Por Jorge Olcina |
CRÍTICA URBANA N.21 |
“No se sabe cuánto CO2 o contaminación térmica se puede liberar sin causar cambios irreversibles en el clima de la Tierra.” Esta afirmación incluida en el informe Los límites al crecimiento, presentado en 1972 al Club de Roma y que coordinaron Donella y Denis Meadows, resultó visionaria de lo que vive nuestro planeta cincuenta años después. Hoy sí sabemos los efectos de la emisión de gases de efecto invernadero en el sistema climático terrestre y las previsiones de lo que puede ocurrir, de seguir esta tendencia, a finales del presente siglo. Y somos conscientes de la causa principal de este proceso: el modelo de crecimiento económico fomentado por el ser humano desde la revolución industrial.
El informe elaborado por el equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) se elaboró, curiosamente, en un contexto climático muy diferente al actual; en una fase de enfriamiento de la atmósfera terrestre que llevó a algunos climatólogos a señalar la posibilidad de que la Tierra hubiera entrado en una nueva era glaciar. Paradojas de la ciencia, veinte años más tarde se elaboraba el primer informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC) donde se alertaba del problema del calentamiento térmico de nuestro planeta que se ha ido agudizando hasta la actualidad.
Las evidencias científicas son hoy incontestables. La subida de temperaturas en las últimas décadas ha alcanzado un ritmo inusual; un aumento que ya no depende sólo de causas naturales, sino que está incentivada por un “efecto invernadero” artificial provocado por la acumulación de gases procedentes de la quema de combustibles fósiles. El clima de la Tierra es por naturaleza cambiante. Desde la formación de nuestro planeta, las condiciones climáticas nunca han sido las mismas, han ido cambiando en virtud de aspectos astronómicos, de procesos geofísicos y del propio funcionamiento del Sol, agente principal de la maquinaria atmosférica terrestre. Pero estos cambios no han sido impulsados por el ser humano. Desde mediados del siglo XIX, la apuesta decidida en los países desarrollados por un crecimiento económico animado por el uso del carbón, el petróleo y sus derivados, cambió esta dinámica climática “natural” por la actual que está alterada por la acción humana. Asistimos, pues, a un cambio climático por efecto invernadero de causa antrópica.
No hay corriente ni ideología que pueda ignorar la realidad de los datos atmosféricos actuales, de su evolución reciente y de la causa de sus alteraciones. El negacionismo es científicamente ignorante y no debe ocupar tiempo de reflexión ni debate. En todo el planeta la subida de temperaturas es evidente; con matices regionales por supuesto, pero innegable. Y comienzan a registrarse alteraciones en las precipitaciones y en los campos de presión. Esto significa que el calentamiento climático no sólo tiene efectos térmicos, sino que está alterando la propia circulación general de la atmósfera con sus movimientos de masas de aire. Es un proceso atmosférico global con consecuencias ambientales, socioeconómicas y territoriales.
En la preocupación ciudadana del cambio climático se ha pasado por, al menos, tres etapas desde los años noventa del pasado siglo. Al principio el cambio climático era – y es- un problema ambiental. Así quedó claramente expresado en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992. En los inicios del nuevo siglo, comenzó a preocupar su efecto económico. La publicación de la obra de Nicholas Stern sobre el impacto del cambio climático en la economía inauguró un movimiento del pensamiento económico sobre la cuestión. Incluso con una revisión actualizada de las ideas del informe Meadows. La pandemia COVID-19 ha abierto una nueva etapa en la concepción del cambio climático actual como problema social: la relación con la salud humana. Esta evolución ha ido enriqueciendo la reflexión científica sobre los efectos del cambio climático, pero mantiene intacta la causa. Las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas del modelo de crecimiento económico depredador de recursos han ocasionado la situación actual, con unas perspectivas de futuro nada halagüeñas de seguir por la misma senda. De ahí la necesidad de cambio de modelo; de ahí la oportunidad que supone el cambio climático. Un proceso irreversible de adaptación a las condiciones de clima cambiante que nos aguarda en las próximas décadas.
Figura 1. Cambio climático: cambio de modelo económico
El deseo y la realidad
El origen del problema está claro. Las soluciones también: cambio de modelo energético como fase inicial de un cambio del modelo económico que debe estar basado en una cooperación armónica, no esquilmante, con la naturaleza, bajo principios de economía circular. Se trata de un proceso de largo plazo, de gran calado, que debe estar liderado por los gobiernos con la participación de la iniciativa privada, de los colectivos sociales, de la acción individual.
De momento, las acciones internacionales desarrolladas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero no han dado resultado. Seguimos acumulando estos gases en la atmósfera terrestre, sin que se logre variar mínimamente la tendencia anual de incremento. Ni el Protocolo de Kioto ni el Acuerdo de París están consiguiendo reducir las emisiones. Ni siquiera la reducción de actividad económica que causó la pandemia COVID-19 en 2020 no ha tenido efecto en la aminoración de las emisiones de CO2. La actividad económica en los países desarrollados sigue su ritmo imparable de transformación del medio natural y la huella ecológica causada supone la demanda de dos planetas y medio cada año. El sistema económico vigente vive de unas reservas que la Tierra había generado durante siglos, durante milenios. A corto plazo la necesidad de cambio del modelo económico vigente no parece que vaya a conseguirse. Y la transferencia de energías e infraestructuras verdes a las regiones menos avanzadas de nuestro planeta, tampoco.
Pero la rapidez del calentamiento climático nos obliga a desarrollar acciones para adaptar los territorios, las poblaciones y sus actividades. Mitigación y adaptación deben ser medidas complementarias en un programa de cambio de modelo que presenta trazas de ser un proceso civilizatorio: la creación de los nuevos territorios y sociedades del cambio global. Necesitamos ciudades más verdes, más eficientes energéticamente, menos despilfarradoras de agua, con movilidad sostenible; en definitiva, entornos más “sanos y vivibles” por la ciudadanía. Precisamos actividades económicas adaptadas a la nueva realidad climática, especialmente aquellas más expuestas a los cambios atmosféricos como la agricultura y el turismo. Comienzan a darse algunos pasos en este sentido, pero queda mucho por hacer (figura 1).
¿Hay esperanza?
Iniciamos un decenio decisivo para la humanidad. Si no actuamos de forma decidida contra el cambio climático en los próximos años, el proceso puede entrar en fase de no retorno, con efectos incluso no calculados por los modelos. Debe quedar claro que la apuesta por la sostenibilidad y la mitigación y adaptación ante el cambio climático van a ser ejes principales de actuación en este siglo en todo el mundo. Un proceso sin vuelta atrás, que va a suponer esfuerzos económicos de los gobiernos, las empresas y las familias. La sostenibilidad cuesta dinero. El mantenimiento del modelo económico actual es lo barato. Pero eso es justamente lo que hay que cambiar para solucionar el problema del cambio climático y la destrucción del medio natural que, en algunas regiones del mundo, alcanza un ritmo alarmante.
Hay, afortunadamente, elementos para la esperanza. Movimientos ecologistas de denuncia; manifestaciones juveniles de concienciación; preocupación creciente en la sociedad como reflejan las encuestas; inversiones de administraciones para la mitigación y adaptación al cambio climático. Y un esfuerzo de la investigación climática básica, ajena a intereses económicos, con sus constantes llamamientos a la emergencia.
Los límites del crecimiento, de este crecimiento mal entendido de las economías del despilfarro, del derroche, de la depredación para fines particulares que no busca el beneficio colectivo ni la salubridad del planeta, están bien marcados. No podemos seguir como hasta ahora. El cambio climático nos obliga a modificar las pautas de comportamiento ante la naturaleza. Es el principal problema de la humanidad en el presente siglo. Y va a suponer un gran movimiento de acciones dirigidas desde lo público en las próximas décadas. Un cambio climático causado por un modelo económico que sólo se puede resolver con el propio cambio del modelo.
El cambio climático es un riesgo global “silencioso pero constante” que requiere soluciones inmediatas, adaptadas a la singularidad de los efectos regionales, con visión de largo plazo y obligación institucionalizada de ayuda económica constante, a fondo perdido, desde los países ricos a los desfavorecidos. La lucha contra el cambio climático es, en definitiva, un proceso cultural. Un cambio ineludible, de raíz ética, en nuestro modo de entender la naturaleza. Un cambio que debe abordarse desde las sociedades ricas, las que han contribuido en mayor medida a la alteración artificial del clima y del medio ambiente en su conjunto, para poderlo transferir a las regiones menos favorecidas. En 1972, el Informe Meadows puso el énfasis en la población como elemento clave para limitar el crecimiento económico de las sociedades. Medio siglo después, el medio ambiente, y especialmente su componente atmosférico, es el límite principal del crecimiento y el modelo económico actual no puede mantenerse por más tiempo. Una oportunidad de cambio que no podemos perder.
Nota sobre el autor
Jorge Olcina Cantos es Catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante. Ha sido evaluador del 5º Informe del IPCC. Desde 2019, es Comisionado de la Generalitat Valenciana para el Plan Vega Renhace, para la recuperación y resiliencia de la comarca de la Vega Baja del Segura tras las inundaciones de septiembre de 2019.
Para citar este artículo:
Jorge Olcina. Cambio climático: límite necesario al crecimiento. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 4 núm. 21 Los límites del crecimiento. A Coruña: Crítica Urbana, noviembre 2021.