El estallido social en Chile y las respuestas feministas
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Por Ángela Erpel |
CRÍTICA URBANA N.11
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El estallido social que ha movido a Chile desde octubre de 2019, tomó por sorpresa a la elite chilena, mas no a las personas comunes y corrientes. La sociedad hacía rato que venía mostrando un malestar que se estaba expresando de manera cada vez más aguda en redes, en conversaciones cotidianas, en columnas de opinión, en encuestas, en memes, en rayados de paredes, en canciones, en comics y en ponencias académicas. Chile estaba dando señales, desde hace ya algunos años, de la mala salud del modelo neoliberal, que fuera otrora el orgullo de sus burócratas gestores. La palabra que resumía todo este descontento era una sola: abuso.
Un diario oficialista tituló la aparición del fenómeno social más importante de la historia actual de Chile como “La crisis que nadie previó” y el mismo presidente Piñera dijo en entrevista en diciembre: “No lo vi venir”, mientras el ex gerente del Metro (por donde comenzó la crisis) en un acto despectivo a la masiva evasión al transporte público por alza del pasaje, dijo burlonamente: “Esto no prendió”.
La ceguera de la elite política no advirtió antecedentes bastante claros. Uno de ellos tiene que ver con las masivas manifestaciones feministas que en el año 2018 explotaron y coparon los medios de comunicación de Chile y el mundo: la contundente demanda por el aborto libre, ya muy visible en Argentina, fue seguida por otras reivindicaciones históricas del movimiento, que ponían en el ojo del huracán a la violencia como un fenómeno estructural, como parte integrante de todas las instituciones patriarcales que sustentan el modelo. El machismo en la educación, en la política y en la casa, no se toleraba más.
El 16 de mayo de 2018 se llamó a la gran marcha “Por una educación no sexista” que fue la punta de lanza para lo que vendría después: 160 mil estudiantes se tomaron las calles en una histórica jornada y luego se tomaron los establecimientos educacionales, resistiendo a una represión pocas veces desplegada contra las feministas. El 2018 fue un año marcado a fuego por la marea violeta y los pañuelos verdes; por eso, no fue sorpresa que al año siguiente, en el día de la lucha por los derechos de las mujeres, el 8 de marzo, la impresionante marcha por la principal calle de Santiago, reuniera a casi medio millón de personas.
El feminismo se masificó y eso fue un tema urgente: ¿Cómo abordamos esta masividad sin caer en la despolitización, sin caer en la banalización de las causas feministas? ¿Cómo evitar que este entusiasmo sea capitalizado por “los mismos de siempre” para su provecho personal? Numerosos conversatorios surgieron en todo Chile, asambleas, foros, trabajo territorial y discusión académica se multiplicaron a lo largo del país. El feminismo ya era parte de la discusión pública.
Y en eso vino el estallido.
Las feministas alzaron la voz junto con todas las otras voces que gritaban el malestar y se instaló la mirada feminista en las demandas generales: mejores pensiones, acceso a la educación, salud digna, etc., ya traían incorporada la variable género. El feminismo había golpeado la mesa y no había vuelta atrás. La demanda por una Nueva Constitución no tardó en aparecer y por tanto, también surgen las visiones feministas para la creación de este nuevo texto fundamental. La exigencia de la paridad como condición básica, fue una de las banderas que enarbolaron algunos grupos, mientras las más radicales gritan la desconfianza que sienten frente a las instituciones patriarcales.
Así fue que, mientras los políticos organizados en sus partidos, tan cuestionados y desacreditados, se reunían a puertas cerradas en el ex Congreso para dar una solución institucional, desde la calle, una melodía dura y golpeada comenzaba a expandirse por redes, por el boca a boca, por el cuerpo a cuerpo: “El Estado opresor es un macho violador”, cantaba el colectivo Lastesis, cuatro jóvenes activistas de Valparaíso que revolucionaron el ya revuelto escenario chileno. Basadas en un fuerte cuestionamiento a las gastadas instituciones, responsables de la violencia al cuerpo de las mujeres, Lastesis apuntaron con el dedo al corazón del problema: la violencia institucional.
“El violador eres tú” se convirtió en himno feminista global, partió como una performance cualquiera en las calles de Valparaíso, para luego extenderse masivamente por el mundo entero, se tomó las calles, las plazas y uno que otro parlamento. Se tradujo a muchos idiomas, nació en el seno de la ciudad, pero lo cantaron mujeres campesinas e indígenas de Latinoamérica y África; mujeres jóvenes, mayores, ancianas, en un grito unánime dijeron: “El violador eres tú, son los pacos (policía), los jueces, el Estado, el Presidente”. A contrapelo de quienes buscan y proponen una salida institucional al conflicto, estas feministas señalan que son justamente las instituciones las responsables de este entuerto.
Y el escenario se complejiza más aún: mientras todas parecen corear con entusiasmo y al unísono, que el violador es la estructura jerarquizada, de esos mismos grupos surgen iniciativas de formar partidos políticos y crear comisiones dialogantes para negociar con la democracia representativa, es decir, con los partidos. ¿Qué pasa entonces? ¿Criticamos el matrimonio como institución pero igual nos casamos por salvar la familia? ¿Cómo se aborda esta contradicción sin caer en las fragmentaciones de siempre, que han quemado históricamente los movimientos sociales en la hoguera del “fuego amigo”?
Mientras algunas reclaman paridad y representación, otras dicen que en este poder no hay que empoderarse, sino rebelarse. En el aire enrarecido por el debate constitucional, se gestan algunas iniciativas partidistas pese a la mirada de desaprobación de quienes señalan con el dedo a los violadores enquistados en la burocracia. Finalmente una sola de estas iniciativas logra hacerse carne y se inscribe formalmente el Partido Alternativa Feminista (PAF), en medio de aplausos y críticas, de vítores y reprobación.
Como un déjà vu de los años 80 y 90, el clásico “autónomas vs. institucionales”, resurgen nuevamente las palabras de Julieta Kirkwood en el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano en 1983: “¿Se puede hacer feminismo fuera de los partidos políticos –de manera autónoma e independiente– si lo que se quiere es cambiar estructuras profundas? ¿Vale la pena entrar si a la larga, las mujeres al interior siguen siendo dominadas por ejes que no necesariamente las representan y eso las comprime?”.
Para muchas, este partido (u otros que surjan), que es “instrumental para el plebiscito de abril” – según sus propias gestoras – no es más que eso, una instrumentalización descafeinada del potencial feminista. La prensa hizo lo suyo y presentó este partido como “el primero en la historia del feminismo en Chile” y además “inspirado por Lastesis”; ambas afirmaciones no solamente no son ciertas, sino que tergiversan la direccionalidad, porque el PAF, después de todo, quiere sentarse a la mesa del Estado-macho, y no para tirar del mantel precisamente. Lastesis no tardaron en comunicar abiertamente que ellas se desmarcan de cualquier política partidista pero que apoyan la autonomía de quienes sostengan otras formas de lucha.
El capítulo está lejos de cerrarse, faltan dos meses para el plebiscito por una Nueva Constitución y las feministas seguimos pidiendo democracia en la calle y en la casa, también recordando a Virginia Bolten que proponía avanzar sin estructuras jerárquicas: “Ni amo, ni partido ni marido”.
¿Será que cierta fracción del feminismo aún teme la soltería? Veremos quien finalmente recoge el ramo en todo esto.
Nota sobre la autora
Angela Erpel Jara, Socióloga feminista, Universidad de Chile. Con formación de posgrado en Habitat y Pobreza Urbana en América Latina (UBA, Argentina) y en Género, Políticas y Participación (Universidad General Sarmiento, Argentina). Actual Coordinadora del programa Democracia y Derechos Humanos, Fundación Heinrich Böll Cono Sur y miembro del directorio del Fondo Alquimia (Fondo para mujeres de Chile). Activista en grupos feministas, lésbicofeministas y medioambientales.
Para citar este artículo: Ángela Erpel. ¿Sin partido ni marido? El estallido social en Chile y las respuestas feministas. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.3 núm. 11 Mujeres y ciudad. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2020. |