Por Neus Casajuana |
CRÍTICA URBANA N.21 |
El pasado verano estalló en Barcelona la confrontación entre dos visiones antagónicas de lo que se entiende por progreso. El detonante fue el proyecto de ampliación del aeropuerto del Prat para convertirse en un hub de vuelos intercontinentales de primer orden.
El proyecto ha forzado a gobiernos y partidos a posicionarse entre el modelo de desarrollo económico y de crecimiento basado en el business as usual y la defensa de los valores de la sostenibilidad ambiental que, por coherencia, implica la renuncia a la ampliación para preservar la zona de la Ricarda, de alto valor ambiental, mantener el suelo agrícola del delta del Llobregat y evitar más emisiones de CO2 en el contexto actual de emergencia climática.
La ampliación del aeropuerto del Prat es un claro ejemplo de las múltiples contradicciones que nuestra sociedad tiene que resolver para transitar desde un modelo ambientalmente destructor hacia un modelo sostenible a la vez que socialmente aceptable. El proyecto de ampliación del aeropuerto pretende verdear el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a base de compensaciones y promete la creación de miles de puestos de trabajo gracias a los 17 millones de pasajeros potenciales. Sin embargo, la experiencia nos dice que los trabajos generados por el sector turístico son precarios, temporales y muy alejados de las ocupaciones de calidad que la sociedad desea. Por otro lado, las medidas compensatorias de las emisiones a base de nuevas plantaciones de árboles están cada vez más cuestionadas por su falta de eficacia o por los fraudes que generan. Además, cualquier posible novedad técnica que en el futuro nos pueda solucionar el problema de las emisiones, de momento no es más que una simple esperanza sin calendario. Los argumentos a favor de la ampliación del aeropuerto son las ganancias económicas que BCN no puede perderse, pero nunca se contraponen las pérdidas ecológicas o climáticas porque, simplemente, no se calculan.
Las contradicciones de nuestro sistema económico van mucho más allá de los proyectos de ampliación del turismo, puertos y aeropuertos. Encontramos ejemplos de ellas en todos los niveles gubernamentales. He aquí algunas:
La economía circular y la desmaterialización de la economía
La economía circular propugna la reducción de las materias primas utilizadas en los procesos de producción a base de incorporar el material reciclado procedente de los artículos que han llegado al final de su vida útil. La teoría de la desmaterialización de la economía defiende que es posible el descenso del consumo de materiales y energía, a la vez que el crecimiento de la producción y del PIB si se optimiza la eficiencia en los procesos productivos. Pero estas bonitas teorías chocan no solo con las leyes de la física, sino con los datos reales de la tasa de circularidad y de la huella material de los países más ricos y eficientes del mundo.
Si la UE y los países ricos pretendiesen realmente lograr una disminución significativa del consumo de materiales y energía, deberían enfocar sus leyes para conseguir un significativo alargamiento de la vida útil de los productos y altos índices de reparabilidad y de reutilización. Pero las leyes actuales, aunque se pregone lo contrario, no están escritas para desincentivar eficazmente el consumismo ni la obsolescencia planificada. La reducción de la huella material no entra en el vocabulario de Europa porque eso iría en contra de sus políticas de producción y crecimiento económico.
Green New Deal, Next Generation, Fit for 55…
Europa está liderando la transformación hacia una economía descarbonizada y para ello está poniendo en marcha políticas muy ambiciosas de reducción de las emisiones GEI que a buen seguro van a influir en los sistemas productivos del resto del mundo. Una parte importante de esta estrategia se basa en la inversión masiva en proyectos que, además de ayudarnos en la recuperación de la economía pos-COVID, van a redirigirla hacia un modelo digitalizado y descarbonizado. Este enfoque podría ser digno de admiración si no fuera porque en su diseño se olvida la reducción del flujo de materiales como un elemento esencial de una economía que pretende ser sostenible y justa con el resto de habitantes del planeta. Consumo de materiales es sinónimo de explotación de recursos limitados y de externalización de los impactos negativos que dicha explotación genera en el resto del mundo. Europa está usando el leitmotiv de la economía circular como comodín para enmudecer cualquier voz que se alce contra estas políticas extractivas y de explotación a distancia. Descarbonizar la economía y convertir en renovable toda la energía que se consume no significa desmaterializar la producción. Mientras nuestra civilización no admita abiertamente que el desacoplamiento material no es posible y que nuestro consumo de energía y materiales está muy por encima de la cuota que nos corresponde globalmente, continuaremos atrapados en el espejismo de que el crecimiento económico indefinido puede ser sostenible.
La responsabilidad de las ciudades y de los países
Las grandes ciudades van en camino de albergar la mayor parte de la población mundial. Las actividades productivas y de consumo de las áreas metropolitanas de los países más ricos del mundo son responsables de más del 60% de los gases de efecto invernadero. Cada vez hay más consciencia de los impactos sociales y ambientales que generan y están poniendo en marcha iniciativas de monitoreo y evaluación de dichos impactos que merecen un seguimiento, ya que intentan mejorar las políticas públicas a través de la evaluación de una serie de indicadores sociales y ambientales representativos. Ciudades como Ámsterdam, Copenhague, Barcelona y países como Nueva Zelanda, Escocia o Finlandia han empezado ya este monitoreo y evaluación siguiendo diferentes modelos: la Economía del Doughnut o la Economía del Buen Vivir (Wellbeing Economy) entre otros. Todos ellos pretenden objetivos similares: conseguir una sociedad próspera y justa dentro de los límites ecológicos.
Conocer las consecuencias de nuestras acciones es el primer paso para saber si vamos bien orientados y para ello, la medida y evaluación a través de indicadores es imprescindible. Pero, ¿es posible que las evidencias que nos aportan estos indicadores sean tan convincentes como para hacer cambiar el rumbo de nuestra civilización? Algunas experiencias recientes nos demuestran que los cambios son posibles: la ampliación del aeropuerto londinense de Heathrow ha sido paralizada por razones del cambio climático, Gales ha suspendido los planes de ampliación de carreteras, Francia va a prohibir los vuelos domésticos que pueden ser substituidos por viajes en tren de menos de dos horas y media, la justicia ha condenado al estado francés por no tomar medidas más contundentes contra el cambio climático. Cualquiera de estos cambios significa vencer en una lucha de poderes que hasta el día de hoy parecía imposible ganar.
Cada vez está más en entredicho que el progreso en los países desarrollados con una demografía que ya no crece, tenga que comportar más expansión urbana, más pérdida de suelo, más urbanización o más crecimiento. La civilización occidental debe plantearse parar su expansión para no autodestruirse. Extinción masiva de especies, cambio climático, no son únicamente palabras con las que jugar en los discursos, son amenazas reales que exigen cambios profundos. Los juegos malabares a los que nuestra civilización está tentada a jugar no nos van a ayudar a disiparlas, al contrario, cualquier retraso en los cambios de modelo de desarrollo que necesitamos tomar urgentemente nos acerca más al punto de no retorno. Dejemos de ponernos en riesgo. Nuestros hijos y nietos no se lo merecen.
Nota sobre la autora
Neus Casajuana Filella es bióloga y farmacéutica por la Universidad de Barcelona. Técnica de salud pública. Activista. Presidenta de Revo Prosperidad Sostenible.
Para citar este artículo:
Neus Casajuana. Las contradicciones de un modelo de desarrollo insostenible. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 21 Los límites del crecimiento. A Coruña: Crítica Urbana, noviembre 2021.