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Defender el mar, salvar la vida

14 diciembre, 2025

Por Enrique J. Álvarez Escudero |
CRÍTICA URBANA N. 38 |

Cuarenta y cuatro años después, una expedición francesa que inspecciona los residuos radiactivos en la Fosa Atlántica revive una historia olvidada de lucha, dignidad y ecologismo: el viaje del Xurelo, un pesquero gallego que desafió al vertido nuclear en el Atlántico.

El lunes 14 de septiembre de 1981, un pequeño barco palangrero de madera llamado Xurelo zarpó desde Ribeira hacia aguas internacionales con una misión histórica: protestar contra los vertidos de residuos radiactivos que gobiernos europeos realizaban en secreto en pleno océano Atlántico, a unas 350 millas de la costa gallega.

Aquella embarcación modesta se enfrentó, literalmente, a los buques holandeses, que depositaban miles de bidones con residuos radiactivos en una zona conocida como la Fosa Atlántica, a varios miles de metros de profundidad. Las imágenes del Xurelo, diminuto, frente a los grandes barcos, recorrieron Europa y despertaron una conciencia que hasta entonces permanecía sumergida en el silencio.

Tripulantes del primer viaje del Xurelo. Fuente: Archivo Enrique Álvarez Escudero.

En septiembre de 1981, Galicia apenas comenzaba a despertar del letargo impuesto por décadas de dictadura, y la democracia, aún frágil, no alcanzaba a contener las amenazas que venían del mar. La más inquietante: bidones de residuos radiactivos lanzados impunemente al Atlántico, a escasa distancia de nuestra costa.

Sabíamos que aquello estaba ocurriendo, pero no bastaban las sospechas. Hacía falta verlo, documentarlo, denunciarlo.

Desde finales de los años 70, organizaciones como Greenpeace y la Sociedade Galega de Historia Natural (SGHN), entre otras, venían alertando de prácticas altamente contaminantes por parte de varios países europeos, que utilizaban el océano como vertedero nuclear, a pesar del Convenio de Londres de 1972 que teóricamente prohibía estas acciones.

Uno de los puntos clave de los vertidos era la Fosa Atlántica, una depresión oceánica de gran profundidad frente a Galicia. Barcos de Reino Unido, Holanda, Alemania y Francia eran señalados como responsables de depositar allí bidones con residuos radiactivos de baja y media actividad. A pesar de las denuncias, la reacción institucional fue escasa y la opinión pública apenas tenía información.

A primeros de septiembre de 1981, en medio de grandes medidas de seguridad, el barco holandés Louise Smits carga barriles que contienen desechos nucleares en el puerto belga de Zeebruoge, mientras el buque ecologista Sirius, le viene siguiendo desde Holanda.

Asimismo, los enfrentamientos entre grupos de ecologistas y la policía se suceden en la zona de Brujas (Bélgica), como protesta contra el cargamento de los residuos nucleares procedentes de Suiza, Holanda, Bélgica y Luxemburgo en los barcos holandeses Krinsten Smits y Louise Smits, cuyo destino es el cementerio nuclear del atlántico, a unas 350 millas de las costas de Galicia.

El movimiento de defensa de la naturaleza Greenpeace anuncia que seguirá con su barco Sirius a los dos barcos holandeses Louise y Krinsten Smits, que transportan los residuos nucleares, e intentará evitar por medios pacíficos el vertido de los desechos. Las intensas campañas ecologistas no han impedido, sin embargo, que los buques con residuos nucleares emprendan su rumbo al cementerio radiactivo del Atlántico, donde, desde hace ya más de diez años, los países europeos vierten habitualmente sus desechos nucleares encerrados en contenedores de hormigón, sometidos a fuertes presiones a unos 4.000 metros de profundidad. Expertos nucleares de numerosos países desarrollados habían señalado el peligro que, a causa de estas presiones, representaban esos vertidos.

Asimismo, ADEGA solicita de la Xunta de Galicia y de la Dirección General del Medio Ambiente del Gobierno Central una protesta formal ante el Consejo de Estado holandés y los Gobiernos responsables de este vertido, para impedir que los buques Louise Smits y Krinsten Smits, lleguen a arrojar las 2.700 toneladas de residuos frente a las costas gallegas.

En Galicia, a mediados del año 1981, tras años de denuncias ignoradas, se decide dar un paso más. El partido Esquerda Galega, impulsa una acción directa: enviar un barco gallego al lugar exacto de los vertidos para documentar y denunciar lo que estaba ocurriendo.

Encontrar una embarcación no fue tarea fácil. Nadie quería comprometerse. Era una situación políticamente compleja: estábamos en una España de predemocracia, y un movimiento así —civil, autónomo y de confrontación directa— no era bien visto. Finalmente, conseguimos zarpar gracias al coraje de Ánxel Vila, patrón del barco, y los marineros que se sumaron a la causa. Vila era un hombre conocido en Ribeira, con la mar y convicciones en la sangre.

Se trataba de un barco de madera, diseñado para no alejarse demasiado en el horizonte. Hoy, un barco así no habría recibido autorización para salir a mar abierto. Y sin embargo, zarpamos.

Teníamos todo preparado cuando supimos que el Sirius, el barco de Greenpeace, había sufrido una avería. A pesar del revés, decidimos seguir adelante. No teníamos cartillas de navegación, y embarcamos como civiles, sin permiso. Al poco tiempo de zarpar, recibimos la orden de regresar, la Ayudantía de Marina de Ribeira había ordenado el regreso del Xurelo a puerto, pero la orden fue posteriormente revocada, y el barco pudo continuar su singladura.

La travesía no era sencilla. No había GPS, ni móviles, ni acceso fácil a información náutica. Una carta náutica de la zona, comprada a última hora seria lo único que el patrón utilizaría para situar la ubicación de la Fosa Atlántica con coordenadas aproximadas y contactos internacionales. El objetivo era claro: llegar al lugar de los vertidos, observar, documentar y regresar con pruebas.

Viajaban a bordo 14 personas entre tripulación y activistas: el patrón, Ánxel Vila, de Aguiño, un marinero, el cocinero y el jefe de máquinas —Amador, Juan y Ciprián—; los concejales Francisco García Fernández —concejal en Vigo—, Gonzalo Vázquez Pozo —concejal en A Coruña—, Manuel Méndez Fraguas —concejal en Moaña—; el escritor Manuel Rivas; los fotógrafos Xosé Castro “Pepucho”, Gallego y Xurxo Lobato; el periodista Xesús Naya; el miembro del Colectivo Natureza Roxelio Pérez Moreira; y yo mismo, Enrique J. Álvarez Escudero, en representación de la Sociedade Galega de Historia Natural.

La travesía hasta la fosa atlántica duró tres días. La falta de experiencia se hizo sentir: mareos, dudas, silencio en la radio. Nuestra única conexión con tierra firme eran las emisoras costeras de Vigo y Fisterra, que nos guiaban entre partes meteorológicos y mensajes de aliento.

La Fosa Atlántica es vasta, indeterminada. Buscábamos sin saber exactamente qué encontrar. Íbamos en zigzag, escaneando el radar, tratando de distinguir cualquier señal. Al principio seguimos a algún barco equivocado que navegaba por la zona, pero al fin, el 17 de septiembre, dimos con ellos: dos buques inmensos, los ya citados Louise Smits y Krinsten Smits, de 80 metros de eslora, protegidos por la fragata holandesa Piet Heyn, de 130 metros de eslora.

Descarga de bidones con residuos nucleares en la Fosa Atlántica. Fuente: Achivo Enrique Álvarez Escudero.

Nuestra embarcación parecía un juguete al lado de aquellos buques. Nos vigilaban helicópteros que volaban bajo, grabándonos, intimidándonos. La fragata escoltaba a los barcos de residuos y trataba de abordarnos. Temimos que nos embistieran. No nos dejaron acercarnos.

Durante la travesía se emite un comunicado, un mayday, mayday, mayday, en gallego, castellano e inglés, pidiendo apoyo a cualquier navío en la zona. Nadie respondió. Ellos estaban protegidos. Nosotros, completamente solos. El texto decía lo siguiente:

“Venimos en el nombre de Galicia, venimos en el nombre de todos los pueblos que quieren la paz y un progreso que no destruya la naturaleza. Venimos en el nombre propio y en el de todas las generaciones futuras. El Atlántico es una fuente de riqueza y un horizonte de comunicación, no queremos que conviertan el Atlántico en un cementerio nuclear. El Atlántico es una señal de identidad para Galicia y un símbolo de Vida para todos los pueblos. No queremos que lo conviertan en símbolo de muerte”.

Esa fue nuestra voz. Una voz pequeña, a bordo de un barco demasiado frágil. Pero ese día, en medio del mar, sonó con la fuerza de todo un continente.

Era el acto simbólico. Lanzamos flores al mar. ¿Por qué flores? Quizás porque los homenajes en el mar siempre se hacen con flores, como en los entierros, como en los cementerios. Y eso era lo que parecía: un entierro del océano en un cementerio nuclear.

Flores al Atlántico. Fuente: Archivo Enrique Álvarez Escudero.

Mientras los bidones caían al agua, tomamos fotografías y grabamos vídeo… o eso creímos. Días después descubrimos que la video-cámara no había grabado nada. Solo quedaron las fotos, las imágenes mentales, el testimonio, y las flores flotando sobre el mar gris.

Las emisoras costeras de Vigo y Fisterra nos habían advertido de que se aproximaba mal tiempo y dadas las condiciones meteorológicas y la imposibilidad de acercarnos al barco iniciamos la vuelta a Ribeira.

Nuestro estado era de euforia. Sí era cierto que se estaba vertiendo con total impunidad. Estábamos ansiosos de ver qué efecto habíamos causado. A la altura de la isla de Sálvora, una embarcación de las autoridades se interpuso en nuestra ruta, subieron a bordo, nos solicitaron nuestra documentación para luego dejarnos continuar a puerto y tiempo después nos llegaría una multa administrativa a cada uno de los participantes.

Ya en el puerto, una muchedumbre, una masa de gente nos esperaba; quedamos sorprendidos de la cantidad de gente. Esperábamos volver como salimos: clandestinamente. Desconocíamos el impacto que había tenido la travesía del Xurelo, el rechazo a los vertidos había sido unánime en la sociedad gallega.

Regreso del Xurelo a Ribeira. Fuente: Archivo Enrique Álvarez Escudero.

Las fotos del Xurelo entre los gigantescos buques de residuos nucleares fueron portada en medios europeos. Las imágenes no solo mostraban la desproporción de fuerzas, sino también la dignidad de una comunidad costera que se negaba a permanecer en silencio.

Al año siguiente, en agosto de 1982, se repitió el vertido y la protesta. Pero esta vez, la respuesta fue diferente. Además del Xurelo, barcos como el Pleamar y el Arosa I, que partieron de los puertos de Coruña y Vigo, el Sirius de Greenpeace, la movilización internacional que detuvo trenes de residuos radiactivos en Europa y los estibadores ingleses que se negaron a cargar residuos radiactivos, lograron lo que parecía imposible: una moratoria internacional de los vertidos radiactivos al mar, en el marco de la Convención de Londres al año siguiente.

Finalmente, en 1993, la Organización Marítima Internacional (OMI) prohibió definitivamente el vertido de residuos nucleares al océano.

Actualmente, el tema vuelve a primera plana. Una expedición científica francesa ha comenzado a inspeccionar los residuos depositados en la Fosa Atlántica. Ya se han escaneado más de 1.000 bidones y se estima que podría haber hasta 200.000 en el fondo del mar.

Las preguntas que se hacían aquellos gallegos en 1981 siguen vigentes hoy: ¿Qué contienen exactamente esos bidones? ¿Cuánto tiempo seguirán siendo peligrosos? ¿Quién se hará responsable si hay una fuga?

La historia del Xurelo es un capítulo clave —y olvidado— de la historia del ecologismo europeo. Una acción local, nacida del mar y de sus gentes, que obligó al mundo a mirar donde no quería mirar. Una historia que hoy, con el tiempo transcurrido y los residuos aún en el fondo del Atlántico, muestra cómo la expedición del Xurelo protagonizó una de las historias más emocionantes e intrépidas del ecologismo internacional y vuelve a recordarnos que la conciencia y la acción pueden venir del lugar más apartado y cambiarlo todo.


Nota sobre el autor

Enrique J. Álvarez Escudero, Catedrático de Biología, ornitólogo, miembro de la SGHN y tripulante en la primera expedición del Xurelo contra el vertido de residuos radiactivos en el océano.

Para citar este artículo:
Enrique J. Álvarez Escudero. Defender el mar, salvar la vida. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 8, núm. 38, Conquistas ciudadanas. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2025.

Critica Urbana n. 38
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