Por La Casa Invisible |
CRÍTICA URBANA N.22 |
A pocos días tras la entrada en el edificio de propiedad municipal, de Nosquera 9 y 11, el 10 de marzo de 2007, una amiga, joven abogada, me dijo que era la casa la que había escogido a los y las invisibles de Málaga como sus habitantes. Lúcida frase que sigue resonando en mi con contundente evidencia: así era y así ha sido desde hace más de 14 años. Aquellos invisibles e inaudibles para un ayuntamiento sólo atento a la cultura de escaparate y espectáculo, perennemente indiferente respecto a los jóvenes creadores locales.
El edificio, con más de 140 años, con sus numerosas estancias y pasillos, sus tres entradas, dos escaleras y tres patios daba para todo. La gente aprendió a repararlo y mantenerlo, haciéndolo suyo, como él ha hecho con las invisibles. Como dicen Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, ganadores del Premio Pritzker 2021: «Nunca demoler, eliminar o sustituir, siempre añadir, transformar y reutilizar». La historia de la Casa Invisible es la de una continua y recíproca recreación.
Se está muy bien en su gran y frondoso patio central. Un espacio tranquilo y fresco, excepcional en medio del centro antiguo de Málaga, abrasado por el trajín del turismo y el dinero rápido, sobre todo en verano. Ahí son posibles el tiempo ocioso, tanto como el laborioso. En soledad o en compañía. A nadie se le niega la entrada, con el único requisito de respetar y favorecer la convivencia. Espacio presencial, precioso valor en estos tiempos, que invita al encuentro cercano: de las miradas y los gestos, de los cuerpos y de las palabras.
Poder-potencia del habitar, siempre cosa de dos, habitantes y habitación, cuidándose mutuamente. El habitar como proceso: retroalimentación entre medio físico y población. Es la multiplicidad bullente que estudia la ecología. Autopoiesis, esto es, subjetivación e individuación nunca acabada de una multiplicidad de cosas, criaturas y humanos.
Es el sujeto colectivo, abierto y creador de tiempo, que lucha por la autonomía e independencia respecto las instituciones y sus burocracias, tanto como de los poderes político y económico. Que ha conseguido legitimidad en los hechos, en su quehacer continuado de servicio a la ciudad, acogiendo a los trabajadores de la cultura y a todo tipo de iniciativas sociales, incluso en los momentos más duros de la pandemia. Con un funcionamiento interno democrático y una eficacia cierta de gestión, aun en la situación permanente de carencia de recursos económicos. Un verdadero equipamiento urbano multifunción y con vida propia. Ni público ni privado, sino de la comunidad, de todos, un procomún de nueva generación.
No separación del devenir social y su expresión cultural. No separación de la producción cultural y de su público. No separación del proyecto cultural y el proyecto de rehabilitación arquitectónica. No separación de dicho proyecto y de sus usuarios presentes y futuros.
He aquí, en breve, el cómo de su redacción: un minucioso y exhaustivo estudio del edificio, midiendo, registrando y expresando gráficamente todos sus elementos, permiten la confección de un proyecto de rehabilitación de mínima intervención, mínima energía, mínimo gasto y máxima sostenibilidad. La obra de rehabilitación se hará por fases, manteniendo la actividad de los usuarios. Ejemplo de que es posible otra manera de entender y actuar en la ciudad.
En los mismos años que comenzaron estos trabajos, la marea gentrificadora llegaba a esta parte de la ciudad. Promesas de fabulosas rentas futuras del suelo inyectan una tremenda energía, haciendo que el turismo, cual onda de choque, deshaga las tramas sociales y económicas preexistentes, expulsando y dispersando a quienes ahí viven, y destruya los edificios hasta los cimientos. Sólo queda el suelo desnudo más una fachada-cáscara de pura escenografía; y ciertos hitos, que, oportunamente reciclados, constituyen el llamado patrimonio edificado. Todo, los monumentos y la moderna-antigua decoración de fondo, perfectamente funcionales para el tipo de economía urbana diseñada para Málaga, el monocultivo turístico extractivista.
Frente a esto, la Casa Invisible produce lo que se necesita para atravesar la crisis que se avecina. Por supuesto en lo social y en lo subjetivo, con su red de afectos y ayuda mutua. Pero igualmente en lo material: el patrimonio edificado ya no es valorado por su singular aura histórica o artística, lo que inevitablemente le convierte en un bien escaso y por tanto mercantilizable. Es su valor de uso, su capacidad de proporcionar morada con el mínimo impacto entrópico. Casi todo es útil y digno de ser conservado y revitalizado en la ciudad.
La ciudadanía anónima e invisible esto ha conseguido, sin subvenciones ni ayudas de las instituciones, aportando más de 100.000 € para iniciar su rehabilitación, en el curso de tres micromecenazgos. Y sobre todo un continuo flujo de generosidad sin reservas, desplegada sin esperar réditos económicos o políticos, por el solo hecho de sentir y contagiar la vida.
Hasta hoy, y ya van cinco veces, nuevamente la Casa Invisible es moneda de cambio en las estrategias de alianzas y guerras entre los partidos políticos, codiciada pieza por el alto valor simbólico (y crematístico) que supondría su destrucción en el plan de la pseudociudad totalmente desinfectada y esterilizada para su venta.
A muy pocos días de que el ayuntamiento de Málaga pueda forzar legalmente su desalojo, la Casa Invisible sigue apostando por la vida, por la continuidad de la vida, por los encuentros, y la alegría, resistiendo y trabajando en un singular experimento colectivo, que diría Bruno Latour, más urgente que nunca.
Nota sobre sobre el colectivo
La Casa Invisible es un Centro Social y Cultural de Gestión Ciudadana que nace en marzo de 2007, cuando una amplia red de ciudadanxs, vecinxs y creadorxs decidimos llenar de vida un hermoso edificio de titularidad municipal que se encontraba en estado de abandono.
Los objetivos que tiene el proyecto van desde estimular procesos de autoorganización social; crear un laboratorio de experimentación cultural protagonizado por creadorxs locales y basado en criterios de cooperación, producción colaborativa y cultura libre; propiciar trayectos de formación en distintos ámbitos (ciencias sociales, política, tecnología, arte y creación, etc.) que fomenten el pensamiento crítico, el empoderamiento ciudadano, la creatividad social y la acción colectiva; hasta experimentar modelos de gestión ciudadana de equipamientos y bienes comunes que promuevan una radicalización democrática basada en la equidad y la participación directa de vecinxs y ciudadanxs en el diseño, elaboración y gestión de las políticas pública
Para citar este artículo:
La Casa Invisible. Habitar la ciudad: el experimento colectivo de la Casa Invisible de Málaga. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.5 núm. 22 Espacio público, espacio en conflicto. A Coruña: Crítica Urbana, enero 2022.