Por Alessandra Caporale |
CRÍTICA URBANA N. 24 |
Las políticas y acciones de participación ciudadana chocan con el racismo estructural del Estado español, las desigualdades y las jerarquías que lo acompañan. La interculturalidad, en tanto que práctica del encuentro a medio camino entre personas de diferentes culturas, requiere ante todo el reconocimiento de las desigualdades y de los privilegios y buscar maneras de compensarlos.
Diversificar las prácticas y los lenguajes expresivos en las dinámicas de participación puede desarticular ciertas jerarquías y hacer que diferentes voces se hagan oír. Desplazar el habitual protagonismo de la palabra y cederlo al cuerpo y a diferentes prácticas creativas, lúdicas y artísticas, permite disminuir la barrera de las competencias lingüísticas. La comunicación no-verbal favorece el diálogo intercultural ya que da cuenta de aspectos particulares y universales de las visiones culturales.[1]
El tema del cuerpo ha sido el eje central en muchos de los movimientos y las teorías feministas occidentales. El cuerpo como archivador de la experiencia vivida, producto de las relaciones de poder y sujeto político. Sucesivamente, voces del feminismo crítico postcolonial han puesto el foco en las desigualdades entre las personas del Norte y del Sur global y la necesidad de descolonizar el feminismo occidental. Los modos de organización de las ciudades son constantemente interpelados por los movimientos sociales, el arte activista, la arquitectura crítica con perspectiva de género, etc., que reclaman el derecho a la ciudad para todxs. Los movimientos LGBTIQ+ y otros -como aquel para la vida autónoma de las personas con diversidad funcional y de los colectivos con diagnósticos de salud mental- han tomado progresivamente protagonismo reivindicando maneras inclusivas de pensar y vivir la ciudad que tengan en cuenta la diversidad de los cuerpos.
En el contexto de la pandemia que hemos vivido, las desigualdades han aumentado y han afectado de manera más contundente a los colectivos más discriminados. Las mujeres, (y particularmente las migradas) se han visto aún más cargadas, dentro y fuera del hogar, de una tarea tan altamente feminizada como son los cuidados. El sufrimiento debido al aislamiento físico y afectivo ha dejado en evidencia el valor imprescindible de las relaciones de cuidado y del contacto físico entre las personas. Queremos aquí, en este breve artículo, compartir algunas reflexiones surgidas de un proyecto de trabajo corporal y artístico, realizado en Barcelona con mujeres de diferentes orígenes, y ponerlas en relación con otras experiencias y formas de practicar el derecho a la ciudad y a la convivencia.
La Xarxa de Penèlope
El proyecto la Xarxa de Penèlope nació a partir de la película Los hilos de Penélope (2011)[2], realizada en Marruecos por el Colectivo Circes. En el 2015 proyectamos la película en la biblioteca de Trinitat Vella como herramienta de encuentro intercultural. El evento fue organizado por un grupo de chicas, jóvenes y adolescentes marroquíes, que se reunían habitualmente en este equipamiento. Los carteles pegados por el barrio explicaban que se trataba de un evento no mixto, una decisión que facilitaba la participación de algunas marroquíes. Fue interesante ver como mujeres de diferentes culturas decían cosas que normalmente se dicen sin que las personas interesadas estén presentes, comentarios sin respuestas sobre “las otras”.
El debate empezó alrededor de las opresiones impuestas a las mujeres amazigh, que en la película se veían luchando por sus derechos. Entonces desde el público algunas mencionaron las similitudes en las opresiones de las mujeres de “allí” con las de “aquí”. La “cultura machista” y el patriarcado empezaban a ser nombrados en las experiencias que las mujeres compartían, vinieran de donde vinieran. Se respiraba un aire de complicidades, auto-ironía y reconocimiento mutuo a medida que iban aflorando ejes de opresión común como la discriminación de género en ámbito familiar y laboral, la responsabilidad de los cuidados, etc. Más difícil parecía abordar los privilegios de algunas con respecto a otras. Las mujeres que habían migrado a Catalunya desde otras partes de España habían vivido la experiencia del desarraigo, pero no se enfrentaban a la misma falta de derechos de las que habían llegado desde países no europeos.
A partir de entonces, tanto en Barcelona como en otros lugares de Catalunya, utilizamos esta película para facilitar espacios de debate entre mujeres diversas. Surgían temas como la criminalización del trabajo informal que en Occidente penaliza la economía de las mujeres migradas o como, en el sistema capitalista, determinadas ideas sobre la maternidad, y la ausencia de conciliación familiar, no permite elegir los tiempos para dedicar a la crianza. Se alternaban momentos de gran complicidad y comprensión mutua con otros de conflicto ideológico. Vimos en estos encuentros y debates un espacio de autocrítica necesario y de potencial alianza transformadora entre mujeres diversas y empezamos a dar forma al proyecto La Xarxa de Penèlope[3]. Nos propusimos organizar talleres para fomentar la interacción y vinculación afectiva entre vecinas de diferentes edades, orígenes y creencias religiosas. Las mujeres mayores eran principalmente españolas y las jóvenes recién llegadas. Para algunas mujeres mudarse de un pueblo a la ciudad, o incluso de un barrio, en cierta edad puede ser una experiencia muy traumática que, en cuanto a vivencia personal, puede asemejarse a una migración. Las mujeres mayores suelen tener a sus hijxs fuera del barrio o de la ciudad, pasan mucho tiempo sin verlos y sufren la soledad. Las mujeres migradas a menudo tienen a sus madres y abuelas en el país de origen y echan de menos a estas figuras. Vimos cómo estos sentimientos creaban vínculos entre las mujeres.
Poco a poco empezaron a surgir relaciones y redes entre las participantes en los talleres de diferentes zonas de la ciudad, rompiendo la perspectiva de uso habitual del territorio y creando un nuevo mapa afectivo y de interés.
Con el tiempo el proyecto ha ido cambiando, adaptándose a los grupos y a los territorios donde se ha ido desarrollando. Actualmente en Poble Sec las mujeres están trabajando con la técnica arpillera[4], llevando sus reflexiones y vivencias a la tela y creando un espacio íntimo de sororidad y confianza. En la Ribera y en Trinitat Nova, se va tejiendo comunidad y reconocimiento mutuo a través del contacto, la danza y el movimiento. Vivimos de espalda y a pesar de nuestro cuerpo, sin embargo, miramos y leemos a las demás a través de sus cuerpos.
Nos interesa llevar el cuerpo a los espacios, no solo las ideas sino la presencia corporal. Encontrarse desde los cuerpos es una apuesta para encontrarnos desde la vulnerabilidad y la ternura radical[5], desde el miedo a enfrentarnos a la fragilidad de nuestros cuerpos. En los talleres, ponemos el cuerpo en el centro de nuestra atención, lo interpelamos, nos preguntamos cómo estamos en nuestra vida en este preciso instante. Nos tomamos el tiempo para sentir y escuchar nuestras sensaciones físicas y estados emocionales. A través de las miradas, los gestos, la danza y el movimiento dejamos que las historias -presentes y pasadas- de los cuerpos expresen sus diferentes maneras de ser, sentir y estar, en parte únicas y personales, en parte culturales y en parte universales. Ponemos la intención en la escucha para bailar con los diferentes ritmos de cada persona; entrenar el juego de las miradas, de las risas y de los silencios.
Encontrarse a través del cuerpo, del juego, de la creación conjunta desde la empatía y la sororidad, es abrirse a la incomodidad, a salir de los hábitos cotidianos, a oler perfumes que son diferentes y conocer otras formas de estar, pensar y hacer. Es crear vínculos, tejer puentes y sustituir prejuicios con vivencias reales, es conocer a las personas en su unicidad. Es construir alianzas y reconfigurar imaginarios donde podamos caber todas.
Habitar los cuerpos para habitar la ciudad
Finalmente, para ampliar la mirada, queremos mencionar tres experiencias que reafirman la centralidad del cuerpo en sus maneras de reivindicar el derecho a la ciudad.
Alito Alessi, uno de los creadores del método danceability, comenta que el problema de la diversidad funcional es el aislamiento. La inclusión es, según Alessi, una cuestión de actitud. Se trata de la voluntad política de democratizar la danza, la participación, el acceso a los espacios y a las relaciones. Una danza inclusiva no es aquella que permite a “los otros” participar, sino una manera de entender la danza a partir de esta diversidad y que se construye como un espacio que todxs puedan habitar. Una mirada que sugiere un cambio de foco para repensar la convivencia en las sociedades[6].
Así también el colectivo Liant la Troca[7], en el ámbito de la danza integrada, promueve la creación artística donde la diversidad es el principal recurso expresivo. Superar lo que nos separa y hacer de la diversidad un puente, una posibilidad, un reto. En la danza, como en todas las artes, el límite da impulso a la creación, potencia la imaginación. La inclusividad permite la verdadera celebración.
En la misma línea, Radio Nikosia y la Red Sin Gravedad[8] promueven actividades de experimentación artística y cultural donde las personas con y sin diagnóstico de salud mental y con todo tipo de cuerpo, sin etiquetas, puedan encontrarse y participar en los equipamientos comunitarios.
La vida es el lugar de la diversidad y es posible gracias a esta. La sociedad – lugar de la ordenación y del control – a menudo percibe la diversidad de las formas de vida como obstáculo y, por lo general, la repele. Que a la diversidad se acompañe la exclusión es una cuestión política, la exclusión no es neutra. Decía Basaglia “Hay una función de encubrimiento que desplaza los problemas sociopolíticos con una solución técnica-científica. El loco diagnosticado psicopatológicamente con la situación social y política de «ser excluido»”[9]. La diversidad quizás sea la mejor cura contra la “locura” del control y la incapacidad de acoger los cambios de paradigma. La diversidad es el umbral entre lo conocido y lo desconocido, es aquello que sobresale en la línea continua y rompe con las expectativas. Metáfora de la ciudad utópica que acoge y se deja transformar por sus habitantes.
Conclusión
Facilitar espacios de participación inclusivos requiere una perspectiva interseccional que tenga en cuenta los obstáculos y las necesidades de los diferentes colectivos, sobre todo los que son más discriminados.
Crear un marco de participación basado en el reconocimiento mutuo en el cual las personas puedan utilizar y expresar los saberes y capacidades propios, definir los objetivos y tomar las decisiones coherentes con sus intereses. Diversificar las propuestas, las prácticas y las herramientas de las dinámicas participativas; tener en cuenta a las personas a partir de sus cuerpos, sus fases vitales, sus capacidades diversas, sus códigos culturales, sus tiempos y sus necesidades para vivir el espacio urbano. Romper el aislamiento y dar valor a la diversidad, permitiendo la participación en condición de igualdad, es un paradigma para repensar la vida en la sociedad y en las comunidades. Repensar la participación según la lógica del diseño universal[10] donde cada unx es únicx y nadie es extrañx.
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Notas
[1] Las “prácticas estéticas imbricadas”, sean danza, gesto o dibujo, dan cuenta y remiten a la comunidad desde donde surgieron y donde tienen sentido. E. Ocampo, Apolo y la máscara. La Estética Occidental Frente a las Prácticas Artísticas de Otras Culturas. Editorial Icaria 1985.
[2] Los hilos de Penelope (2011) https://loshilosdepenelope.wordpress.com/sinopsis/
[3] Proyecto del Colectivo Circes / Alia (Associació de dones per a la investigació i l’acció). https://loshilosdepenelope.wordpress.com/
[4] Encuentro con las Arpilleras de Poble Sec. Resonancias textiles de la mujer en el románico | Museu Nacional d’Art de Catalunya
[5] https://danidemilia.com/2015/08/12/manifiesto-de-la-ternura-radical/
[6] https://youtu.be/CJYy9tVYoyk Festival “Sin Límites” Danceability, Montevideo, Uruguay 2022.
[8] “Instancias de producción colectiva abiertas a la ciudadanía y articuladas desde una predisposición sensible hacia aquellas personas que han vivido experiencias en el campo de la salud mental y la diversidad funcional”. https://redsingravedad.org/
[9] https://antipsiquiatriaudg.wordpress.com/biblioteca/franco-basaglia/
[10] Goldsmith, Selwyn (2007). Universal design. UK: Routledge.
Nota sobre la autora
Alessandra Caporale. Antropóloga, doctora en cine etnográfico y terapeuta de shiatsu. Actualmente realiza proyectos que fomentan el diálogo intercultural e intergeneracional a través de la conciencia corporal, el movimiento y el contacto. Es miembro de Alia (Associació de dones per a la recerca i l’acció).
Para citar este artículo:
Alessandra Caporale. Los cuerpos y el derecho a la ciudad. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales, Vol. 5 núm. 24 Participación: mito o realidad. A Coruña: Crítica Urbana, junio 2022.