Por Jean-Pierre Garnier |
CRÍTICA URBANA N.21 |
En el año 2020, apareció en las librerías francesas un Manifiesto para una sociedad ecologista post-urbana que ha tenido mucho éxito entre los miembros de la pequeña burguesía intelectual francesa, enamorada de un “radicalismo verde”. ¡Una manera paradójica de celebrar el cincuentenario de la publicación de La revolución urbana del sociólogo Henri Lefebvre!
Según el autor, profesor de geografía, urbanismo y ciencias políticas, desde ahora, la construcción de una sociabilidad nueva fuera de las grandes ciudades será el único futuro para la Humanidad y el planeta[1].En otras palabras, para resolver el problema de la excesiva concentración urbana de la riqueza y del poder, bastaría dejar que el capitalismo siga concediendo la prioridad a la metropolización como la conocemos, reservando, por un lado, los “renovados” barrios céntricos para la burguesía transnacional y los profesionales de la innovación tecnológica, la cultura y la publicidad — la llamada “clase creativa” — y, por otro lado, dejando los barrios de vivienda social, segregados y periféricos, para el proletariado que la metrópolis necesita para su funcionamiento. En cuanto al éxodo urbano de los “rebeldes acomodados” de la “clase media universitaria” hacia los últimos territorios poco o nada urbanizados, sus promotores tienen cuidado de no hablar de los efectos negativos de esta invasión, como son el auge de la especulación inmobiliaria, la apropiación y turistificación elitistas de territorios extra-urbanos bien ubicados, las nuevas formas de segregación en perjuicio de las clases populares y la dependencia obligada del automóvil que, a pesar del uso intensivo del internet, permite a estos nuevos neo-rurales mantener sus relaciones privilegiadas… y de privilegiados con sus homólogos de las grandes ciudades. Dicho de otro modo, hablamos de la “gentrificación rural” como alternativa a la metropolización.
Según los adeptos franceses contemporáneos de la relocalización para una economía verde y solidaria, para lograr el advenimiento de su tan querida “sociedad ecológica post-urbana”, no hay ninguna necesidad de trastornar las relaciones de producción capitalistas. El horizonte no es la abolición del trabajo asalariado, la destrucción del Estado y la autogestión generalizada, como lo preconizaba el sociólogo marxiano Henri Lefebvre para definir la transición a una sociedad socialista y, menos aún, comunista[2]. De hecho, en ningún momento se plantea la cuestión de acabar con el capitalismo. En vez de ello, aparece el modelo idealizado de un comunalismo libertario bioregionalizado[3] donde, según los portavoces del movimiento, se inventarían otras maneras de vivir y de subvertir el orden del mundo, aunque se dejase intacto el reino del capital sobre el resto del territorio nacional, por no hablar de la escala internacional. La emancipación de una vida en común ya no se efectuaría partiendo de un enfrentamiento brutal con la burguesía, sus aliados y sus aparatos represivos, sino siguiendo un proceso pacífico descentralizado de deserción y secesión espaciales que fragmentaría el territorio. En suma, para acabar no con el modo de producción capitalista sino con las grandes ciudades, habría una sola solución: la gentrificación de la «Francia periférica», la de las zonas rurales y las pequeñas ciudades donde las clases populares constituyen hoy la mayoría de la población[4]. Mientras que burgueses y proletarios permanecerían en las áreas metropolitanas (por supuesto, manteniendo estatus diversos e incluso opuestos como urbanitas), los neo-pequeños-burgueses de la “clase media universitaria” empezarían a emigrar en masa hacía territorios predominantemente rurales, más o menos alejados, para escapar al medio ambiente cada vez más deletéreo de la gran ciudad. Paradójicamente, según uno de los gurús ya mencionados de la desurbanización ecológica, eso sería la vía privilegiada que permitiría impedir que se prosiga la obra colonial de metropolización del mundo[5]. No se percataba que empezaría entonces la colonización neo-pequeño burguesa del mundo rural.
Sin reírse, este pequeño mundo de titulados desclasados/reclasados que se hacen pasar por “resistentes al sistema” establece un vínculo de equivalencia entre sociedad post-urbana y sociedad post-capitalista. De hecho, así lo dicen: el famoso ‘mundo después’ que ya hizo correr tanta tinta durante el periodo tan particular de la pandemia y del confinamiento, ya está de hecho ahí y bien claro[6]. De ahí que el lema revolucionario que se impone resulte obvio, escritura inclusiva incluida: ¡A los campos, ciudadanos/as! “No se puede salir de la ciudad capitalista sin salir del capitalismo”, solía afirmar Henri Lefebvre. Pero los neo-rurales de la seudo-revolución post-urbana han descubierto una alternativa: establecerse en el campo.
De manera general, esta huida hacia tierras no urbanizadas, además de no poner fin a los procesos de metropolización, tampoco hace desaparecer las divisiones socio-espaciales, sino que, por el contrario, las reproduce bajo nuevas formas. De hecho, las lógicas de dominación y de exclusión que sustentan en el espacio urbano las desigualdades de acceso al “derecho a la ciudad” se mantienen cuando pequeños burgueses intelectuales se van a “vivir de otro modo” en un espacio rural. Las estratificaciones y separaciones sociales reaparecen, pero esta vez entre la “gente ordinaria” de la “Francia profunda”, cuya situación sigue dependiendo ampliamente de su anclaje tradicional en el territorio local, y los gentrificadores rurales, una especie de ‘gentlemen farmers’ sin granja, cuyas actividades profesionales entran en el campo de la economía general[7]. A este respecto, se sabe, en base a numerosos estudios urbanos acerca de las supuestas ventajas de la «mezcla social» en el asentamiento de la población en los grandes polígonos de viviendas sociales son ilusorios. Se ha vuelto un lugar común recordar que proximidad física no implica intercambio social. Y eso vale igualmente para la coexistencia, fuera de las grandes ciudades, entre grupos sociales tan distintos como los “bobos” neo-rurales y las capas populares secularmente en el territorio que aquellos están invadiendo. A modo de ejemplo, se puede mencionar este comentario de un sociólogo que estudia el impacto social en el medio rural de las migraciones urbanas: ¿Cómo un agricultor o un artesano tradicional de un pueblo puede imaginarse que su vecino, que se pasa el día discutiendo por teléfono, es un tele-asistente para niños que encuentran dificultades en el uso de juegos electrónicos y que se puede vivir de eso?[8]
De hecho, no es gratuito que cada vez haya más investigadores que hablan de “gentrificación rural” cuando analizan las transformaciones socio-espaciales acaecidas en los medios rurales o “naturales” como efecto de la llegada de gentes pertenecientes a las clases medias de origen universitario, ya sea con carácter temporal — caso de los turistas —, ya sea de forma permanente o definitiva — caso de los neo-rurales. Se usan también otras palabras que igualmente vienen a contradecir esa visión irénica que andan vendiendo los promotores de la sociedad post-urbana de una vuelta a la sociabilidad calmada y a la cultura del compartir propia de las comunidades rurales; palabras como colonización, invasión, confiscación, dominación, exclusión… Es significativo que algunos llegan incluso a hablar de “frente ecológico” para erigirlo en categoría relativa al avance, aunque sea embrionario, de la urbanización del campo, una fuente de relaciones de fuerza, tensiones y fricciones con la población local preexistente[9].
En las zonas donde el paisaje o el patrimonio arquitectónico son más atractivos, el auge de los precios de terrenos y edificios ejerce ya un efecto disuasorio para las capas sociales con ingresos limitados que desean mudarse fuera de la gran ciudad. Si lo consiguen, en el mejor de los casos, se encontrarán relegadas a los márgenes ecológica y estéticamente menos interesantes de las zonas rurales codiciadas. En otras palabras, entrarán de nuevo en acción allí procesos de segregación socio-espacial análogos, por su dinámica de clase, a los observados en el periurbano metropolitano.
En fin, si, por milagro, esta pseudo-revolución ecológica post-urbana aconteciese, quizás se podría habitar la Tierra de otra manera, consumir menos y mejor, cooperar localmente sobre la base de la ayuda mutua y la reciprocidad y reconquistar una autonomía autogestionando tanto cuanto se pueda los propios medios para atender a las necesidades vitales, pero todo eso se realizaría al precio de un confinamiento elitista entre pares, en lugares preservados y… reservados, apartados del resto de la población. Por esta razón, es perfectamente ridículo proclamar que, gracias a este tríptico habitar/cooperar/autogestionar, nosotros labramos los primeros caminos emancipadores de una era no solamente post-metropolitana, […] sino post-urbana.
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[1] Guillaume Faburel, Pour en finir avec les grandes villes. Manifeste pour une société écologique post-urbaine. Le passager clandestin, 2020.
[2] Henri Lefebvre, De l’État. Vol 4. Les contradictions de l’État moderne. UGE, 1978.
[3] Guillaume Faburel, op. cit.
[4] Christophe Guilluy, La France périphérique. Flammarion, 2014.
[5] Guillaume Faburel, op. cit.
[6] Guillaume Faburel, op. cit.
[7] Yves Gilbert, Migrations urbaines en milieu rural: diversification sociale et recomposition du politique, Espaces et Sociétés, n° 143, 2010.
[8] Yves Gilbert, op. cit.
[9] Sylvain Guyot y Frédéric Richard. Les fronts écologiques – Une clef de lecture socio-territoriale des enjeux environnementaux ? L’espace politique, 3/2009.
Nota sobre el autor
Jean-Pierre Garnier. Sociólogo urbano. Los temas centrales de su trabajo son la urbanización capitalista, sus consecuencias socio-espaciales y el papel que juegan los técnicos y los intelectuales especializados en las zonas urbanas para justificar las políticas y las transformaciones territoriales y urbanas.
Para citar este artículo:
Jean-Pierre Garnier. La pseudo-revolución post-urbana. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 4 núm. 21 Los límites del crecimiento. A Coruña: Crítica Urbana, noviembre 2021.