Por Blanca Valdivia |
CRÍTICA URBANA N.11
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¿Qué hacemos en nuestras ciudades? Un montón de cosas; hablamos con nuestras vecinas, cogemos el metro para ir a trabajar, practicamos deporte, asistimos a asambleas, llevamos a nuestrxs hijxs al colegio, vamos al centro de salud…Actividades diversas y cotidianas, pero no todas encuentran en el espacio urbano un apoyo físico para poder llevarlas a cabo.
Las ciudades no son espacios neutros, son una producción cultural y como tal reflejan los valores hegemónicos de la sociedad en la que se sitúan. De esta manera, nuestras ciudades están inmersas en los valores de un sistema capitalista y patriarcal que se basa en la división sexual del trabajo, en la acumulación de capital y en maximizar la obtención de beneficios privados.
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División sexual del trabajo
Tradicionalmente los entornos urbanos se han configurado a partir de la dicotomía público-privado. El espacio público era el lugar de la vida económica, política y cultural, y estaba vinculado a los hombres, mientras que los espacios privados eran el ámbito de la reproducción y los cuidados, y era el espacio asignado a las mujeres. Aunque nos han inculcado estas dicotomías como generalizadas e inmutables, en realidad son construcciones culturales que comienzan a asentarse a partir de la Revolución Industrial, en el contexto del norte global y especialmente entre las clases sociales más acomodadas, por lo que no son universales y se pueden transformar.
Esta asignación de espacios y roles ha llevado, por un lado, a que se ningunee la presencia y las contribuciones de las mujeres en la esfera pública. Por ejemplo, su participación en las actividades económicas, pero también su papel en los movimientos sociales y políticos a lo largo de la historia. Por otro lado, identificar el espacio privado como el escenario de las tareas reproductivas, invisibiliza que en el espacio público también se llevan a cabo actividades de cuidados, como ir con las criaturas al parque, acompañar a nuestra madre al centro de salud o ir al mercado. Por esta razón, el espacio urbano actual no proporciona las condiciones físicas y materiales necesarias para los cuidados.
Y ¿qué son los cuidados? Según Joan Tronto el cuidado es “una actividad de especie que incluye todo aquello que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro ‘mundo’ de tal forma que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestros seres y nuestro entorno, todo lo cual buscamos para entretejerlo en una red compleja que sustenta la vida”. Amaia Pérez Orozco contrapone las actividades de cuidados, que se mueven por una preocupación por la vida, ajena a la lógica del capital y que incluye el conjunto de actividades que, en última instancia, aseguran la vida (humana) y que adquieren sentido en el marco de relaciones interpersonales, gestionando una realidad de interdependencia. Por su parte Yayo Herrero afirma que las personas dependemos física y emocionalmente del tiempo que otras personas nos dan. Durante toda la vida, pero especialmente en ciertos momentos del ciclo vital, sería imposible sobrevivir si no fuese porque otras personas, principalmente mujeres por la división sexual del trabajo, dedican tiempo y energía a cuidarnos. Somos seres encarnados en cuerpos vulnerables que enferman y envejecen y que son contingentes y finitos.
Las ciudades se han diseñado para favorecer la esfera productiva, por lo que la configuración de los espacios materializa el orden social y económico jerarquizando actividades y usos, haciendo prevalecer unos frente a otros dedicándoles más espacio, mejores localizaciones y conectividad. En este marco material y simbólico los cuidados quedan relegados a un segundo plano.
El diseño productivista de la ciudad
En la ciudad productiva, tiempo y espacio determinan los usos y actividades. Este modelo de ciudad impone unos tiempos que no son compatibles con los cuidados, al no tener en cuenta que las personas somos funcionalmente diversas, que a veces estamos enfermas, tenemos dolores crónicos y que pasamos por diferentes etapas en el ciclo vital que hacen que no encajemos con unos ritmos y niveles de productividad impuestos y que generan frustraciones, miedos y merman nuestra autonomía a la hora de disfrutar de la ciudad.
Los espacios se planifican sectorizando usos y sujetos y favoreciendo el beneficio económico, en lugar de fomentar la interacción entre personas, la continuidad y simultaneidad de actividades, la autonomía. La concreción de espacios y redes de movilidad excluye a una parte de la población, ya que se han diseñado sin tener en cuenta las diferentes necesidades en relación con la accesibilidad, la percepción de seguridad, la diversidad de cuerpos, los ritmos…
El urbanismo feminista reivindica la importancia social de los cuidados sin que esto signifique encasillar a las mujeres en el rol de cuidadoras, sino asumiendo que todas las personas somos dependientes unas de otras y del entorno y que, por lo tanto, los cuidados deben ser una responsabilidad colectiva.
Los cuidados son imprescindibles para la reproducción social. Por lo tanto, es fundamental romper con la responsabilidad individual, que en la mayoría de los casos es asumida por mujeres, sin remuneración económica o con condiciones laborales muy precarias, y que comience a ser una responsabilidad social compartida.
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Repensar la ciudad desde una lógica feminista
Nuestras ciudades son la materialización territorial de un modelo social y económicamente injusto, por lo que para acabar con las desigualdades sociales y económicas es imprescindible un cambio estructural de paradigma. Repensar la ciudad desde una perspectiva feminista es dejar de crear espacios con una lógica productivista, social y políticamente restrictiva, y empezar a pensar en entornos que prioricen a las personas que los van a utilizar.
Poner a las personas en el centro de las decisiones urbanas significa hacer ciudades cuidadoras que tengan en cuenta la diversidad de experiencias, necesidades y deseos. Es construir territorios que favorezcan cuidarnos, cuidar de otras personas y cuidar de nuestro entorno.
Es el momento de cambiar nuestros entornos, transformando de manera radical los principios en los que se ha basado nuestro modelo urbano y cimentando los pilares de una ciudad cuidadora que cambie radicalmente. Porque es imprescindible cambiar la ciudad para transformarlo todo.
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Nota sobre la autora
Blanca Valdivia es socióloga por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Gestión y Valoración Urbana por la Universidad Politécnica de Catalunya. Es integrante de Col·lectiu Punt 6, cooperativa feminista que trabaja para repensar espacios domésticos, comunitarios y públicos desde una perspectiva de género interseccional y para contribuir a la transformación social.
Para citar este artículo: Blanca Valdivia. La penalización del cuidado en la ciudad capitalista y patriarcal. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.3 núm. 11 Mujeres y ciudad. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2020. |