Por Neus Casajuana |
CRÍTICA URBANA N.20 |
Entre los factores que más contribuyen al bienestar personal destacan las relaciones personales cercanas, la confianza en el prójimo, la percepción de seguridad, la participación social y el entorno en el sentido más amplio.
No solo tienen importancia las condiciones físicas que nos rodean: contaminación, ruido, espacios verdes, sino también los espacios que facilitan las interacciones sociales y el sentido de pertenencia, como el patrimonio cultural y ambiental. Todos estos factores tienen que ver con el espacio público y los responsables políticos harán bien en tener muy presentes estas necesidades a la hora de organizarlo y diseñarlo.
Todos los factores antes mencionados están fuertemente relacionados con el urbanismo de los pueblos y ciudades. Por eso, cuando a los ciudadanos se nos pregunta cuáles son los barrios más valorados, las respuestas apuntan a los barrios que reúnen dichas características. Obvia decir que en un año de pandemia en el que todos nos hemos sentido tan vulnerables y más conscientes que nunca de nuestra interdependencia, estos factores todavía se han visto más valorados. No es de extrañar pues que en la encuesta realizada en 2020 por la revista Time Out para elegir el mejor barrio del mundo, el primer lugar en el ranking fuera “l’Esquerra de l’Eixample” de Barcelona. La explicación de tal elección se basaba en los fuertes vínculos vecinales que se evidenciaron especialmente durante los meses de confinamiento durante los cuales resultaron esenciales las redes de apoyo mutuo.
“L’Esquerra de l’Eixample” de BCN es un ejemplo de lo que se entiende por la “ciudad de los 15 minutos”, tan en boca de todos los urbanistas gracias al liderazgo de París que ha hecho de él su bandera. “L’Esquerra de l’Eixample” es un barrio que permite, con un recorrido a pie de 15 minutos, conectar viviendas, servicios, trabajo, comercios, cultura y recreo y que se encuentra a muy poca distancia de otros barrios en los que conviven culturas diversas sin que ello conlleve percepción de inseguridad. Los clásicos árboles de sus calles no solo las embellecen, sino que proporcionan la necesaria sombra en verano, y la presencia de algunos edificios históricos o emblemáticos hace sentir a sus moradores orgullosos del lugar donde viven. Además, en un futuro, todos estos aspectos van a salir reforzados con los planes de reverdecimiento de algunas de sus calles y con la implantación gradual de las supermanzanas, una de ellas hecha ya realidad en el mercado de Sant Antoni.
Siguiendo en la misma línea, en los resultados de una encuesta entre los barceloneses sobre cuáles son las características que hacen que el espacio público sea más habitable, de nuevo se destaca que las calles con árboles, con pocos coches y con edificios residenciales de calidad” son las más apreciadas y más habitables.
Son este conjunto de características que invitan al paseo y a los desplazamientos slow, las que van a facilitar la transición hacia una movilidad sostenible, siempre y cuando vayan acompañadas de políticas de movilidad bien diseñadas para desplazarse dentro de las poblaciones y en las conexiones con el resto del territorio. Los planes de movilidad en el sentido más amplio, han de prever las necesidades y la seguridad de los ciclistas y peatones (red de carriles bici dentro y entre poblaciones, calles pacificadas, aceras anchas), las necesidades de los que deben desplazarse de forma obligada por cuestiones de trabajo, escolaridad, etc. y de forma generalizada, la oferta de transporte público, incluidos los días festivos. Más tranvías, más trenes, más autobuses, más movilidad a la demanda… en suma: más movilidad colectiva y menos coches en la calzada.
Sin lugar a dudas, podemos afirmar que para transitar hacia una sociedad sostenible, el punto clave, pero a la vez el más difícil de alcanzar, es el cambio en el modelo de movilidad. Basta recordar que este sector es el principal responsable del consumo de energía (un 40% del total) y de la mayor parte del petróleo y, por ende, uno de los principales responsables de la contaminación atmosférica y del cambio climático. El futuro de la movilidad tendrá que basarse por un lado en los desplazamientos a pie y con vehículos de movilidad personal y por otro en el transporte de tracción eléctrica y colectiva.
Sostenibilidad significa algo más que descarbonización e implantación de energías renovables. Significa también consumir muchas menos materias primas y recursos que son limitados. Por eso la movilidad futura no va a consistir en la substitución de cada vehículo de petróleo por un vehículo eléctrico. Este sería el sueño de la industria automovilística que se resiste a cambiar de negocio, pero no puede ni debe ser la propuesta de una sociedad inteligente, ahorradora y justa, que entiende que para que todos vivamos mejor, necesitamos reducir el consumo de los materiales escasos, porque dichos recursos deben llegar para todos, las sociedades ricas, las que necesitan todavía desarrollarse, pero también las futuras generaciones. Pensando en nuestros nietos, no tenemos ningún derecho a dejarles en herencia un planeta degradado, agotado y con un clima inhabitable.
Nos va a costar mucho a todos hacer este cambio. Hemos nacido en la época del petróleo barato y de los recursos que creíamos infinitos. Hemos vivido en la época dorada del coche y hemos sido testigos de las mil ampliaciones de carreteras y autopistas que el modelo de movilidad centrado en el vehículo privado ha requerido. Tenemos impreso en nuestra mente que las calles están hechas para los coches. Nos hemos habituado a su ruido y a caminar en fila de a uno por aceras estrechas. Todavía hoy tenemos la percepción de que las vías de tren y de tranvía son un obstáculo para las personas y sin embargo las calles y carreteras repletas de vehículos nos parecen lo normal. Las viviendas cercanas a las vías férreas son menos deseables porque se dice que soportan el ruido de los trenes. Sin embargo, olvidamos que los coches son un estorbo continuado que producen un ruido que quita la paz de nuestras calles, que nos contamina el aire que respiramos (también los vehículos eléctricos contaminan), que en las horas punta nos obligan a perder tiempo en los atascos y cuyo mantenimiento de todas las estructuras que este sistema requiere nos resulta muy caro a toda la sociedad. Todos estamos pagando estas infraestructuras con nuestros impuestos, tanto si somos usuarios de los coches privados como si no.
Hasta muy recientemente no hemos empezado a visualizar otras perspectivas y a darnos cuenta de que pueden existir otras normalidades. Estamos tan acostumbrados y tan acoplados a este modelo que la mayoría de nosotros ni nos hemos planteado cómo deberíamos organizar nuestras vidas sin el uso del coche. Cómo cargar con nuestra compra de alimentos, como llevar los niños a la escuela o como llegar a según qué zonas o pueblos mal comunicados. También los comerciantes tienden a creer que ningún cliente va a acercarse a sus tiendas si el coche no puede llegar a sus puertas. El nacimiento de cada zona peatonal ha sido una lucha con el sector comercial hasta que los resultados, en general positivos, cierran las bocas de los que antes protestaban.
El coche particular, que se adapta a todas nuestras necesidades, que es sinónimo de libertad, que está a nuestra disposición las 24 horas aunque no necesitemos usarlo la mayor parte del día, ha sido durante un siglo y continúa siendo el protagonista de nuestras calles. Ha dado forma y dirigido el urbanismo de nuestras ciudades y pueblos y ha organizado nuestros hábitos. Nos va a ser realmente difícil descolonizar nuestra mente e imaginar otra forma de organizarnos, pero necesitamos esta transformación, no solo por la necesidad de preservar nuestro planeta, sino también para devolver a nuestras ciudades el bienestar que hemos ido perdiendo tras las prebendas impuestas por este modelo motorizado. No nos va a resultar ni fácil ni indoloro. Cada prebenda que le vayamos quitando al coche va a significar una protesta más en las calles, en los periódicos y una batalla técnica y política en las instituciones. El rey coche y todos sus vasallos y adoradores que somos nosotros mismos, van a luchar por mantener sus privilegios hasta el último rincón y el último minuto. Dejemos de perder más tiempo luchando contra nosotros y nuestros hijos. Aprendamos a luchar por algo mucho mejor. Empecemos a imaginar y a trabajar para este nuevo mundo que tenemos que crear entre todos.
> Otro artículo de la autora en Crítica Urbana Ciudad y ruralidad. Dos realidades que se complementan.
Nota sobre la autora
Neus Casajuana Filella es bióloga y farmacéutica por la Universidad de Barcelona. Técnica de salud pública. Activista. Presidenta de Revo Prosperidad Sostenible.
Para citar este artículo:
Neus Casajuana. Bienestar a la vuelta de la esquina. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 20 Urbanización y crisis ambiental. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2021.