Por Sara Echevarría |
CRÍTICA URBANA N.20 |
Históricamente, se ha dado una separación entre naturaleza y sociedad hasta normalizar totalmente esta dicotomía. La visión de esferas sociales y naturales diferenciadas racionaliza y justifica la explotación de la esfera natural, lo cual se vio intensificado con el capitalismo. Esta perspectiva cobra una gran importancia en las ciudades, ya que se han desarrollado como espacios exentos y aislados de la esfera natural.
En los últimos siglos las ciudades se han asociado con la industrialización y con la destrucción de la vida rural. Esto agudiza todavía más la dicotomía percibida entre “ciudad” y “campo/naturaleza”. Por ejemplo, la ciudad moderna era caracterizada como una aberración y un distanciamiento de los modos de vida “naturales”. Esta dicotomía tan asentada impide conceptualizar a la ciudad como parte de un ecosistema y como pieza clave para un desarrollo global sostenible.
Complementariamente, encontramos que desde gran parte de la literatura de estudios urbanos no se ha profundizado sobre los fundamentos físico-ambientales sobre los que el proceso de urbanización descansa. Asimismo, literatura más emergente empieza a centrarse en estudiar un desarrollo urbano sostenible, sobre todo ante la urgencia del cambio climático; pero deja más de lado el estudio del desarrollo urbano como proceso de cambio socio-ecológico y su carácter capitalista.

Casas baratas de Barakaldo. Fuente: Barakaldo digital, (30 diciembre, 2004), Las visitas guiadas extienden su ruta de arquitectura para incluir las casas «baratas».
¿Dónde están los nuevos enfoques?
Por lo tanto, necesitamos perspectivas que entiendan a la ciudad como dentro de un ecosistema y que atiendan a los factores sociopolíticos que afectan su desarrollo. En este sentido, a través de la ecología política y de los estudios de metabolismo urbano es posible que podamos reimaginar y crear nuevas conexiones con nuestras ciudades y su naturaleza.
La producción de naturaleza urbana es profundamente política, pero ha recibido menos escrutinio y parece mucho menos visible, precisamente porque la disposición de asfalto y hormigón, conductos de agua y basureros, coches y el metro parece contrario a nuestro sentido intuitivo de lo que es natural. La ciudad como forma de vida es resultado de un modelo histórico específico de regulación de las relaciones sociales con la naturaleza. Desde la ecología política se intenta politizar este modelo. Esta producción de la ciudad a través de cambios socioambientales resulta en una continua producción de nuevas naturalezas urbanas, nuevos tejidos sociales y condiciones físicas urbanos.
Desde la ecología política se entiende que los cambios medioambientales y sociales se co-determinan mutuamente. En otras palabras, los entornos son construcciones socio-físicas combinadas que se producen históricamente, tanto en términos de contenido social como de cualidades ambientales físicas. Ya sea que consideremos la creación de parques urbanos, reservas naturales urbanas o rascacielos, cada uno de ellos contiene y expresa procesos socio-físicos que encarnan relaciones metabólicas y sociales particulares.
También se entiende que los cambios metabólicos y la producción de naturalezas urbanas no son procesos neutrales social o ecológicamente. Las cuestiones de sostenibilidad socioambiental son fundamentalmente cuestiones políticas. La ecología política intenta descubrir quién (o qué) se beneficia, quién paga y quién sufre (y de qué manera) de procesos de cambio metabólico. Además, la sostenibilidad solo puede ser lograda mediante procesos democráticos y organizados de (re)construcción socioambiental. Entonces, el programa de la ecología política debe ser potenciar el contenido democrático de la construcción socioambiental mediante la identificación de las estrategias a través de las cuales se puede lograr una distribución más equitativa del poder social y un modo más inclusivo de producción de la naturaleza.
En este punto puede ser ilustrativo un ejemplo más específico que desarrolle esta idea. Durante la primera mitad del siglo XX, se extendió a lo largo de diferentes ciudades españolas la construcción de “Casa Baratas”. Estas nuevas construcciones se dirigían a la clase obrera de la época y contaban con la participación y préstamos de diferentes organizaciones (ayuntamientos, partidos políticos, sindicatos, etc.…). Si observamos este fenómeno desde la perspectiva de la ecología política de esas ciudades, vemos que hay un cambio sociopolítico debido al desarrollo capitalista de ese momento, que busca acercar a una clase obrera a los centros de producción. Esto genera una nueva naturaleza urbana inmediatamente, al levantar esos nuevos barrios y, posteriormente, también genera que la población de esos barrios adopte un nuevo modo de consumo y de relación con la naturaleza. A rasgos generales, se genera un imaginario colectivo de lo que es una ciudad y se genera un metabolismo urbano más complejo y menos sostenible.
Además de esto, en las ciudades capitalistas, la naturaleza toma principalmente la forma de mercancías. Ya sea si consideramos un vaso de agua, una naranja o el acero y el hormigón incrustados en los edificios, todos están constituidos a través de la movilización social de los procesos metabólicos bajo relaciones sociales capitalistas e impulsadas por el mercado. Esta relación mercantil encubre los diferentes procesos socio-ecológicos de dominación y subordinación, así como de explotación que alimentan el proceso capitalista de urbanización. Esta comodificación de la naturaleza fundamental sustenta una sociedad basada en el mercado, ya que oculta las relaciones sociales de poder inscritas en ella, pero, además, también permite imaginar la desconexión de los flujos de recursos naturales transformados y mercantilizados.
Por lo tanto, en el estudio de la producción de naturalezas urbanas y de metabolismos encontramos bastantes factores que favorecen a la relación actual en las ciudades con la naturaleza. Ya sea por la mercantilización de la naturaleza, como por la insuficiente investigación en esta disciplina.
Sobre el metabolismo urbano
El metabolismo social, o metabolismo urbano en este caso, puede acercarnos a entender la relación de una comunidad con la naturaleza. El concepto de metabolismo urbano ha estado presente en diferentes discusiones sobre medio ambiente urbano. Este concepto se podría decir que nace en la década de los 60, con un artículo de Abel Wolman y comparte la base de diferentes disciplinas de la economía ecológica. Es una idea análoga a la de metabolismo del cuerpo humano, ya que trata de cuantificar los flujos generales de energía, agua, materiales y desechos que entran y salen de una región, en este caso urbana. El estudio del metabolismo urbano de ciertas zonas permite entender la relación de esa sociedad con los recursos naturales y, además, compararlo con otras.
Desde este estudio se entiende que la naturaleza es apropiada, transformada, distribuida, consumida y finalmente excretada por una sociedad. Para que lleven a cabo estos procesos en una ciudad, se reciben unos inputs (biomasa, productos manufacturados, agua, etc.) se acumulan una cantidad de ellos en la propia infraestructura urbana y luego se generan unos outputs (emisiones, residuos, etc.). A través de este estudio, no sólo se contabilizan estos flujos de materiales, sino que se puede entender la productividad de estos, patrones de consumo, dependencia hacia otros territorios (ya sea para importar ciertos materiales, como para exportar residuos) y otras características que describen la sostenibilidad de esa ciudad.

Fuente: Fuente: Elaboración propia. Fotografía: Municipalidad de Córdoba (13 agosto, 2018), Obras Plaza España. https://www.flickr.com/photos/158498840@N03/44446973492/
Sin embargo, también encontramos algunas limitaciones en este enfoque. Ya que la mayoría de los estudios de metabolismo urbano no suelen hacer un análisis político, los factores sociales tampoco se tienen en cuenta tan a menudo. Además, hasta cierto punto, la naturaleza es vista como algo estático, ya que los flujos de materiales se presentan con un carácter inmutable. Por último, la mayoría de estudios se han centrado en grandes urbes (Londres, Nueva York, Shanghái…), las cuales ya atraen a muchos investigadores de otras disciplinas.
A modo de conclusión, me gustaría destacar que el estudio de metabolismo urbano ilustra la capacidad actual que tenemos para entender las relaciones de una ciudad con la naturaleza y que puede ayudarnos a entender parte de su complejidad. Aun así, es necesario tener un marco teórico ecologista como el presentado por la ecología política para poder profundizar en esta relación teniendo en cuenta aspectos económicos, sociales, culturales y políticos.
Estas perspectivas nos recuerdan que todo lo que vemos en una ciudad, por bonito o feo que sea, está construido con materiales apropiados de la naturaleza. Esta idea es simple, pero realmente difícil de interiorizar y si la tuviéramos más presente en nuestras mentes, trataríamos a la naturaleza e imaginaríamos a las ciudades de una manera radicalmente diferente.
Nota sobre la autora
Sara Echevarría, riojana, graduada en Relaciones Internacionales y posterior formación en desarrollo económico local y regional. Sus principales intereses se enmarcan en la disciplina de la economía ecológica y el desarrollo sostenible. Ha participado en en diferentes organizaciones ecologistas en La Rioja como Extinction Rebellion y Ecologistas en Acción, así como en diferentes asambleas feministas estudiantiles.
Para citar este artículo:
Sara Echevarría. En búsqueda de una Ecología Política Urbana. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 20 Urbanización y crisis ambiental. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2021.