Mujeres que cuidan, mujeres que luchan, mujeres que no se ven ni se escuchan |
Por Ángela Erpel |
CRÍTICA URBANA N.17 |
En tiempos donde los discursos plenos de propuestas políticas y democráticas abundan en todas las bocas, cuando la perspectiva de una nueva constitución ha llenado los espacios físicos y virtuales, es muy importante enfocarnos en aterrizar y ver cómo se hacen carne cada una de las realidades que tanto enarbolamos en las palabras.
La pandemia nos ha mostrado muchas dimensiones que eran las más reales de nuestras vidas, pero que la misma vida, moderna, agitada, injusta y desigual, se encargó de hacer invisibles. Hoy cobran fuerza porque nos golpean día a día. Una de ellas es el cuidado. Muchos padres y madres se han visto enfrentados a tener una crianza puertas adentro 24/7. De esto se ha hablado mucho. Pero hay una dimensión del cuidado de la que se habla menos, se invisibiliza más y se romantiza peligrosa e injustamente para la población que en silencio cumple con esta pesada labor: el cuidado de adultos mayores, sobre todo en estados de dependencia.
A esta reflexión llego por motivos personales, pero me lleva a juntar muchas variables: la feminización evidente de los cuidados, la desprotección total que recae en los hombros – una vez más – de las mujeres de la familia, sin apoyo ni económico ni emocional por parte de la sociedad en general, con una dedicación casi completa y con el consiguiente sacrificio de la vida personal de tantas mujeres que han tenido que – una vez más – postergarse por “los otros”.
Quiero enfatizar esto porque aquí, si bien muchas veces las feministas hemos reflexionado sobre esto, repetimos hasta el cansancio, sobre el trabajo doméstico, la frase de Silvia Federici No es amor, es trabajo no pago, aun así, seguimos poniéndonos más responsabilidades sin un respaldo de autocuidado suficiente que haga llevadero este sacrificio. Y un ejemplo claro es lo que sucede con los muy en boga discursos ecofeministas. Ponemos a las mujeres ensalzadas en el imaginario del cuidado a la vida, como la primera línea de la protección al medio ambiente, de la recuperación de los bosques nativos, como defensoras de territorios, como cultivadoras de la soberanía alimentaria, pero solas con la carga del día a día. De esta paradoja es de la que tenemos que tomar conciencia y hacernos cargo, pues, definitivamente, al ser las más cercanas a esta realidad, somos las mujeres quienes primero detectamos las necesidades y damos la primera respuesta. El cuidado de la vejez es un ejemplo claro.
La vejez en Chile es un reflejo de la aplicación de políticas neoliberales que no dieron tregua a la protección de la vida: pensiones paupérrimas, nula protección estatal en salud y bienestar, soledad y todos los factores multidimensionales de la pobreza.
La población mundial está envejeciendo y eso no es un misterio para nadie, ya en los países desarrollados se puede ver en la calle a simple vista y en algunos de Latinoamérica, el aumento de la expectativa de vida está conduciendo al mismo camino. En números absolutos, esta población se va a duplicar a una gran velocidad, y eso va a ser aún más rápido en países de medianos o bajos ingresos, que en general tenían una población más joven. Un dato interesante: en Francia tuvieron que transcurrir cien años para que el grupo de habitantes de 65 años o más aumentara de un 7% a un 14%. Mientras que en países como Brasil y China ese aumento ocurrirá en menos de 25 años. En Chile, se estima que hay cerca de 3 millones de adultos mayores, es decir, mayores de 65 años, que corresponden a cerca del 16,5% de la población y esto irá en aumento.
Respecto de la oferta pública en Chile para personas mayores con dependencia moderada a severa, podemos ver que solo en 2017 se crea el Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados, que en realidad, son servicios que consisten fundamentalmente en derivación. En Chile, hay solo dieciséis Establecimientos de Larga Estadía para el Adulto Mayor (ELEAM), más conocidos como Hogares de Ancianos, con cupos de 30 a 80 personas. Son administrados por los municipios y organizaciones sin fines de lucro. La cobertura de estos programas es muy deficitaria, es muy pequeña para el total de adultos mayores en condiciones de postración. Esa es toda la oferta pública, muy insuficiente como pueden ver.
La vejez ajena es un asunto que las familias tienen que absorber desde su propio bolsillo y desde su propia infraestructura, incluyendo el cuidado directo. ¿Quiénes cuidan? Las mujeres de la familia, tengan estas familia propia (hijos, pareja, etc.), o no, tengan estas trabajo remunerado o no, sean estas jóvenes o viejas, son ellas las socializadas desde siempre para esta tarea y es vista como una obligación dentro de tantas en el histórico rol de género que se nos asignó sin preguntarnos.
¿Quiénes cuidan? Cuando no es la familia directa y el Estado no se hace cargo, entra la oferta “privada” y el grueso de esa fuerza laboral también está fuertemente feminizada. Mujeres migrantes, mujeres precarizadas, toman este rol por sueldos a veces muy bajos o bien, en una oferta especializada (personas con preparación especial), con tarifas tan altas, que muchas familias no pueden pagar.
Monetarizar el trabajo históricamente “gratuito” de las mujeres ha sido un acto revolucionario si lo pensamos marxistamente; pero, por otra parte, pone en un problema a las familias que se dejan abandonadas a su suerte resolviendo el tema de sostener la vida con pocos recursos y una sociedad con escasa conciencia de la urgente necesidad de acompañar en el último tramo de la vida de los seres queridos, con la dignidad y el amor que se requieren en un proyecto de sociedad bajo los principios de humanidad y respeto.
Hacerse cargo de la paradoja del cuidado es un desafío para las feministas. El quiebre entre el discurso y la realidad del día a día es el verdadero trabajo que se debe hacer.
Es de esperar que esto se tenga presente entre tanto discurso inflamado de idealismo, que busca poner una tarima central de las luchas: a veces las urnas, a veces la calle, pero son las casas, los hogares, donde se dan estas luchas internas, las que no se ven, las que no se escuchan, las que se ocultan, donde se construyen los cimientos del mundo que hemos visto nacer, destruirse y recomponerse, en ciclos que siguen y siguen forjando este planeta. Ahí es donde.
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¿Sin partido ni marido? El estallido social en Chile y las respuestas feministas
Nota sobre la autora
Angela Erpel Jara, Socióloga feminista, Universidad de Chile. Con formación de posgrado en Habitat y Pobreza Urbana en América Latina (UBA, Argentina) y en Género, Políticas y Participación (Universidad General Sarmiento, Argentina). Actual Coordinadora del programa Democracia y Derechos Humanos, Fundación Heinrich Böll Cono Sur y miembro del directorio del Fondo Alquimia (Fondo para mujeres de Chile). Activista en grupos feministas, lésbicofeministas y medioambientales
Para citar este artículo:
Ángela Erpel. La primera línea del cuidado a la vida. Mujeres que cuidan, mujeres que luchan, mujeres que no se ven ni se escuchan. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 17 Ciudades para los cuidados. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2021.