Por Vicenç Casals Costa.
CRÍTICA URBANA NÚM. 1.
Deyan Sudjic. La arquitectura del poder. Cómo los ricos y poderosos dan forma al mundo. Barcelona: Ariel, 2007, 2010, 303 p.
Deyan Sudjic. El lenguaje de las ciudades. Barcelona: Ariel, 2017, 272 p.
Los dos libros del director del prestigioso Design Museum de Londres, el arquitecto y crítico de la arquitectura Deyan Sudjic, son a la vez diferentes y complementarios. Aunque el segundo de ellos está más vinculado intelectualmente con otra obra de Sudjic, El lenguaje de las cosas, de 2009 –la ciudad sería, de hecho, el mayor de los objetos creados por el hombre y a cuyo estudio dedicaría la obra de 2017 que estamos comentando–, la arquitectura suele manifestarse, por otra parte, en el marco de las ciudades. Y el poder también. De ahí la complementariedad.
En cambio, el primero de los libros de Sudjic, La arquitectura del poder, no está centrado en el lenguaje de los objetos, sino en las motivaciones que conducen a la construcción de los artefactos arquitectónicos. Vale la pena señalar, en este sentido, que el título principal que los editores españoles han dado al libro puede inducir a confusión al lector. De hecho, el título original en inglés, The Edifice Complex: How the Rich and Powerful Shape the World, apunta o, aún mejor, centra la atención no tanto en el poder de la arquitectura como en las motivaciones psicológicas de los poderosos para la construcción de edificios. Señala Sudjic:
“Construimos con fines emocionales y psicológicos, además de por razones ideológicas y prácticas. El lenguaje de la arquitectura es empleado tanto por los fabricantes multimillonarios de software que financian museos a cambio de la oportunidad de exhibir poder como por dictadores sociópatas. La arquitectura ha sido forjada por el ego, así como por el temor a la muerte, además de por impulsos políticos y religiosos. Y, a su vez, les da forma. Intentar dar sentido al mundo sin reconocer el impacto psicológico de la arquitectura en él es pasar por alto un aspecto fundamental de su naturaleza. Sería como no tener en cuenta el efecto de la guerra en la historia de la tecnología y viceversa.” (p. 10)
El “complejo de edifico” tal como lo trata Sudjic en este libro no es, pues, arquitectónico sino psicológico, aunque seguramente el autor juega con el doble sentido, que, lamentablemente se pierde en la edición española, a la búsqueda, quizás, de una mayor cuota de mercado.
El libro de Sudjic es de difícil clasificación. No se trata de una monografía, ni de un ensayo, un libro de historia o un reportaje periodístico. Aunque participa de todos ellos. Hasta cierto punto cada capítulo puede leerse de forma independiente, pero existe un hilo conductor a lo largo de toda la obra que le confiere un grado aceptable de unidad: la relación de los edificios con sus diseñadores y sus patronos y las motivaciones que les confieren algún tipo de sentido.
La relación entre arquitectura y poder, ciertamente presente en el texto, desde luego no es un tema nuevo. Sudjic en ningún momento presenta nada parecido a un esbozo de estado de la cuestión, probablemente porque no le interesa y porque el libro apunta en una dirección muy distinta a la de los esquemas académicos más o menos convencionales. Es una obra de crítica que en ocasiones puede leerse casi como un relato en el que van emergiendo los personajes que son observados casi se diría en directo por el autor. En cierta forma se trata de una revisión histórica entre los promotores de los más destacados edifice complex –en el doble sentido antes comentado– y sus respectivos diseñadores desde la Alemania de Adolf Hitler y Albert Speer y la URSS de Stalin y Borís Iofran hasta las construcciones promovidas por los últimos presidentes norteamericanos y la elite de los arquitectos actuales.
Y entre medio las propuestas, no siempre realizadas, de otros autócratas, como Sadam Hussein o demócratas más o menos homologados como Françoise Mitterrand, Tony Blair y su influyente arquitecto Richard Rogers o el magnate del automóvil Gianni Agnelli y Renzo Piano. U otros tantos miembros del poder político o económico que quieren dejar huellas y recurren a técnicos con pretensiones de artista, como nuestro Santiago Calatrava, del que Sudjic afirma cáusticamente que ha inventado una suerte de “gótico alterado genéticamente”. “O tal vez sea un Gaudí prefabricado sacado a metros de un tubo de pasta de dientes” (p. 266).
Con otro émulo de Gaudí, el arquitecto catalán Enric Miralles, Sudjic será bastante más condescendiente. Refiriéndose al Parlamento de Escocia, proyectado por Miralles afirma: “Esto es arquitectura de alta costura: cada puerta, cada picaporte, cada ventana, cada aplique se diseñaron como si fuera algo único en su género, y su construcción fue casi tan difícil como una iglesia de Gaudí.” (p. 163)
Barcelona presenta, aparentemente, un sugestivo papel en el conjunto del análisis de Sudjic. En el conjunto de su valoración de la relación entre arquitectos y poder político, los personajes y regímenes más connotados como totalitarios y ególatras, ofrecen más oportunidades de trabajo que las democracias liberales. Como excepciones, señala, la Barcelona postfranquista y la Holanda de los años 1990 en el que el lenguaje arquitectónico sirvió como instrumento de ruptura con el pasado y lograr visibilidad (p. 291).
Quizás en parte sea así, pero la excepción parece un tanto ligera. Esta ligereza en algunas afirmaciones puede ilustrarse también en su libro de 2017 sobre El lenguaje de las ciudades. Al tratar de lo que entiende como intervención positiva de los planificadores urbanos en la década de los ochenta del pasado siglo en Barcelona, lo achaca a que arquitectos, planificadores y políticos estaban lo “suficientemente cerca” como resultado de haber compartido celda durante la dictadura de Franco, lo que habría facilitado la existencia de una política urbana común.
Sin negar que algo de eso pudo haber, elevarlo a la categoría de elemento explicativo es, de nuevo, una frivolidad. De hecho, estos planificadores, arquitectos y políticos lo que tenían en común (cuando lo tenían) bien podría decirse que era más como resultado de compartir la barra del Bocaccio (un club barcelonés en el que se reunía la llamada gauche divine) que las celdas de la barcelonesa prisión Modelo. Sudjic parece olvidarse, o no conceder un papel relevante, de los movimientos ciudadanos, sociales y políticos del periodo, cuya vitalidad seguramente fue determinante para el establecimiento de acuerdos sobre la ciudad entre la elite técnico-política democrática o semidemocrática, que de todo hubo.
El lenguaje de las ciudades se abre con un capítulo sobre qué es una ciudad. La ciudad señalará en diferentes momentos, son sobre todo las personas que viven en ella. Es un enfoque bastante conocido. Junto al cual, señala también, en términos materiales “una auténtica ciudad ofrece a sus ciudadanos la libertad de ser lo que quieren ser”, una ingenua simplificación que pasa por alto la tremenda pobreza acumulada en las ciudades en un mundo mayoritariamente urbano. A lo que luego, hacia el final del libro, añadirá que “la ciudad es la creación más compleja y extraordinaria de la humanidad”, una afirmación que hace ya tiempo habíamos leído en algún otro autor.
El capítulo final se titula “Las multitudes y sus descontentos”, un título y luego un desarrollo que recuerda alguna formulación de Hardt y Negri y su Multitud (2004) aunque desde luego desprovisto de la radicalidad neomarxista de estos últimos. La multitud, dirá Sudjic, es un signo esencial de la vida urbana. La congestión se convierte en multitud cuando las personas toman consciencia de su pertenencia. El turismo masivo, e invasivo, no forma parte de la multitud; se torna una grave amenaza no solo para su tejido social sino también para su tejido físico.
El lenguaje de las ciudades es un libro mucho más ligero que La arquitectura del poder. Su propia elaboración fue mucho más breve. Está abundantemente ilustrado con fotografías, en general acertadas y bien integradas en el texto del que forman parte. Esta es una diferencia fundamental con La arquitectura del poder, donde no hay ilustraciones de ningún tipo, a pesar de que la obra contiene numerosas descripciones de edificios, generalmente de elevado valor icónico.
Para citar este artículo: Casals, Vicenç. Arquitectura, ciudad y poder. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales núm.1. A Coruña: Crítica Urbana, julio 2018. |