Por Elisa Crespo; Óscar Iglesias |
CRÍTICA URBANA N. 34 |
“Naturalmente, los objetivos asignados a lo que quede de la escuela pública supondrán una doble transformación decisiva a más o menos largo plazo. Por un lado, habrá una transformación de los profesores, que deberán abandonar su estatus actual de sujetos a los que se supone un saber, para formar parte de los animadores de diferentes actividades de valores o transversales, de salidas pedagógicas o de foros de discusión […]; a fin de rentabilizar su uso, también serán animadores encargados de distintas tareas materiales o de refuerzo psicológico. Por otro lado, la escuela se convertirá en un espacio de vida, democrático y alegre, a un tiempo guardería ciudadana […] y un lugar liberalmente abierto tanto a todos los representantes de la ciudad como a todas las mercancías tecnológicas o culturales que las grandes marcas, convertidas en colaboradoras explícitas del “acto educativo”, juzguen adecuado vender a los distintos participantes”.
A mediados de los 90, bajo la égida de la Fundación Gorbachov, “quinientos políticos, líderes económicos y científicos de primer orden”[1] se reunieron en el Hotel Fairmont de San Francisco para contrastar sus puntos de vista acerca del destino de la nueva civilización. Para mejorar la eficacia comunicativa, solo disponían de cinco minutos para introducir el tema, y un máximo de dos para intervenir en los debates. El más breve de todos pudo ser John Gage, director estadounidense de Sun Microsystems: “Contratamos a nuestros trabajadores por ordenador, trabajan por ordenador y los echamos por ordenador”.
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Jan Steen. Escuela del pueblo, 1670. Scottish National Gallery, Edinburgh, UK. Fuente: WikiArt.
Aquella asamblea de notables, exhumada por Jean-Claude Michèa en La escuela de la ignorancia y sus condiciones modernas, comenzó con una supuesta evidencia: “En el próximo siglo, dos décimas partes de la población activa serán suficientes para mantener la actividad de la economía mundial”. Expuesto el principal problema político (¿cómo se garantiza la reproducción social y se mantiene la gobernabilidad del 80% de la humanidad sobrante?), la solución educativa que acabó imponiéndose como la más razonable fue la propuesta por Zbigniew Brzezinski con el nombre de tittytainment[2]: “un cóctel de entretenimiento embrutecedor y de alimento suficiente que permitiera mantener de buen humor a la población frustrada del planeta”.
Este conocido meeting de época en California no alcanza para un intento de genealogía[3]. Sí es el pliego de condiciones que las élites capitalistas, a finales del corto siglo XX, asignaban a la escuela del siglo XXI. A partir de él, es fácil deducir, como Michèa en sus libros sobre la intrusión del Mercado en la enseñanza, “las formas a priori de toda reforma destinada a reconfigurar el aparato educativo según los únicos intereses políticos y financieros del Capital”.
La crisis de 2008 debió provocar “que sonara el despertador del sueño neoliberal”. Lo que se hizo, según argumenta Alain Supiot desde la sociología y el derecho del trabajo, fue acelerar: “Intensificar las políticas tendentes a flexibilizar el mercado laboral, realizar aumentos de eficiencia sobre los gastos, especialmente en los ámbitos de la educación y la sanidad, y evitar aumentar sensiblemente los impuestos”[4]. Igual que en los años noventa, el mandato a seguir es el de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la misma entidad que elabora el Programme for International Student Assessment (los temidos informes PISA, que evalúan las competencias de los escolares a nivel mundial).
El futuro de la competitividad europea, el reciente Informe Draghi, inserto en un marco de agresividad extrema de Estados Unidos por conservar la hegemonía, es la última vuelta de tuerca en esta deriva. Se propone la creación de un gran fondo de inversión europeo y emisiones en deuda conjunta, orientada a la inversión en los sectores señalados como estratégicos (transición verde, industria armamentística). Es decir, canalizar los ahorros de los europeos hacia productos financieros con los que sufragarlos. Si estos productos atraen capital, será en detrimento de las emisiones de deuda de los Estados, con las que se financian las necesidades públicas de sanidad y educación[5].
¿Les suena “competitividad”, si hablamos de educación? La competencia educativa, una recomendación de Bruselas, fue incrustada en las diversas constituciones de la psicopedagogía hegemónica y sus implementadores ibéricos, encargados de elaborar el currículum académico y fijar el currículum oculto[6] de las escuelas públicas. Su obsesión es conocida: todo lo que existe debe ser reductible a número. Las competencias se fijan a través de diferentes estándares de calidad educativa, otro sintagma fetiche para la administración; en la práctica, sinónimo de “productividad adecuada a la situación dada”, es decir, a las necesidades e/o inversiones de las empresas[7].
Es sabido que toda la ciencia de este dispositivo se basa en un secuestro del lenguaje: prolijidad burocrática absurda, sofisticación banal del idioma pedagógico (una mezcla de management y sociología de la desviación con educación emocional) y alienación de la fuerza de trabajo del profesorado, básicamente cognitiva, a través, también, de Internet. El descanso y el pensamiento se aplazan, por la naturaleza del medio, y la kubernesis es utilizada para administrar el miedo[8] (además de actuar como caballo de Troya pedagógico para las grandes compañías que venden sus productos en el bazar público-privado de la formación continua[9]. La Inteligencia Artificial, despegada de su huella social y ecológica, empieza a publicitarse como la nueva innovación en busca de la excelencia educativa, con el objetivo de no quedar atrás.
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Foto: Óscar Iglesias
En este paisaje de vida administrada florece el oxímoron y los bucles dialécticos perversos, casi siempre antimaterialistas: disuelta toda lógica ajena al mercado, el aula de castigo se llama aula de convivencia, al igual que las notas requieren un desglose programático entre resultados de aprendizaje e indicadores de logro. Marginadas curricularmente las Humanidades desde finales de los 80, en favor de saberes desechables (y supuestamente empleables) más utilitarios, en el contexto español lo cívico pasó a ser ciudadano, pero ahora se puede denominar también proyecto competencial, con vistas a la producción del nuevo ciudadano-empresario.
Como la milenaria prudencia, virtud colectiva, ahora es la psicologizante empatía. Educación financiera (cultura emprendedora) sí, economía política (cultura clásica) no. Sostenibilidad aplicada al sistema productivo, nueva materia de FP, viene con un libro editado ad hoc por empresas del lobby eléctrico: Naturgy, participada por Black Rock.
Al mismo tiempo, esta demolición de la esfera pública lastra a los profesores con una responsabilidad asistencial, insoportable objetivamente, que no debieron haberse atribuido. En 2021, los claustros firmaron una declaración institucional haciéndose responsables del bienestar emocional de los alumnos. Por supuesto, los casos de suicidio, autolesiones o trastornos de conducta no disminuyeron. Esas firmas solidarias, en lugar de proteger a los más débiles exigiendo atención especializada digna en la sanidad pública, los hicieron aún más vulnerables. A falta de que Occidente se obsequie a sí mismo con unas “leyes universales de la diferencia”, como sugiere Giacomo Marramao, muchos profes intentan cuidar. Todavía hoy alivian el reflujo mental de la COVID entre adolescentes estabulados en sus pantallas, gozando más bien poco de las identidades múltiples que les devuelve el Internet Complex. La multiplicación (por 20, si hablamos del número de trastornos mentales censados desde 1945 por la autoproclamada ciencia psiquiátrica) de los diagnósticos de salud mental entre la población sí ha servido, al menos, para compartir saberes: de la guerra por la atención, de la moneda viva o de las mutaciones en la función lúdica de la imaginación, los profesores empezamos a saber un poco…
Esta proliferación de protocolos de salud mental en las escuelas públicas se traduce, generalmente, como un epígrafe más de las medidas de atención a la diversidad. Si antes de la distancia social se escamoteaban refuerzos de alfabetización para los alumnos más desposeídos, víctimas del efecto Mateo, tampoco se esperan ahora mismo refuerzos terapéuticos en los grupos de alumnos pobres. La ley dice una cosa, en la práctica docente observamos otras (casi siempre las mismas). La distancia social se ha petrificado[10].
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Recuperar la palabra
Los resultados de esta gobernanza por los números y el cientificismo al servicio de una doxa extractiva son positivos, si obviamos que los números son de parte y la estructura, hoy, está organizada para autodestruirse, en cuanto pública y en cuanto herramienta de igualación social. ¿Cómo suspender a alumnos que apenas saben leer y escribir, por ejemplo, en aulas que atentan contra las condiciones materiales de aprendizaje? Los alumnos aprueban y titulan mayoritariamente; los que no, podrán abandonar cuando cumplan 18 años, y ya no serán un problema del Estado. Los porcentajes de fracaso escolar, entendido como abandono de la educación secundaria obligatoria, bajan, para regocijo mediático del consejero digital de turno.
Aprender es otra cosa, y no es rentable (a menos que uno sea deportista de élite en la industria interclasista de la victoria). La revolución pedagógica inducida por las instituciones educativas no es la revuelta de los idiotas, sino el triunfo de las fábricas de ignorancia[11]. “La incapacidad de valorar el conocimiento por sí mismo y de saber establecer su jerarquía”, resume José Carlos Bermejo Barrera el problema fundamental de la Universidad española con la epistemología. Valdría para resumir las amenazas a la libre investigación en ciencias humanas, sin entrar en el infierno de las acreditaciones, ni en la secularización reciente de la mayoría de las titulaciones relacionadas con pedagogía y servicios sociales.
Tal cantidad de síntomas alusivos al fin de una ficción, la del trabajo y el saber como mercancías, ofrece una posibilidad. Ninguna obra debería ser un simple medio al servicio de objetivos financieros, entre otras cosas porque ese horizonte hace mucho que dejó de ser sostenible a escala planetaria. A falta de huella social, o un mejor rastrear la devastación de la sociedad común, la huella ecológica ya ha sido modelizada.
La educación pública también. Podemos iniciar una discusión pedagógica considerándola desde tres perspectivas:
1)Como elemento de desarrollo de las fuerzas productivas, incluso en un Estado cuya apuesta económica es el turismo.
2)Como una de las partes del salario indirecto, el que se recibe en especie. Si bien el descuartizamiento de la sanidad pública es el más grave a medio plazo, la voladura en educación coloca a padres y alumnos delante del mismo hecho pecuniario: todos perdemos dinero, además de paciencia, con el empeoramiento de la enseñanza. Un cambio radical en la organización curricular, abandonar la multiplicación de contenidos y materias y dedicar la mayor parte del tiempo a comprensión lectora y pensamiento lógico-matemático, como se sabe, en ningún caso empeoraría la escuela. Gramática, Música y Matemáticas en el mismo módulo (como en la Escuela de Lingüística, Lógica y Artes del Lenguaje de Agustín García Calvo), es seguro que tampoco.
[Para saber por qué no se cambia de repertorio, o por qué la escuela pública no alcanza a proyectar un discurso digno de tal nombre, remitimos al principio del texto, sin decir en ningún momento aparato ideológico del Estado. Con el ilustrativo disciplinamiento de un decano cualquiera, en una charla de 2015 sobre producto pedágogico y TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño): “La principal labor de la educación pública es dotar de mano de obra el mercado de trabajo.”]
3) Como un sector de laburo, donde se para la clase, con todas sus perspectivas enclasantes y desenclasantes. Los trabajadores de la enseñanza somatizan la diferencia de derechos entre interinos, sustitutos y funcionarios como palanca para dividirse en beneficio de (la falta de rigor) de la administración educativa. Al mismo tiempo asisten a su propio saldo, el saldo del sentido de lo común, como quien admira un desastre meteorológico. Si esto, aferrarse a la clase media (pueblo del Estado, como la caracteriza Emmanuel Rodríguez), es o no es solidaridad con los trabajadores más desprotegidos, o alimento para el odio a los funcionarios que se instiga desde la patronal y la oposición política en España, llevamos años sabiéndolo. La proletarización de la enseñanza es un hecho y, aunque los docentes lectores de Marshall Sahlins no son legión, algunos empiezan a enfadarse en los bares cuando alguien espeta “trabajáis 24 horas a la semana”. Ser profe en la pública no es un trabajo fácil. Conjurar la bondad y la inteligencia mediante el deseo y la alegría, querer creer pensar que es posible enseñar algo en estas condiciones, empeora la salud física y mental de cualquiera[12].
¿Cómo rehumanarse y emancipar el saber (el trabajo, la vida) de la mercancía en la escuela? ¿Para cuándo unos comunes docentes basados en pedagogías vivas y pertinencia pedagógica, cuya soberanía todavía pertenece al profesor, más que a los inspectores educativos, las directivas y el batallón de expertos, técnicos y profesionales en ciencias de la educación?
En primer lugar, dando la cara para recuperar la palabra en las horrorosas asambleas de profesores del siglo XXI: cuestionar cualquier impertinencia pedagógica impuesta o recomendada a los verdaderos profesionales de la Educación, dicho sea de paso. Si a los profesores no les importan las palabras, ¿a quién deberían importarle? Un sindicato de víctimas, en este caso padres y profes, con secciones diferenciadas pero unidos en lo esencial: hacer valer la dignidad del oficio y las garantías legales, tantas veces subterráneas y contradictorias, de las necesidades educativas. Además de defenderse del silencio administrativo y exigir en los juzgados la formación y contratación de personal especializado en el seguimiento de chavales con necesidades específicas, en todas las escuelas públicas que apenas desclasan a nadie. Nada que no haya sido hecho antes, de muy diversas maneras, muchas de ellas historiadas. “No supone mejora, sino más trabajo”, podría decirse. Y se responde: es cierto, la diferencia es que ese más trabajo ya lo haces tú. El fondo de la cuestión sigue siendo, ahora y siempre, organizarse para repartirlo de buena fe.
Se trata de evitar que la militarización del mundo pudra aún más la escuela, tan próxima en su origen (moderno) al universo concentracionario. Nada que no haya sido hecho antes. En la cartografía de Günther Anders, a finales de los 70, de los cuerpos docentes dependía la salvación de la Humanidad. Las profes se conformarían con mejorar el presente un día o dos a la semana, lo que equivale a hacer poesía, pero para eso también tendrán que (re)infectarse a sí mismas como colectivo. De “conciencia crítica y fantasía moral”, si queremos ir a la escuela del alma[13].
No será lo único que nos haga falta.
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Notas
[1] Hans Peter Martin y Harald Schumann. La trampa de la globalización. Madrid, Taurus, 1998.
[2] Entertainment significa “entretenimiento, diversión”; tits, en argot estadounidense, “tetas”.
[3] Habría que suturar lo que va entre el Julien Benda que escribe contra Action Française en La traición de los clérigos (1927) y la traición de la técnica y la ciencia, encarnada en la figura del experto, profesional o técnico especialista que diagnosticó Günther Anders en La obsolescencia del hombre. Sobre el alma en la época de la tercera revolución industrial (1956-1980). Es conocida la síntesis de Bruno Latour en la entrevista concedida a Canal Arte en 2021: “Cuando a todo le llamáis ciencia, es que casi nada lo es ya”
[4] Entrevista de Catherine André a Alain Supiot en Alternativas Económicas (Alternativas Economicas, junio de 2020) El trabajo ya no es lo que fue. Cómo pensarlo de nuevo en un mundo que cambió (y que nos tiene desconcertados). Alain Supiot, Siglo XXI Editores, 2022, págs. 65-70.
[5] El declive de la educación pública en las democracias liberales es uno de los indicadores que utiliza Emmanuel Todd en La derrota de Occidente (Akal, 2024).
[6] Jurjo Torres. El currículum oculto. Ediciones Morata, 1991.
[7] Contra la calidad, siempre (tribuna de Alberto Santamaría en El Confidencial)
[8] A finales del siglo XX, en El cibermundo, la política de lo peor, Paul Virilio habló de Internet como eje fundamental de la futura “administración del miedo”. Una provechosa historia de la κυβέρνησις (“gobierno de la nave por medio del timón, dirección”; la forma adjetival kubernetes, raíz de cibernauta, sirve para timonel, gobernador, piloto o comandante de marina) la ofrece el colectivo Tiqqun en La hipótesis cibernética (2003, disponible en la Red). En Tierra quemada. Hacia un mundo poscapitalista (Ariel, 2022), Jonathan Crary apela exclusivamente a los recursos hídricos de la Tierra: “Internet o el planeta”.
[9] Si la FP privada suponía en 2012 un 21% y un 23% en los grados medio y superior, respectivamente, una década después su trozo del pastel ha subido hasta el 32% y el 37%. (Eldiario.es)
[10] Los alumnos de familias con estudios básicos tienen 5 veces más posibilidades de dejar pronto la escuela.
[11] José Carlos Bermejo Barrera. La fábrica de la ignorancia. La Universidad del ‘como si’. Akal, 2009.
[12] Los colegios concertados cobran más de mil millones de euros en cuotas ‘ilegales’ a las familias (El público) y La aberración de la educación concertada (Eldiario.es)
[13] Josep María Esquirol. La escuela del alma. De la forma de educar a la forma de vivir. Acantilado, 2024.
Nota sobre la autora
Elisa Crespo Vázquez (Cambre, 1975). Entre 1991 y 2007 fue camarera sin contrato y becaria intermitente en grupos de investigación en arqueología, ingeniería, cultura y urbanismo. Desde 2014 trabaja como profesora de Historia. Miembro del Colectivo al Servicio de la República, su última traducción es Plan contra mercado. Capitalismo real y agonía del modelo social europeo, de Pasquale Cicalese (Silente Académica, 2024).
Nota sobre el autor
Óscar Iglesias Araúxo (Ourense, 1975). Periodista durante dos décadas (Vieiros, El País, El Periódico de Catalunya, etc), trabaja como profesor de Imagen y Sonido en la escuela pública. Antes tuvo la suerte de ser camarero, estibador o becario en una fábrica de tableros. En 2005 publicó Guadalajara, la lucha en el barro. Marzo de 1937 (Eds. El Mundo).
Para citar este artículo:
Elisa Crespo; Óscar Iglesias. Por si hablásemos de educación. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 7, núm. 34, Más allá del pensamiento hegemónico. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2024.