Por Serafina Amoroso |
CRÍTICA URBANA N.23 |
La realidad económica en la que vivimos, las nuevas exigencias y retos planteados por la crisis, por los cambios climáticos, por el derrumbamiento del estado social y, consecuentemente, por la falta de recursos económicos, hacen que sea necesario un cambio radical tanto en la manera de pensar la arquitectura de nuestras ciudades como en la manera de concebir las propias prácticas arquitectónicas.
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Retos planteados por la complejidad de la situación actual
Las ciudades son un conjunto espaciotemporal multicapas que difícilmente se pueden gestionar con los instrumentos tradicionales de la planificación urbana; se precisan nuevas herramientas que tengan en cuenta que el espacio urbano no es sólo un espacio construido, sino también un enredo de relaciones sociales y económicas, políticas y administrativas, caracterizadas por la volatilidad, la inestabilidad, la temporalidad y las tensiones sociales (entre otros factores, vinculados ahora también a la digitalización y a la brecha digital).
La división (obvia y aparentemente inocua) entre hogar y lugar de trabajo/estudio ha sido la base sobre la que se han construido nuestras ciudades y nuestra sociedad, y el punto de partida de la lucha feminista llevada a cabo por urbanistas, arquitectas, historiadoras y teóricas, como Dolores Hayden, quien ya a finales de los años setenta era perfectamente consciente de que “las mujeres deben trasformar la división sexual de las labores domésticas, la base económica privada del trabajo doméstico, y la separación espacial de las viviendas y los lugares de trabajo en el entorno construido, si quieren ser consideradas como miembros iguales de la sociedad.”[1] En la actualidad, la situación se ha vuelto aún más compleja: la interacción entre la escala doméstica y la urbana se hace cada vez más fluida a través del tiempo y del espacio, así como la relación entre lo privado y lo público en el hogar (especialmente con la llegada de Internet y, a partir del año 2000, de las redes sociales).
Estas condiciones tienen el potencial para desestabilizar tanto los dualismos generizados (espacios ‘productivos’ vs ‘espacios reproductivos’) como el terreno ya multifacético y complejo del debate arquitectónico contemporáneo con respecto a las formas de pensar y proyectar viviendas y ciudades.
Desde que en los años noventa el movimiento feminista ha empezado a involucrarse en asuntos espaciales, se han desarrollado una nueva conciencia y mirada hacia la arquitectura, la ciudad y la propia idea de edificio. Por un lado, muchas teóricas feministas, como Doreen Massey, han demostrado que la oposición binaria entre público y privado no es apta para definir el lugar llamado ‘hogar’, ya que ha sido siempre, de una forma u otra, “open; constructed out of movement, communication, social relations which always stretched beyond it.”[2] Por otro lado, las contribuciones de autoras como Karen Barad, Donna Haraway, Rosi Braidotti, María Puig de la Bellacasa pretenden abrir resquicios metodológicos para dar cabida a otros relatos que, desafiando las narrativas dominantes de la modernidad, no obliteren (más bien pongan en valor) la dimensión relacional de nuestras existencias y del complejo entramado de relaciones, afectos, interdependencia y codependencia que une entre sí tanto a los seres humanos como a otras entidades[3] . De acuerdo con estos renovados posicionamientos, las prácticas proyectuales y de diseño tienen que afinar nuevas estrategias y metodologías que incorporen herramientas y formatos capaces de tener en cuenta todos estos elementos, explorando las posibilidades de nuevas metodologías críticas, investigando lo ordinario, lo desapercibido, los espacios de nuestras rutinas cotidianas que suelen pasarse por alto.
Prioridades de un urbanismo feminista
Tal y como afirman Hilde Heynen y Gülsüm Baydar[4], es necesario un replanteamiento de la idea de domesticidad y hay que averiguar cómo se puede resignificar en el presente. Ya no se trata de una dimensión que se puede definir en oposición a lo urbano y a lo público, como ha pretendido hacer el Movimiento Moderno. El cuestionamiento de la efectividad y agencia en la contemporaneidad de las prácticas arquitectónicas modernas
“parte, de un lado, de la crítica a aquellos procesos de normalización y tipificación de la vivienda que han consolidado un patrón hegemónico más eficaz en su mercantilización que en su vocación de servicio; por otro, de la creciente saturación del mercado inmobiliario y la crisis financiera global que cuestionan de raíz el modelo desarrollista que ha presidido hasta ahora la política de vivienda”.[5]
Mejorar las condiciones (físicas, espaciales, psicológicas) en las que se desenvuelven nuestras vidas se ha convertido ahora más que nunca en un imperativo social, ya que los entornos construidos contribuyen de manera significativa a perpetuar estructuras de poderes patriarcales y androcéntricas. La pandemia global ha dejado al descubierto la fragilidad del sistema capitalista, desencadenando varias pandemias paralelas e interseccionadas, puesto que ha afectado y sigue afectando a cada persona de manera distinta, acentuando vulnerabilidades y desigualdades prexistentes.
El urbanismo feminista pone su principal foco de atención precisamente en todos estos temas. Se habla mucho en la actualidad de la ciudad de los 15 minutos, pero no es otra cosa que la puesta en valor de las relaciones de proximidad como elemento clave para que nuestras ciudades sean más vivibles. Ahora bien, el entramado pequeño de la estructura urbana de los centros históricos de muchas de nuestras ciudades ya tiene el tamaño ideal para suportar las actividades de nuestra rutinas cotidianas; sin embargo, la mercantilización de estos espacios, su gentrificación y turistificación, y prácticas como la zonificación, han favorecido el desarrollo de ciertas actividades (las ‘productivas’) en detrimento de otras (las ‘reproductivas’), provocando la invisibilización de éstas últimas y creando modelos urbanos insostenibles basados en la separación entre lugar de trabajo y casa, entre vida pública y vida privada.
Nancy Fraser, problematizando el binomio actividades productivas/actividades reproductivas, subraya cómo la actual ‘crisis de los cuidados’, o, mejor dicho, del trabajo de ‘reproducción social’, descansa en realidad sobre una crisis más amplia y profunda que afecta al sistema capitalista per se, y que ella define como ‘contradicción social-reproductiva’ del capitalismo contemporáneo. Fraser argumenta que la ‘reproducción social’ es una condición indispensable para que el sistema capitalista y su capacidad económica productiva se sustente[6]; sin embargo, el sistema capitalista sigue negando la importancia del trabajo de reproducción social, perjudicándose a sí mismo. Esta contradicción no es interna a la economía capitalista, más bien se encuentra en un umbral que simultáneamente separa y une producción y reproducción, configurando ambas como elementos constitutivos de la sociedad capitalista[7]. El sistema capitalista contemporáneo, externalizando muchas tareas de cuidados, ha empeorado la situación, generando una configuración de roles aún más perversa, en la que la emancipación de muchas mujeres está vinculada a la explotación de otras y a la mercantilización y privatización de ciertos servicios[8].
Por lo general, las mujeres viven en ciudades que no han sido diseñadas para y por ellas. Valgan como ejemplo las diferencias detectables en los patrones de movilidad y uso del transporte público: las mujeres suelen utilizarlo más a menudo y hacen recorridos más complejos, dispersos y frecuentes y no suelen viajar de noche por miedo al acoso o a una agresión. La recuperación de la noche en condiciones de igualdad (a través, por ejemplo, de adecuados sistemas de alumbrado público y de un conjunto de medidas que favorezcan un sentido de seguridad, tanto percibido como efectivo) es uno de los elementos fundamentales de la lucha contra las situaciones de exclusión espaciotemporal en las que se encuentran las mujeres y que las inhabilitan como ciudadanas de pleno derecho[9].
Concluyendo
Un urbanismo con perspectiva de género se basa en un enfoque cuyo objetivo principal es activar procesos para salvaguardar la calidad en la planificación urbana; se trata de un enfoque necesariamente transversal y horizontal que implica experiencias transdisciplinarias e interdisciplinarias, y que radica en la creación de espacios que apoyen a los usuarios en sus diferentes y variados contextos cotidianos.
Es indispensable desarrollar una reflexión sobre la relación (a menudo conflictiva) entre, por un lado, la parcialidad / especificidad del proyecto (arquitectónico) y de sus soluciones de diseño, y, por el otro, el carácter cambiante, incompleto y a veces impredecible de la ciudad.
La relación entre edificios y contexto urbano juega un papel clave, por ejemplo, en la rehabilitación de un barrio de vivienda social, donde los espacios urbanos entre edificios pueden convertirse en activadores de prácticas sociales. Tal y como señala la arquitecta y profesora americana Kathryn Albright[10], es interesante observar cómo las fachadas de algunos edificios sigan favoreciendo cierto tipo de actividades y relaciones sociales y, consecuentemente, los espacios públicos o colectivos adyacentes resultan ser más resilientes frente a los cambios peyorativos que sufre el resto del entorno. La planta baja de cualquier edificio, en su altura y profundidad de 3 metros, debería poder contribuir a la vitalidad del espacio público que define.
Un enfoque de género se basa en métodos de observación interseccionales y multiescalares, para que queden incluidas todas las formas en las que se utilizan los espacios domésticos y urbanos y las estrategias de apropiación puestas en marcha por sus habitantes, teniendo en cuenta diferentes perfiles de usuario (en función de su edad, diversidad funcional, género, etnia, clase, capacidad económica, etc.). Asimismo, se precisa un nuevo concepto de control del proyecto y objetividad, que debería basarse en una parcialidad consciente e intersubjetiva del punto de vista (autobiográfico, evocativo, emotivo), asumiendo el planteamiento de los conocimientos situados[11]. Todo esto implica, a la vez, incluir, en el mismo procesamiento del proyecto, una mezcla interdisciplinaria de investigación, diseño, educación, en la que se tendrían que valorar el error, la contradicción, un cierto grado de incertidumbre e imprevisibilidad como elementos enriquecedores más bien que como obstáculos que entorpecen el proceso proyectual.
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[1] Dolores Hayden, “¿Cómo sería una ciudad no sexista? Especulaciones sobre vivienda, diseño urbano y empleo”, Boletín CF+S 7 (octubre 1998). Recuperado en: http://habitat.aq.upm.es/boletin/n7/adhay.html. El artículo contiene parte del texto de la conferencia “Planificando y diseñando una sociedad no sexista”, celebrada en la Universidad de California (Los Ángeles) el 21 de abril de 1979.
[2] Doreen Massey, “A place called home?”, New Formations, n. 17 (1992): 13.
[3] Véase: Nieto Fernández, Enrique. 2018. Éticas y estéticas para una reconexión. Estudios de caso para una práctica de diseño ecológica. Feminismo/s 32: 181-203.
[4] Hilde Heynen y Gülsüm Baydar. Negociating domesticity: spatial productions of gender in modern architecture (London, New York: Routledge, 2005).
[5] Begoña Serrano-Lanzarote, Carolina Mateo-Cecilia y Alberto Rubio-Garrido, “Prácticas domésticas contemporáneas. La arquitectura al límite”, Proyecto, Progreso. Arquitectura, n. 16 (2017): 17. https://doi.org/10.12795/ppa.2017.i16.11
[6] Nancy Fraser, “Crisis of Care? On the Social-Reproductive Contradictions of Contemporary Capitalism”, en Social Reproduction Theory. Remapping Class, Recentring oppression, ed. Tithi Bhattacharya (London: Pluto Press, 2017), 23.
[7] Ibid., 24.
[8] Ibid., 33.
[9] Serafina Amoroso, “Urbanismo con perspectiva de género,” Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales 3, núm. 11 (2020). https://criticaurbana.com/urbanismo-con-perspectiva-de-genero
[10] Citada en: Paola Zellner-Bassett, Sharone Tomer y Donna Dunay, “1×1 in Real Time”, en Less Talk More Action: Conscious Shifts in Architectural Education. Fall Conference Proceedings, Amy Larimer et al., eds. (New York: ACSA Association of Collegiate Schools of Architecture, 2019), 214.
[11] Se hace referencia a la postura epistemológica crítica desarrollada por Donna Haraway, quien señala que “only partial perspective promises objective visión”. Véase: Donna Haraway, “Situated Knowledges: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, Feminist Studies, vol. 14, n. 3 (1988): 583
Nota sobre la autora
Serafina Amoroso es arquitecta (Università di Firenze, 2001), doctora (Università Mediterranea di Reggio Calabria, 2006) e investigadora independiente. Máster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados (ETSAM, 2012). Máster en Investigación aplicada en estudios feministas, de género y ciudadanía (Universidad Jaume I, 2016). Co-organizadora del congreso internacional MORE-Expanding architecture from a gender-based perspective – III International Conference on Gender and Architecture (Florencia, 2017).
Para citar este artículo:
Serafina Amoroso. ¿Por qué necesitamos un urbanismo con perspectiva de género y feminista?. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.5 núm. 23 Urbanismo Feminista. A Coruña: Crítica Urbana, marzo 2022.