Por Clécio Azevedo da Silva.
CRÍTICA URBANA n.2
Los ideales y valores iluministas, que inspiraron, en la Revolución Francesa, la redacción de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, llegaron a su más completo enunciado hace setenta años. El día 10 de diciembre del 1948, en Paris, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, renovando las expectativas y el optimismo sobre el futuro de la civilización.
Es cierto que, en su momento, la letra clara y vigorosa de la Declaración Universal no reflejaba la realidad vivida por la mayor parte de la humanidad, pero, desde entonces, sirvió como un guion para la actualización de las constituciones nacionales y la formación de una red de instituciones alrededor del mundo con objetivos elevados de transformación social. Hasta hoy, el derecho internacional y los innumerables tratados, convenciones, resoluciones y comités pactados entre los miembros de las Naciones Unidas tienen la Declaración Universal como su principal documento orientativo.
Sin embargo, si examinamos el estado actual de los derechos humanos a la luz de los artículos de la Declaración, no será difícil deducir que hemos avanzado muy poco. En términos geográficos, no se han superado las barreras instaladas en el terreno duro de las miserias humanas, acerca de las libertades políticas, del acceso a la alimentación, salud y educación y del respecto a las diferencias. Tras décadas de lucha, la militancia ahora experimenta un gusto amargo de frustración por no haber logrado acabar con la xenofobia, el machismo y la violencia de género, la intolerancia religiosa, la discriminación étnica y racial y, sobre todo, la pobreza extrema, la madre de todas las miserias humanas.
La necesidad de pensar el sistema-mundo y sus impases
El sistema-mundo, configurado por los movimientos expansivos del mercado mundial y las relaciones entre empresas e instituciones financieras, no ha sido capaz de generar un consenso eficaz sobre los derechos humanos entre las distintas formaciones sociales. Las libertades de pensamiento, de conciencia y de religión, tratadas en el artículo 18 de la de la Declaración se encuentran fragilizadas ante la difusión de doctrinas obscuras. Las diferencias de cómo los países toman en serio este artículo no son resultados de supuestos “déficit” de democracia existentes, sino que están dictadas por un entramado de condiciones históricas e ideológicas muy complejo y que componen las idiosincrasias nacionales.
Asimismo, las estructuras económicas nacionales no son suficientes para explicar el grado de compromiso con la incorporación de los derechos humanos en el sistema jurídico interno. La no correspondencia entre la adopción de la Declaración Universal y el estado de las fuerzas productivas revela doblemente, que el capitalismo no es el promotor natural de un sistema de derechos universales y que, más que eso, es capaz de reproducirse bajo formas perversas de organización sociopolítica, ya sea debido a condiciones internas nacionales (superestructura jurídico-normativa), tales como los gobiernos autoritarios y los regímenes de “apartheid”, ya sea por las imposiciones externas, tales como el colonialismo y el imperialismo.
El socialismo, a su vez, se ha anunciado como una etapa superior al capitalismo, capaz de acoger de manera completa los valores universales a partir de las contradicciones de este último. No hay lugar a duda que, desde el punto de vista teórico y filosófico, este sistema ofrece más garantías que el capitalismo para el cumplimiento de los artículos 22 a 27 da Declaración, dedicados a los derechos referentes a la salud, el bienestar y la educación. Pero la realidad histórica demuestra que la plena adopción de la Declaración tampoco tiene soluciones naturales en las experiencias socialistas. Los críticos, al señalar sus fallas en los derechos humanos, en general se concentran en el tema de las libertades, que sería una especie de talón de Aquiles del socialismo.
No obstante, también es cierto que muchas de las críticas están interesadas en establecer el tema de las libertades como dependiente del liberalismo económico. Es decir, la libertad sería la conquista de una sociedad regida por los principios liberales. Bajo esta perspectiva, la crítica sirve como un ejercicio de anti propaganda del socialismo y, por derivación ideológica, de cualquier intromisión (sic) del Estado y sus agencias en el comportamiento de los individuos, cohibiendo su capacidad de iniciativa.
No es por otra razón por lo que la asociación entre mercado y libertad está en la narrativa de muchos líderes políticos, en sus discursos sobre los derechos humanos. Tal narrativa promueve una deconstrucción de la complejidad y profundidad filosófica del real objeto del derecho en cuestión –la libertad– en beneficio de la difusión de una ideología fuertemente centrada en el individuo y su capacidad emprendedora, con el objetivo de desautorizar el papel histórico del Estado como proveedor y mantenedor de los derechos.
Volvemos a la cuestión del sistema-mundo, cuyo funcionamiento atrae poca atención en los informes sobre el estado de los derechos humanos. La dinámica de los flujos de capitales que abastecen sus movimientos expansivos puede ser investigada en su relación con la lentitud o, incluso, la regresión en la aplicación de los principios de la Declaración. La mejoría de las condiciones de fluidez del tránsito financiero –rubricada por la reducción de la tasa de interés, entre otros indicadores– requiere la liberalización progresiva de los mercados, a través de medidas como los recortes en los gastos sociales del Estado, la liberación fiscal de las grandes empresas, el ablandamiento de las leyes laborales y la privatización de las bases productivas nacionales. Todas mirando hacia un horizonte que, evidentemente, no es el esperado por la Declaración.
Por esa razón, el debate sobre la Declaración no debe ubicarse en el estado actual de los derechos humanos y su variación en el espacio mundial. Éste es un diagnóstico preliminar al análisis y, por lo tanto, superficial, pues no recoge los aspectos de la formación histórica y cultural; además, y lo más importante, no se ocupa de evaluar la relativa incapacidad del sistema-mundo para adoptar los derechos humanos. Incapacidad estructural, porque la asociación entre el mercado y los derechos humanos es estratégica y no intrínseca; y estructurante, porque la apropiación de la narrativa sobre los derechos humanos es el nido donde el capital financiero se asienta para justificar su propia reproducción/expansión. Enfrentar este debate es fundamental para que el mundo avance sobre los impases que todavía permanecen desde la proclamación de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Fotografía: Johnny Miller, Unequal Scenes. Barrios se extiende desde el fondo hasta la cima de un barranco en el barrio de Santa Fe en Ciudad de México. Arriba, los rascacielos representan la riqueza de la élite que vive justo al otro lado del puente de la autopista.
Para citar este artículo: Clécio Azevedo da Silva. En el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. ¿Qué nos queda por avanzar?. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales núm.2. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2018. |