Por Edward Fox |
CRÍTICA URBANA N.15
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Todos los días, por la mañana, salgo de casa con mi perrita, Luna. Tenemos tres o cuatro rutas favoritas que repetimos sin cansarnos. A lo largo de estos meses de confinamiento, hemos experimentado la libertad contradictoria de descubrir y redescubrir diariamente la naturaleza urbana que nos rodea.
Hemos explorado juntos los espacios verdes de la periferia de Mánchester: el parque público que fue antes jardín privado de un filántropo mancuniano; campos de fútbol o golf; parcelas abandonadas y re-asilvestradas; riberas artificiales de ríos y riachuelas, invadidas de plantas de las himalayas; prados nostálgicos por las vacas de su antaño rural; bosques mágicos de abedules y álamos, crecidos milagrosamente sobre tierras contaminadas; lagos artificiales formados por la extracción de gravilla; estaciones depuradoras de la época victoriana; ya convertidos en ecosistemas únicos … paisajes profundamente humanos, creados por accidente o abandono – el inverso de la ciudad.
La repetición de rutas y la soledad de la mañana nos hace grandes observadores de los cambios progresivos que marcan el lento avance del año y convierten nuestros paseos en una especie de trance. Luna con su hocico y yo con mis ojos y oídos. Los dos con el cuerpo, reaccionando al frío, a la lluvia, a las largas sombras de la mañana, a las nubes veloces o al vuelo acrobático de las golondrinas. En marzo las primeras hojas del abedul, de un verde brillante, y las flores del endrino entre sus espinas negras. En abril las flores del cerezo, el peral y el manzano; el roble y el fresno compiten para ver quién saca antes sus hojas. Poco a poco todos los árboles se van vistiendo de sus distintos verdes y las hierbas van creciendo y distinguiéndose con sus formas, densidades, alturas y tonos, hasta cubrir a Luna, que pasea por ellos como por la selva. Las zarzas y ortigas invaden los caminos y cubren el suelo de los bosques post-industriales. Dentro de los bosques, empiezan a aparecer cabañas caseras, hechas con ramas y objetos abandonados, como si estuviera naciendo una generación de nuevos ermitaños, con ganas de huir al bosque, de sentirse parte de la naturaleza, de esconderse del mundo. Y, el río Mersey, creador y conector de todo el paisaje, fluye hacia Liverpool y el mar, a veces con prisas, ruidoso y bravo, pero a veces tranquilo y modesto, confinado dentro de su camisa de fuerza, construida en los años 60 para evitar las inundaciones.
Andar como forma de meditación. Prestar atención a todo lo que nos rodea. Estar vivo y sentirse parte de una naturaleza humana, cultural, un elemento más en un ecosistema que depende de nosotros, pero del que también dependemos. Sentirnos dueños de nuestra historia y futuro.
COVID-19, y la histeria que ha generado, ha actuado como una lente, un microscopio, revelando e iluminando aspectos de la vida que siempre estaban allí, a plena vista, pero invisibles: desigualdades, prejuicios, xenofobias e injusticias, revelándonos que la ciudad humana puede ser a la vez la ciudad natural, la ciudad como ecosistema biológico-cultural. Irónicamente, al privarnos del movimiento libre, al obligarnos a encerrarnos, nos ha hecho sentir la importancia de esa necesidad básica, corpórea, de espacio, de verde, de movimiento libre.
A algunos nos ha regalado una experiencia nueva – o más intensa – de vivir la ciudad de otra forma, de sentirla más nuestra y menos ajena, mientras para otros ha intensificado su encarcelamiento, literal y social. Los que hemos pasado un ‘lockdown light’, y tenemos la suerte de vivir fuera de los densos centros urbanos, hemos podido disfrutar el placer de sentirnos dueños del espacio urbano: de bailar por calles vacías de coches; de coger una bicicleta y andar como borrachos por un centro urbano casi abandonado; de oír el escándalo de los pájaros por la mañana y el viento en las hojas; de respirar hondo sin miedo a ingerir veneno. Hemos podido entrever una ciudad nueva, más humana, más sana y más libre.
Sin embargo, no todos han tenido esta suerte. Al otro extremo del espectro ha habido muchos que se han encontrado atrapados dentro de pisos pequeños o residencias, ya fuera por edad, salud, pobreza, o simplemente por casualidad, mucha gente se ha sentido más aislada y limitada que nunca, y se ha tenido que conformar con ver el mundo enmarcado por sus ventanas, a lo mejor a vislumbrar a lo lejos los campos o montes más allá de la ciudad, o a conformarse con ver programas de la naturaleza en la tele.
COVID ha llegado como una historia bíblica, como un juicio salomónico o una visión de Noé, abriéndonoslos ojos a las ciudades invisibles, a las ciudades deseadas y necesarias, así como a todas las posibles futuras ciudades. Lo triste es que la ‘nueva normalidad’ parece que padece de amnesia y que lo único que se nos ocurre es volver a la ceguera pre-COVID.
Mientras tanto, ajenos a todo, Luna y yo continuamos paseando por un paisaje ya otoñal, observando los primeros cambios de color de las hojas, los amarillos de los abedules y chopos, los rojos de los arces; los hongos que proliferan en los troncos caídos en las tormentas de agosto; la basura diaria que deja la gente en sus escapes a su paraíso suburbano; el alargamiento diario de las sombras y el soplo de un viento más húmedo y amenazante. Y, mientras tanto, el río Mersey sigue fluyendo hacia Liverpool y el mar, a veces rebelde, caudaloso, llevando ramas y neumáticos desde los montes y pueblos periféricos, amenazando con desbordar sus altas defensas contra las inundaciones, pero a veces tranquilo, manso, contento de seguir moviendo dentro de su propio confinamiento, la ingeniería humana que le restringe.15 de septiembre de 2020
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Nota sobre el autor
Edward Fox es director del Máster de Arquitectura del Paisaje de la Universidad Metropolitana de Manchester (MMU), puesto que ocupa desde hace 8 años. Anteriormente ha pasado más de una década trabajando en estudios de arquitectura del paisaje en Mánchester. Sus intereses como investigador se enfocan en temas del paisaje rural y periférico y ha publicado también artículos sobre la rehabilitación de ríos urbanos. Otro artículo del autor en Crítica Urbana: Reconstructing the rural. The Role of landscape architecture in reimagining the UK’s rural landscape.
Para citar este artículo: Edward Fox. Paisajes de confinamiento. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.3 núm. 15 Coronavirus: impacto urbano y territorial. A Coruña: Crítica Urbana, noviembre 2020. |