Por Manuel Delgado; Sandra Anitua |
CRÍTICA URBANA N.28 |
Las fiestas son instrumentos a través de los cuales se expresan valores e intereses en conflicto en una ciudad. Se trata aquí de la función social y política que cumplieron los gigantes en la recuperación de la calle en Barcelona durante la transición democrática, sus precedentes históricos y su posterior destino.
Este elemento de la cultura popular se transformó para representar la identidad colectiva de barrios con larga tradición de luchas vecinales, pero tuvo que competir con nuevos ayuntamientos democráticos que habían decidido usar otros gigantes como metáfora de su autoridad.

Gegants de Gràcia, Pau y Llibertat (1982), dos burgueses del siglo XIX. Autor: Pere prelpz. Fuente: Wikimedia Commons.
Los gigantes en la ciudad. Un breve repaso
La arquitectura y el diseño urbano en general, con su mayoritaria desconsideración por el acontecimiento y por las cosas que se mueven, no suelen prestarles demasiada atención a las fiestas populares. Error, por cuanto las apropiaciones colectivas del espacio urbano –las fiestas y sus parientes mayores los motines y las revueltas– constituyen una forma de urbanismo alternativo al suyo, siendo como son manipulaciones efímeras del territorio a cargo de esa sociedad urbana real que pretenden organizar espacialmente. Un ejemplo sería el del papel que una expresión de cultura popular como los gigantes ocupó en la recuperación festiva de la calle durante la llamada transición democrática en el Estado español.
Repasemos cuál fue la evolución del lugar de los gigantes en las apropiaciones festivas del espacio urbano en Barcelona. Primero, como parte de las procesiones de Corpus desde el siglo XIV. Luego, a partir de finales del siglo XIX, al incorporarse a las celebraciones institucionales patrocinadas por el Ayuntamiento, como parte de su política de apaciguamiento del clima de turbulencia social que conocía la Rosa de Fuego. En ese momento se está dando la descalificación que merecieron los gigantes por parte del anticlericalismo y el republicanismo como elementos que eran de la liturgia pública de la Iglesia y del régimen monárquico, una hostilidad que culminó en la destrucción de muchas de sus figuras durante el estallido revolucionario de 1936.
La ocupación de Barcelona por las tropas de Franco en 1939 implicó la recuperación exaltada de la mayoría de los elementos de la cultura tradicional catalana –entre ella los gigantes–y su puesta al servicio del nacionalcatolicismo. Ello hasta mediados de los años 60, cuando la reforma impulsada por el Concilio Vaticano II implicó la desactivación de la mayoría de manifestaciones externas de la Iglesia la retirada de sus gigantes parroquiales a desvanes y almacenes, quedando en activo solo los dependientes del municipio al servicio de las celebraciones civiles institucionales. En la última fase del franquismo y la primera de la transición (1970-1985) se produce en Barcelona un movimiento de recuperación festiva de la calle por parte de los movimientos vecinales, que rescatan los gigantes de las parroquias o fabrican o encargan otros nuevos para poner unos y otros al servicio de sus reclamaciones.

Gegants nous de Sants, el Xinxe y la Xava (1986), dos obreros de la España Industrial. Gegants nous de Sants. Autor Pere prelpz. Fuente: Wikimedia Commons.
Gigantes de barrio; gigantes de clase
Los nuevos gigantes que aparecen en ese momento suponen una revolución estética e ideológica en la imagen de los gigantes festivos. Estos ya no son reyes y reinas. Ahora, los gigantes de Sants, la Zona Franca, Poblenou, Nou Barris o Sant Andreu son pescaderas, obreros y obreras del textil, tenderos, antiguos labradores, inmigrantes andaluces, pequeño burgueses o personajes cotidianos en los que los barrios ven resumida su personalidad colectiva. Cada barrio aporta un ejemplo de cómo agigantar -en el doble sentido de convertirlos en gigantes y de realzarlos simbólicamente- personajes populares que se proyectan como un nuevo tipo de mitos fundadores, con nombres deliberadamente vulgares y que ostentan el título «nobiliario» de trabajadores y trabajadoras.
Los gigantes surgidos en los barrios en aquellos momentos se reclaman tradición, pero renuncian a ella en cuanto a expresión de un determinado sistema simbólico que había estado dominado por personalidades pomposas. Esa nueva grandilocuencia en favor de los dominados y no de los dominadores –obreros en lugar de reyes– no suponía romper con la tradición, sino que, por el contrario, demostraba que lo consustancial a la tradición no es la repetición, sino la reactualización constante. Mostrando la plasticidad adaptativa de las costumbres, los gigantes se democratizaban realmente y asumían la misión de proyectar de cada uno de los barrios que representaban y de lo que se entendía que es su esencia, a menudo situada en su pasado reciente como antiguas villas o su presente como barrios populares. Se proclamaba una identidad que aquellos momentos no pudo ser sino identidad de clase.
Fiesta y centralismo simbólico en Barcelona
Pero esa capacidad creativa de barrios que acumulaban grandes y pequeñas experiencias de lucha urbana –en un marco tan difícil como el de la dictadura– resultó frustrada por los nuevos ayuntamientos surgidos de la democracia formal, que retomaron de sus predecesores franquistas la misma preocupación por imponer un centralismo político que tuvo su reflejo en el protagonismo impuesto a los gigantes oficiales –los de la Ciudad y los considerados históricos–, pero también en los generados artificialmente por los Distritos, la nueva herramienta administrativa al servicio del control sobre los barrios populares de la ciudad.

Gegants de la Barceloneta, Pep Barceló y Maria la Néta (1991), un pescador y una pescadera. Autor: Pere prelpz. Fuente: Wikimedia Commons.
Objetivo: alcanzar la homogeneidad política de una ciudad que había estado definida por la fuerza centrípeta de su propia periferia, esto es por los barrios. En pocos años, a partir de la segunda mitad de la década de los años 80, la desactivación de los movimientos vecinales lo fue también de sus instrumentos festivos, que acabaron asumiendo una creciente dependencia de la financiación municipal. Se había desencadenado una auténtica lucha de gigantes, una gigantomaquia entre los gigantes populares, los de los barrios, y los gigantes en que se expresaba el poder de los poderosos y su voluntad de someter simbólicamente a una ciudad, Barcelona, para que renunciara a su pluralidad y, sobre todo, a su memoria y orgullo de ciudad popular.
En Barcelona hay actualmente unos trescientos gigantes y gigantas adscritos a instituciones, asociaciones, centros sociales, grupos, parroquias, colegios, esplais y aun particulares. Están al cuidado de más de cuarenta grupos geganters, la mayoría adscritos a la Coordinadora de Gigantes de Barcelona, constituida en 1984. En 1988 había 28 gigantes y 24 grupos. Unos pocos de estos elementos presentes en la actualidad pueden presumir de haber superado el paso del tiempo y los avatares de la historia. Algunos son centenarios y merecen un lugar institucional preferente como insignias del conjunto de la ciudad. El resto no tiene más de cincuenta años y la historia de muchos de ellos es la de los barrios al servicio de cuya identidad nacieron.
El grueso de estos gigantes de barrio proviene de lo que un día fuera la recuperación democrática de la calle tras el franquismo y, en ese mismo marco histórico, del resurgimiento del asociacionismo civil en libertad. Entonces, como parte activa de este escenario, el mundo geganter asumió un papel político que fue mucho más allá que el de conservar y al mismo tiempo renovar una tradición: expresó en clave festiva luchas y anhelos populares.
La cultura popular como campo de batalla
Este lugar nada marginal ni anecdótico del giganterismo en un momento crucial de la historia de Barcelona pone de relieve algo importante: los elementos de la cultura tradicional cambian de sentido y son objeto de apropiaciones diversas, también contradictorias, tanto por parte de la gente como de las instituciones y, ahora ya últimamente, de la cultura de masas y lo que llamamos las industrias culturales. Así, vemos que los gigantes fueron ingredientes de las expresiones públicas del poder de la Iglesia, que después conocieron su institucionalización política como parte de las celebraciones oficiales y que llegaron a ser ambas cosas a la vez.
Al mismo tiempo, las clases subalternas hicieron una interpretación cambiante de los gigantes: formaron parte de su forma de vivir el fervor religioso; se convirtieron en destinatarios de una hostilidad destructiva —los ataques contra imaginería festiva en verano de 1936—, y fueron asumidos como uno de los elementos festivos asociados, a partir de los años setenta, a las luchas vecinales, así como en otros sitios a las reclamaciones nacionales. La historia de los gigantes acaba provisionalmente con su abducción por parte del sistema simbólico de las autoridades y de su autoridad.
He ahí como la cultura popular presenta dimensiones que trascienden la imagen que a menudo se proyecta de ella como colección de costumbres entrañables que se repiten por inercia y lealtad al pasado. Lejos de esta visión, la cultura popular es cultura viva y viviente, cuyo destino inevitable es convertirse en lo que es: campo de batalla en que dirimen sus intereses simbólicos poderes y contrapoderes.
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Para saber más:
Alonso Crozet, N. (2023). Barcelona gegantera. Història d’un moviment popular contemporani. Barcelona: Ajuntament de Barcelona.
Delgado, M. (dir.). (2003). Carrer, festa i revolta. Els usos simbòlics de l’espai públic a Barcelona (1951-2000). Barcelona: Departament de Cultura.
Delgado, M.; Castaneda, A.; Sierra, M.; Anitua, S., y Fernandino, M. (2023). Gegants i geganters en la recuperació festiva del carrer a Barcelona després de la dictadura franquista i la transició (1977-1989). Barcelona: Manifiesto.
Nota sobre el autor y la autora
Manuel Delgado, catedrático de Antropologia Religiosa en la Universitat de Barcelona. Cuenta con numerosas publicaciones con temáticas urbanas, entre ellas, Ciudad líquida, ciudad interrumpida (1999), El animal público (Premio Anagrama de Ensayo, 1999), Disoluciones urbanas (2002), La ciudad mentirosa (2009), El espacio público como ideología (2011) y Ciudadanismo (2016)
Sandra Anitua es investigadora predoctoral en la Universitat de Barcelona. Uno y otra son miembros del Grup Cultura Popular i Conflicte del Institut Català d’Antropologia, CPC, y del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà, OACU.
Para citar este artículo:
Manuel Delgado; Sandra Anitua. Guerra de gigantes en contextos urbanos. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.6 núm. 28 Cataluña: transformaciones y resistencias. A Coruña: Crítica Urbana, junio 2023.