Por Aníbal Venegas.
CRÍTICA URBANA NÚM. 1.
Dicen los eruditos que en épocas de ‘crisis’ valórica siempre es bueno y conveniente mirar hacia el pasado buscando iluminación, concretamente a los griegos cuya filosofía sustenta el canon del pensamiento occidental.
Esto tenía en mente Gregory Vlastos cuando se embarcó en la empresa de desempolvar a Sócrates, redescubriéndolo al tiempo que lo estudiaba a la luz de la tradición analítica, a ver qué era eso de “una vida no examinada no merece ser vivida”, pero desprovisto de toda oscuridad continental y esa merienda de negros de la deconstrucción francesa que –por desgracia– nuevamente está en boga. Si bien en filosofía existen tres ejes fundamentales – el ser, el valer y el conocer–, en esta oportunidad nos quedamos con la pregunta que interroga por el sentido del valer, es decir, la Ética. Platón escribió sus grandes obras con el verdadero o el fabulado Sócrates discutiendo en el centro del Ágora, ese mercadillo ateniense donde se reunían paseantes y mercachifles, esclavos, jóvenes imberbes ávidos de sabiduría y miembros de la Academia, para discutir los asuntos que aquejaban a la Polis, es decir, la Ciudad.
¿Qué aportaciones surgen del estudio de Platón y Sócrates y su concepción de lo bueno y lo malo en el sentido moral del Siglo XXI y nuestras ciudades? ¿En qué medida la Ética Antigua puede abordar cuestiones modernas, si fue pensada para el hombre –y a veces la mujer– de hace más de dos milenios, con todo el sesgo filológico de por medio?[1]
A grandes rasgos se puede decir que la Ética, tal como la entendemos en su contexto contemporáneo y fuera del ámbito académico, es de naturaleza Contractual y se enmarca en los conceptos de Deber y por lo tanto de Derecho[2]. Asimismo, está focalizada en la Sociedad que por definición es injusta: ergo requiere del imperio de la Ley sobre los ciudadanos que la componen. A fin de evitar el dominio de la Tiranía, los poderes del Estado actúan –teóricamente– de forma independiente y se dividen en legislativo, ejecutivo y judicial, siendo este último el más importante de los tres ya que otorga sustento a los anteriores. La Ética moderna se refiere a ciudadanos y ciudadanas, a mujeres y a hombres, a dignatarios y ministros. En este sentido, va transformándose en el devenir del sujeto histórico, incorpora normas y etiquetas morales, penas, juicios y métodos de castigo, es colectiva y típicamente busca el bien para la mayoría (utilitarismo) y en el caso de las democracias “sanas” o “saludables”[3], trata de borrar las “desigualdades inmerecidas” a fin de que todos los ciudadanos tengan igualdad de derechos y oportunidades[4].
Contraria a la Ética Moderna que se ajusta a lo social, a la justicia y la moral vinculadas al colectivo con algún énfasis en minorías cualitativas o cuantitativas pero que al fin y al cabo forman subgrupos (afrodescendientes, mujeres, homosexuales, lesbianas, pueblos originarios, etc.), la Ética Antigua está absolutamente centrada en el Agente. Por lo tanto, ¿se trata de una ética del egoísmo? Sin la tradición moral judeo-cristiana que sostiene a la Ética Moderna, la Ética Antigua plantea que el alma “tripartita” (alma racional, alma espiritual y alma apetitiva) se encuentra en perfecto equilibrio cuando la razón se transforma en el jefe del comando. Dicho equilibrio permitirá que el Agente se convierta en un sujeto justo que tendrá como premio la eudaimonía o felicidad y florecimiento humano. Para Sócrates y para Platón y en verdad para toda la tradición clásica hasta la caída del imperio romano incluyendo a los estoicos, a Diógenes el Cínico y Filón de Alejandría, la cuestión social no tiene validez más allá de la norma en el contexto de la Democracia, porque la verdadera y auténtica Justicia emana de la condición interna del individuo.
De acuerdo con Platón (Menón, Fedro, República, etc.), el agente se comportará, gracias al imperio de la razón, en un sujeto justo lo que se verá reflejado inmediatamente en sus acciones. No es necesario entonces crear una institucionalidad que vele por la integridad de la Ética si el sujeto tiene el alma “afinada”, como explicaba Sócrates en el Fedón, comparando el alma con las cuerdas de una lira. El sujeto justo realizará acciones justas porque su alma está equilibrada y gracias a esto alcanzará la plenitud y la felicidad.
Sin embargo, volvamos a nuestra pregunta inicial ¿Qué aporta la Ética Antigua a nuestras ciudades modernas? Dados los avances de la psiquiatría y la psicología, difícilmente podemos confiar en un orden social a cargo de un sujeto cuya alma esté simplemente “en harmonía” gracias al comando de la razón por encima de las inquietudes artísticas o los apetitos sexuales, que pueden ir del apareo hasta el Sadomasoquismo. Tampoco podemos pensar en destruir las instituciones normalizadoras que velan por la Ética y la Justicia ya que los dos mundos, el antiguo y el moderno, son lisa y llanamente incompatibles. Y en cualquier caso ¿Cómo se lograría la anhelada harmonía del alma y para qué fines? Si bien Platón y Sócrates se correspondían con su tiempo, hay varios elementos que destacar y revivir si analizamos nuestras ciudades modernas y la Ética por la que debiera conducirse el Agente que vive en ellas. Y por supuesto tienen que ver con la condición interna.
Un sujeto que vele por el “orden interno” o cualquiera sea la denominación que quiera usar para definirse a sí mismo, será, socráticamente hablando, un sujeto crítico y reflexivo con él y con su entorno. Nuestras ciudades necesitan ciudadanos altamente conscientes del mundo que les rodea y que sean capaces de promover una Ética del autoexamen. Porque únicamente el autoexamen y la búsqueda del pensamiento crítico al que nos invitan los antiguos, podemos fomentar valores como la empatía y la solidaridad, ponernos en el contexto y lugar del otro, promoviendo la integridad moral del individuo para que se transmita al colectivo. Y tal como lo pensó Sócrates hace más de dos mil años respecto al comportamiento del agente cuya alma esté en perfecta harmonía gracias al imperio de la Razón. Porque en épocas de crisis moral –al parecer todas han estado en una crisis constante– el mundo antiguo nos enseña a recoger la mirada ética introspectiva y aplicarla en la realidad inmediata. Aristóteles fue el primero en traer consigo los ingredientes de una teoría de la justicia en la que cada individuo tuviera la oportunidad de vivir una vida completa, una vida que valiera la pena ser vivida. Los ciudadanos y las ciudadanas merecen concretar de una vez por todas la Utopía y el punto de partida debe necesariamente empezar en ellos.
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[1] Está académicamente asumido que Platón comenzó a escribir los diálogos después de la muerte de Sócrates alrededor del 399 AC. Sin embargo, fue el astrólogo Trasillo de Mendes quien organizó y re-editó los textos platónicos con la famosa división “Socrático” y Platónico” durante la primera mitad del Siglo I D.C.
[2] A propósito de la falacia que escuchamos a diario: “estamos llenos de derechos, pero ¿dónde están los deberes?” La existencia de los derechos presupone “necesariamente” la existencia de los deberes
[3] Ver Teoría de la Justicia de John Rawls
[4] Ibid. Este enfoque, empero, ha sido cuestionado desde la Teoría de las Capacidades Humanas por teorizar únicamente sobre el hombre blanco occidental (ver a Nussbaum) y por la investigación en Salud Pública sobre “peso al nacer” liderada por intelectuales como Bruce Currey de la Universidad de Ginebra. Este enfoque argumenta que las desigualdades sociales se mantienen intactas aun cuando se otorgue igualdad de oportunidades a los recién nacidos “injustamente”: la desigualdad y las carencias vienen desde antes de nacer, es decir, de la madre.
Para citar este artículo: Venegas, Aníbal. La Ética antigua y la ciudad. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales núm.1. A Coruña: Crítica Urbana, julio 2018. |