Por Vicente Casals |
CRÍTICA URBANA N. 34 |
En 2021, la politóloga austríaca Natascha Strobl publicó un libro, ampliamente difundido, con el título de La nueva derecha, que tiene el explícito subtitulo de «análisis del conservadurismo radicalizado».
Estudiosa de la actividad de los grupos de extrema derecha, el libro expone los mecanismos que han llevado a la confluencia entre los partidos políticos conservadores clásicos con los movimientos de ultraderecha. La politóloga austriaca maneja el concepto de “burguesía cruda”, tomado del sociólogo alemán W. Heitmeyer, para explicar este acercamiento entre conservadores y ultraderechistas, caracterizado por el hecho de que bajo una capa de buenos y corteses modales se esconden actitudes cada vez más autoritarias.
La confluencia entre el conservadurismo inicialmente neoliberal y la extrema derecha hunde sus raíces en diversos acontecimientos acaecidos durante la década de 1980, especialmente en Gran Bretaña, país del que fue primera ministra, entre 1979 y 1990, Margaret Tatcher. Los sindicatos, la auténtica bestia negra de la Dama de Hierro, fueron su objetivo predilecto y a los que, después de duros enfrentamientos, consiguió doblegar, especialmente al poderoso sindicato minero, cuya derrota le permitió desarrollar ampliamente sus propuestas neoliberales y que, en cierta forma, se resumían en su slogan No Society, la sociedad no existe y solamente los individuos son dignos de atención.
Renovación de los fundamentos ideológicos
El exitoso ímpetu de las propuestas tatcherianas, extendidas globalmente fueron erosionando las conquistas sociales de los trabajadores, que poco a poco han ido perdiendo terreno a medida que la desregulación jurídica ha ido avanzando. Poco antes de la revuelta estudiantil de Mayo de 1968, un grupo de intelectuales franceses vinculados a la tradición neofascista decidieron impulsar una renovación del pensamiento de la extrema derecha, fundado el Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne, cuyo acrónimo GRECE, es Grecia en francés, lo que sin duda se relaciona con su espíritu clasicista y europeísta. Su representante más destacado hasta la fecha es Alain de Benoist, conocido personaje sobre el que se han escrito multitud de textos y de indudable influencia en la renovación de la extrema derecha en Europa. Benoist ha sido uno de los autores que más claramente señalaron la ruta de recuperación de la influencia de la extrema derecha.
Para él, no se trataba tanto de intervenir directamente en la política partidaria como de impulsar un trabajo sostenido en lo que denomina la “metapolítica”, es decir ir más allá, por lo menos inicialmente, de la intervención política directa para centrar sus esfuerzos en el ámbito cultural. En este sentido, convertirán en uno de sus ejes de actuación el concepto de “hegemonía”, que toman directamente de Gramsci, no tanto por supuesto en el sentido de hegemonía de clase presente en el comunista italiano, como en una versión transversal de la misma que contribuya al desarrollo de la “guerra de posiciones”, que el italiano también había teorizado.
Este “gramscianismo de derechas”, como se lo ha denominado, ha dado muy buenos resultados al neofascismo europeo, a lo que también ha contribuido el uso instrumental de los medios digitales. Aunque no solo estos. En 1977 la sección cultural del periódico francés Le Figaro pasó a ser dirigida por Louis Pawles, un escritor francés vinculado a corrientes místicas que, junto con Jacques Bergier, un autor de tendencia cientificista, habían publicado en 1960 un libro que en su época fue un auténtico best seller, El retorno de los brujos, verdadera «biblia» del irracionalismo cientificista que dejaba claramente traslucir su admiración por lo que podemos llamar “cultura hitleriana”, a pesar de que Bergier había sido miembro activo de la Resistencia francesa. Las ideas que transpira esta corriente cultural, ampliamente difundida en los años posteriores, autocalificada como “realismo fantástico”, más tarde recibirían el nombre de “fascismo de guante blanco”. Sobre todo, a partir del momento en que Pawles y el grupo GRECE entraron en contacto.
En efecto, Pawles impulsó la creación en 1978 de Le Figaro-Magazine, convertido en suplemento semanal cultural de Le Figaro. Pawles ofreció el puesto de jefe de redacción del nuevo semanario a Alain de Benoist, aunque éste rehusó por encontrarse ocupado en diversos trabajos editoriales. Sin embargo, en estos primeros años del semanario fue frecuente la presencia de artículos de Alain de Benoist y otros miembros de GRECE, aunque años después el semanario retomaría su orientación liberal-conservadora. En el año 2000, Benoist, junto con Charles Champetier, publicó en la revista Elements, editada por GRECE, el “Manifeste pour une renaissance européenne”, un extenso trabajo que resumía las principales contribuciones del grupo. El tercer apartado del texto, titulado “Orientaciones” contiene las propuestas más relevantes que, en una muestra de eclecticismo bien notable, recupera para sí, es decir, para la ultraderecha no solo a algunas relevantes contribuciones de Gramsci sino una serie de propuestas programáticas características de la izquierda postmoderna, que una conocida política de la izquierda radical alemana, califica como liberalismo de izquierda.
Por supuesto, también efectúa otras propuestas “menos de izquierda”, por decirlo de algún modo, que reflejan el espíritu xenófobo, que recuerdan, y mucho, las políticas de apartheid. Este iliberalismo impregna todas las propuestas. Pero lo cierto es que la ultraderecha que propugna Benoist y el GRECE no solo se ha apropiado de propuestas centrales de autores de izquierda como Gramsci, sino también de buena parte del programa de la izquierda, en ocasiones supuestamente alternativa y casi siempre socialdemócrata. Esta situación, paradójica para la izquierda, resulta de la idea de transversalidad presente tanto en sus formulaciones teóricas como en sus propuestas programáticas.
Por ejemplo, la idea de “hegemonía” que defienden algunos representantes de esta izquierda se asemeja demasiado a la idea de Benoist, quizás porque más que en Gramsci beben en Laclau y sus rescoldos peronistas. Y en no poco de su programa, la izquierda liberal formula propuestas “transversales” características de una sociedad social y, sobre todo, políticamente fragmentada, abandonando en ocasiones por completo, en otras en gran medida, a la que ha sido su base social tradicional y que debiera legitimar su existencia, es decir, los obreros y los trabajadores de todos los sectores. Hoy, en bastantes lugares, el “partido obrero” se sitúa claramente en la derecha extrema.
Hacia la hegemonía política
Donde esta derecha extrema se muestra más agresiva es en el tema de la inmigración, progresivamente convertido en auténtico fetiche político. Detrás del cual no está tanto algún racismo de corte biológico sino un enfrentamiento cultural, lo que un conocido sociólogo denominó la “guerra de civilizaciones”. Y que la nueva derecha extrema aborda a partir del concepto, cercano a lo conspiranoico, de “Gran Sustitución”, según la cual la cultura europea corre el peligro de ser sustituida sobre todo por la cultura islámica. Claro que este mito tan rentable cultural y políticamente presenta formulaciones específicas en cada país. Por ejemplo, en Cataluña, el racismo cultural está presente en la derecha catalana, procedente de una larga tradición y actualizada en algunos escritos del que fuera presidente de la actual Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, una figura políticamente relevante y tan potente como corrupta. Este político conservador bebe, en el tema de la inmigración, en las fuentes del fascismo italiano a través de la figura de Corrado Gini, el gran demógrafo de la Italia de Musolini, gracias sobre todo a las obras del economista y estadístico catalán Josep A. Vandellòs, discípulo de Gini en la Italia fascista.
Pero no solo el nacionalismo independentista es sensible –e influido– por estos planteamientos. En el conjunto del Estado, el que fuera secretario general de la española Alianza Popular, entre 1979 y 1986, luego convertido en Partido Popular, Jorge Verstrynge, militante ultra en su juventud, durante su época popular se convirtió en un decidido partidario de GRECE y Benoist, cuyas ideas se propuso difundir en España gracias a su cargo político, para lo que llegó a fundar una revista. Logró agrupar algunos partidarios en torno a estos planteamientos, aunque después de su ruptura con Manuel Fraga, el fundador de Alianza Popular, su actividad política derivó hacia otras posiciones, iniciando un complejo periplo político que lo llevó al PSOE, a Izquierda Unida y finalmente, por ahora, a Podemos. Pero otros intelectuales que se formaron con una orientación similar, hoy en día se sitúan en el área de influencia de Vox, aunque probablemente el fuerte componente de nacional-catolicismo presente en este partido ultra, ha impedido un mayor acercamiento a los planteamientos de la Nueva Derecha europea impulsados por el grupo de Benoist, aunque esto podría estar cambiando.
Orwell insinuó en algunos escritos que en el futuro el fascismo podría llegar en nombre de la libertad, aunque no parece que llegara a formularlo explícitamente. Hoy en día, el reclamo de la libertad está presente en casi todos los partidos de la ultraderecha europea (y americana) y además es un componente básico de lo que se ha llamado “burguesía cruda”, cuya confluencia con la extrema derecha es cada vez más evidente. En España puede encontrarse algún ejemplo claro y explícito, que además son figuras emergentes en alguna de las fuerzas políticas de derecha más destacadas, como es el caso de la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid.
Ante esto, el panorama que presenta la izquierda es en términos generales bastante desolador, especialmente en España, donde por circunstancias de la “aritmética política” gobierna una coalición que se reclama de tal. Sin embargo, la transversalidad política que se empeña en practicar es bastante desesperanzadora. Una transversalidad que, además de algunos elementos ya referidos, hunde sus raíces en tradiciones teóricas potentes y, probablemente, sobrevaloradas. Sin pretender ahora abordar esta cuestión, sí puede tener interés introducir algún elemento al respecto.
Por ejemplo, la tradición marxista pos-Mayo del 68 y la figura de Henri Lefebvre, con su énfasis en los movimientos sociales urbanos, ha contribuido a eclipsar el papel transformador que tradicionalmente se había otorgado a la clase obrera, aunque esto sería injusto atribuírselo a Lefebvre, pero sí a algunos de sus continuadores, muy influyentes en los movimientos sociales urbanos españoles y latinoamericanos. En todos ellos, la clase obrera, como agente transformador, ha ido perdiendo protagonismo. Detrás de este hecho se encuentran diversas cuestiones, algunas ciertamente relevantes, como el papel de la cuestión urbana. Pero también cambios socioeconómicos que han dado lugar a un profundo fraccionamiento de la clase obrera, en su generalidad bastante mal comprendido desde la izquierda, que la ha conducido en ocasiones, muchas, a su simple negación o de la misma existencia de clases sociales.
En la tradición marxista ello se debe, seguramente entre otras diversas razones, a la propia inexistencia en Marx –y en Engels, cuya autonomía de pensamiento no siempre se tiene suficientemente en cuenta– de una definición precisa y desarrollada del concepto de clase social. De hecho, su obra cumbre, El Capital, termina, en su tercer volumen, con un par de páginas que constituyen el inicio del capítulo que debía dedicarse precisamente a las clases sociales. Nadie ha sido capaz, por lo que conozco, de desarrollar las ideas de tal capítulo, y sobre todo durante el siglo XX se identificó exclusivamente a la clase obrera con el obrero fabril, con lo que al desaparecer la fábrica decimonónica de hecho desaparecía, o al menos quedaba muy mermada, la clase obrera. La muerte de la clase obrera dio paso a la emergencia de la «clase media», un concepto muy útil para todo tipo de cambalaches ideológicos y piedra angular de las políticas de la transversalidad.
A lo largo del siglo XX, la ideología dominante ha tenido efectos devastadores entre los trabajadores. Herbert Marcuse y los autores de la entonces llamada Nueva Izquierda, se esforzaron para encontrar una salida por la izquierda a tal situación, con resultados discutibles, pero, en cualquier caso, dignos de tenerse en cuenta, en especial la obra de Marcuse que en buena medida representó el fermento ideológico de los movimientos sociales que entonces se desarrollaron. Más modernamente, un filósofo coreano afincado en Alemania, ha abordado las consecuencias que para la mentalidad de los trabajadores ha tenido la interiorización de la ideología neoliberal, que tan bien refleja el No Society de Margaret Tatcher del que hemos hablado. Byung-Chul Han en varios de sus numerosos trabajos ha abordado esta cuestión, por ejemplo en su Psicopolítica, y las consecuencias de su difusión a través de las redes digitales, tratado en el trabajo titulado En el enjambre, entre otros.
El poder de lo que se ha denominado los GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon) y la omnipresencia de las redes sociales en todos los ámbitos de la vida social y, de forma muy relevante, en el ámbito privado, ha motivado la reflexión por parte de Han. El panóptico analógico de Bentham y Foucault ha sido sustituido por el panóptico digital, cuya mejor expresión son las redes sociales de internet. La conclusión del coreano es muy pesimista, puesto que ello representa el triunfo casi definitivo del neoliberalismo. Aunque no significa que no quede esperanza, como el propio Han señala en uno de sus últimos escritos (El espíritu de la esperanza, 2024). Dónde reside ésta es otra cuestión. El himno obrero de La Internacional, después de rechazar a dioses, reyes y, significativamente, tribunos, dice que la redención de los trabajadores, su emancipación solamente tendrá sentido si es obra de los propios trabajadores. Quizá ahí resida el espíritu de la esperanza.
Nota sobre el autor
Vicente Casals Costa. Doctor en Geografía. Ha sido investigador de la Fundació Bosch i Gimpera y profesor de la Universidad de Barcelona. Actualmente es investigador independiente. Interesado por la historia de la ciencia y la técnica, las dinámicas territoriales y el urbanismo. Ha colaborado con diversos movimientos sociales urbanos, como el vecinal y el antinuclear. Es miembro del equipo de redacción de Crítica Urbana. Otros artículos del autor en Crítica Urbana.
Para citar este artículo:
Vicente Casals Costa. La ultraderecha y nosotros. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 7, núm. 34, Más allá del pensamiento hegemónico. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2024.