Por Pilar Valenzuela |
CRÍTICA URBANA N.20 |
Nos impactan dos grandes crisis ambientales: el calentamiento global y la extinción masiva de especies. Ambas requieren de políticas públicas y acuerdos globales para abordarlas y revertirlas, pero, sobre todo, de un cambio de paradigma que acabe con la priorización del capitalismo por sobre la conservación de la naturaleza y la vida humana.
La sostenibilidad es incompatible con apropiarse de la naturaleza para convertirla en simple mercancía. Sin duda necesitamos una revolución económica y cultural que nos conecte con los límites del planeta y con la naturaleza de la que somos parte. Sin embargo, no hay tiempo para esperar y la desaparición de la biodiversidad tiene muchas veces una expresión y causas más locales; y por ello sus múltiples soluciones pueden ser abordadas con esfuerzos regionales o comunitarios, y también por cambios individuales. Que las bandadas de aves migratorias continúen migrando requiere de una compleja red de protección de varios países. Sin embargo, la recuperación del Lince Ibérico depende de los españoles, y que no se extinga el Picaflor de Arica, de los chilenos y sobre todo de los habitantes de Arica; no usar insecticida y que sobrevivan las hormigas y las mariposas en mi casa, es mi decisión. Nuestras conductas individuales, nuestros patrones de consumo, nuestro uso del espacio, nuestro jardín, tienen repercusión directa en las especies que nos acompañan.
Con una vida cada vez más urbana y alienada de los procesos de la naturaleza, considerar cómo nuestras acciones impactan en la biodiversidad es una forma más directa y fácil de conectarnos con la sustentabilidad. Si bien los cambios de modelo económico son absolutamente necesarios, también desde lo individual podemos presionar e ir avanzando hacia los cambios planetarios.
No vamos a sobrevivir nosotros sin la flora y fauna que nos acompaña, y guardarla en parques nacionales no será la solución, sí un apoyo importante, pero más importante es cambiar nuestra forma de habitar y convivir con el entorno, haciéndonos conscientes de lo que hacemos y conectándonos con lo que nos rodea y con quienes lo habitan.
Desde la huella de la cadena de producción de los artículos que usamos, a su huella posterior hasta el vertedero o la compostera, todo tiene que ver con personas y biodiversidad. Desde la decisión de comer comida rápida y desechar plásticos de un solo uso o comer en casa y lavar los platos; hasta andar en bicicleta, usar transporte público o comprar una camioneta diésel 4×4, son decisiones individuales con impactos globales y en biodiversidad. Y, entre esas decisiones, el uso del espacio, el territorio, es fundamental para la sobrevivencia de un sin número de seres que conviven con nosotros o que podrían hacerlo, nosotros podemos integrarlos en nuestro entorno, protegerlos o excluirlos hasta la extinción, y necesitan que los incluyamos, y nosotros que sobrevivan.
Usamos un territorio, un espacio que tiene una historia, que tuvo antes otros usos, que tiene o tuvo una naturaleza que se expresaba. Restaurar en lo posible las condiciones naturales es quizás la meta más simple que nos puede servir de guía. Necesitamos de parques y jardines que recuperen la flora nativa para que a la vez puedan volver los insectos y con ellos las aves y especies concatenadas. Escoger de preferencia árboles nativos y amenazados, cuidar a aquellos longevos que son los que más vida sostienen. Son muchas las especies que requieren de árboles viejos, ojalá podridos, con rincones intrincados, con huecos para usar de refugios, y que sin ellos no pueden habitar. Es por eso que búhos, murciélagos y lechuzas, entre otras especies, requieren del apoyo de casas nido en las ciudades, porque no hay árboles antiguos. Podemos proteger los árboles urbanos viejos o integrar desde el comienzo en los proyectos arquitectónicos espacios para la fauna, refugios en los techos o posaderos para rapaces.
Construir pozas para los anfibios, uno de los grupos más amenazados de extinción en todo el mundo, es posible, bonito y necesario. Las podemos hacer en nuestros jardines, las plazas pueden incorporarlas no sólo como un recurso paisajístico, también como una necesidad de restauración de la naturaleza y adaptación a las crisis ambientales. Las piscinas pueden ser ecológicas o al menos tener un borde de playa para que la fauna pueda beber agua y evitar encontrar los conejos, arañas, mustélidos flotando.
Urge dejar de usar pesticidas y aprender a convivir de otras formas con la naturaleza. Envenenar orugas es dejar de tener mariposas, lagartijas, abejas, etc., la cadena de muerte es una espiral. Al revés, coloquemos bebederos para la fauna; controlemos los gatos fuera de las casas; integremos los ríos en las ciudades, no solo para bañarnos y que dejen de ser las cloacas urbanas, también como una medida de justicia y cariño con la naturaleza y con nosotros mismos, con las garzas, los peces, los anfibios. Consideremos los techos verdes y los jardines verticales, nos ayudarán a enfriar las ciudades, pero también a generar nuevos hábitat para la biodiversidad. ¿Cómo cruzaran los animales los cercos? ¿Por qué no están en la ciudad especies que están en los alrededores silvestres? ¿Qué está limitando el que la habiten? ¿Qué especies veo en mi jardín o en mi barrio y que puedo hacer para atraer más? Las soluciones no pueden ser sólo en función del menor costo económico sin considerar los costos ambientales y la pérdida del patrimonio natural común. Hay que habilitar las ciudades para la vida silvestre.
Revisemos ejemplos como el paisajismo del High line en Nueva York, donde se diseñaron jardines con vegetación nativa, integrando las estaciones y creando hábitat para las especies nativas, en un paisaje muy urbano y a la vez desordenado y natural. O la increíble rehabilitación del Río Isar en Múnich, Alemania, donde la ciudad pasó de tener un canal a tener un río precioso, que disfrutan las personas y también sus habitantes plumíferos, peludos o con escamas.
La restauración de la naturaleza y su integración en los espacios urbanos puede ser desde pequeños proyectos a grandes desafíos de política pública, es sólo detenernos a observar, sentir y empatizar. Aprender a convivir con la biodiversidad es urgente y posible, nos permite reconectarnos con la vida y sus múltiples formas, y nos regalará espacios más bonitos y con mejor calidad de vida… Partamos por casa.
Nota sobre la autora
Pilar Valenzuela, Ingeniera Ambiental de profesión, actualmente coordina la campaña www.QueremosParque.cl que busca proteger las últimas tierras públicas de la zona central de Chile. De siempre activista ambiental, anteriormente colaboró con la campaña Patagonia Sin Represas que logró detener la construcción de 5 mega represas en Aysén, en la Patagonia Chilena. Curiosa, tiene una variada experiencia en temas de agua, biodiversidad y evaluación de impacto ambiental. Además, es una de las coordinadoras del programa de Medio Ambiente del Instituto Igualdad (www.igualdad.cl).
Para citar este artículo:
Pilar Valenzuela. Biodiversidad en la ciudad y en la casa. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 20 Urbanización y crisis ambiental. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2021.