Por Jordi Estivill |
CRÍTICA URBANA N.29 |
Podría parecer que, bajo la dictadura franquista, desaparecieron los ideales y experiencias autogestionarios. Sobre todo, comparado con las importantes colectivizaciones durante la guerra civil.
Pero si se adopta una definición amplia de esta perspectiva, se puede constatar que en la lucha antifranquista se produjeron incipientes iniciativas y se publicó un cierto número de trabajos que muestran que la autogestión es una corriente que tiene periodos álgidos, pero que incluso en fases de gran represión no se desvanece.
Huellas y rastros autogestionarios
En efecto, si se rastrea el panorama social de final de los años cincuenta y de los sesenta se pueden encontrar huellas y rastros autogestionarios en las formas organizativas que se adoptaban en las asambleas universitarias y en los grupos más o menos conectados con el movimiento scout. Igualmente sucedía con los colectivos vecinales en los barrios de las grandes ciudades que se organizaban para reclamar mejores condiciones de vida, en la perspectiva del desarrollo comunitario. En los centros sociales eran sus miembros quienes decidían y autogestionaban sus actividades.
En las empresas, desde 1958, se empezaron a negociar los convenios colectivos y esto dio un nuevo papel a los enlaces y jurados de empresa que adoptaron, a menudo, formas de participación democrática. Tanto Comisiones Obreras como la Unión Sindical Obrera, que asumió la autogestión en su carta fundacional, convocaban asambleas donde eran decididas las principales reivindicaciones. Las cuales no solo concernían las condiciones de trabajo, sino a las que poco a poco fueron incorporándose temáticas más generales (democracia sindical, libertad asociativa…) En las huelgas de los años sesenta de la minería asturiana, del textil catalán o en la ejemplar de Laminados en Banda, del País Vasco, las decisiones eran tomadas, en las parroquias, en la montaña o en el lugar de trabajo, por el conjunto de los trabajadores.
Por otro lado, el movimiento cooperativo empezó a rehacerse de la dura represión y del control del régimen y empezaron a surgir cooperativas de nuevo cuño, muchas de ellas para resolver los problemas de vivienda. Sus miembros aplicaban el principio cooperativo de una voz un voto y ayudaban en las tareas constructivas. En otros casos, fue frecuente que las antiguas cooperativas utilizasen sus locales, a medida que fueron recuperándolos, para ponerlos al servicio de los barrios y pueblos promocionando actividades lúdicas, de ocio y culturales.
Al conjunto de estas experiencias se le sumó un interés por debatir los contenidos y contornos de la autogestión y por conocer iniciativas de otros países. Este interés llevaba a romper el velo que cubría a las colectivizaciones de Cataluña y Aragón y a aproximarse al socialismo autogestionario yugoeslavo y al socialismo comunitario de los Kibutz israelitas. De este segundo, atraía su vida colectiva, su organización interna y su capacidad de abrirse camino económico en condiciones tan hostiles. La simpatía por el primero, provenía de la novedad de un país que aplicaba la autogestión en muchos ámbitos de la vida colectiva y de su distancia critica con el modelo soviético de planificación central y del capitalismo. Este atractivo se extendía a los países que después de la Conferencia de Bandung de 1955 intentaban construir una tercera vía. Cuando Argelia se independizó en 1962 y se añadió al movimiento de los no alineados e inició sus iniciativas autogestionarias, especialmente agrarias, de la época Ben Bella, aun creció más el interés por ellas.
Una nueva visibilidad: autores y publicaciones
Personalmente, mi curiosidad me llevó a dedicar mi primer trabajo de fin del curso 1959 a la autogestión yugoeslava. Quizás por influencia de José Antonio González Casanova, profesor de derecho político, que en aquellos años hizo su tesis sobre el sistema político yugoeslavo y publicó un artículo sobre el mismo. Pero fueron dos las editoriales que se distinguieron en la tarea de dar visibilidad a estos asuntos: ZYX (1963) y Nova Terra (1957). Las dos de matriz cristiano progresista, creadas por trabajadores bajo el amparo de la Iglesia Católica y de sus organizaciones como la JOC (Juventudes Obreras Católicas) y la HOAC (Hermandades Obreras de Acción Católica). Las dos conseguían pasar por la censura algunos libros “heterodoxos”. Así la primera consiguió publicar La autogestión en Checoslovaquia, de Ota Sik, dos libros sobre el cooperativismo y uno de Castellote sobre el socialismo agrario en Israel.
Pero el libro más significativo de su línea editorial fue el escrito por Guillem Rovirosa. Hombre clave de los primeros tiempos de la editorial y de la HOAC. Nacido en Vilanova i la Geltrú, ingeniero, había sido elegido director de un Consejo Obrero durante las colectivizaciones en plena guerra civil y desde 1946 había sido elegido para dirigir la HOAC. Bajo el título De quién es la empresa, este libro es el resultado de las reflexiones de los GOES (Grupos Obreros de Estudios Sociales) del curso 1962/63. Se publica en 1964, unos días más tarde de la muerte de su autor y se distribuyen de forma militante unos 20.000 ejemplares. En él, se defiende que la empresa puede ser diferente si la propiedad es privada o es colectiva y se concluye en favor de un modelo cercano al cooperativismo autogestionario.
Nova Terra también se interesó por la producción escrita, especialmente de origen francés, alrededor de la autogestión. En el año 1964 publica el estimulante libro de Albert Meister Socialismo y autogestión en el que se analizan no solo las experiencias autogestionarias empresariales, sino también sus realizaciones en diferentes campos (sanidad. escuelas…) en Yugoeslavia. Dos años más tarde, edita La empresa socialista en Yugoeslavia. Gestión obrera, cooperativas, gestión social, de Georges Lasserre.
En la colección trabajo y sociedad de esta editorial, en la época en que fue dirigida por Josep Verdura y Alfonso Carlos Comín, se publicó de André Babeau, Los consejos obreros en Polonia. En la segunda época, que dirigimos Joan Eugeni Sanchez, Ignasi Pons, Oriol Homs y yo mismo, publicamos, entre otros, dos libros que fueron censurados: uno, Apuntes sobre el trabajo en España y otro, que era la versión en castellano de De la participació dels treballadors a la gestió de les empreses que había ganado en el año 1968 el premio Primer de Maig, que la editorial Nova Terra otorgaba. Se trataba de una investigación empírica sobre los estrangulamientos y dificultades que los trabajadores encontraban para hacer oír su voz en las empresas. Formaba parte de un estudio internacional comparativo que la Organización Internacional del Trabajo había lanzado desde inicios de los sesenta. Ya había advertido Luis Gorostiaga en su libro Gestió Obrera a Occident. Nou parany capitalista, publicado por Nova Terra en 1967 y que había ganado el mismo premio dos años antes, que el capitalismo era capaz de crear simulacros participativos.
El debate de aquellos años discurría por estos cauces. Por ellos circulaba la corriente autogestionaria con ensayos concretos y limitados y como un ideal inalcanzable, en el contexto político, social y económico, pero que se perseguía tenazmente.
Nota sobre el autor
Jordi Estivill Pascual. Profesor jubilado de la Universidad de Barcelona. Sociólogo, economista e historiador por vocación. Director de una cooperativa de investigación. Autor de más de 40 libros. Director de un programa internacional contra la exclusión social en la OIT. Colaborador de varios programas sociales de la Unión Europea. Sociología y economía del trabajo, política social y economía social y solidaria han sido las principales áreas de conocimiento en las que he trabajado, además de haber colaborado en la creación y desarrollo de un buen número de redes asociativas locales e internacionales.
Para citar este artículo:
Jordi Estivill Pascual. Recordando algunas iniciativas autogestionarias bajo el franquismo. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.6 núm. 29 Gestión comunitaria. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2023.