Por Nadia Casabella |
CRÍTICA URBANA N. 36 |
“Me gustaría pasar una semana en Finisterre y llegar a conocer a los pescadores que enfrentan su impotencia humana contra esa roca y el mar. Luchan, pasan hambre y mueren. ¿Qué es lo que hace aferrarse, generación tras generación, a esta rutina implacable? Quizá sea un espíritu indomable, una raza rocosa. En un mundo gris, azotado por el viento y la lluvia, nos abrimos paso hasta el cabo. Al descender por las rocas, el mundo se volvió rosa brillante, un soberbio rojo púrpura que no podíamos creer que fuese montaña, sobre el que flotaban nubes amarillas, hasta que el azul verdoso que sabíamos que era agua pareció fijarlo en el espacio, todo potenciado por el tenue verde grisáceo de la masa que descendíamos. Es posible que los pescadores también contemplen esta visión y por eso se queden”.
Una mirada de antaño. Fotografías de Ruth Matilda Anderson en Galicia (Afundación, The Hispanic Society of America, 2024 [2009]). p. 499, fotografía 5539. Traducción propia.
La visión estético-existencial de lo que podría ser el monte Pindo desde el Cabo de Finisterre un amanecer de noviembre de 1924 sirve a Ruth Matilda Anderson para colocar en el mismo plano la existencia cotidiana de los pescadores supervivientes y la experiencia de lo sublime, de un mundo primitivo que al encantarnos activa la “insistencia de otros posibles” . Aferrarse a un mar, a una tierra, a una rutina implacable, puede servir de excusa para los peores arcaísmos , pero también para producir formas locales de relación y de creación, para construir y habitar el mundo. La visión de Anderson le hace intuir una respuesta, pero en lugar de apegarse a ella decide darse tiempo, dudar, alejarse de las explicaciones normalizadas que limitan la existencia de esa raza rocosa, y abrazar el potencial que una alborada subyugante puede reservar para el desarrollo de nuevas prácticas y nuevos afectos.

Territorios activos
Habitar el mundo es reconocer nuestra vulnerabilidad respecto a todo lo que hace cuerpo con él. En lugar de pensarlo como un marco inerte, como trasfondo de la acción humana, necesitamos reconocer su agencia, su capacidad de afectarnos. Una alborada es subyugante por las posibilidades que suscita para pensar en el carácter cíclico del tiempo, para evocar un lugar entre la roca y el mar, o incluso promover prácticas que permitan habitarlo. La atención se desplaza así del territorio como hecho geográfico (el Monte Pindo, el mar) al territorio como relación, activo, y en el que se puede decir de los barcos de pesca amarrados, por ejemplo, “que están desasosegados cuando no pueden salir al mar” (R. M. Anderson).
El taller de proyectos Out of Town de la Université Libre de Bruxelles se centra en las condiciones que nos permiten entender ecológicamente determinadas zonas rurales en Europa y derivar así proyectos pertinentes. Conocer algo ecológicamente implica conocerlo en sus relaciones, en las maneras cotidianas de hacer y estar en él, como nos dice Anderson, no con el fin de una comunión con lo que se quiere conocer, sino para cuidarlo, protegerlo, quizás incluso destruirlo. Como ella, también nos hemos preguntado si pasar un poco más de tiempo en los territorios de estudio, instalándonos en ellos, no nos ayudaría a mejorar las hipótesis que formulamos para especular sobre su habitabilidad futura.
Este año, atraídos por la presencia de otro monte, Monte Neme, antaño explotado como mina de wolframio, nos dirigimos a la Costa de la Muerte para explorar las paradojas que decisiones políticas bienintencionadas pueden desencadenar en zonas rurales periféricas. Incluso si la electrificación de la economía a nivel europeo, promulgada por el New Green Deal, se presenta como bienhechora, los efectos que sobre el territorio tienen tanto la erección de los eólicos, infraestructuras pesadas que exigen transportarse y cimentarse profundamente interrumpiendo los caminos subterráneos del agua, como su proceso de construcción, necesitado de tierras raras cuya extracción genera efectos ambientales catastróficos para las comunidades que dependen de ellos, no nos deja impasibles.
¿Cómo podemos evitar que el medio ambiente, y nuestras condiciones de vida en general, se conviertan en el precio a pagar por la transición energética y digital? ¿Qué paso atrás debemos dar para evitar la “alternativa infernal” entre una transición que pretende asegurar nuestra vida en la Tierra, pero al mismo tiempo necesita empeorarla para prolongarla? Sólo cuando prestamos atención al conjunto de interacciones y de transacciones que tienen lugar en lugares concretos, logramos entender la imbricación entre categorías globalizantes, como la transición energética, y los territorios activos que nos con-mueven.
El activismo medioambiental a menudo se centra en una sola dimensión, por ejemplo, combatir la contaminación sin abordar los efectos de la extracción de recursos sobre las cosmologías locales. En el taller no obstante nos interesamos por las prácticas y saberes que las actividades de extracción contribuyen a destruir, por las interconexiones entre recursos extraídos, paisajes y comunidades involucradas. ¿Qué es lo que la extracción hace a los territorios donde se practica?

El marisqueo de suelo, y las almejas, como pregunta central (dibujo de Matisse Lebrun, estudiante de quinto año)
Territorios existenciales
El medio ambiente, el territorio, no son simples recursos sino maneras de habitar, de crear vínculos. Si los territorios activos lo son porque nos con-mueven, en tanto que actores dinámicos que cambian y se transforman en la interacción de las prácticas humanas y no humanas, los territorios existenciales lo son porque reúnen una comunidad de interés a su alrededor. La interacción se convierte en preocupación colectiva, en inter-dependencia. Si para las comunidades no modernas esta interdependencia era cuestión de vida o muerte, la producción de un tal sentido colectivo hoy sólo es posible gracias a lo que los filósofos Debaise y Stengers llaman “dispositivos generativos”: aquellos y aquellas que los consienten, aceptan creer que “es posible acceder, los unos con los otros, y gracias a los otros, a una verdad de la situación que les concierne de una manera que no signifique el triunfo de unos y la derrota de los otros”.
Desde el taller de proyectos también buscamos entender los territorios alejados de nuestras preocupaciones cotidianas como territorios existenciales, cuya verdad reside en la manera de construirlos colectivamente, en la clase. Lo hacemos ayudados por dispositivos generativos que aplicamos circunstancialmente, sin ningún afán universalizador, y que explicamos a continuación. Pero Monte Neme y la Costa de la Muerte están a unos 1800 km de Bruselas y viajar allí no era posible antes del fin de octubre o noviembre, con el curso comenzando a principios de septiembre. Además, ignorábamos todo sobre Monte Neme en el momento de empezar el taller. ¿Cómo captar en tan poco tiempo lo que hay, lo que ha sido o lo que será? O ¿cómo puede ser creíble un estudio que propone aprender en situación (en lugar de a partir de situaciones), que afirma la importancia del contacto con la realidad como condición para cualquier intervención espacial significativa, si el único vínculo que de momento podíamos desarrollar con dicho lugar era virtual?
Aprovechamos estas dos desventajas como una oportunidad para reflexionar sobre el hecho de que no hay proyecto que no exista sin su mundo, que nosotros, como diseñadores, necesitamos crear las condiciones para cada proyecto, necesitamos crear el mundo que necesitan nuestros proyectos. En el caso del Monte Neme, empezamos por delimitar arbitrariamente un territorio físico y simbólico más amplio en el que se inserta, un cuadrado de 25 km de lado, que incluye el mar y la tierra firme. A continuación, el trabajo se organiza siguiendo una secuencia estricta de dispositivos generativos que ayuda a articular las diferentes fases de todo proyecto:
1) Identificar la PREGUNTA CENTRAL o cómo explorar un lugar. Empezamos con una sencilla tarea: seleccionar una imagen de ‘algo’, sobre/en/hacia/… Monte Neme o la Costa de la Muerte. Traemos imágenes del árbol Eucalyptus nitens, de la plaga Rhinochophorus ferrugineus que afecta a las palmeras, del suelo ácido encima de la roca madre, del wolframio y su explotación durante la Segunda Guerra Mundial, de las construcciones megalíticas que estructuraban el territorio… Estas imágenes cosechadas al tuntún generan curiosidad, y agrupan intereses, funcionando como la primera piedra que se lanza al agua con el objetivo de medir la profundidad del fondo. Tras una explicación individual de cada imagen, discutimos colectivamente con el objetivo de agrupar las aportaciones individuales en temas generales o ‘preguntas centrales’ que servirán de guía para el trabajo en grupo (hasta tres personas) de la fase siguiente.

Los eólicos como preguntas central (esquemas realizados por estudiantes de tercero y cuarto año: Ana-Beatriz Bonfim Ferreira, Camila Delgadillo Camargo, Céline Grauwells, Audrey Kinmbimbi y Larissa Silva Feital)
2) Trazar LÍNEAS o cómo representar un lugar. El antropólogo Tim Ingold afirma en su libro Líneas: una breve historia que los seres humanos generan líneas dondequiera que van: “Para ser un lugar, cada lugar debe estar en una o varias rutas de movimiento hacia y desde otros lugares. (…) Es también a lo largo de las rutas que las personas desarrollan un conocimiento del mundo que las rodea y lo describen en las historias que cuentan”. Las líneas que dibujamos nos orientan para conocer y fundar nuevos mundos, así que comenzamos por trazar una línea de unos 5 km de longitud sobre el tablero de 25 km de lado. La línea puede ser continua o discontinua, y seguir diferentes formas (un bucle, un zigzag, un vector). Puede inspirarse en la pregunta central o derivarse de forma aleatoria, como al tirar un dado sobre un mapa. Sea como sea, la invitación consiste en embutir esta línea de historias, nudos, giros, testigos, futuros alternativos… haciéndola más tangible en la mente de los participantes en el taller, además de recrearla espacialmente. Esta fase se termina con un momento para compartir y debatir colectivamente nuestros hallazgos, las infinitas posibilidades de entrelazamiento entre sitios, temas, temporalidades…
3) TRABAJO DE CAMPO o cómo enredarse en un lugar. Durante el viaje de estudio, planificado justo después de concluir la fase anterior en noviembre del 2024, cada grupo recorre la línea definida por ellos mismos, in situ, y según una especie de verificación de las hipótesis formuladas a distancia, pero también de abertura hacia lo que el encuentro con la realidad pueda generar. Este proceso es debidamente documentado por cada grupo y sus conclusiones compartidas a nuestro regreso a Bruselas. Durante la visita también nos reunimos con diferentes empresas y colectivos locales como la mancomunidad de montes del Monte Neme, las mariscadoras del Anllóns, las rederas de Malpica, la cetárea de Seiruga, el aserradero de Pazos, las lonjas de Malpica y Corme, los despachos de arquitectura Marxe y AX, la agrupación contra la mina de Corcoesto, el alcalde de Malpica, el departamento de minas de la diputación de A Coruña, etc. Estas reuniones buscan enredarnos en sus opiniones, necesidades, deseos, de otra manera a como lo haría un diagnóstico elaborado a distancia, casi siempre instalado en la arrogancia del saber experto.
4) REUNIR los diversos conocimientos sobre un lugar. La experiencia directa, sin filtros, del territorio, y la forma de atención que convoca, que se niega a descalificar nada de lo que haya a su paso pues cada rastro, si se desenmaraña con cuidado, puede convertirse en la semilla de un proyecto fascinante y ayudarnos a conectar con la complejidad circundante, se combina en un documento único que llamamos ‘libro de las fascinaciones’, complementado de maquetas de fragmentos de territorio. Este trabajo realizado durante el primer mes y medio se publica y se pone a disposición del grupo.
La cadencia a partir de aquí imita lo que es habitual en otros talleres de proyecto, desarrollando propuestas espaciales individuales o en grupo (de tres personas máximo), en dos fases adicionales: INTEGRAR esos conocimientos en un proyecto para un lugar específico y AFINAR el proyecto (las condiciones necesarias para que los proyectos espaciales existan y las situaciones que generará en términos de uso, temporalidad, etc.). Dado que muchos de los temas que aborda el estudio requieren el apoyo de otras disciplinas (biología, oceanografía, ciencias ambientales, agronomía…), el trabajo de los participantes se acompaña de una serie de conferencias temáticas.
A finales de diciembre, organizamos una presentación final del trabajo realizado a lo largo de 14 semanas con invitados externos al taller, arquitectos y urbanistas que ejercen una práctica profesional y/o están afiliados a una universidad, quienes juzgan y puntúan los proyectos desarrollados.

Presentación final de un proyecto de adaptación de un astillero abandonado para convertirlo en centro de acuacultura (realizado por estudiantes de quinto año: Marie Henrion, Sabrine Lefilef y Matisse Lebrun
Territorios recíprocos
Si los territorios existenciales lo son porque reúnen una comunidad de interés a su alrededor, subrayando sus inter-dependencias, los territorios recíprocos lo son porque nos enredan en sus propias dinámicas y conexiones, al responsabilizarnos respecto a ellas. El trabajo de campo durante la visita a la Costa de la Muerte brinda la oportunidad de una interacción material con los territorios de proyecto y sus actores, permitiendo revisitar múltiples formas de extracción de recursos, más o menos discontinuas: las ballenas de Malpica , los troncos de pinos que eran transportados por el Anllóns antes de embarcarlos rumbo al mundo y las plantaciones de eucaliptos que han venido a reemplazarlos, la arena que fue extraída de la laguna de Baldaio por el mismo empresario que explotaba la mina (y cantera de áridos) del Monte Neme, los molinos de agua y su substitución por miniestaciones hidroeléctricas, los percebeiros y las cetáreas que aseguran la repoblación de los distintos tipos de almeja, las mariscadoras del estuario “flexuoso” y las redeiras que retrabajan los hilos venidos de Italia para los arrastreros, los alfareros de Buño y los pozos de arcilla que esconden el chapapote del Prestige , las galerías de la mina de oro de Corcoesto y el proyecto de reapertura abandonado, la especulación inmobiliaria que trajo el turismo, las cooperativas de semillas locales que resisten al monopolio de los GM, etc. Necesitamos todas estas historias para poder matizar las visiones hegemónicas que circulan hoy día acerca de este territorio, y entender así las peripecias de su encaje global.

Proyecto de cooperativa de la mancomunidad del Monte Neme en el edificio de una granja de pollos abandonadas tras un incendio, a pie de monte al lado de Leioloio y de Malpica (Beatrice Versickas, estudiante de tercer año)
Las propuestas surgidas en el taller de esta interacción son tan variadas como las preguntas de las que surgen. Entre otras: una conservera artesanal en Malpica reaprovechando los galpones semiabandonados, un plan de regeneración a base de recursos locales del suelo y el agua en Monte Neme, un taller para reparar los barcos y chalanas en madera con piezas procedentes del reempleo en Niñóns, una cetárea en un astillero abandonado en Cabana para practicar el marisqueo en el mar delante de la barra del estuario del Anllóns, una residencia intergeneracional que incluye un taller para el trabajo con madera en Pazos, un vivero de especies autóctonas de árboles en una pollería industrial abandonada en Leiloio para eliminar paulatinamente las plantaciones de eucaliptos, tejidos para generar la energía eléctrica cuando los agita el viento…
En general, demuestran un cierto cuidado y reciprocidad, en el sentido de fomentar una forma de solidaridad con las personas, las especies y los paisajes distantes, con el mundo que hemos heredado sin por ello pretender rehabilitar los vínculos del pasado como si se tratara de una aceptación sin condiciones. Aunque lo más valioso quizá sea el sentimiento de estar co-produciendo en vez de simplemente explotando otros lugares, especies, o materiales. Al explorar cómo un territorio se hace y deshace, al experimentar con sus dinámicas y conexiones y entender las consecuencias territoriales de nuestras elecciones vitales (cómo comer o construir), quizá conseguimos descarriar la arquitectura de su vía extractiva para convertirla en una fuerza de remiendo y reposición, haciendo evolucionar tanto la práctica como los andamiajes teóricos del urbanismo y de la educación del arquitecto.
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Referencias
Debaise, Didier e Isabelle Stengers. Résister à la peur d’être dupe. Consentir à l’épreuve de l’épaississement, p. 24 del libro Au Risque des Effets. Une lutte à main armée contre la Raison? (Éditions Les Liens qui Libèrent, 2023).
Ingold, Tim. Lines: A Brief History (Routledge, 2007)
Latour, B. Où aterrir? Comment s’orienter en politique, Éditions La Découverte, 2017.
Stengers, Isabelle y Philippe Pignarre, La Sorcellerie Capitaliste: Pratiques de Désenvoûtement. Éditions La Découverte, 2005. Traducido al español como La Brujería Capitalista, Hekht Libros, 2018.
Nota sobre la autora
Nadia Casabella es arquitecta, Universitat Politècnica de Catalunya, 1997, y urbanista (London School of Economics, 2005), co-fundadora del estudio 1010 architecture urbanism SL, profesora en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Libre de Bruselas La Cambre-Horta, e investigadora del Laboratorio de Urbanismo, Infraestructuras y Ecologías de la misma universidad (LoUIsE). Le fascina la ciudad y sus embrollos socio-técnicos, que le gusta examinar a través de las interdependencias entre las infraestructuras urbanas y las ecologías que resultan de su construccion. Es miembro del consejo asesor de Crítica Urbana. Más artículos de la autora en Crítica Urbana.
Para citar este artículo:
Nadia Casabella. Territorios activos, territorios existenciales, territorios recíprocos. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 8, núm. 36, Territorios activos. A Coruña: Crítica Urbana, junio 2025.