Por Carlos Ortega Sánchez |
CRÍTICA URBANA N.20 |
Con la llegada de los 2000, la República de Turquía experimentó un proceso de neoliberalización cuyo reflejo en el paisaje urbano fue la construcción masiva de urbanizaciones cerradas e híper-vigiladas en entornos naturales para las clases medias y medias-altas.
Este modelo de aislamiento social, importado de EEUU y Latinoamérica, supone hoy una respuesta a las inseguridades de la población turca, al mismo tiempo que un desafío social y ecológico para las próximas décadas.
Las urbanizaciones cerradas
Las urbanizaciones cerradas o ‘gated communities’ surgieron en EEUU a lo largo de la segunda mitad del siglo XX como una respuesta de las clases medias-altas a la percepción de la inseguridad de las ciudades. Desde la década de 1980, con la exportación del modelo neoliberal, estas estructuras urbanas llegaron a países como Argentina, México o Brasil, llegando en los 2000 a Turquía o Pakistán, entre otros. Las principales características de estos edificios son las barreras físicas, la extrema vigilancia, la presencia de residentes provenientes de los mismos grupos económicos y la presencia de múltiples servicios en su interior, tales como tiendas, servicio de limpieza, guardería, colegios o gimnasios.
Las urbanizaciones cerradas ofrecen la oportunidad de vivir y participar en una comunidad de personas indiferentes al gobierno civil o urbano y que se han desvinculado casi totalmente de lo público en su sentido político y espacial, al mismo tiempo que brindan la oportunidad de vivir en un entorno natural controlado. El origen de estas urbanizaciones, estudiadas por Blackely y Snyder, Setha M. Low o Nar Ellin[1] en EEUU, se encuentra en la neoliberalización y en la privatización de los espacios públicos, así como en la percepción de la inseguridad por parte de las clases medias altas.
La exportación del modelo estadounidense a Latinoamérica implicó nuevas perspectivas de análisis. La neoliberalización y privatización experimentadas en Latinoamérica en la década de 1990 implicaron la desregulación del mercado del suelo, por lo que desde 1999 se vivió un aumento masivo de las comunidades cerradas. Los estudios de Teresa Caldeira[2] nos plantean el estudio no sólo de la arquitectura y de los residentes sino también de las inmobiliarias, que venden aislamiento, paz y homogeneidad frente a la diversidad, el caos y la heterogeneidad del espacio público. Por su parte, Janoschka[3] estudió los barrios cerrados en el Nordelta de Buenos Aires, aportando el estudio de las urbanizaciones cerradas no como unidades aisladas sino como archipiélagos de islas de consumo, trabajo y residencia. Importando los modelos de análisis del desarrollo de las urbanizaciones cerradas en EEUU y Latinoamérica seremos capaces de analizar el modelo turco.
La aparición de las urbanizaciones cerradas en Turquía
En Turquía, una de las principales características de la década de 1980 fue la neoliberalización de la economía. El gobierno de Turgut Özal propició el nacimiento de una nueva clase media basada en la terciarización de la economía. Estas nuevas élites económicas se alejaron de las ciudades para desarrollar un estilo de vida. El mejor exponente de la época es Kemer Contry[4], un lugar de lujo situado en el norte de Estambul, que se definía por tener una identidad tanto rural como urbana. En estos lugares los habitantes podían alejarse de los barrios pero pertenecer a una comunidad y alejarse de la ciudad pero seguir estando dentro de ella. Durante la década de 1990 comenzó a desarrollarse un estilo de vida que prepararía a las nuevas clases medias para «la ciudad del siglo XXI», con estas urbanizaciones progresivamente digitalizadas y muy cercanas a los nuevos lugares de trabajo. Estas nuevas ‘ciudades’ se caracterizaron por estar a la vanguardia de la moda arquitectónica y por ignorar las leyes medioambientales. Los nombres de complejos como Atasehir West venían acompañados de adjetivos en inglés como “my world” o “my city”[5].
Este primer modelo, el de las nuevas clases medias, era un modelo occidental, secular y moderno, que imitaba los modelos de vida europeos o americanos, y buscaba el placer y el lujo dentro de un espacio cerrado y exclusivo. Dentro de las tipologías descritas por Blackely y Snider, coincide con la primera tipología, las ‘lifestile communities’, dedicadas a crear comunidades de personas dedicadas a los negocios, de ideología neoliberal y en un contexto de lujo.
La llegada de los años 2000 supuso un cambio de paradigma. La privatización de las empresas e infraestructuras y la liberalización y supresión de los monopolios estatales, así como la reducción de las subvenciones a la agricultura y las barreras a la inversión extranjera fueron las principales características del periodo. La desregulación de todo lo anterior presentó a Turquía como un país totalmente liberal ante el mundo, y tuvo un impacto absoluto en el desarrollo de las comunidades cerradas.
Hay dos razones principales para la construcción masiva de comunidades cerradas en Turquía. La primera es, por herencia de las urbanizaciones de los años 90, el privilegio: la búsqueda por parte de un número cada vez mayor de personas, pertenecientes a las élites y a las clases medias, de viviendas de calidad rodeadas de espacios verdes (valor espacial) en las que vivan personas con la misma capacidad de consumo en lugares de prestigio (valor social), han sido y son las principales razones. La segunda es un cambio añadido: el valor de la seguridad. El miedo a una nueva catástrofe como la causada por el Terremoto de Mármara de 1999, que dejó alrededor de 30.000 muertos, inició un movimiento de éxodo masivo de las clases medias hacia los círculos exteriores de la ciudad que se ha perpetuado hasta hoy (miedo espacial). Del mismo modo, la inseguridad debida a las tensiones sociales de distinto origen (miedo social) ha llevado a levantar muros y a proteger las urbanizaciones con altas medidas de protección. Dentro de estos miedos se encuentran dos aspectos fundamentales: el aumento del autoritarismo del gobierno y la llegada de más de tres millones y medio de refugiados sirios.
Además de la tipología general, ha surgido un nuevo modelo de urbanización cerrada, el islámico, en el que a los servicios se añaden segregación de género por espacios (una piscina para los hombres y otra para las mujeres) así como mezquitas, salas de rezo y normas como la prohibición del consumo de alcohol.
Sin embargo, todos coinciden en ofrecer dos servicios que difícilmente podemos encontrar en una ciudad como Estambul: naturaleza y paz. Todos estos complejos presentan un modo de vida total y utópico, mostrando únicamente las conexiones con el exterior en relación con los centros de trabajo o comerciales. En los anuncios, sin embargo, nunca se representa un «barrio cerrado», sino que se representa la vida en un barrio tradicional turco. A pesar de que ninguno de los anuncios lo menciona, el principal servicio en venta, junto con el lujo y los espacios verdes, son el aislamiento y la vigilancia.
Efectos sociales
Aunque en las urbanizaciones cerradas lo más importante parezca ser la vida de barrio, la tranquilidad y las zonas verdes, la creación de barreras físicas se ha convertido en una realidad en expansión. Esta imposición de barreras ha tenido como principal efecto el aislamiento.
Así, en Estambul, la migración masiva de las clases medias ha estado caracterizada por lo que Smets[6] calificó como el modelo nostálgico de residente, ya que en diversas encuestas se ha visto que las motivaciones de los habitantes son las de la búsqueda de la seguridad de los barrios de su juventud. La añoranza por la vida del barrio tradicional ha llevado a constituir espacios en los que la vida está totalmente integrada dentro de la residencia, incluyendo tiendas, gimnasios y escuelas dentro del mismo complejo. Esta nostalgia por la infancia de los habitantes, siempre representada en los comerciales de las inmobiliarias es, no obstante, imposible de llevar a cabo, debido a que la absoluta homogeneidad de los habitantes evita la posibilidad de recrear un espacio público, y mucho menos un barrio en el centro de una ciudad.
La clave, por tanto, para comprender la autosegregación de las clases medias en Estambul es esa búsqueda de seguridad. Como explica Firdin Özgür, el aumento de los servicios dentro de servicios ofrecidos ha condicionado gradualmente a los residentes que, al irse del centro de las ciudades, se han aislado en barrios cerrados y solo dejan sus casas para ir a trabajar, ir al supermercado o a un centro comercial[7]. A pesar del aumento de la sensación de seguridad, las vidas sociales de los habitantes de estas urbanizaciones han sufrido un fuerte deterioro debido a la falta de tiempo y a las grandes distancias.
Efectos ambientales
Con el inicio del siglo XXI se llevaron a cabo nuevas obras con el objetivo de hacer de Estambul «la ciudad global”. Algunos de estos macroproyectos fueron los túneles que cruzan el Bósforo así como el tercer puente sobre el estrecho, que consolida una nueva autopista que recorre toda la parte norte de la ciudad dando pie a la construcción de nuevos proyectos urbanísticos.
El hiperdesarrollo de las vías de comunicación en Estambul no sólo ha dado paso a nuevas conexiones, sino también a la aparición masiva de nuevo suelo edificable (zona en verde oscuro del mapa), poniendo en riesgo el 80% de la riqueza natural de la región, que se ha liberalizado y se ha dedicado a la construcción de urbanizaciones cerradas[8]. Antes de la edificación del tercer puente, el número de comunidades cerradas en Estambul era de 2.290, por lo que aunque en la actualidad no hay números oficiales, siendo la población actual de Estambul de 15.500.000 habitantes, se estima un crecimiento exponencial durante los próximos años[9].
Este crecimiento exponencial viene acompañado de nuevos macroproyectos como Canal Estambul, que implica graves peligros a corto plazo, tales como la alteración de ecosistemas marítimos, la destrucción de sitios históricos e incluso el aumento del riesgo de terremotos[10]. Sólo el periodo de 2018-2019, 550.000 hectáreas de bosque fueron destruidas para ser urbanizadas, mientras que la ausencia de desarrollo de servicios públicos implica un aumento del uso de vehículos privados. Añadido a esto, varias organizaciones han denunciado que tanto en la destrucción de edificios antiguos como en la construcción de los nuevos las emisiones de amianto no están siendo controladas[11].
Conclusión
Estambul se enfrenta al desafío de ver desaparecer gran parte de su entorno natural. La construcción masiva de urbanizaciones cerradas supone una amenaza para la sostenibilidad natural y social de la ciudad. La pretensión de las urbanizaciones cerradas de ofrecer un espacio vital para las clases medias o altas se contradice con la estructura holística y diversa de la ciudad.
El establecimiento de barreras físicas ha comenzado a desarrollar archipiélagos de islas unidas solamente por corredores que unen Asia y Europa así como a los centros de negocios y de consumo, aislando a lo que Janoschka denomina como islas de producción y de precariedad y creando una división entre las clases medias y altas y las clases trabajadoras al mismo tiempo que amenazando a la sostenibilidad, ya que el 80% de estas nuevas zonas urbanizadas está situado en terrenos de riqueza natural.
Este aislamiento, unido a la privatización y destrucción de los espacios naturales no sólo plantea un debate sobre los efectos a largo plazo, sino que implica que, a corto plazo, el paisaje de la ciudad sea transformado de forma irreversible, amenazando con catástrofes ecológicas que pueden verse incrementadas por la construcción de nuevos macroproyectos.
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Notas
[1] Blackely, E. and Snyder, M. (1997). Fortress America Gated communitis in the United States. Washington D.C.: Te Brookings Institution.
[2] Caldeira, T. (1997). ‘Fortified Enclaves: The New Urban Segregation’, in Public Culture, Chicago, University of Chicago, 303-328.
[3] Janoschka, M. (2002). El nuevo modelo de la ciudad latinoamericana: fragmentación y privatización’, in EURE (Santiago), 28, 11-20. https://dx.doi.org/10.4067/S0250-71612002008500002
[4] Kemer Country Home Page: http://www.kemercountry.com/en [Consultado por última vez el 22/03/2021].
[5] Gül, M. (2017). Architecture and the Turkish City: an Urban History of Istanbul since the Ottomans. London, Tauris.
[6] Smets, P. (2009). ‘Disconneccted from society? Gated communities. Their lifestyle versus urban governance’ in The Urban Reinventors Online Journal, 3.
[7] Firdin Özgür, E. (2006). ‘Sosyal ve Mekansal Ayrısma Çerçevesinde Yeni Konutlasma Egilimleri: Kapalı Siteler, Istanbul, Çekmeköy Örnegi’, in Planlama, 4, 79-95.
[8] Baycan, T. and Ahu Gülümser, A. (2007). ‘Gated Communities in Istanbul: The New Walls of the City’, in The Town Pllanning Review.
[9] Aydın, S. (2012). ‘Istanbul’da «Orta Sınıf» Kapalı Siteler’, in IdealKent, 6, 96-113.
[10] Ceylan Baba, Ece (2020). ‘The risks of mega urban projects creating a dystopia: Canal Istanbul’, in City and Environment Interactions, vol. 6. https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2590252020300209 [Consultado por última vez el 16/05/2021].
[11] TMMOB. Çevre Mühendisleri Odası, (2019) Istanbul Çevre Durum Raporu.
Nota sobre el autor
Carlos Ortega Sánchez (carlosortegasanchez@ogr.iu.edu.tr) es doctorando en la Universidad de Estambul, en el Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Se graduó en Historia y en Historia del Arte por la Universidad de Valladolid y realizó un máster en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos en la Universidad Autónoma de Madrid. Centra su trabajo en el estudio de la geopolítica crítica, Turquía y Oriente Medio.
Para citar este artículo:
Carlos Ortega Sánchez. La autosegregación de las clases medias en Turquía. Efectos ambientales de una crisis social. Crítica Urbana. Revista de Estudios Urbanos y Territoriales Vol.4 núm. 20 Urbanización y crisis ambiental. A Coruña: Crítica Urbana, septiembre 2021.