Por Jeffer Chaparro |
CRÍTICA URBANA N.27 |
Adoro a los niños. Son seres increíbles, esplendorosos, indescifrables, ingeniosos, alucinantes… Son exploradores e investigadores natos. Aprenden de manera maravillosa y asombrosa. Considero que las infinitas expresiones de la vida, incluyendo la humana, son sagradas. Aunque aclaro que no asumo lo sagrado desde ninguna religión. Lo asumo desde el respeto profundo. Por tanto, parto de considerar que todas las expresiones de la vida merecen respeto y tienen el derecho a desplegarse en este Universo.
Especies pacíficas y depredadoras merecen su espacio-tiempo en esta dimensión y en todas. Pero la especie humana pareciera que no respeta la vida de manera conjunta; valora a algunas formas de vida, detesta a bastantes e ignora a la gran mayoría. La humana es una especie miope e ignorante, aunque ha dado algunos pasos para abrir los ojos y empezar a caminar. El especismo campea por la faz de la Tierra.
Desde muy pequeño, desde niño, me pregunto sobre el porqué de tanta cantidad de gente en el mundo… Desde que tengo consciencia, no encuentro una clara explicación a la multiplicación indiscriminada de los cachorros humanos. ¿En realidad la genética y el instinto animal pesan tanto? ¿Estamos determinados a reproducirnos? Me niego a creerlo. Claro, nací en una ciudad capital, pero al viajar al campo, también he encontrado que la reproducción indiscriminada es pan de cada día. En el campo o en la ciudad: hijos, padres, nietos, bisnietos, tataranietos… Generación tras generación tras generación tras generación tras generación tras generación…
Tengo muy claro que el Rock, género musical múltiple y amplio, que oigo con algo de consciencia desde que cumplí aproximadamente 10 años, sembró la semilla de cuestionamientos ontológicos que siguen vivos, aunque evidentemente han mutado. Uno de ellos está ligado directamente al sentido de la reproducción humana. ¿Qué mueve a la gente a reproducirse? ¿Qué sentido tiene arrojar nuevas personas a este mundo? ¿Y por qué razón nos imponen la vida? ¿Nuestra genética y el instinto de reproducción son determinantes ineludibles e imprescindibles? ¿Qué asunto indescifrable está detrás de todo ello? ¿La vida es sinónimo de reproducción a ultranza?
A muy temprana edad, a eso de los 13 años, me prometí no traer hijos a este mundo. Ha sido un pacto conmigo mismo. Ello no ha implicado dejar de disfrutar uno de los aspectos más hermosos de la vida: tener relaciones amorosas y sexuales. He intentado que esas relaciones no sean simplemente experiencias banales. Pero bueno, ese es un tema muy profundo que aquí no alcanzaría apenas a esbozar… Lo relevante que quiero compartir consiste en que al cumplir 30 años tomé la decisión radical de hacerme la vasectomía. Jamás me ha importado lo que piensen de mí, jejejejejeje. Estoy muy contento por ello, pues la vasectomía ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Está claro que si no me agrada imponer la vida, tampoco quiero imponer mi punto de vista. ¡Que cada quien tome sus decisiones de manera libre! Que nadie me tome en cuenta y que nadie me preste atención… Que nadie me tome en serio.
Un asunto que poco se trata, pero que evidentemente pesa, es la presión familiar, social y de las amistades. No es extraño que la gente, incluyendo las lumbreras de la academia, me pregunte cosas como las siguientes: ¿por qué no tienes niños, si son tan lindos?, ¿a quién le heredarás el fruto de tu trabajo?, ¿te vas a perder de la posibilidad de tener nietos?, ¿tus genes se perderán para siempre en la eternidad del Universo?, ¿sin niños la vida tiene sentido?
Imponer la vida es también imponer, ineludiblemente, la muerte. ¿La gente se preguntará cómo morirán los hijos que engendran?: ¿en un accidente de tránsito?, ¿de una enfermedad angustiosa?, ¿atracado por un robo?, ¿de forma natural a los 100 años y completamente dependiente de otras personas?, ¿al nacer por negligencia médica? ¿Es posible controlar la manera de morir de alguien? Evidentemente no. Si yo tuviera descendencia, una hija o un hijo, a cualquiera la o lo querría tanto, que no quisiera que absolutamente nada malo ni doloroso les pasara en la vida. Creo que yo sería sobreprotector, lo cual no es adecuado para ningún animal, incluyendo a los humanos.
Pero además de las razones eminentemente personales, que son particulares y únicas, y que no deseo imponer a nadie, porque no me agradan las imposiciones, hay otras más colectivas y ecosistémicas, multiescalares, planetarias. ¿Acaso argumentaciones académicas y científicas? ¿Motivaciones geográficas, ambientales, éticas? Como sea, las quiero citar textualmente a partir de un fragmento de un capítulo de libro que realicé y publicado hace algún tiempo en Río de Janeiro[1] para constatar que esto del decrecimiento no es un tema que me interesa solo por la moda…
La necesidad imperiosa y urgente del decrecimiento consciente
El decrecimiento consciente es necesario y es un imperativo para el futuro del mundo. Desde hace varias décadas se ha podido demostrar que el planeta Tierra tiene límites en cuanto a sus posibilidades de ofrecer materiales, como los minerales, y biomasa, como los bosques, para las actividades humanas. También está claro que con menos población es posible pensar en producir menos, contaminar menos y dañar menos el ambiente. El crecimiento económico ilimitado es absurdo y no tiene sentido alguno.
Las ocho erres del círculo virtuoso del decrecimiento pueden ser una vía interesante para afrontar los retos asociados, y definen acciones que se podrían poner en marcha sin mucha dilación (Latouche, 1999, p: 144):
- Reevaluar: cambiar los valores y las mentalidades.
- Reconceptualizar: mirar el mundo de otra manera.
- Reestructurar: cambiar el sistema productivo.
- Redistribuir: repartir la riqueza de otra manera, no a la concentración excesiva de riqueza, no a las herencias.
- Relocalizar: producir localmente, o a lo sumo de manera regional.
- Reducir: producir menos, consumir menos, contaminar menos, considerar que el impacto cero no existe.
- Reutilizar: extender el tiempo de vida de los productos.
- Reciclar: transformar los materiales para no desecharlos. Los basureros no deberían existir.
Necesitamos menos población para generar mejores condiciones de vida y para que los ecosistemas se recuperen de manera paulatina. Es inadmisible considerar que la oferta ambiental del planeta es ilimitada, como sugieren muchas apuestas y modelos económicos absurdos, retrógrados e ignorantes. El crecimiento económico ilimitado es completamente falaz. Ya existen suficientes evidencias científicas que permiten denotar que el actual modelo capitalista y neoliberal es completamente desacertado.
Las ciudades y los entornos urbanos extensos deben disminuir en tamaño; sus lógicas lesivas y depredadoras permiten pensar en las ciudades como hoyos negros de los que no escapa nada, son insaciables. Ha de aumentar la calidad de vida, el buen vivir y el bien vivir de los habitantes en todo el planeta. No se pueden naturalizar las ideas asociadas a que solo una pequeña parte de la población mundial puede vivir bien gracias a sus privilegios económicos y políticos; cualquier persona y forma de vida en el planeta debe ostentar niveles de existencia dignos y respetables.
En lo posible, los entornos urbanos deben producir alimentos y amplificar los espacios verdes. Las ciudades actuales deben transformase, de manera rápida, en urbes verdes y contextos para la vida digna, de buen vivir o bien vivir. Es urgente que las ciudades se transformen en espacios donde la biodiversidad se respete, donde la calidad de aire sea óptima, donde nuestra relación con el agua sea respetuosa, donde los materiales tóxicos, como el asbesto, sean eliminados y se favorezca la utilización de materia prima más armónica con los ritmos vitales. Las ciudades han contribuido a la transformación profunda de los humanos, en especial a partir de la posibilidad de generar ciencia y tecnología, pero esta lógica debe virar hacia territorios donde el centro de las reflexiones sean el respeto a la biodiversidad y el cuidado ambiental.
No sobra señalar que trato de aplicar los lineamientos generales del decrecimiento en mi vida cotidiana y en la academia. Las 8 erres del decrecimiento son realmente fundamentales para el futuro del planeta. Aunque está claro que no deben ser asumidas como dogmas sino como lineamientos generales o como invitaciones.
Luego de tanta elucubración sobre la necesidad de decrecer para el ecosistema planetario y sobre las vertientes más profundas asociadas al sentido de la existencia en este plano del multiverso, algo me deja muy tranquilo: todo nace y todo perece, a modo de un espiral o toroide infinito. Nos guste o no, las formas de vida en el planeta desaparecerán en algún momento, por causas internas o externas, a causa de pandemias o asteroides. Los registros fósiles son muy sugestivos frente a lo efímero de la vida en este pequeño planeta perdido en el Cosmos. Las extinciones masivas de la vida en la Tierra son reflejo de la fragilidad de la vida. Y por eso mismo considero que la vida es sagrada.
¡Que cada quien decida!
¡Yo zanjé hace rato
transmutarme en mi propio bebé!
No tengo ningún remordimiento
ni frustración
respecto a mi existencia cuando llegue el final.
He sido feliz y libre.
Imagino un mundo con más vida
y menos humanos alienados y esclavizados.
Ensueño y diseño un mundo más natural,
con grandes avances científicos y tecnológicos
que realmente estén al servicio de la vida
y de Pachamama.
¿Te imaginas un mundo más frugal
y menos acelerado
para disfrutar del placer de respirar,
de pensar
y de existir?
___________
Notas
[1] CHAPARRO, Jeffer. Territocracia: propuesta embrionaria para diseñar territorios transparentes y respetuosos con la vida (capítulo 3). En: Ferreira, Alvaro; Rua, Joao; De Mattos, Regina. Produção do Espaço: Emancipação Social, o Comum e a Verdadeira Democracia. Rio de Janeiro: Consequencia, 2019, p: 89-92, 505 p.
Nota sobre el autor
Jeffer Chaparro Mendivelso. Geógrafo y Doctor en Geografía Humana. Ha investigado sobre las tecnologías digitales, la educación no escolarizada, el turismo crítico, el antropoceno, la crisis ambiental, el cine, las comunidades neorurales y los grupos neoancestrales. Ha colaborado con organizaciones sociales vinculadas a la educación sin escuela, la permacultura, la agricultura orgánica, la conservación ambiental y la restauración ecológica. Es docente de la Universidad Nacional de Colombia y colaborador del portal de Geocrítica de la Universidad de Barcelona. Es parte del equipo asesor de Crítica Urbana. Más articulos del autor +
Para citar este artículo:
Jeffer Chaparro. Aplicando el decrecimiento en mi propio cuerpo-territorio. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 6 núm. 27 Hábitat y Decrecimiento. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2023.