Por Ana Sugranyes |
CRÍTICA URBANA N. 38 |
En este mundo complejo y amenazante, resulta difícil hablar de conquistas. Entre los hitos de la humanidad que inciden radicalmente en la forma de vida colectiva, quiero destacar aquí prácticas locales, no violentas, marcadas de organización social, a través de las cuales comunidades vulnerables construyen un lugar seguro donde vivir en paz y con dignidad.
Pensando en los múltiples desafíos del mejoramiento de barrio, de regeneración urbana, o el avance paulatino hacia el buen vivir de todas y todos en la ciudad, presento dos iniciativas comunitarias y ciudadanas en ciudades intermedias de Chile, donde colectivos organizados, con acompañamiento técnico, consiguen pensar el cómo hacer ciudad desde condiciones muy adversas.
De la amenaza de desalojo al plan maestro de Los Arenales, en Antofagasta
La historia del Macrocampamento Los Arenales –11 hectáreas de terrenos fiscales en medio de un área pobre, de vivienda social de mala calidad, el sector Lo Bonilla, en el norte de la ciudad de Antofagasta, capital minera –remonta a unos 10 años, cuando empezó a escasear la oferta del arriendo y subieron los precios; poco a poco, familias chilenas y migrantes se fueron a vivir a la toma para poder seguir pagando la comida y medicamentos.

El Macrocampamento Los Arenales. Sector Lo Bonilla. Antofagasta. Fuente: Google Earth 2025
Vivir en el asentamiento precario ha sido posible porque la necesidad, el esfuerzo y las exigencias abrieron puertas para descubrir a las vecinas e iniciar un proceso de organización local. Como dicen en Los Arenales, ‘cuando el Estado desaparece, la autogestión florece’; por supuesto, una figura simplista, pero que ilustra el empeño de sentar las bases de una gobernanza de barrio, una estructura organizativa que permita paliar las deficiencias en la convivencia de unas seis mil personas, en unas 1.200 viviendas precarias, la mayoría construidas con paneles de madera prensada, unas pocas de material duro.
A partir de 2017, entre las dos mil familias del asentamiento, surge de Los Arenales la capacidad de unas 40 mujeres de Los Arenales, que se comprometen en una dinámica sostenida, revisada, asesorada y negociada de autogestión para radicar el macrocampamento haciendo ciudad.
En contra de la inercia y dependencia que caracterizan por lo general las condiciones de vida en los barrios, y a pesar de la agresividad del entorno, la amenaza de desalojo, el rechazo de la municipalidad, las duras condiciones locales y, sobre todo, los insultos – de todo han tenido que oír estas mujeres, de las autoridades o de la prensa –, el uso del espacio escaso y de los servicios precarios se ha ido ordenando y los servicios funcionando.
La sociedad chilena, en su gran mayoría, aduce que las familias en los campamentos ‘se saltan la filas’, que no pagan arriendo y logran apoyo del Estado. Una opinión bien alejada de la suma de esfuerzos colectivos, muchas horas, días y noches, de reuniones, capacitaciones y energías constantes para reforzar el bien común – estos valores de convivencia apenas conocidos en la era neoliberal y desconocidas por la opinión pública y las políticas sociales.
También hay apoyos. Este proceso local ha sido acompañado por profesionales independientes, comprometidos con la comunidad para revertir la situación de exclusión y hacer de Los Arenales un área de intervención piloto del gobierno actual de Chile –para no decir la única– hacia la definición de un barrio para vivir en dignidad.

Conociendo esta lámina, las dirigentas comentaron: ¡Ahora sí, le vemos cara de barrio a esta imagen! Fuente: Tamara Espósito, estudiante magister arquitectura, 2025.
En una rotación de personas y una permanencia de espíritu de apoyo, formamos un círculo multidisciplinario de profesionales, de la academia y de la buena voluntad; cada uno con otros contactos para más asesorías en temas de leyes, proyectos o trámites; es una cadena solidaria de respaldo, una circunstancia de confianza, para reforzar el empeño de la comunidad.
“Queremos profesionales que imaginen lo que nosotras soñamos”, dice Elizabeth Andrade, la vocera del Macrocampamento; exige entonces textos y gráficas que sistematicen ideas y formalicen propuestas. La clave está en la paciencia y el tiempo, siempre tan escaso, para escuchar, entender, matizar, cuestionar, analizar y traducir de la creatividad popular a documentos que la institucionalidad pueda considerar entre los límites de sus políticas públicas.
Hay avances: el Ministerio de Vivienda y Urbanismo contrató el plan maestro y los proyectos específicos para la integración urbana de Los Arenales en el barrio de Lo Bonilla. El proceso de formalización es complejo y con muchos contratiempos y obstáculos enormes. Es a la vez una pesadilla y una oportunidad. La consultora a cargo de los estudios aceptó el desafío por estar convencida de que los asentamientos precarios se resuelven haciendo ciudad.
Lo novedoso de Los Arenales es que la comunidad, a través de 60 dirigentes, sigue definiendo las metas de este proceso de radicación haciendo ciudad y, para esto, cuenta con el apoyo del equipo técnico independiente, entre otros, para:
- obtener la certificación de que estos terrenos estén formalmente asignados a la radicación de la comunidad de Los Arenales y que el plan maestro no quede engavetado en un próximo gobierno;
- formalizar el uso de terrenos adyacentes para la construcción de viviendas transitorias en sistema modular de alta densidad para dar cobijo a turnos consecutivos de familias mientras se realicen las obras de urbanización por etapas;
- insistir en diferentes opciones de acceso a la vivienda, a pesar del modelo centrado en un solo producto; y
- defender la propuesta del subcentro urbano, cívico, cultural y de cuidados para las/los 50 mil habitantes del sector Lo Bonilla.
Continuará …
Propuestas ciudadanas para regenerar la ciudad-puerto de Cartagena–San Antonio
La conurbación de dos municipios del litoral central de Chile, Cartagena-San Antonio, muestra una ciudad de unos 150 mil habitantes. Es una zona de sacrificio, deprimida y deprimente –a veces la llaman ‘Sad Antonio’, otras ‘el NO habitar’– entre condiciones adversas.
Hace cien años, Cartagena era el balneario de Santiago –la capital de Chile, a 100 kilómetros– combinando poesía, barrios de veraneo, tren de pasajeros y playas populares; todo quedó viejo. San Antonio, desde los años 50 del siglo pasado, se ha convertido poco a poco en el puerto de mayor tonelaje del país; tiene buena conectividad con Santiago y depende de Valparaíso, que resulta lejana. La política de infraestructuras del país planificó una extensión del puerto, para convertirlo en el más grande de la costa pacífica de América Latina (antes de que se construyera Chancay en el Perú); el megaproyecto conlleva impactos ambientales que harán insostenibles los ecosistemas de este borde costero; y seguirá destrozando la ciudad entregada a los camiones (a la inversa de Chancay, ni siquiera se pensó en un túnel de carga).
En esta ciudad de Cartagena y San Antonio, el ritmo de construcción de vivienda es lento y no corresponde al crecimiento de la importancia portuaria. Desde 2019, unas 4 mil familias han ocupado 250 hectáreas de terrenos en engorde, o de aprovechamiento urbanístico pendiente; han desarrollado un macrocampamento de baja densidad (nada que ver con la maraña enredada de Los Arenales), con calles trazadas y lotes de 300 a 400 metros cuadrados, consolidado a la vista y paciencia de los propietarios de esta tierra. Estos están interesados en una intervención del Estado –el valor de las expropiaciones en Chile se define a precio de mercado– y las familias instaladas tienen el mismo interés. Para presionar el ritmo de la transacción, los propietarios recurrieron a la justicia aludiendo usurpación; los tribunales les dieron la razón. Hay una orden de desalojo, con cobertura televisiva muy apreciada; desde el Estado, hay varios intentos de negociación con los propietarios y con las comunidades.
Ante tanta adversidad, en el espíritu de la lenta construcción del derecho a la ciudad, teniendo a mano la oportunidad de la Bienal de Arquitectura 2025, un grupo de profesionales del Comité Hábitat del Colegio de Arquitectes decidimos acompañar un proceso de encuentro entre organizaciones ambientales, culturales, patrimoniales de Cartagena y San Antonio para que estas pudieran expresarse con gráficas y voz en la Bienal.
El proceso de los encuentros ciudadanos locales resultó complejo y desafiante; combinando reuniones virtuales con sesiones en el territorio, un grupo de mujeres se dejó tentar por la oportunidad. En seis meses de trabajo colectivo, entre dudas e ideas, se alcanzó lo comprometido: según la tradición Altazor del poeta Huidobro, fueron 7 láminas de gran formato y creatividad gráfica, para expresar “el no habitar, como una herida socio territorial, deviene resistencia, el arte y la fuerza colectiva unirán nuestros fragmentos para crear ciudad”, con denuncias y 77 propuestas.

Arpillera de propuestas ciudadanas para [re]generar la ciudad de Cartagena – San Antonio, en la Bienal de Arquitectura “doble exposición” 2025, el 27 de septiembre de 2025. Foto, Ana Sugranyes.

Mujeres, artistas y arquitectas, presentando la arpillera de propuestas ciudadanas para regenerar la ciudad de Cartagena-San Antonio en la bienal de arquitectura «doble exposición» 2025, el 27 de septiembre de 2025. Foto, A. Sugranyes
La clave de esta experiencia estuvo en el atrevimiento de facilitar un espacio de creatividad colectiva entre organizaciones fragmentadas en un territorio herido y de llevar propuestas de hacer ciudad desde lo adverso a una bienal de arquitectura. Lo maravilloso del caso es que la iniciativa tuvo broche de oro con la producción de una gran arpillera –obra artesanal hecha con retazos de tela cosidos y bordados, utilizada especialmente por mujeres como forma de expresión artística, denuncia política y memoria histórica.
Todo queda por hacer ante el Estado, la empresa portuaria, la ciudad inexistente y el rechazo al desalojo.
Continuará
A modo de conclusión, la ciudad se construye en permanencia, no es estática; se puede entender entre múltiples ‘asuntos personales y problemas públicos’, como sugería Wright Mills. Los dos casos aquí esbozados, ‘en pleno desarrollo’ como dicen los periodistas, logran pasar de la angustia personal a una propuesta colectiva. Describen un momento de convergencia entre necesidad y oportunidad. Muestran aprendizajes y formas solidarias de asistencia técnica, señales de consolidación de la organización local, a pesar del contexto incierto, entre amenazas y promesas. Podrían representar, o no, una hoja de ruta hacia el cumplimiento de los derechos humanos desde la especificidad de territorios vulnerables.
Nota sobre la autora
Ana Sugranyes, catalana, chilena y ciudadana del mundo. Arquitecta y doctora en políticas habitacionales, con larga trayectoria de cooperación internacional. Autora de numerosas publicaciones sobre hechos urbanos y la vivienda protagonizada por sus habitantes; apoyando la articulación entre actores sociales, profesionales y académicos, en defensa de los derechos del hábitat. Es parte del equipo de asesores y colaboradores de Crítica Urbana. + artículos de la autora en Crítica Urbana>>
Para citar este artículo:
Ana Sugranyes. Hacer ciudad desde lo adverso. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol. 8, núm. 38, Conquistas ciudadanas. A Coruña: Crítica Urbana, diciembre 2025.









