Irónicamente, mientras se proclamaba el discurso de eliminación de las fronteras, se comenzaba a amurallarlas.
Y aquí es donde queremos resaltar la última similitud, la cual es algo obvia, pero necesaria de enunciar, y es el hecho de que Estados Unidos es el principal soporte político y patrocinador económico de Israel y de su política genocida. De ahí que la apuesta por derribar estos muros implique derribar al imperialismo estadounidense y sus políticas neoliberales y genocidas. Y esto pasa, necesariamente, por derribar el pensamiento hegemónico que les sustenta. Un primer paso es desnaturalizar estas fronteras y muros, es decir, concebirlos como hechos históricos-concretos y, por tanto, cambiantes o transformables.
Asimismo, dado que una característica central de los muros es la división de comunidades, la lucha en contra de estas barreras y contra las políticas que les subyacen debe ser transfronteriza, es decir, debe hermanar a la población afectada y a las resistencias en ambos lados de los muros. Y, por supuesto, unir a todos los pueblos del mundo que son oprimidos por los muros. Es por ello que la solidaridad internacional es imperativa y por eso concluyo este artículo haciendo un llamado a detener el genocidio contra el pueblo palestino, a un cese al fuego inmediato y a acabar con la ocupación israelí. ¡Abajo los muros del mundo!
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Nota
[1] Ruíz Benedicto, Ainhoa; Akkerman, Mark; Brunet, Pere. Mundo amurallado. Hacia el apartheid global. Barcelona: Centre Delàs d’Estudis per la Pau, Transnational Institute, Stop Wapenhandel y Stop the Wall Campaign, 2020.
Nota sobre el autor
Iván A. Martínez Zazueta. Doctorante del Posgrado en Geografía en el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Forma parte del movimiento en defensa del agua y el territorio en Baja California. Líneas de investigación: Geografía crítica, ecología política, cartografía y SIG crítico.
Para citar este artículo:
Iván Martínez Zazueta. De México a Palestina. Un llamado a derribar los muros del mundo. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 7, núm. 34, Más allá del pensamiento hegemónico. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2024.