Por Maricarmen Tapia Gómez |
Directora Crítica Urbana |
CRÍTICA URBANA N. 38 |
Si nos detenemos a mirar nuestras ciudades, los espacios con un valor histórico y social, como parques y plazas, edificios patrimoniales, equipamientos culturales, paseos arbolados, recuperación de ríos o una cárcel convertida en museo de la memoria y vivienda pública, todos ellos son resultado de largas demandas y defensas ciudadanas por crear estos espacios para el bien común de sus habitantes.
La actividad inmobiliaria se ha entendido como uno de los agentes de transformación de la ciudad, pero ¿podemos definir la ciudad solo por el volumen edificado? ¿Qué diferencia un condominio residencial o un polígono industrial de lo que llamamos ciudad? ¿Cuándo se comienza a constituir un barrio? La ciudad parece suceder cuando comienzan a articularse actividades, usos y espacios que lo soportan, de carácter colectivo y público. Podemos así pensar la ciudad como lo común, como el espacio público compartido, como el espacio social que permite el encuentro entre las personas.
Detrás de estos espacios conquistados se encuentran pequeñas historias épicas, que nos han legado los lugares y usos más atractivos y entrañables de nuestras ciudades, y también de nuestras aldeas. Los y las protagonistas de estas historias muy pocas veces ocupan el nombre de ese lugar o equipamiento. Muchas veces sus huellas quedan borradas con la generación a la que pertenecieron, y así, los nombres de calles y monumentos hablan de la historia de otros y no de la historia en común, local.
El rescate de las historias sociales que han ido configurando nuestras ciudades no es solo un acto de reivindicación y de justicia histórica, sino que es un acto de aprendizaje urbano y ciudadano. Somos actores sociales, somos actores urbanos y así lo demuestran los espacios más ricos y vividos de nuestras ciudades. De esta manera, no solo reconocemos una memoria y una raíz colectiva en la forma que habitamos el territorio sino que nos enseña el modo de seguir transformando y defendiendo nuestros espacios de vida.
Si nos detenemos hoy en las victorias contemporáneas, veremos la humildad con que sus protagonistas entienden sus avances. Ellos y ellas buscaban metas mucho más ambiciosas, querían proteger más, querían un mejor espacio, querían que más personas pudiesen disfrutar de ellos y sienten que lograron solo una parte de lo que buscan.
Estas mismas personas no hacen suyas las conquistas sino que las entienden como una suma de muchas fuerzas de los que estaban allí y de otros muchos que empujaron a tener las ideas para que fuera posible. Quizás es esa disolución de la conquista como una cuestión colectiva y las urgencias que siguen ocupando a estos ciudadanos y ciudadanas lo que no permite disfrutar y valorar plenamente lo que representan sus logros.
Como hemos visto en los cientos de historias de reivindicaciones de este tipo en Crítica Urbana, y en este número en específico, se trata de un grupo que se organiza, en una completa asimetría de poder pero con la fuerza de saber que están luchando por lo colectivo y la fuerza que genera aunarse, permite dar pasos y conquistar espacios. Queremos rescatar y homenajear a quienes están defendiendo nuestros territorios, recogemos su energía, sus valores y su ejemplo para seguir trabajando.
Nota sobre la autora
Maricarmen Tapia Gómez. Arquitecta, doctora en Urbanismo por la Universitat Politècnica de Catalunya. Ha desarrollado su trabajo en el análisis y diseño de políticas urbanas, tanto en el mundo académico como en instituciones públicas. Participa activamente en la defensa de los derechos de las personas en la ciudad y el territorio, a través de organizaciones, publicaciones e investigaciones. Directora de Critica Urbana. Más artículos de la autora en Crítica Urbana.
Para citar este artículo:
Maricarmen Tapia Gómez. La conquista de la ciudad y el territorio desde lo colectivo. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 8, núm. 38, Conquistas ciudadanas. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2025.









