Por Eva García-Chueca |
CRÍTICA URBANA N.17 |
La pandemia que llevamos arrastrando desde hace más de un año ha tenido un grave impacto sobre la salud pública, la economía, el empleo o las desigualdades, especialmente en el ámbito urbano, que ha concentrado el 95% de los contagios mundiales (ONU HABITAT, 2020). Ello nos sitúa frente a múltiples desafíos que las políticas de recuperación deberán abordar. Pero también nos ofrece un escenario de (re)construcción que debería permitirnos avanzar hacia la generación de sociedades más igualitarias y resilientes. Para ello, resultará fundamental prestar la necesaria atención a los cuidados, sin los cuales no hay reproducción social ni supervivencia.
De hecho, la pandemia ha mostrado cuán indispensables son los cuidados en respuesta a la crisis. Por un lado, en el ámbito sanitario, estos han sido cruciales en un momento en que la frontera entre la salud y la enfermedad podía difuminarse en cualquier momento. Y, por otro, en el espacio doméstico, los cuidados se han multiplicado durante los momentos de confinamiento o aislamiento, al hacerse indispensable atender a niños y niñas, adolescentes, personas mayores o dependientes privados de sus actividades escolares o de atención específica; y se han intensificado debido al encorsetamiento de la vida cotidiana con múltiples restricciones de movilidad y sociabilidad, incrementándose significativamente las necesidades de los hogares en términos de alimentación, higiene o provisión de bienes.
Los diferentes rostros de la mujer cuidadora
Un reciente informe de ONU Mujer (2020) reconoce que, tanto en lo que concierne al ámbito de la salud, como al ámbito doméstico, los cuidados recaen fundamentalmente sobre las mujeres. Según sus datos, se estima que las mujeres realizan tres veces más tareas de cuidados que sus contrapartes masculinas, sobre todo en el hogar, lo cual predetermina su uso del tiempo (menos tiempo para el ocio, el descanso, el trabajo remunerado, etc.) y condiciona su bienestar y salud mental. La división sexual de los cuidados y su acotación al ámbito doméstico es, de hecho, una realidad de la que no han escapado las ciudades, que han vivido históricamente de espaldas a ellos a partir de la dicotomía establecida por las sociedades patriarcales entre el espacio público vs el espacio privado. El urbanismo moderno, además, lejos de ser neutro, ha contribuido activamente a transmitir jerarquías y roles sociales mediante una determinada configuración de los espacios públicos, el mobiliario urbano, los elementos de seguridad o la distribución de los equipamientos.
Los datos muestran que los cuidados tienen rostro de mujer. Pero la mujer cuidadora no tiene solo un rostro, sino varios, ya que la experiencia de provisión de cuidados cambia radicalmente en función de distintos factores como la capacidad adquisitiva, la educación, el origen o el contexto geográfico en el que habitan las mujeres, entre otros. Así, aunque la dedicación a la atención sanitaria formal es una actividad remunerada, la situación de las trabajadoras del sector cambia en función del puesto de trabajo que ocupan (tareas médicas, administrativas, de limpieza, etc.), lo cual está directamente relacionado con su acceso a la educación o su condición de migrante, por ejemplo.
A diferencia de la atención sanitaria formal, los cuidados domésticos no están remunerados o bien están infrarremunerados. Y, además, se dan en entornos más expuestos a abusos de todo tipo (laborales, sexuales). Las mujeres de bajos ingresos que habitan en determinadas áreas urbanas, por su lado, deben enfrentarse a situaciones de hacinamiento de sus hogares, falta de infraestructuras básicas (acceso a agua o electricidad) o sistemas sanitarios sobrecargados. Estos problemas, especialmente acuciantes en el Sur global, multiplican su trabajo, ya sea porque deben hacerse cargo de más personas en el ámbito doméstico, porque deben asegurar la provisión de determinados bienes (agua), porque deben realizar las tareas domésticas con menos facilidades (electricidad) o porque recaen sobre ellas más cuidados de salud. Para las adolescentes, además, la división sexual de los cuidados tiene un fuerte impacto sobre sus posibilidades educativas al verse obligadas a realizar este tipo de tareas con mayor frecuencia que sus homólogos masculinos. Asimismo, aquellas mujeres con actividades profesionales fuera del hogar, tampoco disfrutan de un repartimiento equitativo de las tareas domésticas y de crianza, a las que dedican más tiempo que sus compañeros.
Oportunidades pospandemia para políticas de cuidados
Este tipo de desigualdades socioeconómicas y de género se ha profundizado enormemente con la pandemia. Esta ha sobrecargado las mujeres con tareas que permanecen infrarreconocidas y precarizadas, a pesar de su centralidad para la reproducción y el bienestar social. Sin embargo, hace décadas que determinados círculos académicos, sociales y políticos han reconocido que, junto con la producción de bienes y servicios realizada en la esfera mercantil, existe la (re)producción de la vida, tan fundamental como la primera para la sociedad (¿más?). De entre los intelectuales que defienden estos argumentos, hay los Premios Nobel Joseph Stiglitz o Amartya Sen. Organizaciones internacionales como las Naciones Unidas, la Unión Europea, la OCDE, el FMI o el Banco Mundial, también admiten que la preparación de comidas, el cuidado de personas y la limpieza de las viviendas son actividades productivas e instan a los países a desarrollar cuentas satélites para medir el trabajo no remunerado, que se sitúa en torno al 9% del PIB mundial (OIT 2018)1.
¿Qué políticas podrían contrarrestar el predominante androcentrismo económico y contribuir a avanzar hacia una mayor igualdad de género? Reconocer el papel de los cuidados en nuestras sociedades pasa por el despliegue de amplio abanico de políticas públicas, tanto a nivel estatal, como regional y local. En el ámbito urbano, ello se traduce en asegurar que la ciudad, a través de su configuración, nos cuide; que sea gobernada con suficiente cuidado; y que sea sensible con la vida cotidiana y con el papel que juegan en ella los cuidados.
Ciudades que cuidan
Una ciudad que cuida es una ciudad que concibe el espacio urbano como elemento cuidador en sí mismo: con suficientes espacios públicos (inclusivos y de calidad) que promuevan y faciliten la sociabilidad, la interacción y la vida en común (clave para nuestra salud mental); con espacios verdes y elementos naturales para la recreación, el deporte y la sostenibilidad medioambiental; con itinerarios ciclistas y calles peatonales que resten protagonismo al transporte privado frente a medios menos contaminantes; y con una clara preocupación por su entorno (gestión de residuos, de aguas, vegetación urbana).
Una ciudad gobernada con suficiente cuidado prioriza la calidad de los servicios públicos, el buen trato a la ciudadanía y el diseño de políticas públicas con un enfoque de derechos y sensibles a las necesidades de los diferentes colectivos. También se preocupa por atender a todos los barrios y promover el policentrismo, y por ser transparente y participativa. Por último, una ciudad sensible con la vida cotidiana reconoce el papel de los cuidados en la reproducción social y, por ello, crea servicios públicos de cuidados (guarderías, espacios de crianza, bancos del tiempo), favorece la configuración de redes de apoyo mutuo y promueve los cuidados de tipo individual (buena alimentación, práctica deportiva, gestión de las emociones, ocio, estilo de vida saludable). Asimismo, fomenta el tercer sector dedicado a la provisión de los servicios de cuidados y apoya las iniciativas de emprendimiento social surgidas de la economía social y solidaria, mejorando las condiciones de trabajo de las cuidadoras y contribuyendo a la generación de empleo en este sector.
Gobernanza multinivel y cambio de paradigma
Estas intervenciones en clave urbana, sin embargo, no son suficientes para consolidar el cambio de paradigma que se requiere. Es necesario también abordar los cuidados desde esquemas de gobernanza multinivel. ONU Mujeres propone una hoja de ruta articulada en torno a 5R: reconocimiento, reducción, redistribución, recompensa y representación. Es decir, reconocer el valor económico y social de los cuidados. Ello pasa por políticas de protección social dirigidas a las personas proveedoras de cuidados mediante la posibilidad de acogerse a permisos retribuidos o de disfrutar de pensiones. Reducir la carga de trabajo a la cual deben hacer frente las cuidadoras en determinados contextos geográficos por la falta de infraestructuras básicas. Asegurar el acceso al agua, a electricidad o a transporte público, entre otros, puede contribuir a minimizar el tiempo adicional que requiere el desarrollo de la vida cotidiana sin estos bienes y servicios. Redistribuir los cuidados mediante servicios de calidad asequibles que permitan dar atención a menores, mayores, personas con algún tipo de discapacidad o dependientes; y reforzar el sistema de salud formal, dotándolo de mayor integralidad en la atención a las personas, de forma que sea capaz de dar respuestas a las necesidades de los diferentes grupos de población a lo largo de la vida. Recompensar el trabajo de los cuidados mediante un salario equitativo y condiciones de trabajo decentes, tanto si este se desempeña en el ámbito doméstico como el marco de servicios públicos. Y, por último, garantizar la representación del colectivo de las cuidadoras en el diseño, implementación y monitoreo de estas políticas para que puedan expresar sus necesidades y ser escuchadas.
Nos situamos ante un reto complejo que no acepta soluciones simples, de ahí que sea necesario desplegar políticas desde las diferentes esferas de gobierno. La crisis dinamitada por la COVID-19 puede ayudarnos a acelerar el cambio hacia una mayor corresponsabilidad individual y colectiva. Habrá que ver si, después de un año de crisis sanitaria y de profundización de la brecha de género, el próximo 8 de marzo será aprovechado por el movimiento feminista para revitalizar sus protestas para que los esfuerzos de recuperación pospandemia otorguen la atención necesaria a los cuidados. Las soluciones y los argumentos están ahí, pero habrá que movilizarlos.
Notas
Nota sobre la autora
Eva García-Chueca es Doctora cum laude en Poscolonialismos y Ciudadanía Global por la Universidad de Coímbra (Portugal). Investigadora sénior y coordinadora científica del Programa Ciudades Globales de CIDOB – Barcelona Centre for International Affairs. Investigadora colaboradora del Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coímbra.
Para citar este artículo:
Eva García-Chueca. ¿Cómo avanzar hacia ciudades feministas después de la pandemia?. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 17 Ciudades para los cuidados. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2021.