Por Elizabeth Andrade Huaringa y la pluma de Ana Sugranyes |
CRÍTICA URBANA N.29 |
Somos familias de distintas nacionalidades, más de dos mil en una toma de terreno, el Macrocampamento Los Arenales, en la ciudad de Antofagasta, Chile.
Desde un inicio, fuimos descubriendo cómo convivir en un territorio hostil. La necesidad nos llevó a la autogestión: de la sobrevivencia individual a la solución solidaria; del sálvese quien pueda a la organización comunitaria; del acceso a la vivienda a la construcción compleja de la ciudad.
Las 11 hectáreas de terrenos fiscales, sobre las cuales se levanta el asentamiento están en el centro del Sector Bonilla, un barrio popular de 50.000 habitantes al norte de Antofagasta, esta ciudad de casi 400 mil habitantes, una larga franja entre el Océano Pacífico y el Desierto de Atacama. Es una ciudad marcada por la economía extractivista (el cobre y el litio) y un gran flujo migratorio; 10% de la población de la ciudad ha tenido que optar por vivir en terrenos fiscales ocupados en el Pie de Cerro, en diferentes campamentos con un promedio de 75% de familias migrantes; entre ellos, Los Arenales.
El inicio de la ocupación de Los Arenales remonta a 2012 y se masificó a partir de 2015 por los muy altos costos del arriendo de viviendas en Antofagasta, que hacía la vida imposible, especialmente para las familias inmigrantes.
Cada familia de la toma, veníamos de historias similares, marcadas de traumas, frustraciones, violencias y estigmatizaciones. Optamos por la aventura del campamento, por la necesidad y por la aspiración a otra vida posible. Las transformaciones, la densificación y el hacinamiento han convertido Los Arenales en una maraña enredada cuyo tejido debemos reordenar (Figura 1).
El aprendizaje de la ayuda mutua
Es una forma espontánea de servicios entre vecinos y vecinas para el desarrollo progresivo de nuestras casas, para la compra de los materiales, el carreo de los mismos a pie de obra, la contratación o el aporte buena onda del vecino que sabe de construcción. La información corría sobre el cómo colgarse de la luz; a través de los años también el cómo llegar a la conexión a la matriz de agua. Hubo un aprendizaje que, con el tiempo, nos llevó al arte de la ayuda mutua bien estructurado, con sus sistemas de control de aportes, para todo tipo de trabajo comunitario.
Empezamos hace siete años con la construcción de las sedes sociales y tenemos once, equipadas -la mayoría, legado de las ollas comunes de la pandemia, con cocina completa- y distribuidas en todo el asentamiento. Desarrollamos servicios de guardería y escuelas de autoformación. Por iniciativa propia, logramos construir el alcantarillado y conectarlo a la red de Aguas de Antofagasta; lo mismo con el agua potable en todas las casas; de forma directa, negociamos con la empresa de electricidad y disponemos de medidores en todas las casas y con iluminación en pasajes y calles. La disciplina de la ayuda mutua, con sus mingas ya rituales, nos permite acciones de toda índole; hasta para la constitución de una red de padrinos para resolver las exigencias de vida de un adolescente, el hijo de una dirigente que acaba de fallecer.
La mitigación de riesgos en Los Arenales se traduce en la necesidad de controlar el deslizamiento de la arena debajo de las construcciones livianas. De la tradición de vida en el desierto, aprendimos los métodos de siembra de plantas grasas que estabilizan el suelo. De la conciencia de nuestra relación con el medio ambiente, nos lanzamos en las experiencias indispensables de transformar vertederos en jardines, parques y huertos comunitarios.
La ayuda mutua y la minga, instrumentos autogestionarios, se aplican también en una lucha en contra del amontonamiento de basura, esa plaga universal que afecta a los asentamientos populares. Son dos las causas clave de este problema en territorio no formalizado: los servicios municipales de aseo no llegan al campamento y es mucha la desfachatez de personas ajenas a la comunidad que usan el espacio público de nuestro entorno para botar basura pesada. La organización y la disciplina mantienen el espacio limpio.
La autogestión en tiempos de intervención estatal
En 2017, realizamos un ejercicio para entender el derecho a la ciudad y formulamos el ideal en una imagen objetivo, cuya construcción queremos protagonizar. Así avanzamos en nuestra capacidad autogestionaria de mapeo y diseño del plan de urbanización de nuestro macrocampamento, por cierto, guiadas por la asesoría de profesionales socialmente comprometidos con nuestro proceso de #Radicación #Haciendo Ciudad.
Pasamos de la lógica de la necesidad a la capacidad de propuestas, de mamá protectora a la confianza y solidaridad, de una situación depresiva a una estrategia intercultural. El concepto autogestionario nos guía hacia la tipología de nuestro nuevo barrio, con sus distintas densidades en las soluciones habitacionales, con sus múltiples servicios públicos, con su enfoque de ciudad de los cuidados; también con una metodología de negociación e incidencia para que el Estado nos incluya en sus programas.
La entidad gubernamental con cargo de mejorar las condiciones de vida en los campamentos, el Servicio Regional de Vivienda y Urbanizaciones, Serviu, no entiende ni respeta los valores autogestionarios. Tradicionalmente, su metodología de intervención está centrada en la focalización, en la atención individual, con protocolos impuestos que apuntan a la erradicación o relocalización de asentamientos precarios y a la atomización de la organización vecinal. Trabaja desde escritorios lejanos, con enormes cargas burocráticas; nuestra relación con el Serviu se limita a un ir y venir de carpetas con nuestros datos exigidos y no necesariamente útiles.
Nos rebelamos contra la burocracia, nos organizamos, logramos ir sumando cohesión entre los comités y trabajamos en la formulación de nuestra Hoja de Ruta hacia la #Radicación #Haciendo Ciudad (2023).
Ahora, la voluntad política de las autoridades propone un nuevo Plan Construyendo Barrios, que podría abrir un proceso de formulación de un plan maestro y de especificaciones para todos los distintos proyectos. Está formalmente reconocido el proceso de intervención estatal que transformará nuestro espacio de precariedad hacia lo que seguimos definiendo como la ciudad ideal, o la primera ciudad latinoamericana de Chile.
Estamos conscientes de los desafíos que tendremos que ir superando uno a uno, con mucha paciencia. En el horizonte de unos diez años, entre tantos otros frentes, tendremos que seguir peleando para que el Serviu reconozca nuestras herramientas de autocenso para precisar el sujeto de la transformación del barrio, valide siete opciones habitacionales para responder a la diversidad de nuestra comunidad, desarrolle la infraestructura ya comprometida de viviendas transitorias para el desarrollo de los proyectos por etapas, coordine con otras instancias sectoriales y regionales la realización de la nueva centralidad urbana, el espacio común de nuestra ciudad.
También sabemos de los riesgos que pueden tumbar nuestra propuesta autogestionaria; por ejemplo, la aplicación por el Estado de medidas tendientes a la atomización y contrarias a nuestra estrategia de organización comunitaria; factores externos como cambios políticos o crisis económicas; factores internos nuestros, como los límites del activismo, las diferencias ya no asumidas desde la energía intercultural, o simplemente, las cosas de la vida.
A modo de cierre, entre aciertos y desafíos
Descubrimos el poder de la autogestión en la promoción y mantención de prácticas colectivas, que valoramos a través de alcances concretos, que construimos en la solidaridad:
La acción política, para abrir y sostener espacios permanentes de negociación y colaboración con las autoridades regionales y sectoriales.
La organización comunitaria, en consenso de comités y dirigentes por la opción de la radicación, en vez de aceptar los programas estatales que nos erradicaban de nuestro barrio, nos dispersaban en la ciudad y nos estigmatizaban en la no integración social.
Mejoras económicas, sociales y culturales de la vida de todas las personas en el asentamiento, en términos de salud, higiene, opciones de educación, empleo, economía circular e interculturalidad (producción de pan de cada país, bailes, música, artes plásticas).
El derecho a la ciudad, por nuestra decisión de construir barrio para la calidad de la convivencia en medio de la precariedad del Sector Bonilla, y por la aspiración de todas y todos a la primera ciudad latinoamericana de Chile.
Avances ambientales, por nuestra capacidad de control de residuos sólidos y líquidos y por la estabilización de las arenas a través de siembras diversas, en parques, jardines y debajo de nuestras casas, así como nuestra capacidad de transformar vertederos en huertos comunitarios.
La perspectiva de género, por nuestro empoderamiento como mujeres, no sólo para incidir, sino que para liderar el proceso de #Radicación #Haciendo Ciudad.
El enfoque de los cuidados, por nuestros servicios de asistencia psicológica y de reinserción social a víctimas de violencia intrafamiliar, y por la atención cotidiana de mujeres, niñez y vejez.
Las prácticas de seguridad ciudadana, por el control social de pandillas y drogas, por los canales de comunicación directa en caso de emergencia, por haber logrado que la policía acuda cuando hay problemas.
La formalización de la intervención del Estado en el proceso de #Radicación #Haciendo Ciudad es, a la vez, la mayor conquista de nuestro proceso autogestionario y el anuncio de nuevos desafíos:
La resistencia ante la rutina institucional en la implementación del programa Construyendo Barrio. Está la voluntad política del gobierno en abrir brechas para salir de 40 años de subsidios individuales e iniciar proyectos desde la especificidad de cada territorio, como nuestro asentamiento popular; pero todo indica que las instancias operativas no están preparadas y se ven amenazadas por una complejidad adversa al poder establecido por el dominio del subsidio.
La unidad de nuestra organización en Los Arenales. La historia de los movimientos de pobladores siempre ha sufrido ante las fuerzas atomizadoras del poder político y económico; además, la autogestión no está reconocida como alternativa de desarrollo vecinal o local.
Asumir decisiones al encuentro de nuestros propios principios. A pesar de nuestra voluntad de hacer de Los Arenales la ciudad ideal por la cual luchamos desde hace siete años, sabemos que no todas las familias tendrán cabida en la formalización del barrio, ante la rigidez de las políticas migratorias y habitacionales.
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Para saber más:
Andrade, E., & Sugranyes Bickel, A. (2022). Construyendo la primera ciudad latinoamericana de Chile. Rompiendo Barreras desde el Macrocampamento Los Arenales en Antofagasta. Hábitat Y Sociedad, (15), 255–271. https://doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2022.i15.12
Los 16 Comités de Los Arenales (2023). Nuestra Hoja de Ruta y el Plan Maestro,
Rompiendo Barreras (2017): video https://www.youtube.com/watch?v=2rkLUalv1fg&t=470s
Rompiendo Barreras (2018): vídeo https://youtu.be/5vQWmoAdsYsellos
Nota sobre las autoras
Elizabeth Andrade Huaringa es Premio Nacional de Derechos Humanos (2022). Peruana, de formación parvularia, trabajadora social in fieri, es dirigente del Macrocampamento Los Arenales, preside la Corporación Rompiendo Barreras y es vocera del Movimiento de Pobladoras y Pobladores Vivienda Digna, MPVD – Antofagasta.
Ana Sugranyes Bickel, arquitecta y doctora en políticas habitacionales. Autora de numerosas publicaciones sobre hechos urbanos, la vivienda protagonizada por sus habitantes y los derechos al hábitat.
Para citar este artículo:
Elizabeth Andrade Huaringa; Ana Sugranyes. La autogestión para hacer ciudad, desde un asentamiento popular. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.6 núm. 29 Gestión comunitaria. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2023.