Por Ingrid Tafere |
CRÍTICA URBANA N.29 |
En el barrio Belle de Mai, en el tercer distrito de Marsella (Francia), varios colectivos luchan a diario contra la desigualdad, la injusticia, la exclusión, la miseria social y la escasez de alimentos, como ocurre en muchos barrios populares.
En un momento en que se multiplica por todas partes la llamada a participar en debates y consultas públicas, a la gente le cuesta reunirse y ya no sabe qué hacer ante unas condiciones de vida cada vez más difíciles, un mundo complejo y difícil de controlar.
El autogobierno como reto democrático
Si la ciudadanía no puede unirse para resolver los problemas que surgen, no sólo se socavan las condiciones del pensamiento, sino también la propia democracia, lo que pone en peligro el desarrollo de las personas, la salud y el medio ambiente. ¿Cómo podemos influir en las condiciones en las que vivimos y encontrar formas de resolver los problemas que surgen a diario como resultado de las actividades interconectadas, la industrialización y las políticas públicas?
Autogobernarse significa poder actuar sobre nuestras condiciones de vida, encontrar soluciones y experimentar con ellas[1] para volver a una vida “vivible”. No es lo mismo que autogestión o autorregulación, aunque los colectivos que pretenden hacerlo asocien a menudo estas nociones[2]. De hecho, se trata ante todo de una actividad individual -y no sólo colectiva[3] de autogobierno, una participación social que toma forma en los intersticios más pequeños de la vida cotidiana. Ello implica un proceso constante de autoformación y aprendizaje permanente, que permita desarrollar competencias políticas a través del hábito. Para lograrlo, es esencial un nivel mínimo de sociabilidad, para que unas personas puedan entrar en contacto con otras, desarrollar su individualidad y formar grupos cuando sea necesario.
El requisito previo para el autogobierno es, ante todo, un entorno suficientemente bueno, que pueda ofrecer las oportunidades necesarias para el autodesarrollo y la participación. Se trata de ser capaz de reajustar los propios planes de acción, en función de la situación, el entorno, las oportunidades y los recursos que contiene (y no sólo por un acto de voluntad), para resolver los problemas que perturban la propia experiencia vital. El autogobierno es, pues, reflexivo, opuesto a una política de “meritocracia”, y requiere una reevaluación constante de las condiciones y posibilidades sociales y políticas que ofrece el entorno[4].
La pérdida del poder de actuar y de pensar
Ya en el siglo pasado, John Dewey hablaba de individuos “perdidos”, de personalidades “desintegradas”, enfrentadas a una creciente incomprensión del mundo tal como es y a una pérdida de la posibilidad de influir en el propio futuro, con el telón de fondo de la confiscación de los recursos por una minoría[5]. Esta observación es tristemente actual. Las desigualdades sociales aumentan, la situación de los barrios populares es catastrófica y la gente sufre. Se añaden a las consecuencias de las actividades interconectadas en términos de contaminación -del aire, la tierra y el agua- los efectos de la miseria social y la falta de recursos de una parte creciente de la población. Las personas que sufren estos efectos se encuentran en un entorno tan desastroso que es muy difícil encontrar soluciones y no ceder al fatalismo.
Esto es especialmente evidente en el barrio de Belle de Mai, donde la mayoría de la población vive por debajo del umbral de pobreza. El trabajo con un grupo de residentes llamado CHO3 (Colectivo de los Habitantes Organizados del tercer distrito) ha puesto de manifiesto las prioridades y los problemas a los que se enfrentan, que son de carácter sanitario y social urgente: problemas de autosuficiencia alimentaria, vivienda precaria, inseguridad, angustia y violencia. Las consecuencias en términos de salud son flagrantes, agravadas por la falta de acceso a la atención sanitaria y los problemas relacionados con la discapacidad. Además, estas personas, ya de por sí vulnerables y excluidas de la participación social, sufren a diario numerosas injusticias y discriminaciones, con el acceso a sus derechos bloqueado y el desprecio social.
La participación: ¿vida o supervivencia?
En este barrio, abandonado desde hace tiempo por las políticas públicas en favor del desarrollo del centro urbano o de la influencia económica de algunos centros de negocios, las asociaciones y los colectivos han tomado el relevo de los políticos y los trabajadores sociales. “La solidaridad es un arma”, me repite Betty, vecina de la zona y activista. Pero en el día a día, no es nada sencillo.
Lo que sí se puede decir es que hay una fuerte demanda de democracia en el barrio, con gente que quiere participar y mejorar sus condiciones de vida. De hecho, se ha abierto una tienda cooperativa, la Drogheria, en el corazón del barrio, con una cantina contigua. Cualquiera puede venir a participar en la vida del lugar y beneficiarse de una cesta de productos frescos, o cocinar con otros y comer. La acogida es incondicional y la base es el acceso de todos a una alimentación sana, lo que permite a muchas familias comer, socializar y superar la soledad y la exclusión social.
Gracias a los esfuerzos de las y los vecinos, se ha abierto al público un gran jardín que antaño bordeaba un convento, proporcionando un soplo de aire fresco en medio del hormigón. Allí se han creado huertos comunitarios. Desde hace varios años, vecinas y vecinos reivindican el derecho a participar en las decisiones que les afectan, prevén una gestión conjunta del lugar y reflexionan sobre los puntos en común, los usos, los procesos democráticos y las formas de trabajar juntos.
Lo que hacen en el día a día es precisamente lo contrario de la forma en que las instituciones organizan los procesos de consulta. “No queremos dar nuestra opinión, queremos participar”, explica Jean-François, del colectivo Brouettes. Y la participación se plantea de abajo arriba, de modo que no sólo participen las personas más formadas y que se benefician de recursos culturales o financieros.
Hablando con la gente del barrio, se crean momentos de convivencia para reunirse, y no en una reunión en la que los términos se decidieron de antemano sin contar con la opinión de los interesados, con una organización y un vocabulario que excluyen a la mayoría de los residentes.
Junto con otros colectivos, y en particular con la asociación l’an 02, los vecinos llegaron a organizar una contraconsulta en reacción a las prácticas inadecuadas de las instituciones, denunciando así la instrumentalización de los llamados procesos de “participación”, al mismo tiempo que se mostraron como una fuerza propositiva, tanto sobre el fondo como en la forma. L’an 02 utiliza métodos probados para implicar a las personas habitualmente excluidas o invisibles, heredados de la organización comunitaria y la educación popular, hablando puerta a puerta, favoreciendo el contacto directo y la comunicación. La idea es partir de situaciones e injusticias de la vida real, dejar que la gente exprese su rabia y sufrimiento, generar confianza y crear oportunidades para la interacción social y el intercambio.
Porque la sociabilidad es lo que falta cruelmente y eso es un obstáculo importante para el desarrollo del autogobierno. Los lugares donde la gente puede reunirse y formar una comunidad son escasos, las calles se han construido durante décadas como lugares de paso, las plazas públicas se han vaciado de contenido y los espacios disponibles se han dejado pudrir. Todo el mundo se queda en casa, si es que hay casa, en condiciones de vida que a veces son escandalosas, mientras que el aislamiento es un problema real, exacerbado por el auge de Internet y la revolución digital… en un contexto de pobreza y violencia creciente.
Instituciones sordas
Empezar “desde abajo” requiere un cambio de actitud, tomarse el tiempo necesario para escuchar, debatir, permitir que las personas pongan en palabras sus experiencias y emociones, que se expresen. Las instituciones gubernamentales representativas de nuestras “democracias” occidentales no toman este tiempo, no están en una postura de escucha, incluso la rechazan. Desde hace algunas décadas, se suele considerar que la democracia está “en crisis”. Se denuncia el abstencionismo electoral y la desvinculación política de los barrios populares. Sin embargo, las iniciativas y movilizaciones de la Belle de Mai nos muestran justamente lo contrario, constituyendo un ejemplo del desarrollo de una cultura democrática, de la organización concreta de procesos que permiten recrear vínculos y debatir formas de mejorar el entorno en el que vivimos.
A pesar de estas iniciativas y de la energía gastada en desarrollar la democracia como autogobierno, los colectivos de Belle de Mai chocan con instituciones sordas y hábitos heredados de antiguas tradiciones consultativas. E incluso cuando parecen haber encontrado interlocutores atentos, el funcionamiento de una administración kafkiana ahoga la dinámica: el expediente cambia de departamento, pasa a otras manos, y el tiempo de los expedientes choca con el tiempo humano y la realidad de la vida cotidiana. Si hay un ámbito que merece la pena explorar, es el de los hábitos de pensamiento y acción, tanto individuales como colectivos.
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Notas
[1] Dewey, John, 2010. Le public et ses problèmes. Gallimard, Folio essais.
[2] Tafere, Ingrid, 2019. “L’autogouvernement: Un enjeu démocratique majeur.” Sens public. https://www.sens-public.org/articles/1392/
Tafere, Ingrid, 2023. L’autogouvernement. Dictionnaire de la participation. Dicopart https://www.dicopart.fr/
[3] Zask, Joëlle, 2010. “Self-gouvernement et pragmatisme; Jefferson, Thoreau, Tocqueville, Dewey”. Etica & Politica/Ethics & Politics, vol. 12, no 1, p. 113-33.
[4] Addams, Jane. 2008. The second twenty years at Hull-house, September 1909 to September 1929, with a record of a growing world consciousness. InteLex Corp. The Major Works of Jane Addams. Electronic Edition. Charlottesville, Virginia, U.S.A.
Bernier, Nicolas, 2019. “L’Autogouvernement selon John Dewey et Jane Addams : défis et obstacles d’un idéal inacheve. Sens public. https://doi.org/10.7202/1067469ar
[5] Cometti, Jean-Pierre. La démocratie radicale : lire John Dewey. Paris: Gallimard, 2016.
Dewey, John, op. cit. nota 1.
Nota sobre la autora
Ingrid Tafere es doctora en Filosofía y Ciencias Sociales. Trabaja en temas relacionados con participación (debates públicos, conferencias ciudadanas, huertas colectivas, iniciativas locales), desde una perspectiva teórica como práctica. Reivindica una filosofía vinculada con trabajo de campo y un enfoque pragmatista. Su tesis se centra en las condiciones para el desarrollo del autogobierno que considera una cuestión democrática de primer orden, esencial para la individuación y para la salud física y psicológica. También se interesa por la participación de los niños y organizó los primeros consejos infantiles en Marsella.
Para citar este artículo:
Ingrid Tafere. Autogobierno y barrios populares.. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.6 núm. 29 Gestión comunitaria. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2023.