Por Nadja Monnet, Coordinadora de este número |
CRÍTICA URBANA N.30 |
La infancia, incluso más que la adolescencia, se asocia a menudo con el juego, así como el deseo de salir a la calle: “¿Puedo salir a jugar con mis amigos?”, pudimos decir de pequeños o podemos oír -aunque cada vez menos, hoy en día- siendo adultos con niñas y niños a nuestro cargo.
Para el pedagogo Francesco Tonucci si no hay niños y niñas por las calles, el tejido urbano está enfermo. Pero el vínculo entre la acción de jugar y la infancia no es una evidencia. El juego no es una actividad natural de las y los más pequeños, sino que se da en función del contexto que se les propicia.
Jugar o trabajar
“¿Puedes dedicarte más al trabajo que al juego? ¡Aquí, en tu mesa!”
Esta frase oída desde la calle que discurre junto a una escuela pública de Marsella, fue pronunciada de manera enérgica por una maestra de parvulario poco tiempo antes de que el timbre anuncié el fin de la jornada escolar. Si nos deja entrever que para esta docente el trabajo no parece ser compatible con el juego, revela una clara distinción, incluso tal vez oposición entre ambas actividades. Esta diferenciación muy común en nuestras sociedades y muy habitual entre los adultos está vivida como una evidencia. La vamos inculcando a las niñas y los niños a medida que crecen, enseñándoles que hay horas para trabajar y otras para jugar como hay espacios de juegos, posturas y lugares privilegiados para el aprendizaje: la escuela, la biblioteca, el despacho, la silla frente a una mesa, etc., ya que generalmente se considera que la transmisión de conocimientos se debe hacer ante seres sentados más que de pie o tumbados en una alfombra o un sofá.
Es también esta antinomia entre trabajo y juego la que fue cuestionada en el parque de la Jougarelle en el distrito 15 de Marsella desde el verano del 2021 donde se propuso un espacio de libre actividad, siguiendo el modelo de los Terrains d’aventure en francés o Adventure Playgrounds en inglés . Los y las participantes disfrutaban edificando cabañas u otros tipos de instalaciones; pero al equipo de adultos que les acompañaban en sus construcciones le extrañaba que no jugaran en ellas o con ellas una vez acabadas. El verano de 2022, cuando se levantó colectivamente una caseta de arcilla, las niñas y los niños comentaban que habían hecho un “buen trabajo durante el día” o que habían “trabajado duro”, subrayando también el placer que habían tenido en realizarla. Nos intrigó su percepción del trabajo y del juego lo cual nos llevó a organizar unas jornadas de estudio para interrogar los vínculos a menudo presentados como evidentes y naturales entre calles, juegos e infancia: ¿Están jugando los niños, o están haciendo otra cosa cuando los adultos dicen que están jugando? ¿Por qué juegan? ¿Dónde y cuándo termina el juego? ¿De qué manera la disociación entre trabajo y juego afecta nuestras actividades y actitudes? ¿Qué impacto tiene el juego en el cuerpo de las y los pequeños y en sus relaciones con los adultos?
Reflexionar experimentando nuevos formatos
Los textos que constituyen este número son parte de las aportaciones de nuestros debates durante tres días que tomaron forma según modalidades diferentes. A ellas se sumaron escritos de otros autores que enriquecen las reflexiones.
La primera sesión de las jornadas de estudio tuvo lugar en una sala de cinema donde se proyectó el primer largometraje de Jean Halez, quien filmó, entre 1954 y 1956, jóvenes y adultos a quienes les pidió actuar su propio papel en la vida cotidiana para su ficción en un barrio en transformación de Bruselas. El rodaje duró dos años, pero se tuvo que esperar hasta 1970 para que Le chantier des gosses (El sitio de los chavales) viera la luz. Esta verdadera aventura cinematográfica narra las travesuras de niños que se ven privados de su zona de recreo (un solar) que está por edificarse. Vemos cómo se organizan para luchar y defender su espacio. También vemos cómo empiezan a crear problemas al vecindario al estar privados de su zona de encuentro habitual.
Después de la proyección hubo un intercambio sobre las sensaciones y recuerdos que nos dejó la película. Sentados en esterillas en el parque de la Pelouque, entre el cinema y el lugar de residencia de los jóvenes que asistieron a la sesión, destacamos que muchos de los juegos de la película siguen siendo practicados hoy en día: volar cometas, jugar a las canicas, al fútbol, a la carretilla, construir cabañas, deslizarse, etc.
Sentados también estuvimos el día siguiente, pero en sillas frente a un videoproyector para escuchar resultados de investigaciones y/o de experiencias en curso, tejiendo vínculo entre teoría y práctica, pero también vivencias. El tercer día seguimos reflexionando, caminando. Partimos de un parque concebido por una artista con alumnos y padres de la escuela Feinet situada frente a él. Fue utilizado durante su construcción por el vecindario, pero una vez acabado las autoridades prohibieron su acceso, declarándolo fuera de normativa. Sigue cerrado desde entonces. El paseo continuó atravesando varios tipos de espacios con potenciales muy diferentes respecto a sus posibilidades de usos, dando rienda suelta a nuestros pensamientos e imaginaciones.
Espacios y tiempos de juegos para configurar un ideal de niñez
Aunque el juego es tan antiguo como la propia humanidad, los parques infantiles son un invento europeo de la segunda mitad del siglo XIX que se fue extendiendo. A principios del siglo XX, se crearon numerosas áreas de juegos en Estados Unidos considerándolas como una herramienta capaz de transmitir las normas de convivencia a los recién llegados y a los sectores más desfavorecidos de la población. Los elementos disponibles (generalmente columpios, toboganes y estructuras de hierro para escalar) proponían/imponían formas de jugar. Varios autores demostraron el papel de estas áreas de juegos infantiles en el aprendizaje de los códigos sociales y su influencia en la (re-)educación del cuerpo de los niños y niñas.
Profundizar en la historia de las áreas de juegos infantiles e interrogar cuál es el lugar asignado o los espacios accesibles en los primeros años de la existencia humana a lo largo de los siglos permite evidenciar cómo el juego se ha vuelto uno de los parámetros estructurantes esenciales de la concepción occidental de la infancia, al lado de la edad, inocencia, asexualidad, vulnerabilidad, incapacidades y escuela.
Desde la Convención sobre los derechos del Niño de 1989, firmada por todos los estados del planeta con la excepción de los Estados-Unidos, se promueve la intervención adulta para transformar a los niños y niñas hacia un ideal de niñez occidental, fomentado por dicha convención como el modelo universal a alcanzar. Desde entonces el juego es reconocido como un derecho y una necesidad para el desarrollo de cualquier ser humano.
Ludificación, ¿la solución?
Si los parques infantiles fueron ideados para controlar la energía desbordante de los jóvenes y sacarlos de la calle, hoy en día, ante el hecho de que las niñas y los niños ya no salen, se despliega un panel variado de iniciativas para volver a incitarlos a (re)tomar las calles (calles escolares, bandas lúdicas, pedibus, bicibus, …). En esta perspectiva, la noción de “jugabilidad” de la ciudad es cada vez más esgrimida por los diseñadores como garantía de calidad, al considerar que, si sus instalaciones permiten jugar a los niños, están bien diseñadas. ¿Es necesario “ludificar” nuestros espacios de vida para hacerlos más acogedores a las jóvenes generaciones? ¿Debemos seguir creando zonas específicas para los niños y las niñas? ¿Se corresponden estos proyectos adultocentrados con los deseos y anhelos de niños, niñas y adolescentes?
Tal vez tendríamos que interrogarnos sobre las razones que provocan la deserción de las calles por parte de los más jóvenes. Se suele incriminar el aumento de accidentes de tráfico para explicarlo; sin embargo, el trabajo de los historiadores sugiere que el fenómeno se inició mucho antes del auge de la industria automovilística y que no se produce de la misma manera según las clases sociales y el género.
Nota sobre la autora
Nadja Monnet es antropóloga, etnógrafa de lo urbano, profesora en la Escuela Nacional Superior de Arquitectura de Marsella e investigadora en el laboratorio Arquitectura/Antropología, LAA – UMR 7218, LAVUE del Centro Nacional francés de Investigación Científica (CNRS). Coordina el programa interdisciplinar y transversal entre la Universidad de Aix-Marseille (AMU) y la Casa mediterránea de las ciencias humanas (MMSH) Hacerse un lugar/encontrar su sitio: niñez, adolescencias y transformaciones urbanas en el Mediterráneo https://jeunurbaines.hypotheses.org/ Forma parte del equipo editorial de Crítica Urabana. Mas artículos de la autora +
Elsa Menad, autora de las ilustraciones que acompañan este texto, es artista dibujante, mediadora cultural en la asociación Momkin-espacios de posibles.
Momkin Espaces de Possibles tiene como objetivo iniciar y apoyar proyectos artísticos y culturales innovadores en espacios singulares y urbanos, empezando en Marsella y trabajando con ciudades y regiones de toda la cuenca mediterránea. Tras diez años de creación multidisciplinar en espacios públicos de Alejandría (Egipto), con el festival Nassim el Raqs, la asociación trabaja ahora con varias asociaciones
Para citar este artículo:
Nadja Monnet. Niñez, juegos y calles. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.6 núm. 30 Ciudades, infancias y juegos. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2023.