Por Maricarmen Tapia Gómez.
CRÍTICA URBANA NUM. 1.
Lo que es de sentido común no siempre es posible hacerlo realidad. “Una ciudad para vivir en ella”, como una frase amplia, sería algo aceptable, obvio; pero en la práctica, ¿existen los mecanismos legales y el control social que asegure esa senda? La desigualdad social en nuestras ciudades, poblados y aldeas es enorme y creciente.
El territorio ha sido siempre el espacio físico del poder, separaba un reino de otro, se invadían y así sucede aún con algunos Estados sobre otros. Las decisiones en torno a la ciudad y el territorio son de gran interés para el sistema económico, desde la localización estratégica a la extracción de recursos y de plusvalías. Las decisiones de diseño, infraestructuras y planeamiento no son neutras ni inocuas y afectan a largo plazo a la calidad de vida de las personas y los entornos naturales.
La ética es un conjunto de valores y principios compartidos, el sentido común que busca que una sociedad funcione en beneficio de todos. La ética ha cambiado en el tiempo: situaciones aceptables en otro tiempo, como la esclavitud, parecen hoy inconcebibles, incorporándose derechos y leyes que aseguran una estructura ética básica. La ética está en constante transformación. No obstante, parece haberse instalado a modo de ética una peligrosa falacia, en la que la ley de “sálvese quien pueda”, la ley del más fuerte, parecen plausibles y, peor aún, puestas en la misma balanza que la ética. Lo más peligroso es que este tipo de comportamiento se basa solamente en un logro: el poder económico.
Las decisiones de diseño, infraestructuras y planeamiento no son neutras ni inocuas y afectan a largo plazo a la calidad de vida de las personas y los entornos naturales.
El poder económico, por naturaleza exclusivo y excluyente, entendido como un fin es una antiética. El poder económico ha teñido con fuerza nuestros principios a través de una intensa propaganda, educación y, más aún, en su infiltración en la política. Los poderes del Estado hoy más que nunca se encuentran fuertemente presionados por intereses económicos que ya no sólo son locales sino globales.
Uno de los mecanismos a través de los cuales se impone esta antiética es el miedo. El miedo que rige inconscientemente nuestros límites de transformación, de expresión, de rebeldía. Un miedo convertido en un escenario cotidiano, poderosamente ejercido a través de una falsa idea de independencia y autonomía individual a base del endeudamiento, la pérdida de la libertad; la precarización del trabajo, la incertidumbre. También el miedo surge de ver actuar de manera inmune a quienes deciden en contra del bienestar de la comunidad, la ruptura de la confianza social.
Es necesario comprender, desgranar cómo logra imponerse la antiética, con el fin de desactivar sus efectos en cada uno de nosotros y cambiar la dirección de las decisiones que afectan a nuestros entornos de vida y de subsistencia. Volver inaceptable lo que nos daña, volver inaceptable la riqueza a costa de los derechos de las personas, volver inaceptable un accionar público que favorece intereses privados a costas de la comunidad.
El vacío
La ética sucede en la práctica, cada día nos enfrentamos en distintos momentos a la ética, dependiendo del rol que jugamos en las decisiones en la ciudad o en el territorio. Podemos ser más o menos sordos a este llamado, encontrar fórmulas de evadir nuestra responsabilidad, pero está allí, aún en quienes la han anulado por completo y se benefician de ello.
Alguien podría pensar que, quienes actuamos en la ciudad y el territorio, contamos con un código ético que está escrita en un documento; pues no.
Alguien podría pensar que, quienes actuamos en la ciudad y el territorio, contamos con un código ético que está escrita en un documento; pues no. Podría creerse que lo ético es lo que la Ley regula; tampoco.
La ética de la práctica individual es íntima, más o menos consciente, sucede en los márgenes de la Ley: en el momento de decidir cuando algo es legal pero injusto; cuando es lo deseable pero no se cuenta con las atribuciones; o cuando algo aberrante no está suficientemente regulado y no se puede evitar, cuando se trata de lo que se denomina un vacío legal o alegalidad.
La urgencia suele ser en muchos casos otra causa de situaciones conflictivas: lo urgente reemplaza a lo importante y justifica una actuación, por ejemplo, la reconstrucción de viviendas siniestradas en un área de riesgo y con fondos públicos.
Es en estos momentos en que se ponen en juego las propias estructuras de valores, individuales, familiares, sociales, así como la independencia de las decisiones y la seguridad laboral, cuando implica enfrentar a la autoridad. La ética, entonces, nos obliga a cuestionarnos como individuos y nos plantea cómo nos definimos frente a un rol social, en el que tenemos un determinado papel en la decisión y en la que nuestra ética personal o profesional entra en conflicto con la situación que tenemos delante.
Este conflicto no es solo interno, ni sucede en un campo neutral; se trata de una serie de condicionantes que tendrán un impacto en los demás y un impacto personal. Estas condicionantes, generalmente no son las de apoyo, seguridad y respaldo legal sino más bien se trata de una disrupción en un juego de poderes, con inmensas sumas de dinero detrás de ellas, que serán destinadas a un abanico de posibilidades, desde el bien común hasta el interés privado; y todo ello, sin infringir la ley.
He aquí la prueba de cómo funciona un sistema en el que la persona se encuentra aislada y sin respaldo para confrontar decisiones o proyectos que afectarían negativamente a la comunidad; la necesidad de avanzar en una mayor regulación a favor del bien común. ¿Justifica esto que el profesional omita, apruebe, mire hacia otro lado o actúe burocráticamente frente a contenidos que afectarán la vida de las personas?
Cada una de las decisiones que tomamos en esos momentos nos modelan como individuo y como ser social. Nos posiciona políticamente.
Cada una de las decisiones que tomamos en esos momentos nos modelan como individuo y como ser social. Nos posiciona políticamente. La ética es activa, a través del silencio y la discusión; la pasividad y la lucha; la evasión y el compromiso.
La ética diaria no es glamurosa, no está acompañada de un vistoso traje de lycra como los superhéroes, es muy probable que nadie aplauda las buenas acciones. Mientras más cerca del poder, más conflictiva será la posición y con una menor capacidad de incidencia.
Contracorriente, hay profesionales, y muchos, que se entregan a su ética, afectando sus decisiones personales, eligen entornos que sean menos agresivos a sus principios; otros se enfrentan directamente, hay quienes tienen la habilidad de hacer saber su posición sin dañarse, cada uno de ellos escribe, argumenta y dicta sus propias cátedras, su propio Juramento hipocrático para salir adelante y aportar. Para ello se necesitan dosis de valentía y astucia para traspasar la barrera del miedo, perfectamente construida para que nada cambie.
Para citar este artículo: Tapia Gómez, Maricarmen. La ética individual y el vacío. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales núm.1. A Coruña: Crítica Urbana, julio 2018. |