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Requiem por Ryebank

22 junio, 2025

Por Edward Fox |
CRÍTICA URBANA N. 36 |

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Mis mañanas empiezan casi siempre así: la puerta de casa se cierra detrás de nosotros y Luna sale corriendo de la verja, dando pequeños ladridos de felicidad. Cruzamos la calle entre coches y, al otro lado, las casas de ladrillo rojo se acaban, sustituyéndose por una valla medio rota, que a duras penas consigue separar la acera de un extraño matorral de árboles y arbustos.

Como en una película de David Lynch, el orden de nuestro barrio periférico inglés empieza sutilmente a desmoronarse. De pronto, Luna se mete por un agujero en la valla y me arrastra adentro, donde se abre una especie de prado enmarañado de hierbas caóticas, rodeado de zarzas y árboles diversos. La suelto y se mete feliz entre las matas.

Estamos en Ryebank Fields, nuestra dosis diaria de naturaleza urbana. Bordeamos la pradera, esquivando las garras de las zarzas, y pasando por el camino abedules y sauces, pequeños robles malformados, tilos, arces, cerezos y saúcos, fresnos moribundos, espinos y álamos. Colgando de algunas ramas, vemos pequeñas estrellas caseras, hechas con ramitas e hilos de color, o, a veces, corazones de madera con mensajes escritos a mano: ‘Se amable con los árboles’, ‘¿Me cortarías hasta el corazón, leñador?’. Aquí pasa algo.

Algunas intervenciones de los partidarios de la conservación de los terrenos. Fotos de Edward Fox.

En el lado opuesto, las ramas desnudas de los chopos ancianos ondulan y bailan en la brisa matinal, marcando el límite del terreno. Sorteamos un barranco lleno de maleza, por un camino traicionero de barro, y salimos a una pradera más grande aún, donde múltiples caminitos llevan a un círculo malformado de troncos, en un espacio entre las hierbas altas. ¿Señal de reuniones misteriosas? El camino nos lleva por un bosque mágico de álamos, que pasamos callados, escuchando el temblor de las hojas en el suave viento, y el canto de los primeros pájaros valientes de primavera. Finalmente, llegamos a una apertura ancha y enmarcada en un seto de espino y paramos momentáneamente aquí, en el umbral entre la naturaleza semisalvaje de Ryebank y la versión urbana, domesticada de Longford Park.

 

Una breve historia

Ryebank Fields son dos campos inocentes, que han escapado milagrosamente, hasta ahora, del crecimiento inexorable de Manchester. Hasta bien entrado el siglo veinte, todavía sobrevivían como pastos en el límite de la metrópolis, cada vez más acechados por las nuevas casas de la creciente burguesía. Mapas antiguos identifican un pequeño riachuelo que pasaba por el campo más norteño. Después de la Primera Guerra Mundial se convirtieron en una cantera de arcilla conectada a una nueva fábrica de ladrillos, para alimentar la expansión renovada de la ciudad. Terminada una segunda guerra, Manchester finalmente perdió su insaciable energía centrífuga, y la fábrica, igual que sus canteras, quedaron abandonadas.  Años más tarde, después de una tragedia en la que un niño se ahogó nadando en las piscinas que se formaron, el ayuntamiento llenó con escombros los huecos profundos y los cubrió con tierra, donando los campos a la Politécnica de Manchester, para usos deportivos. En los años noventa, ya convertida en Manchester Metropolitan University (MMU), esta los abandonó de nuevo, desde entonces se han ido asilvestrando, adquiriendo poco a poco un estado híbrido; lo que Gilles Clement llamaría un tercer paisaje.

Foto de Edward Fox.

Ahora parece que el próximo capítulo en la historia de estos dos pequeños campos mancunianos será llenarse de casas para la nueva fase de expansión urbana, después de medio siglo de contracción. En 2017, un año antes de que Luna entrara en nuestras vidas, apareció por nuestro buzón, un panfleto pidiendo comentarios sobre una nueva propuesta de construcción para Ryebank Fields. Se proponía construir alrededor de 70 casas de alto-standing, en un plan apoyado conjuntamente por la universidad y el ayuntamiento. La respuesta de la comunidad fue rápida y contundente. Grupos pequeños se reunieron en pubs, cafés o salas de estar para debatir como resistirlo o qué alternativas proponer, alimentados por cervezas o tazas de té; reuniones más grandes se organizaron en el club de atletismo, en la biblioteca del barrio o en salas de escuelas; aparecieron pósteres en todas partes y llegaron panfletos  a los buzones.

La propuesta levantó una oposición generalizada, que muy pronto se dividió en dos grupos principales. El primero se formalizó en los Friends of Ryebank Fields (FRF), un grupo que daba prioridad al valor de la naturaleza, la biodiversidad y el acceso a espacios verdes por encima de la necesidad de vivienda, y que se mostró enérgico y creativo en su oposición frontal a cualquier tipo de construcción. El segundo era un grupo más matizado y más dispuesto a dialogar con la universidad y el ayuntamiento. Su ira se concentraba en la propuesta de construir únicamente casas grandes para privilegiados y adoptaron la posición de que cualquier comunidad debería ser más diversa social y ecológicamente. Este grupo se formalizó en el Chorlton Community Land Trust (CCLT) y lideró una serie de reuniones públicas para debatir ideas y opciones. De estas, emergieron una serie de principios clave como la covivienda, los coches compartidos, vivienda social, passivhaus, tejados verdes y drenaje sostenible. Estos ganaron un apoyo amplio y muchos terminaron siendo adoptados por el ayuntamiento como la base de un nuevo marco formal para el desarrollo de Ryebank Fields.

Foto del grupo por Charlotte Hall, ilovemanchester.com 2.07.2024.

Este periodo inicial de actividad frenética, dio paso a cinco años de semiparálisis, interrumpidos por los largos encerramientos de Covid, en los que el valor de sitios como Ryebank se multiplicó por diez; por intentos frustrados de encercar los campos; por las apariciones ocasionales de equipos de pruebas medioambientales; por el montaje y desmontaje de un campamento de Extinction Rebellion[1]; y por los rumores constantes de noticias sobre el progreso inexorable de los planes de construcción. La ocupación de los campos por activistas dio lugar a un periodo de reuniones sociales, políticas y culturales, una tradición que se ha prolongado hasta hoy. A lo largo de los últimos 5 años Ryebank Fields debe haber sido el espacio verde más reimaginado y reapropiado de Manchester, siendo el escenario de conciertos, intervenciones artísticas, paseos nocturnos de mujeres, ornitología, creación de calendarios fotográficos o de tapices de protesta, plantación de huertos comunitarios, ritos de tambores japoneses, coros del equinoccio, y mucho más.

Mientras escribo estas palabras, el período de consultas para la solicitud de obras de Ryebank Fields se acaba de cerrar y, en cuestión de semanas, es probable que sepamos la decisión del comité de planificación urbana del ayuntamiento. A pesar de la movilización impresionante para reunir objeciones a la propuesta, yo sigo bastante escéptico sobre sus probabilidades de éxito, en el contexto actual de un gobierno laborista que ha ganado una mayoría aplastante con un compromiso de construir un millón y medio de casas. Además, Manchester en sí está en pleno boom inmobiliario. Los rascacielos y bloques de apartamentos surgen como hongos de los descampados de la ciudad. Todo indica que, tanto a nivel nacional como local, las consideraciones ecológicas y medioambientales ocupan un sitio claramente secundario.

 

Ryebank Fields y yo

Mi relación con Ryebank Fields se remonta 15 años, cuando compramos nuestra casa en una calle típicamente mancuniana, de casas repetitivas de ladrillo rojo, con sus pequeños jardincitos delante. Con Milo, nuestro hijo de 5 años, empezamos a descubrir, no solo el cercano Longford Park, con sus zonas de recreo formal, sino también los placeres clandestinos y escondites del jardín secreto, medio salvaje, al lado. Al principio casi con miedo, pero con cada vez más seguridad y fascinación, empezamos a descubrir sus rincones escondidos. Más tarde, con la llegada de nuestra perrita Luna a la familia, el paseo por Ryebank se convirtió en una parte fundamental de nuestra rutina diaria, en un rito imprescindible de comienzo del día. Durante estos años he sido además un observador silencioso, un fotógrafo diario, y un participante menor en su historia.

Cierro los ojos y veo pasar estos años como una película muda, fragmentada, manchada, del paso de tiempo en Ryebank Fields, siempre con Luna de estrella, acompañada por el ruido rítmico de mi proyector imaginario. Veo las ramas de los álamos temblones bañados en los primeros rayos de la mañana o como esqueletos plateados a la luz de la luna; veo las hojas de los pequeños robles desenroscarse, pasar de verde a marrón y caerse, una y otra vez, los troncos ensanchándose imperceptiblemente con cada ciclo; veo las hojas finas y brillantes de las hierbas emerger de las tierras muertas en primavera, crecer milagrosamente por encima de mi cabeza en verano, antes de desmoronarse con la llegada del invierno; vuelvo a ver las zarzas sumergirse en flores blancas y abejas, antes de que sus frutas verdes se ablanden en tonos de rojo y negro; veo las llegadas y huidas anuales de las golondrinas y el subir y bajar del canto de los mirlos en el bosque mágico; vuelvo a pillar un zorro trasnochador volviendo tarde a su guarida; veo los campos vestirse de un verde brillante en primavera, de amarillo y violeta en verano, de ocre y terracota en otoño y cubrirse de escarcha y nieve en invierno. Siguiendo nuestra ruta diaria, siento que nuestros pasos se mueven por el espacio y el tiempo, siguiendo los ritmos del año.

Pero veo, además, la llegada de pancartas y protestas en las entradas, de mensajes de amor y de rabia colgados de los árboles, la aparición y desaparición de campamentos de tiendas y estructuras improvisadas, de reuniones al atardecer en el círculo de troncos, de conciertos y mítines organizados alrededor de un fuego, de invasiones de vehículos y hombres uniformados con maquinarias, de vallas y señales amenazantes en los puntos de entrada. Llegamos hasta el día de hoy y veo sobre todo la carta que nos llegó a todos los vecinos, informándonos de que, por fin, después de siete años, se ha entregado una solicitud de permiso de obras para construir 120 casas aquí, en estos campos, que ya forman parte de nuestra vida e historia.

Foto de Edward Fox.

Diálogos interiores

Mi papel en esta historia ha sido complejo y cada vez más ambivalente. Desde el principio estaba bastante convencido de que los planes irían adelante y adopté la postura de que lo más sensato y realista era trabajar para conseguir la mejor propuesta posible. Como arquitecto del paisaje, he estado involucrado en muchos procesos de diseño y construcción, tanto profesional como académicamente, y me fascinaban las contradicciones reflejadas en la situación. Asistí a una de las primeras reuniones para debatir la propuesta y me metí de lleno en la preparación de una especie de manifiesto alternativo para los campos. Escribí artículos y participé en reuniones públicas, defendiendo la idea de una comunidad más densa, diversa y sostenible, un proyecto pionero, que serviría como punto de referencia para las muchas nuevas comunidades proyectadas para la periferia de la ciudad en los próximos años.

Sin embargo, con el paso del tiempo, mis simpatías se han ido acercando a las posiciones de los FRF. Me he encontrado admirando la energía creativa y el espíritu algo anárquico del grupo y, desde los días de encerramientos, he reevaluado la importancia de sitios como este para la ciudad. Tal vez, argumento en mi cabeza, lo que siento es una versión urbana de ‘La llamada de lo salvaje’[2] o, en términos más académicos, biofília, pero otra voz interior me dice que no soy más que el típico NIMBY[3] burgués. En mis paseos diarios con Luna, a menudo repaso estos argumentos, que son efectivamente un eco personalizado de tantos debates sociales que me rodean, reflejados en la historia de Ryebank Fields.

Foto de Edward Fox.

Por una parte, es evidente que, durante décadas, el mercado de la vivienda en el Reino Unido se ha ido haciendo cada vez más disfuncional, favoreciendo a la clase media acomodada y a la capital globalizada, por encima de la provisión de una necesidad básica para la población. Existe un amplio consenso sobre la necesidad urgente de construir más casas y Ryebank Fields representa un típico descampado urbano, en un barrio privilegiado de una ciudad en expansión, que, a primera vista, parece ideal para el desarrollo urbano. Creo, además, en la importancia de la densidad urbana para crear ciudades más diversas, dinámicas, conectadas y habitables.

Sin embargo, pisándoles los talones a estos argumentos, las preguntas difíciles me abruman: ¿Estas casas son las más apropiadas para este lugar? ¿Hasta qué punto serán asequibles o sociales? ¿Serán realmente sostenibles y eficientes? ¿Por qué estamos construyendo rascacielos para los superricos en tantos descampados alrededor del centro de la ciudad? ¿Cómo es que tantas casas quedan vacías o como segundas residencias? ¿Por qué tantos solares ideales para la vivienda se dedican a residencias caras para estudiantes extranjeros? ¿Por qué una ciudad con una abundancia de descampados posindustriales tiene que dar prioridad a este terreno por encima de tantos otros?

Por otra parte, existe el valor de los campos, tal y como son hasta ahora. Un ecosistema diverso y dinámico, evolucionando rápidamente, que representa un hábitat para múltiples especies, además de un respiro y una fuente de bienestar para mucha gente del barrio. Nos encaramos a una doble amenaza de colapso ecológico y medioambiental, combinada con una crisis social de estrés, depresión y ansiedad, que exigen un replanteamiento drástico de nuestras ciudades. Cada vez se hace más obvio que el espacio verde en las ciudades ya no es solo un bonus opcional, sino un elemento imprescindible de su infraestructura, proveyéndoles de resiliencia contra el cambio climático y colapso ecológico. Espacios asilvestrados como este, fenómenos tan raros en nuestras ciudades modernas, tienen un valor infinitamente más grande que la mayoría de nuestros parques y zonas de recreo estériles.

 

Epílogo

¿Cuál de estos argumentos supera el otro? Mi debate personal aún está por resolver, pero sé que el día que empiecen las obras de construcción, Luna y yo nos pondremos de luto. Por el momento al menos, continuaremos nuestra ruta por el perímetro de Ryebank Fields, Luna corriendo por las hierbas altas, asustando a los cuervos, revolcándose en la escarcha o buscando palitos en el bosque mágico. Yo, por mi parte, continuaré, obsesiva y fútilmente, en mi intento de grabar y fijar sus cualidades elusivas de luz, tonalidades cambiantes, florecimientos anuales o señales de ocupación humana, en mi ojo interior, o en la memoria de mi móvil, como recuerdo de un sitio único y especial, cuyos días, sospecho, estarán llegando a su fin.

____________
Notas

[1]  Grupo radical de acción directa en contra del desastre ecológico.

[2]  Expresión adoptada ampliamente, basada en el título de la novela de Jack London.

[3]  NIMBY: Not in my Backyard, o ‘No en mi patio trasero’.


Nota sobre el autor

Edward Fox es profesor de Arquitectura del Paisaje y Urbanismo en la Escuela de Arquitectura de Manchester (Manchester School of Architecture), puesto que ocupa desde hace 12 años. Anteriormente ha pasado más de una década trabajando en estudios de arquitectura del paisaje en Mánchester. Sus intereses como investigador se enfocan en temas del paisaje rural y periférico y ha publicado también artículos sobre la rehabilitación de ríos urbanos.

Para citar este artículo:
Edward Fox. Requiem por Ryebank. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 8, núm. 36, Territorios activos. A Coruña: Crítica Urbana, junio 2025.

Critica Urbana n. 36
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