Por Dolors Comas d’Argemir |
CRÍTICA URBANA N.28 |
La tragedia de la Covid-19 nos ha hecho ver la importancia de los cuidados. No porque antes no fueran importantes: lo eran y lo son, porque el cuidado es imprescindible para el mantenimiento de la vida. Pero la pandemia nos ha mostrado nuestra vulnerabilidad como seres humanos, y nos ha mostrado también la necesidad de cuidarnos mutuamente y de cuidar a quienes no pueden hacerlo por sí mismos: a la infancia, a las personas mayores, a las personas con discapacidades, enfermedades crónicas o problemas mentales.
El incremento de la longevidad de la población es sin duda un éxito social, es la democratización de la supervivencia, pero también plantea retos importantes, pues las necesidades de cuidados aumentan en duración e intensidad. El descenso de la natalidad, por su parte, se debe a cambios culturales importantes, pero nos confronta también con las dificultades de las parejas jóvenes para llevar adelante los proyectos de maternidad. Estas transformaciones sociodemográficas y los cambios en la relación trabajo-familia nos sirven para comprender el mundo de hoy, nuestros sueños como sociedad, nuestro presente y futuro inmediato. Hay muchos gobiernos que no invierten suficientemente en cuidados, que los consideran una carga social, un coste innecesario, olvidando el considerable retorno que estas inversiones tienen en la creación de empleo, en evitar exclusiones al aplicar la lente de los derechos humanos, y en hacer compatible compaginar el trabajo con tener hijos y con el cuidado de nuestros familiares en situación de dependencia.
La atención de calidad a la primera infancia, los cuidados para las personas mayores, los servicios de prevención y rehabilitación, el apoyo a las personas con discapacidad y a los grupos vulnerables implican un sistema de cuidados que se preste de forma global e integrada, que no se apoye solo en las familias y en las mujeres, sino también en servicios sanitarios y sociales. El cuidado es una cuestión social y política. Requiere políticas sociales que construyan un sistema de cuidados sostenible y accesible para toda la población. Pero se requiere también compromiso social, que la comunidad se implique, y de ahí la necesidad de que las sociedades cuiden. Necesitamos barrios, ciudades, pueblos que cuiden.

Foto: Vista de una de las zonas de la supermanzana de Sant Antoni. Foto: Mariona Gil. Mayo 2020 Ajuntament de Barcelona
El enemigo de los cuidados es la ciudad dispersa o con fuerte segregación espacial, que separa las zonas de residencia, las de trabajo, las educativas, los centros comerciales, los equipamientos deportivos, los centros sanitarios, de manera que los trayectos que deben recorrerse son unifuncionales y a menudo dependientes del transporte privado (coche), por lo que el tiempo que debe destinarse a los desplazamientos resulta exagerado. El envite neoliberal actual lleva hacia tendencias segregadoras y especulativas en la ciudad que incrementan la desigualdad y dificultan las condiciones de la vida cotidiana. Quienes habitan en las áreas periféricas más alejadas de los centros urbanos padecen especialmente las desventajas de acceso a recursos y oportunidades en su inserción a la vida social y laboral, lo que se acentúa especialmente en el caso de las mujeres que tienen, además las responsabilidades de cuidado. De ahí que el desarrollo social se vincule actualmente a la accesibilidad y el tiempo urbano.
«El enemigo de los cuidados
es la ciudad dispersa
o con fuerte segregación espacial»
Es más favorable para el bienestar y para los cuidados la ciudad compacta, donde se encuentren integradas las funciones de trabajo, comercio, vivienda, cuidados y ocio, lo que permite una mayor accesibilidad y autonomía gracias a la proximidad de los espacios en donde se han de realizar las actividades de la vida cotidiana. Facilita, a su vez, que en un mismo recorrido puedan satisfacerse distintos objetivos, y permite ahorrar tiempo. Más todavía, en las grandes ciudades esto puede concretarse en los barrios, donde tengamos los servicios que necesitemos y podamos acceder a ellos con facilidad. La ciudad cuidadora es la ciudad de la proximidad, la que facilita la vida cotidiana de los residentes. Pero hay más dimensiones:
Una ciudad cuidadora proporciona el soporte físico necesario para el desarrollo de las tareas de cuidado, como hacer la compra, llevar a niños y niñas al colegio, acompañar a personas enfermas al centro de salud… Este soporte físico se concreta en espacios públicos con juegos infantiles para diferentes edades, con fuentes, baños públicos, vegetación, sombra, bancos y mesas y otros elementos, así como con equipamientos y servicios próximos que facilitan las actividades. La ciudad cuidadora favorece la autonomía de las personas dependientes y, además, permite conciliar las diferentes esferas de la vida cotidiana.
«Una ciudad cuidadora
tiene espacios públicos
que facilitan la mixtura social»
Una ciudad cuidadora tiene espacios públicos que facilitan la mixtura social. Es imprescindible que las personas perciban que son espacios seguros, porque están bien señalizados e iluminados; porque hay gente alrededor que pueda ayudarte; porque son visibles, al no haber elementos que obstruyan el paso o la visión de las personas; porque son vitales, al permitir el uso y desarrollo de diferentes actividades y promover el apoyo mutuo.
Una ciudad que cuida prioriza y fomenta una red de transporte público accesible, física y económicamente. Y es también la que quita protagonismo a los coches privados y gana las calles para la ciudadanía. La peatonalización de las calles es hoy un fenómeno imparable que encontramos en ciudades tan diversas como Nueva York, Ámsterdam, Berlín, Oslo o Hamburgo. Las Supermanzanas de Barcelona incorporan, además, zonas de juegos para la infancia, bancos y espacios para compartir, vegetación que sustituye el cemento: calles que han pasado de ser un lugar lleno de coches a ser un lugar lleno de vida.
La ciudad que cuida se ocupa también de nuestro entorno: no consume recursos territoriales, energéticos y ambientales sin límite. Intenta minimizar los residuos que produce y promueve acciones para limpiar el aire que nos contamina y el agua. Impulsa estrategias para el aprovechamiento de los recursos existentes, por ejemplo, utilizando equipamientos y espacios infrautilizados y priorizando la rehabilitación de edificios y espacios frente a la práctica de la tabula rasa, tan frecuente en urbanismo.
La ciudad cuidadora, la ciudad de los 15 minutos, la ciudad que pone la vida en el centro son expresiones que nos sitúan en el ámbito de unas ciudades que proporcionan bienestar al disponer de infraestructuras de apoyo a la vida cotidiana, de entornos públicos seguros, de unos servicios amigables y de unos patrones de movilidad que tengan en cuenta las facilidades de acceso y el tiempo urbano. La propuesta de avanzar hacia ciudades cuidadoras rebasa la comprensión tradicional de la labor de cuidados, vinculada a la cobertura de las necesidades básicas de quienes necesitan ayuda para su desenvolvimiento cotidiano, en favor de una concepción que, integrando la anterior, abarca una visión ampliada del bienestar como un derecho subjetivo cuya realización se dirime en el entorno en el cual se convive y entiende el cuidado como el elemento articulador de la sociedad. Frente al mito hegemónico del individuo autosuficiente cuyas necesidades deben ser cubiertas en su privacidad, asume la interdependencia de los integrantes de la sociedad como esencia constitutiva de lo social y como principio de la responsabilidad colectiva hacia los cuidados
Por ello, propuestas que potencian la proximidad, la mixtura social, los servicios de cuidados, los equipamientos y los espacios públicos son propuestas que facilitan la vida cotidiana y favorecen los cuidados. La búsqueda de una ciudad más humana y sostenible se ha planteado como un reto de urgente necesidad a partir de las consecuencias de la Covid-19, y estas ciudades cuidadoras, o las ciudades del cuarto de hora se configuran como una de las propuestas más interesantes y novedosas para conseguirlo. La restitución de la centralidad social que ha sido negada a los cuidados es, hoy más que nunca, necesaria, urgente e ineludible.
Nota sobre la autora
Dolors Comas d’Argemir es catedrática de antropología social y cultural en la Universidad Rovira i Virgili y presidenta de la Fundació Nous Horitzons. Ha sido diputada en el Parlamento de Cataluña, concejala en el Ayuntamiento de Tarragona y miembro del Consejo del Audiovisual de Cataluña.
Para citar este artículo:
Dolors Comas. Ciudades que cuidan. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.5 núm. 28 Cataluña: transformaciones y resistencias. A Coruña: Crítica Urbana, junio 2023.