Por Maricarmen Tapia |
CRÍTICA URBANA N.21 |
Hemos crecido, estudiado y entendido nuestra realidad desde el dogma del crecimiento. No obstante, este fin es cuestionable si se analiza bajo las preguntas: el crecimiento, para qué y para quién.
Por una parte, vivimos la etapa de mayor desigualdad entre ricos y pobres de toda la historia de la humanidad. Por otra parte, el modelo de crecimiento infinito en un planeta finito nos muestra sus efectos en la crisis ecológica y energética.
La idea del crecimiento se nos inoculó y se extendió como una forma única de entender nuestras relaciones sociales y nuestra relación con el planeta, aisladas de sus consecuencias reales sociales, económicas y ambientales. Todo parece apuntar a un crecimiento del que se beneficia sólo una ínfima parte de la población y que, en contraste, la mayor parte de ella debe asumir sus costos socioeconómicos y ecológicos; y no solo la población actual, sino que compromete la vida de futuras generaciones.
Desde nuestras disciplinas urbanas y territoriales, podemos encontrar diversos y crecientes conflictos. Estos conflictos se relacionan con la acumulación por desposesión: el abandono del rural, la acumulación de la propiedad y el uso del suelo y del patrimonio natural. Todo ello con los efectos propios de un modelo de urbanización que ha respondido a este mismo “crecimiento” con una urbanización desequilibrada: el consumo y la artificialización del suelo, la contaminación y sus efectos en la salud y la esperanza de vida y la intervención en los ecosistemas naturales, causando muchas veces daños profundos asociados a desastres de causa antrópica y a la pérdida de biodiversidad.
Este panorama parece no frenar el crecimiento de las ciudades. Las grandes metrópolis seguirán creciendo mientras vacían el resto del territorio de población, derechos y riqueza natural. Incluso se puede extrapolar el problema territorial de los estados a las nuevas gravitaciones supranacionales que la globalización ha permitido, a través de la deslocalización de las actividades y de dotarlas de una gran movilidad en busca de menores regulaciones ambientales y sociales, que permitan mayores ganancias.
Poner límites al crecimiento, como ha sido entendido hasta ahora, es necesario y urgente. Ello implica cuestionar profundamente la idea del crecimiento, que es la base del capitalismo, atendiendo a sus consecuencias. Implica también repensar nuestra manera de entendernos en el territorio y comenzar a pensar nuevas formas de organizar nuestros hábitats, en cómo estos permiten reducir el consumo de energía y las emisiones contaminantes, en cómo efectivamente avanzamos en el ejercicio de los derechos humanos. No es tarea fácil porque nuestra manera de entender ha estado dominada por esta idea equívoca y porque, aun liberándonos de esta idea, las dificultades prácticas e ideológicas para construir un nuevo modelo pasan por romper las prioridades y privilegios de algunos pocos. Un primer paso es cuestionar la idea de crecimiento como solución; el segundo es no reproducir el actual modelo y el tercero es abrir múltiples espacios internos y colectivos para buscar soluciones.
Nota sobre la autora
Maricarmen Tapia, arquitecta, doctora en Urbanismo por la Universitat Politècnica de Catalunya. Ha desarrollado su trabajo en las áreas de patrimonio y en planificación urbanística, tanto en el mundo académico como en instituciones públicas. Participa activamente en la defensa de los derechos de las personas en la ciudad y el territorio, a través de organizaciones, publicaciones e investigaciones. Es directora de Critica Urbana.
Para citar este artículo:
Maricarmen Tapia. El espejismo del crecimiento. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 21 Los límites del crecimiento. A Coruña: Crítica Urbana, noviembre 2021.