Por Maricarmen Tapia Gómez |
Directora Crítica Urbana
CRÍTICA URBANA N.24 |
Al observar los movimientos ciudadanos que reivindican sus territorios, encontramos que la participación surge como un medio y como último recurso para resistir a la vulneración de sus derechos, a la pérdida de sus formas de vida o a la expoliación. En este sentido, la participación se aleja de esa acción onírica de querer formar parte de algo y de ser un fin en sí mismo.
Los temas que reúnen a la ciudadanía en torno a la defensa del territorio son amplios: la defensa de espacios naturales, de los valores patrimoniales, de formas de vida, de querer proteger bienes comunes básicos como el agua, protestar contra la contaminación, el ruido, la tala de árboles, defender los parques, exigir el espacio en la ciudad para caminar y andar en bicicleta.
La participación también surge de politizar el espacio, entendiendo este como un lugar en el que no se quiere seguir reproduciendo la discriminación estructural. En este sentido, el feminismo y los movimientos antirracistas, poscolonialistas, nos aportan una nueva mirada, en la que la participación es un medio y es un fin en sí mismo sólo en la medida en que la forma en que se toma parte, se realiza desde una nueva estructuración del poder en la que no existe una hegemonía de uno sobre otro.
Si se toma de estas experiencias el poder de la participación, se podría ver, y de hecho es vista, como una amenaza a la institucionalización y a la salvaguarda de los privilegios y la justificación de las decisiones que permiten la continuidad de las estructuras político-espaciales. La participación institucionalizada en muy pocos casos permite un proceso real de transformación de esas estructuras. Más bien se trata de conducir y reconducir la posibilidad de cambio hacia una disolución del conflicto. Esto, no sólo no resuelve el conflicto, sino que perpetúa las situaciones de injusticia y no permite consolidar y fortalecer la democracia.
La participación es entendida, desde enfoques más modernos del Estado, como una acción necesaria de innovación y experimentación permanente, como una instancia de redistribución y de reequilibrio de poder, en el cual el bien común debe ser la guía permanente.
La participación ciudadana ha sido vaciada de su contenido transformador y por ello hoy en día es importante recuperarla como un medio para tomar parte en las decisiones. La participación surge y es para poder incidir en el espacio de vida. Es un espacio de aprendizaje y de cuestionamiento profundo de las causas del conflicto. No temer a la participación es un elemento fundamental del proceso democrático. No temer que sean cuestionadas las decisiones de los representantes, porque estas han estado basadas en la necesidad de las personas. Porque la participación es una herramienta de transparencia y es un instrumento efectivo para evitar y controlar la corrupción.
En una sociedad de desigualdad social, la participación debe ser celebrada y asumida como parte de un mecanismo posible desde el cual aportar a la transformación hacia una sociedad basada en el bien común. Es traspasar la frontera de lo individual y ser aquel ser social, histórico, atemporal que se une al cauce de otros tantos que nos antecedieron, unirse a tantos que simultáneamente trabajan por el mismo fin. Participar, y no restarse, es quizás uno de los actos que nos devuelve la humanidad.
Nota sobre la autora
Arquitecta, doctora en Urbanismo por la Universitat Politècnica de Catalunya. Ha desarrollado su trabajo en las áreas de patrimonio y en planificación urbanística, tanto en el mundo académico como en instituciones públicas. Ganadora 2021 beca María Zambrano en la Universidade Santiago de Compostela. Participa activamente en la defensa de los derechos de las personas en la ciudad y el territorio, a través de organizaciones, publicaciones e investigaciones. Es directora de Critica Urbana.
Para citar este artículo:
Maricarmen Tapia. Participar para incidir. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.5 núm. 24 Participación: mito o realidad. A Coruña: Crítica Urbana, junio 2022.